Dr. ROGER RICARDO LUIS,
Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
No se equivoca quien piensa que la prensa es la imagen de la nación que representa en sus espacios cotidianamente. Pareciera un verdad de Perogrullo, pero detrás de esa suerte de retrato social hay un intenso proceso de transacciones que, desde la intencionalidad, culmina en la construcción simbólica en que nos percibimos como ciudadanos.
De ahí que exista una relación entre Imagen País-Prensa, entendida esta última en sus expresiones impresa, audiovisual, radial y digital.
Cómo queremos que nos vean más allá de las fronteras del archipiélago deviene irresistible aventura por lo cubano, lo que equivaldría a un debate sustancioso porque, ante todo, se trata de un viaje a lo largo del ejercicio siempre renovado de nuestra identidad.
Cuba desde la perspectiva de su empleo como Marca País, precisa tanto de un abordaje contextual como de enfoques y ejes de análisis contemporáneos que sitúen al tema en la justa perspectiva de su necesidad y de la responsabilidad de emplearla con eficacia para mostrar al mundo el proceso de transformaciones económicas y sociales en que está inmersa la isla. Sin embargo, esa posibilidad se ve limitada por la política comunicacional vigente, principalmente la relativa a la que gerencia la actividad periodística.
Luis Ramiro Beltrán define la política nacional de comunicación como “(…) el conjunto integrado, explícito y duradero de políticas parciales, organizadas en un conjunto coherente de principios de actuación y normas aplicables a los procesos o actividades de comunicación de un país (1)”.
En esa dirección, la Ley de Comunicación de Ecuador, impulsada por el gobierno de Rafael Correa desde la Revolución Ciudadana, está considerada entre las más avanzadas del mundo. Entre otros aspectos significativos, esa norma jurídica orienta, por ejemplo, el empleo cabal y eficiente que debe hacerse del perfil identitario plurinacional.
En esencia, la Imagen Cuba ha de entenderse como un fenómeno cultural y, por tanto, simbólico cuya magnitud y alcance abarca un heterogéneo campo de actores, intereses y expectativas que las más de las veces se visibiliza de manera puntual e intermitente por algunas entidades gubernamentales que quedan en el estrecho abordaje de campañas reactivas ante el accionar del poderoso adversario político, en unos casos, como en mera operación de marketing para vender una postal turística.
El tema suscita polémica también en el plano periodístico que tributa a la Imagen Cuba porque hay insatisfacciones aún no resueltas originadas muchas veces por políticas y/o decisiones ineficaces que se expresan en silencios, omisiones, informaciones incompletas, inexactas, en reacciones tardías, chapucerías en un combate sin tregua que se verifica minuto a minuto, como bien conocemos.
Globalización y diferencias
Más allá de las aguas que nos rodean, la Imagen País sigue adquiriendo relevancia para muchas naciones con la mira puesta en ofrecer el mejor de los rostros posibles al capital transnacional, principalmente de las llamadas naciones emergentes, bajo el mandato supremo de un mercado internacional cada vez más selvático.
En la misma medida que la globalización se ha querido imponer como uniforme planetario, muchos procuran diferenciarse o, al menos, proclamar que no son tan iguales los unos y los otros. Multimillonarios negocios se mueven detrás de esa promoción cuyas operaciones de marketing quedan, por lo general, en manos de las grandes empresas trasnacionales de relaciones públicas bajo el sello de “inversión a futuro”.
La Imagen País pretende dar cuenta de la diversidad, planteándose así que lo distinto es indispensable como forma de convivencia en la aldea global.
Es un problema complejo en el que está en juego la percepción de cómo una nación, una sociedad en su conjunto quiere ser vista, fenómeno que, por demás, requiere de consenso y capacidad para manifestarlo. Se trata también de la asociación de ideas que de modo reflejo provoca de forma inmediata y reactiva la mención (frecuentemente estereotipada) del distingo de lo nacional en el ámbito foráneo y, de manera muy concreta, en la mente del receptor de otro país.
No puede obviarse el hecho de que una Imagen País favorable es un prerrequisito, en el ámbito interno, para la gobernabilidad, y en el exterior, para la reputación.
Más allá del marketing de cuya savia se nutre, la Marca País es, ante todo, territorio simbólico que pone de relieve el valor intangible del prestigio de una nación. Como señala el sociólogo francés Pierre Bourdeau: “Los símbolos constituyen elementos de integración por excelencia, cuya aceptación contribuye a generar consenso en torno a una legitimidad de determinado orden sobre la base de valores, normas y principios morales socialmente compartidos” (2).
La Imagen País es, por tanto, comunicación y visibilidad del rostro nacional que se dibuja con los trazos precisos del ejercicio de la política, la economía, la cultura y el quehacer social, como también de la huella de su historia e identidad. De ahí que tenga significativa influencia en áreas tan sensibles como las relaciones internacionales en el más amplio sentido de la expresión y sea factor sustantivo en la comunicación de carácter estratégica que desarrolle cualquier nación.
En esa dirección existe convergencia entre los investigadores al identificar la Comunicación Estratégica como la política pública aprobada e implementada por la autoridad gubernamental con el interés de posesionar con primacía al país a partir del accionar proactivo y constante de mensajes con audiencias seleccionadas a través de diversos medios y canales. O, más claramente, la que asume el gobierno de Estados Unidos, desde la mirada de la diplomacia pública, al definirla como (…) la sincronización de nuestras palabras y acciones y cómo estas van a ser percibidas por los otros, así como programas y actividades deliberadamente dirigidos a comunicarse y atraer las audiencias planificadas, incluyendo aquellas actividades y programas llevados a cabo por las oficinas de asuntos generales, diplomacia pública y profesionales de operaciones de información” (3).
Tanto la Imagen País y la Comunicación Estratégica tienen sólido asidero en el ámbito de la Comunicación Política desde la representación de su creciente mediatización. De ahí que la visibilidad mediática es el rasgo esencial del hacer político contemporáneo, lo que le confiere carácter estratégico.
Es por ello que lo mediático se ha convertido en espacio decisivo de disputa simbólica y cultural, por tanto, escenario político e ideológico de batalla de ideas. Es decir, la dimensión simbólica de la comunicación mediática (y dentro de ella la comunicación periodística en tanto narración de hechos verdaderos, actuales y de interés humano) se traduce en comunicación pública que proporciona y pone a circular relatos mediados de la realidad y con éstos modelos de interpretación de lo que acontece y una vez reconocidos por la sociedad adquieren rango de movilización social.
Como miembro de la comunidad internacional, Cuba interactúa en ese escenario y busca marcar su espacio de influencia desde las coordenadas simbólicas de sus principios y presupuestos identitarios.
Rostros antagónicos en contexto de disputa
El triunfo del primero de enero de 1959 se erigió también en un parteaguas en la percepción que se tenía hasta entonces de Cuba en el extranjero.
Antes de esa fecha, la nación quedó caricaturizada como la tierra de la rumba y el ron, poblada por una raza de vagos y pícaros. Así nos tipificaban, pues era pertinente, como esquema de representación acorde con la vieja doctrina de la “Fruta madura”.
Esa condición de subalternos mediocres también se ha aplicado como estereotipo con mexicanos, peruanos, guatemaltecos, dominicanos, haitianos, panameños, hondureños, bolivianos, entre otros; gente de segunda que requieren de la “mano superior” para llegar a ser “alguien” en la vida. La industria cultural de la época, especialmente la estadounidense, se encargó de martillarlo con premeditación y alevosía. Para entonces, el concepto de Marca País no existía en el mundo gerencial, pero estaba ahí, de hecho, en las acciones como acto de dominación política.
Con la victoria revolucionaria y el inmediato enfrentamiento frontal con el vecino norteño afloraron dos maneras de mostrar la isla desde trincheras opuestas.
La representación de lo que acontecía en Cuba devino vertiginosamente campo de disputa simbólica con base en la controversia política, pues no puede soslayarse la naturaleza raigalmente clasista e ideológica de los medios de comunicación.
Esa situación adquirió el rango de guerra mediática a partir del hábil aprovechamiento que ha venido haciendo EE.UU. desde entonces de su extensa red de poder simbólico, pues como apunta Ignacio Ramonet: “Estados Unidos se las arregló para obtener el control de las palabras, de los conceptos y del sentido; exige enunciar los problemas que crea con las frases que propone; ofrece códigos que permiten descifrar los misterios que la misma superpotencia impone y dispone, apuntalándose como “un destacamento especial” que ha sabido muy bien arropar el dominio del imperio apoyándose en el poder de la información, del saber y de las tecnologías” (4).
Así, la difusión de sus mensajes anticubanos se ha verificado en un contexto en que la información internacional se ha masificado y cientos de millones de personas “consumen” el mismo producto comunicativo que, por su naturaleza y alcance, se convierte también en opinión transnacional.
En esa dirección es importante tener en cuenta que en tales circunstancias la desinformación es el eje central de la estrategia comunicativa y se basa en la generación de contenidos conformados por verdades a medias, trenzadas con rumores y mentiras que apelan a lo emocional y están despojados, por lo general, de lógicas que propendan al análisis.
De ahí que los sucesivos gobiernos de Estados Unidos emplearon el poder simbólico en tanto capacidad sin rival en la fijación de agendas e ideas a nivel global. Dennis McQuail proporciona una de las llaves maestras que llevan a la compresión del valor intrínseco de la actividad de los medios: “(…) son en sí mismos un poder por su capacidad de llamar y dirigir la atención, de convencer, de influir en la conducta individual y social, de conferir estatus y legitimidad, y aún más, los medios pueden definir y estructurar las percepciones de la realidad” (5).
John B. Thompson refuerza ese punto de vista al suscribir que el poder simbólico es también “(…) la capacidad de intervenir en el transcurso de los acontecimientos, para influir en las acciones de los otros y crear acontecimientos reales a través de los medios de transmisión simbólica” (6).
Como resultante de la sintonía del discurso político con el discurso mediático, la llamada gran prensa estadounidense y el resto de los medios de ese país, con su colosal capacidad de construcción y fijación de la agenda mediática, fueron los abanderados en el orbe en vertebrar en la opinión pública local e internacional una imagen hostil hacia Cuba, la de ínsula-cárcel, poco menos que la Isla del Diablo de la que huyó Papillon en la famosa novela homónima de Henri Charriere (7).
Matrices de opinión resumidas en expresiones claves como régimen totalitario y represivo, violación de derechos humanos, falta de libertades de todo tipo, proyecto social fracasado, han servido por más de media centuria para tejer un mito que aún en estos días se identifica como “la isla de gobierno comunista” o “almacén del pasado”.
Desde los años noventa del siglo anterior, coincidiendo con la desaparición de la URSS y del campo socialista de Europa, como también del inicio de la crisis económica recesiva en la isla (el Período Especial en tiempo de paz), EE.UU. arreció las campañas mediáticas, las acciones de carácter no violentas y el empleo de las denominadas armas silenciosas que forman parte de su arsenal de propaganda política con la idea de posesionar en la opinión pública internacional y en la mente de los cubanos que la Revolución es un modelo fallido y obsoleto que, por tanto, debe cambiarse por cualquier vía.
Existe, entonces, una estrategia definida, sistémica para demonizar a Cuba con apoyatura del propio gobierno estadounidense reconocida como política de Estado.
Aún con una colosal desventaja de visibilidad mediática en su contra, comenzó a emerger desde 1959 la imagen de isla heroica y victoriosa, capaz de desafiar al imperio más poderoso jamás conocido. La autoridad moral, la estatura política, el carisma y el protagonismo de su líder histórico, Fidel Castro, ha sido el rostro, la representación de la Cuba revolucionaria que ha recorrido el mundo, generando odios y amores, a lo largo de media centuria.
A la construcción de ese imaginario contribuyó también la figura paradigmática del Che Guevara. Palabras como dignidad, solidaridad, valentía, identifican a Cuba en crecientes sectores de la opinión pública internacional.
Contra vientos y mareas mediáticas de los poderosos adversarios, la Cuba revolucionaría ha logrado mostrar desde los hechos sus innegables conquistas sociales como rostro del país.
Con la Revolución, se inició también el proceso de transformación del perfil del cubano con un significativo proceso de elevación de su autoestima; alegre, valiente, solidario, inteligente y emprendedor, así se autopercibe. Ello ha sido posible desde la compresión de la solvencia que dimana del reencuentro crítico que ha hecho con su cultura, identidad, historia e ideología, como también de saberse actor de la transformación social de la cual ha emergido como agente del cambio.
Cuba es también la imagen de lo singular en el mundo de hoy, por ello resulta un foco de atención de visiones polarizadas. Pudiera decirse que existe una muy marcada asimetría entre ambos semblantes de la isla en la arena internacional y, por tanto, es muy difícil encontrar en ese ámbito una representación que garantice el fiel de la balanza en los términos del equilibro que merece la realidad de la isla.
Dialéctica para una imagen
Medio siglo después del triunfo, la Revolución da inicio a un proceso de cambios en busca de autogestionar un socialismo a la medida, con los colores nacionales que las más altas instancias políticas y gubernamentales de la nación prefiguran como próspero y sustentable.
En tal dirección no puede soslayarse que un ejercicio social de esa magnitud y complejidad tiene su expresión simbólica y que para que ello sea posible, además de las decisiones y voluntad políticas, se necesita una estrategia comunicativa.
La política comunicacional vigente, que tiene por base el paradigma el control de los medios de comunicación y la centralización de la información, resulta, como nunca antes, inoperante para encausar la apremiante necesidad de una información actualizada, pertinente y sistemática en todos los niveles de funcionamiento de la sociedad cubana. Por demás, ese modelo es disfuncional en el ámbito de la sociedad informacional que de manera creciente va tomando cuerpo también en nuestro país.
Es en el espacio de la comunicación social donde se gesta el capital simbólico indispensable para el ejercicio del poder. Por tanto, sin una nueva política en ese ámbito, no será posible darle consistencia al consenso indispensable para impulsar el proceso de cambios que requiere la nación (8).
Es así que ante el espejo de la realidad, la Imagen Cuba necesita de un rostro renovado concebido desde una concepción estratégica que brinde coherencia simbólica a un hecho trascendental que identifica el presente y futuro de la isla.
La Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, celebrada los días 28 y 29 de enero de 2012, mostró su interés sobre el tema y en los objetivos de trabajo 69, 70 y 71 aparecen reflejados los propósitos que animan la línea de cambios en esa dirección (9).
Pero no basta con la voluntad política. Tenemos suficientes ejemplos de resoluciones entre otras muchas normativas en esa dirección donde se reiteran las mismas indicaciones para resolver idénticos problemas, que en muchas ocasiones se han complejizado, y a los cuales se han añadido otros nuevos sin encontrar solución en la práctica. Una de las claves para emprender el largo camino de la solución está en el cambio de mentalidad, tal como se reitera y con el peligro de convertirse solo en una consigna.
Al respecto, una de las cuerdas más sensible del asunto, el de la prensa, fue abordada por el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel al pronunciar las palabras finales del IX Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC): “(…) No sabemos comunicarnos y como no sabemos comunicarnos, o como tenemos imperfecciones en ese sistema de comunicación (…) hemos entrado en un círculo vicioso: el Partido espera determinadas realizaciones de la prensa y cuando hay algún incidente o algún hecho que altera eso, el Partido se mete más gerenciando que orientando, empieza a suplir el papel de dirección de los medios, las direcciones de los medios se sienten atadas, algunos hasta se pueden acomodar y ahí se empieza a romper la sinergia, ahí se empieza a romper la retroalimentación, ahí se empieza a romper el papel que tiene que desempeñar, y eso se refleja entonces en los periodistas (…) y, al final, se nos van alterando todas las cosas (…) nos desinformamos y nos incomunicamos” (10).
El también miembro del Buró Político del PCC, en esa misma ocasión, refiriéndose a los problemas comunicacionales en los organismos de la administración central del Estado, entre otras instituciones, expresó: “No hay ni estructuras funcionales ni estructurales para organizar la comunicación. Y les digo: ¿Alguien que trabaja para una sociedad socialista con las exigencias que tiene la nuestra, con una población que es instruida, que es educada, que razona, puede pretender trabajar y puede pretender tener éxito sin comunicarse, sin tener una expresión de comunicación hacia la población, hacia la sociedad, hacia el país?” (11).
Tal como puede apreciarse, el cambio de mentalidad que se erige como asidero de la transformación en ejecución pasa también inexorablemente por el examen crítico y el redimensionamiento de las prácticas comunicativas relegadas hasta ahora, por lo general, a un segundo plano desde un uso meramente instrumental, factual y sectorializado.
Trascender ese escenario resulta crucial para abordar la estrategia que nos identifique como Marca País a partir de una concepción que responda, en primera instancia, a las características y necesidades de nuestro sistema político.
Al respecto, resulta de interés partir de lo señalado por Julio García Luis, quien dejó expresado en su libro “Revolución, socialismo, periodismo”, que la comunicación es un fenómeno multifactorial y una estrategia de cambio que aspire a tener éxito deberá tener presente esa conjunción de factores, y no solo ello, también las prioridades que la decidan. En esa dirección es importante subrayar la preeminencia que le otorga el destacado periodista y académico cubano al factor determinación política: “La dirección del Partido pudiera elaborar una redefinición clara de la actualización que necesita el modelo de prensa en nuestra sociedad, la cual podría incluir su misión social, el sistema de relaciones en que descansa y sus marcos de regulación” (12).
A partir de esa voluntad política que corresponde al PCC en su condición constitucional de fuerza dirigente de la sociedad cubana, sería necesario formular una política de Estado que brinde bases sólidas a la formulación de la Imagen Cuba.
En la conceptualización e implementación práctica de esa Marca País podrían participar todas aquellas personalidades y entidades registradoras y hacedoras de perfiles identitarios en el sentido más amplio y creativo con las miras puestas en encontrar la fórmula más conveniente de diseño. Se trata de concebir un registro simbólico único y versátil (muchos rostros, un solo país) (guste o no) desde adentro y para el mundo la Imagen Cuba. Darle la oportunidad de conocer desde nuestras fuentes la realidad del país siempre será mejor que dejarle ese espacio a la versión del adversario.
La actuación de la prensa cubana podría, al menos, estimular en públicos de otros países un razonamiento que apele al sentido común con el criterio de que quien recibe ese mensaje lo hace desde la perspectiva del receptor activo y crítico.
La clave estaría en sacar la producción periodística que habla de la isla de la zona de confort y complacencia donde hasta ahora habita como regla.
Reto en tiempo real
El desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías, y muy especialmente el impacto que han tenido en el surgimiento y avance de las redes sociales y de otras formas de comunicación digital, le han otorgado, desde la instantaneidad y la diversidad de voces, la categoría de global a lo local.
Asimismo, no puede desconocerse el llamado “tiempo real” en que se mueven los mensajes en el ciberespacio, otro de los elementos distintivos que marcan el dramático cambio de paradigma comunicacional en el cual ya vivimos y que ha hecho volar en pedazos cualquier forma de control absoluto de la información, tal como lo demuestra Wikileads.
Esos nuevos horizontes que brindan las nuevas tecnologías se convierten en una excelente oportunidad para irradiar la realidad cubana, si son aprovechados con inteligencia y eficacia esos instrumentos (13).
Hoy, por ejemplo, la Imagen Cuba tiene el gran reto de mostrar a la opinión pública internacional las transformaciones estructurales y funcionales de que es objeto el modelo socialista aún vigente. La credibilidad de tal representación pasa por la producción de un discurso periodístico inteligente, sustancioso y creativo capaz de mostrar esa realidad otra desde su complejidad y problemáticas.
Al respecto, el presidente Raúl Castro ha manifestado reiteradamente que la prensa debe ser capaz de reflejar la realidad cubana en toda su diversidad, informar de manera oportuna y objetiva, sistemática y transparente la obra de la Revolución.
Sin embargo, el reclamo del mandatario no acaba de cristalizar, pues no es menos cierto que resulta difícil despojarse del corsé que durante años constriñe, como regla, la actividad de los periodistas a la labor como propagandistas políticos, restando protagonismo a otras funciones sociales y políticas inherentes al ejercicio de la labor informativa y que han contribuido a ciertos niveles de erosión profesional de los reporteros.
Es indispensable subrayar al respecto que existe una relación muy estrecha entre las normativas en este campo y la profesionalidad, pues una política herrada propende al deterioro de las competencias profesionales, y cuando estas últimas se enquistan en la práctica periodística se convierten en freno a la mejor de las directrices. La erradicación de situaciones como esta comportará siempre el ensanchamiento del margen de fallos, pues como dice el refrán: “…los médicos entierra sus errores, los abogados los encierran en la cárcel, y los periodistas, los publican”.
Los periodistas cubanos han denunciado durante años la postura abiertamente restrictiva de las fuentes instituciones para brindar información. Esa situación tiende a convertirse en una lectura que perjudica también la imagen de la propia Revolución, al denotar falta de transparencia en la relación comunicional del Estado con sus ciudadanos.
Desde luego que prácticas comunicativas de esa índole no sólo empañan de hecho la transparencia de la Imagen Cuba, sino también la desdibujan desde la interpretación que lógicamente se infiere de ese acontecer, del contexto que le da origen.
El secretismo oficial y burocrático, lejos de proteger supuestamente a la Revolución, le es profundamente dañina a su representación y proyección simbólica, lo que repercute en la construcción del imaginario, no solo porque esconde “oficialmente” muchas veces el origen de deficiencias que están a la vista de los de adentro y los de afuera, sino también porque el enemigo se sirve de esas falencias para desacreditarla, aún cuando también ha dado muestras suficientes de no necesitar de la información oficial para armar y desatar sus campañas mediáticas contra Cuba.
En tal sentido, mientras más información se brinde, menos espacios habrá para el mal entendido, el rumor, la especulación, la distorsión y la manipulación. No se trata de desvestirse ingenuamente ante quien desea desaparecernos del mapa desde hace más de medio siglo.
Lo justo y significativo en esa dirección es acabar de otorgarle a la información que corresponda el carácter de bien público, lo que conlleva a la obligación de brindarla oportuna y cabalmente por quien la maneja, pues el acceso a ella en la contemporaneidad es un derecho humano básico porque es el fundamento de la transparencia y del ejercicio de la democracia participativa que proclama y es bandera de nuestro proceso revolucionario.
La Unión de Periodistas de Cuba, como parte esencial del engranaje comunicativo del país, en su último congreso planteó como una de sus tareas principales la necesidad de elevar la profesionalidad de sus afilados a partir de un enfoque que tenga en cuenta los múltiples factores que influyen negativamente en el cumplimiento del encargo social de la prensa.
Otro aspecto a tener en consideración en la relación Prensa-Imagen Cuba tiene que ver en la necesidad de visibilizar el intenso diálogo social que acontece desde cada rincón del archipiélago con sus múltiples rostros, colores, sabores y preferencias que nos despojan felizmente del uniforme al que nunca la población se ha sometido ni por imposición interna y mucho menos por diseño mediático del enemigo. Esconderlo o fragmentarlo conduce a negar, por un lado, la esencia democrática de la Revolución y, por el otro, desdibujar distingos de nuestra idiosincrasia como ser expresivos, sinceros, valientes.
En esa misma dimensión, la narrativa de nuestra realidad, dada su riqueza expresiva, para ser verosímil, debe apartarse cada vez más de la jerga burocrática, del almidón retórico, de la parálisis imaginativa.
La Imagen Cuba deberá ser la expresión de la comunicación para el cambio, es decir, consustancial al profundo proceso de transformación socialista que el país lleva a cabo. En tal sentido, su credibilidad se fundamentará en la misma medida en que se expongan con claridad los fundamentos y presupuestos de las innovaciones emprendidas, la manera de logarlas, mostrarlas en su desarrollo, en su devenir, con virtudes e imperfecciones.
Es por ello que esa representación simbólica de la Marca País indefectiblemente debe tener su correlato cotidiano en una prensa que haya superado las limitaciones y distorsiones provenientes de políticas informativas que no se corresponden con los nuevos tiempos.
En esta mirada a la Imagen Cuba y al papel de nuestra prensa en su visibilidad sobresale, como conclusión, la necesidad de darnos, de forjar una cultura de la comunicación y vertebrar un sistema comunicativo eficiente como le corresponde a nuestro sistema social.
Tomado de Revista Temas, Número 77, enero-marzo de 2014.
Notas:
(1) Luis Ramiro Beltrán, “Comunicación para el desarrollo en Latinoamérica. Una evaluación sucinta al cabo de cuarenta años”, Red de Cátedras de Comunicación de UNESCO, (Orbicom), 2002.
(2) Pierre Bourdieu, “Language and symbolic power”, Cambridge, Editorial Polity Press, 1991.
(3) Update to to Congress on National Framework for Strategic Communication, President Response to NDAA 1055 of 2009, p. 1.
(4) Ignacio Ramonet, “Propaganda silenciosa. Masas, televisión y cine”, Fondo Editorial del ALBA, La Habana, 2006, p. 30.
(5) Denis McQuail, “Introducción a la Teoría de la Comunicación de Masas”, Ed. Paidós, Barcelona, 2000, p.124.
(6) John B. Thompson, “Los media y la modernidad, Una teoría de los medios de comunicación”, Editorial Paidós, Barcelona,1998, p. 34.
(7) Henri Charriere, “Papillon”, Editorial RBA, Barcelona, 2011. La novela vio la luz en 1969 y en 1973 fue llevada al cine por Franklin J. Schaffner, con Steve McQueen como protagonista y Dustin Hoffman como actor secundario.
(8) Ver: José R. Vidal. “Comunicación y cambio”. En: www.ipscuba.net, 21 octubre, 2011
(9) Objetivo No. 69. Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital con profesionalidad y apego a las características de cada uno, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial.
Objetivo No. 70. Lograr que los medios de comunicación masiva informen de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la política del Partido sobre el desarrollo de la obra de la evolución, los problemas, dificultades, insuficiencias y adversidades que debemos enfrentar; supriman los vacíos informativos y las manifestaciones del secretismo, y tengan en cuenta las necesidades e intereses de la población.
Objetivo No. 71. Garantizar que los medios de comunicación masiva se apoyen en criterios y estudios científicos, sean una plataforma eficaz de expresión para la cultura y el debate y ofrezcan caminos al conocimiento, al análisis y al ejercicio permanente de la opinión. Exigir de la prensa y las fuentes de información el cumplimiento de sus respectivas responsabilidades, a fin de asegurar el desarrollo de un periodismo más noticioso, objetivo y de investigación.
Objetivos de trabajo del Partido Comunista de Cuba aprobados por la Primera Conferencia Nacional. En: http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/1ra-conferencia-pcc/objetivos.html
(10) y (11) Díaz-Canel, Miguel (discurso), Enfoque, La Habana, Edición Extraordinaria, agosto 2013, p. 5.
(12) Julio García Luis, “Revolución, socialismo, periodismo”. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2013, p.194.
(13) El objetivo 52 de la Primera Conferencia Nacional del PCC se expresa:
Aprovechar las ventajas de las tecnologías de la información y las comunicaciones, como herramientas para el desarrollo del conocimiento, la economía y la actividad política e ideológica; exponer la imagen de Cuba y su verdad, así como combatir las acciones de subversión contra nuestro país.