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EL MISTERIO HUMANO DEL LENGUAJE

EL MISTERIO HUMANO DEL LENGUAJE

El hombre es el único animal que puede hablar. En términos más generales: es el único que puede utilizar símbolos (palabras, representaciones pictóricas, grafismos, números y otros). Sólo él puede superar el abismo que se abre entre persona y persona, transmitiendo pensamientos, sentimientos, deseos, actitudes y supersticiones de su propia cultura: es el único animal que puede verdaderamente comprender y desinterpretar algo.  En esta habilidad esencial reposa todo lo que denominamos  civilización. Sin ella, el pensamiento, inclusive el autoconocimiento, es imposible (Max Black).

Lic. ORQUÍDEA HERNÁNDEZ FRANCO,
profesora de la Universidad Bolivariana
de Venezuela, Sede Falcón (Punto Fijo).

El Diccionario de la Real Academia Española, en su Vigésima Segunda Edición, señala que Onomatopeya es “Imitación o recreación del sonido de algo en el vocablo que se forma para significarlo”. Este término viene del griego onomatopoeia, el cual está formado así: “onoma” que significa sonido, palabra; y “poeio”, cuyo significado es crear. 

Según la traducción de la obra Instituciones Oratorias de Marcus Fabius Quintiliano, hecha por Ignacio Rodríguez y Pedro Sandier, padres de las Escuelas Pías argentinas en 1916, en su Libro VIII dice: “La Onomatopeya, esto es, ficción de un nombre, tenida por los griegos por una de las mayores virtudes, apenas se nos permite a nosotros”.

“A los griegos como dije en mi primer libro, les es más permitido el fingir vocablos que son acomodados a explicar los sonidos y afectos, usando de la misma libertad con que los antiguos aplicaron los términos a la naturaleza de las cosas”. (Capítulo VI. De los tropos.)

Este es el marco histórico que da origen a la Teoría de la Onomatopéyica, teoría ésta que también se conoce como “Bow bow”. Indica este enfoque que desde tiempos remotos el ser humano tomó los sonidos de la naturaleza y los gritos de los animales para designar los sucesos y cosas en su entorno, y convertirlos en palabras.   

En el transcurso del tiempo, estos sonidos y signos se fueron concatenando y formaron frases y palabras, lo cual permitió que el ser humano fuese asimilando una forma de conciencia. Esta conciencia dio como resultado un flujo de pensamientos en forma de palabras, que comienza a guiarlo y, al tener la capacidad de compartir esa conciencia, lo convierte en un ser único y privilegiado por la naturaleza. Esta teoría dominó durante muchos siglos.

A esta teoría se contrapone con mucha fuerza el lingüista norteamericano Edward Vajda, actualmente profesor de la Western Washington University, al considerarla “ridícula” y manifiesta lo siguiente: “Es que la imitación onomatopeya (el sonido de la iconicidad, auditiva) es una parte muy limitada del vocabulario de cualquier idioma, los sonidos de imitación difieren de un idioma a otro: Ruso:-ba bakh = bang, BUKH = ruido sordo. Aunque la onomatopoeia siempre fue la primera docena más o menos palabras, entonces ¿de dónde los nombres de los miles de conceptos, naturalmente, sin ruido, como el rock, sol, cielo o el amor?

Max Black, (1909-1988) discípulo de Bertrand Russell, filósofo, matemático, músico y figura importante de la Filosofía Analítica, dice: “El hombre es el único animal que puede utilizar símbolos”. Para Black estos símbolos se manifiestan a través de palabras, representaciones pictóricas, grafismos, números, entre otros. Da cuenta de estas expresiones el arte rupestre, donde se da lugar a espacios comunicativos de forma primitiva. Pero ya para ese entonces, el hombre expresa su interioridad y la necesidad de plasmar su pensamiento a través de estas formas de comunicación.

Este bullir de ideas puede entenderse como una toma de conciencia del hombre primitivo, que comienza a recrear y describir su visión de su entorno, la cual parece ser una constante en los diferentes grupos humanos.

También entra en escena la Teoría Divina, que sostiene que el lenguaje le fue dado al hombre en el mismo momento de su creación. Así lo explica el tratado católico Sagrada Biblia, versión castellana del Ilustrísimo Sr. Félix Torres Amat, 1958, en su Capítulo XI:

“No tenía entonces la tierra más que un solo lenguaje y unos mismos vocablos” (...)

Y dijeron: “Vamos a edificar una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo, y hagamos célebre nuestro nombre antes de esparcirnos  por toda la faz de la tierra.

“Y descendió el Señor a ver la ciudad y la torre, que edificaban los hijos de Adán”.

Y dijo: “He aquí, el pueblo es uno sólo y todos tienen un mismo lenguaje; y han empezado esta fábrica, ni desistirán de sus ideas, hasta llevarlas a cabo.

“Ea, pues, descendamos y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro”.

“Y de esta suerte los esparció el Señor desde aquel lugar por todas las tierras, y cesaron de edificar la ciudad.

“De donde se le dio a esta el nombre de Babel o Confusión, porque allí fue confundido el lenguaje de toda la tierra”.

Esta teoría del Génesis plantea que al principio existía un solo sistema de signos que desaparece porque Dios castiga la soberbia y la ambición de los babilonios con la confusión de lenguas, por la pretensión de estos de construir una edificación que llegara al cielo (Torre de Babel).

José Manuel Briceño Guerrero, filólogo y filósofo venezolano, Premio Nacional de Ensayo en 1981 y posteriormente, Premio Nacional de Literatura 1996, ambos en Venezuela, dice: “Preguntar por el origen del lenguaje significa intentar un salto sobre la propia sombra, querer transgredir el “círculo no se pasa” del conocimiento humano. Sin embargo, es propio del hombre emprender imposibles”.  Refleja aquí el pensador lo difícil de dar una explicación que sea absolutamente coherente, así como científica y/o mítica.

Briceño Guerrero en su obra El Origen del Lenguaje, también hace referencia a la exploración mitológica del lenguaje, y así lo hace ver en la siguiente leyenda de los indígenas Maquiritare, también llamados Yekuana, pueblo indígena de la familia Caribe, ubicado en las márgenes del río Orinoco, en Venezuela: “En aquella época Uanádi, hijo del Sol y máximo héroe cultural, tenía la intención de crear los hombres para poblar la Tierra, en donde tan sólo vivían entonces los animales. Hizo a tal objeto una esfera milagrosa, hecha de piedra, la cual estaba repleta de gente diminuta todavía no nacida; desde dentro se oían sus gritos, sus conversaciones, sus cantos y sus bailes. Esta bola maravillosa se llamaba Fehánna”.
 
Manifiesta Briceño Guerrero: “En esta leyenda se reconoce la esfera de lo humano, completa en sí misma –la Fehánna es la más perfecta de las formas geométricas; pero reconoce al mismo tiempo su limitación y la posibilidad de trascender. El lenguaje, como el grito, la canción y el baile, es consubstancial con la condición humana y el todo se encuentra incluido en un todo mayor que lo trasciende.

Eduardo Punset, político, escritor, economista y divulgador científico español, se refiere al origen del lenguaje en una forma muy jocosa, cuando dice: “Antes de que saliera el lenguaje lo primero que hubo fue un entendimiento a nivel de grupo, a nivel de estamento social, estaban de acuerdo a una serie de compromisos”. "El lenguaje nace cuando la sociedad de homínidos ya tenía una estructura de compromisos entre sí, se habían puesto de acuerdo en una serie de cosas, oye a lo mejor hasta respetar una bandera... ¡vaya uno a saber!”.

Este multipremiado intelectual se refiere a esa capacidad del ser humano en primero organizar sus pensamientos para luego comenzar a hablar; es decir, no es el lenguaje una manifestación espontánea, es el producto de una reflexión, que lo llevaría a desarrollar una conciencia individual y tribal.

Para el historiador y periodista venezolano y Premio Iberoamericano de Periodismo, Carlos Alarico Gómez, las anteriores teorías que pudieran ser complementarias y no excluyentes, dice: “Pudieran ser ciertas. Tal vez el hombre usó sonidos, gestos y exclamaciones para comunicarse, ya que está dotado de un aparato fonador-auditor complejo, que lo capacita para la percepción e internalización de los mensajes, en un proceso continuo de aprendizaje”.

En todo caso, lo maravilloso del lenguaje y su evolución es la forma como posteriormente se asume el acto de la comunicación, considerado por Antonio Pasquali, Doctor en Filosofía e investigador de la Comunicación, cuando dice: “Por relación comunicacional entendemos aquella que produce (y supone a la vez) una interacción biunívoca del tipo del con-saber, lo cual sólo es posible cuando entre los dos polos de la estructura relacional (Transmisor-Receptor) rige una ley de bivalencia: Todo transmisor puede ser receptor, todo receptor puede ser transmisor”.

Este investigador plantea lo que él considera la verdadera comunicación, cuando existe un emisor que envía un mensaje al receptor y este puede -sin mediar objeto alguno- decodificar el mensaje y responderlo. Vale reflexionar en este punto lo siguiente: Pasquali considera que no debe mediar objeto alguno para que exista la verdadera comunicación, entonces surge la siguiente reflexión: Si decimos que comunicación es una relación simétrica sin que medie ningún objeto, entonces, ¿cómo podríamos definir a los medios de prensa en sus diferentes modalidades, cómo medios de comunicación, información o difusión? 

Pasquali se refiere a la comunicación de esta manera: “Sólo hay verdadera comunicación en caso de auténtica acción recíproca entre agente y paciente, en que cada interlocutor habla y es escuchado, recibe y emite en condiciones de igualdad” (dialéctica del “diálogo”). Debe comprenderse con toda claridad que por razones técnicas y de uso político-económico, muchos ‘medios de comunicación’ modernos impiden de hecho una auténtica ‘acción recíproca entre agente y paciente’ ”.

Sostiene, además, que relación de comunicación sólo es aquella que –prescindiendo del medio o aparato empleado para facilitarla- comporta el uso de canales naturales en las fases extremas de envío-recepción, un proceso de elaboración y comprensión mental del mensaje enviado-recibido, la producción de efectos de convivencia, y una situación de auténtica acción recíproca entre agente y paciente.

Señala también Pasquali que como “información debe entenderse todo proceso de envío unidireccional o bidireccional de información-orden a receptores predispuestos para una decodificación-interpretación excluyente, y para desencadenar respuestas preprogramadas”.

Y añade: “Muchos mensajes (piénsese por ejemplo en la enorme masa de información publicitaria), niegan de raíz el diálogo y la comunicación: tienden a ser informaciones-orden para perceptores precondicionados, destinados a desencadenar respuestas de tipo consumista, que sólo benefician al emisor, a sus mandantes o a los “programadores” de la llamada “comunicación social”. 

Ahora bien, en cuanto al término difusión, el filósofo venezolano dice que es “el envío de mensajes elaborados en códigos o lenguajes universalmente comprensibles, a la totalidad del universo perceptor disponible en una unidad geográfica, socio-política, cultural, etc.”

Considero que el término comunicación utilizado para adjetivar a los medios de prensa masivos, no es el término más idóneo para definirlos, por no darse una relación comunitaria humana, al ser la comunicación una condición inherente a las personas y no del objeto. Tampoco el término información concuerda generosamente con la comunicación, al necesitar este una motivación preconcebida que busque respuestas condicionadas y predecibles.

Puede tomarse de Herbert Blumer, sociólogo de la Escuela de Chicago, su teoría del Interaccionismo Simbólico cuando propone explicar la interacción en el individuo y en los grupos, al construirse ésta desde un aspecto histórico. Este enfoque da mayor importancia a la interacción interpersonal, no intuitiva. Y aquí concuerda con Edward Sapir cuando éste último dice: “El lenguaje es un método puramente humano, no intuitivo, de comunicar ideas”.

Es de considerar entonces que los diferentes lenguajes nacieron, evolucionaron y circundaron todo el planeta Tierra, convirtiéndose en un gran abanico de cosmovisiones que muestran las diferentes culturas, pensamientos, historias locales, avances científicos, tecnológicos, las artes en sus diferentes manifestaciones y en una riquísima iconografía desde lo mágico religioso, que habla de la dimensión espiritual de un ser “hacedor de cultura” como hecho netamente suyo, que hace posible el encuentro consigo mismo y con sus semejantes.

Algunos de estos lenguajes se fortalecieron y han logrado imponerse sobre otros. El lingüista David Crystal, académico de la Universidad de Bangor, Gales, refiere que actualmente en el mundo existen aproximadamente unos 6 500 lenguajes (tomándolos como lenguas), que de no tomar acciones inmediatas desaparecerán al menos tres mil de ellos de la faz del planeta en los próximos cien años, lo que se traduce en la pérdida de la mitad de la herencia lingüística de la humanidad y con ella, parte de la historia y de la cultura de la misma.

Puede inferirse de la afirmación de Crystal que si muere una lengua, se pierde con ella una visión del mundo junto con largas épocas del pasado. Una clara indicación de que el lenguaje va unido a la vida. Según Crystal, se cree que actualmente hay entre 50 y 60 lenguas en el mundo de las que tan solo queda un hablante. Y una vez que esa persona muera, si no queda nada escrito, será como si esa cultura nunca hubiera existido y nunca se sabrá su visión del mundo ni su concepto del ser humano. “Se cree que el idioma muere cuando muere la penúltima persona que lo habla, porque el último no tiene con quien hablarlo”.

Se comprende entonces que el ser humano es el único que puede generar lenguaje y transmitirlo a sus congéneres para intercambiar subjetividades que se traducirán en relaciones productivas en su entorno. Es quien puede codificar y decodificar de acuerdo a las convenciones generadas en su cultura, lo que le convierte en el gran generador de órdenes civilizatorios. 

A esto se refiere Lev Vigotsky cuando dice que el desarrollo de los humanos únicamente puede ser explicado en términos de interacción social: “…interiorizar el lenguaje como instrumento cultural que no nos pertenece, sino que pertenece al grupo humano en el cual nacemos”. 

Palabras más, palabras menos, Von Humboldt coincide con esta declaración de Vigotsky cuando refiere que la lengua conforma el pensamiento y expresa perfectamente el espíritu nacional de un pueblo, su ideología, su forma de ser y su visión del mundo.

¿Qué nos indica este brevísimo recorrido por la creación del lenguaje, y cómo lo enmarcamos dentro del Periodismo necesario en momentos trascendentales para Venezuela?

Indica que el comunicador siempre debe responder a los intereses de su cultura, de su entorno; debe ser consecuente con la causa de su propio pueblo. Que su acción profesional debe manifestarse en un periodismo sano, inteligente y honesto, como fundamento hacia la evolución a estadios superiores, al intercambiar propósitos que lo conduzcan a un orden civilizatorio más avanzado, creando conciencia social, arte, espiritualidad, ciencia, tecnología y cohesión social en un entorno axiológico.

Para finalizar, dejo un pensamiento que puede aplicarse en el periodismo que queremos, en momentos en que, con ansias, buscamos la honestidad en el periodismo venezolano:
 

“Un sociólogo norteamericano dijo hace más
de treinta años que la propaganda era una
formidable vendedora de sueños, pero resulta
que yo no quiero que me vendan sueños ajenos,
sino sencillamente que se cumplan los míos”.
Mario Benedetti.

BIBLIOGRAFÍA:

BRICEÑO G., José M.: El Origen del Lenguaje. Caracas, Monte Ávila, 1970.

GÓMEZ, Carlos: Lenguaje y Comunicación. Editorial Panapo. 2004.

HURTADO, I. y Josefina Toro: PARADIGMAS Y MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN TIEMPOS DE CAMBIO. Episteme Consultores Asociados, 3era. Edición. Caracas.1999.

PASQUALI, Antonio: COMPRENDER LA COMUNICACIÓN. Monte Ávila Latinoamericana,  1978.

PASQUALI, Antonio: COMUNICACIÓN Y CULTURA DE MASAS. Monte Ávila Latinoamericana, 1990.

TORRES AMAD, Félix: SAGRADA BIBLIA. Editorial Grolier Incorporated. Nueva York. 1957.
http://antropogogia.zoomblog.com/

archivo/2009/03/31/teoria-sociohis-torica-de-Lev-vigotsky.html
http://buscon.rae.es/draeI
http://vereda.saber.ula.ve/jonuelbrigue/origen-lenguaje.pdf
www.altillo.com/examenes/uba/psicologia/psicosoc
www.cervantesvirtual.com/servlet/sirveobras.

Instituciones Oratorias. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.  10-03-2010.

www.proverbia.net › Pensamiento y razón › Sueños.

www.youtube.com. Reflexiones de Eduard Punset: "Así aprendimos a hablar"

PEDRO PABLO RODRÍGUEZ: UN SUPEROBJETIVO DE MARTÍ ERA LA UNIDAD LATINOAMERICANA

PEDRO PABLO RODRÍGUEZ: UN SUPEROBJETIVO DE MARTÍ ERA LA UNIDAD LATINOAMERICANA

MSc. RANDY SABORIT MORA,
Periodista de Prensa Latina y
Profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
 

Para José Martí uno de los superobjetivos de su labor editorial era convocar -a través de sus textos- a la unidad latinoamericana, aseveró el aguzado investigador Pedro Pablo Rodríguez, Premio de Ciencias Sociales 2009 en Cuba.

“No he hecho un conteo, pero es asombrosa la cantidad de artículos de opinión donde Martí llama a la unidad latinoamericana”, señaló Rodríguez, referido al Martí director de La América en 1884, donde definió, avisó y puso en guardia a la clase letrada hispanoamericana sobre las intenciones de Estados Unidos con la región al sur del río Bravo, en México.          

Para el también Premio de Historia 2010, el Apóstol a través de aquella publicación se dirigió a los políticos, militares y la propia burguesía en formación entonces para decirles que el norteño país ofrecía comercio a Hispanoamérica, pero advirtió de lo necesario de comprender que esa relación mercantil debía establecerse bajo los intereses de los latinos.

En La América, acotó el investigador titular del Centro de Estudios Martianos, el escritor analizó el Tratado de Reciprocidad Comercial entre México y Estados Unidos y lo condenó basado en un principio muy contemporáneo de teoría económica: no puede hablarse de reciprocidad entre dos economías absolutamente asimétricas.

Referido a las publicaciones dirigidas por el agudo periodista (Revista Venezolana, La América, La Edad de Oro y Patria), el doctor en Ciencias Históricas afirmó que estaba desarrollando una estrategia como político desde el punto de vista editorial con la misión de hacer conscientes al público.

Con relación al periodismo martiano, el director de la Edición Crítica de las obras completas del prócer, afirmó que para él esa profesión y oficio tenía un carácter formador, un fuerte sentido ético, lo cual es apreciable en todos sus textos.

“El estilo aforístico y el uso de la imagen son características esenciales no sólo de su estilo como escritor, sino de su forma de pensar, Martí pensaba por imágenes con aforismos que es la manera de sintetizar su juicio ético”, puntualizó.

Sobre la Revista Venezolana (Caracas, julio 1881), Rodríguez comentó que al leer los dos números se nota que su director promovió el pensamiento, la literatura, el intercambio de ideas.

Al respecto, comparó que La América (Nueva York, 1884) también tenía ese carácter de algún modo, pero expuso que por ser de anuncios estaba obligada a buscar un público más amplio que el de la Revista Venezolana porque aquella era para las clases ilustradas y también para la gente de negocios.

Desde que Martí llegó a Caracas, a finales de enero de 1881, y quizás ya lo estaba apuntando desde antes en su estancia en Guatemala (1877-1878), tenía un concepto de que se estaba abriendo una época nueva en el mundo, consideró.

“El Maestro está claro de que no había un estado social aún definitivo y eso es para él algo aprovechable, algo positivo en tanto y en cuanto le permitía a los pueblos latinoamericanos buscar su camino para insertarse en esa modernidad desde su propia autoctonía y originalidad.          

“Le abrió espacio a estudios de la cultura popular, de lingüística y antropología, como el texto dedicado al Diccionario de vocablos indígenas. La Revista Venezolana logró ser mucho más amplia que la mayoría de las revistas literarias de la época. En sus páginas se evidencia la voluntad de Martí de no repetir el esquema de publicaciones para poetas y narradores”.

Al preguntarle sobre el principio del Maestro de adoctrinar sin parecerlo, esbozado en la contraportada de La Edad de Oro (julio-octubre de 1889), Rodríguez señaló que eso es básico en el buen periodismo y que Martí lo aplicó en toda su obra periodística.

“Se dio cuenta de que con más razón tenía que hacerlo con este público porque una publicación dirigida a los niños no opera exactamente con los mismos mecanismos mentales y culturales de un adulto.    

“Este es uno de los ejemplos más notables de la eficacia del periodismo martiano porque La Edad de Oro se ha convertido en un clásico de la literatura infantil al extremo de que para las generaciones siguientes ya no la leen como una revista, sino como un libro.

“El buen texto para niños, de alguna manera tiene que atrapar al adulto y si lo logra es una muestra más de su capacidad, calidad y eficacia desde el punto de vista literario”.

A Patria (marzo 1892-mayo 1895),  el estudioso lo calificó como un semanario de opinión, de pelea política, de combate: “Fue un periódico para formar conciencias y con una clarísima y orientada función ideológica, por tanto, ahí estaba el artículo de fondo o el editorial junto con la nota informativa en función del problema central que justificaba Patria: la independencia de Cuba”.

Respecto a la sección En Casa , publicada en Patria, manifestó que era del costumbrismo neoyorquino, que combinaba lo social y patriótico: “Es la crónica social del patriotismo de los emigrados de Nueva York y de otras partes de Estados Unidos”.

Esa columna encajaba perfectamente con los propósitos generales independentistas de la publicación y a la vez mostraba la riqueza de aquel editor-director que fue Martí, opinó. 

Sabía que era imprescindible, sostuvo, captar la atención de los lectores con el artículo de fondo o el trabajo analítico, y también con la crónica de la vida social de la emigración, que incluía la labor de los Clubes miembros del Partido Revolucionario Cubano.

A su juicio, en el poeta lo literario era esencial: “No es posible separar lo periodístico de lo literario en él. Era evidente en aquel periodista la renovación literaria en el lenguaje, en la expresión, en las ideas, en el manejo de las metáforas. Sus capacidades narrativas y descriptivas se dan a través de este ejercicio del periodismo, esa es su literatura”.

Como muestra de ese periodismo literario, ejemplificó con la sección En Casa: “Eran pequeñísimos relatos tomados de la vida real de esa emigración patriótica, pero donde Martí manejaba con una eficacia tremenda la narración. Entonces: ¿cuánto había de verdad y de ficticio? ¿Hasta dónde entraba su capacidad recreativa de la ficción?”

“Con En Casa se propuso convencer al lector de la necesidad de independencia de Cuba y del papel de Cuba independiente por la vía de los sentimientos, los ánimos y la pasión. Apeló a los afectos junto a lo intelectivo y lo racional”, sintetizó el también periodista Pedro Pablo Rodríguez, quien confesó que le habría gustado redactar una sección como aquella.

 

APUESTAS POR MICROUTOPÍAS: CAMINOS Y DERROTEROS EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

APUESTAS POR MICROUTOPÍAS: CAMINOS Y DERROTEROS EN LA SOCIEDAD DEL CONOCIMIENTO

Dra. MARIBEL ACOSTA DAMAS,
Jefa de Departamento-Carrera de Periodismo,
Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

El filósofo español Francisco Jarauta, catedrático de la Universidad de Murcia, integrante del grupo Tánger junto a personalidades como Sami Nair e Ignacio Ramonet, es una de las voces más autorizadas del pensamiento europeo. Con un largo recorrido en el análisis de los procesos globalizadores -incluido el lugar que ocupa la comunicación- tiene en su haber numerosos textos sobre las imbricaciones del arte, la cultura y la sociedad contemporánea. Constituye, además, un referente para el estudio de los fenómenos civilizatorios actuales desde América Latina,  por su cercanía a la región en importantes etapas de los estudios teóricos latinoamericanos.

-Usted participó junto a Jesús Martín Barbero

en la fundación de la Escuela de Comunicación

de la Universidad del Valle en Colombia. Me gustaría

rememorara esa etapa y su trascendencia hacia

los estudios de comunicación en Latinoamérica.

Aquellos años coinciden con mi llegada a la Universidad del Valle en Cali en el año 1974 y allí permanecí hasta 1978 cuando nuevamente regresé a Europa. Ese periodo fue probablemente uno de los más efervescentes y espléndidos dentro del debate político cultural en América Latina, con muchos frentes abiertos.

Estábamos muy próximos al mito de la Revolución Cubana -muy alto en aquel momento-, pero al mismo tiempo había otras grandes disponibilidades teóricas para hacer frente a procesos de renovación dentro de las instituciones universitarias. La Universidad del Valle, por otra parte, fue un centro creado dentro de lo que serían los esquemas de la universidad colombiana, con un plus de innovación.

Frente a la Universidad Nacional, y a las universidades, que entre Medellín y Barcelona eran casi hegemónicas, nace la Universidad del Valle, con gran apoyo de la Fundación Rockefeller para determinados programas, fundamentalmente educativos. Junto a ello había un gran programa en la Facultad de Educación, financiado por la Organización de Estados Americanos, la OEA, que atendía la formación de postgrados de personas que después iban a tener responsabilidades políticas en la gestiones de tipo educativo. Venían de todos los  países de América Latina y era un colectivo muy atractivo.

En ese momento Martín todavía no había llegado a la Universidad del Valle, trabajaba en Bogotá, ya tenía un prestigio como teórico de la comunicación y, a través de contactos en el segundo año de mi estancia  en la Facultad de Humanidades, llega él, se incorpora a nuestra área y comienza a diseñarse, en el transcurso de más de un año, el proyecto de la nueva Facultad de Comunicación.

El área de comunicación y lenguaje sufrió en los años 70 un impacto fortísimo en el campo de los nuevos discursos, que procedían fundamentalmente de la cultura francesa y luego trascendieron a la teoría de la comunicación. La semiótica sirvió de matriz general y a partir de ahí comenzaron a domiciliarse una serie de dispositivos teóricos y críticos que relevaron totalmente el discurso de la comunicación. Por otra parte, en un contexto más global- aunque los términos de globalización fueran muy posteriormente utilizados- ya el discurso político sobre la comunicación era emergente. Se daban dos direcciones diferentes, una que podría llamarse la específicamente técnica, que consistía en apropiarse de los instrumentos semióticos para el análisis del discurso, comunicación, publicitario o lo que fuere, y otro aspecto político de la comunicación, que era desde los trabajos del Sur, chilenos y argentinos esencialmente, referencias que progresivamente se irían incorporando.

Era muy interesante el estudio de los años 70 para ver cómo en ámbitos latinoamericanos se daban las manos, se cruzan los dos caminos: el de la renovación del discurso técnico, analítico, semiótico y, la incorporación de los elementos políticos. Una persona clave que precedió a Martín Barbero y con prestigio enorme, es Eliseo Verón, quien genera un modelo de lectura que tiene una legitimación muy alta en los aspectos prácticos de Latinoamérica, fue en ese momento el único intelectual latinoamericano que llega a tener cierto reconocimiento europeo.

En ese contexto local y global se genera el debate sobre crear una nueva Facultad de Comunicación asociada a la Escuela de Humanidades, partiendo del profesorado que tenía esta; y el proyecto se va dibujando con la coordinación de Jesús Martín Barbero, quien se traslada con su familia a Cali y comienza a concebirse un proyecto donde hay que tener en cuenta por le menos tres variables: Uno, se inscribe en el proyecto académico de la ciencias humanas o ciencias sociales, según se hable. En segundo lugar, tiene que ser moderno al plantear los problemas de la comunicación y, tercero, tiene que organizar un modelo académico que ofrezca al estudiante una formación rigurosa pero interdisciplinar. No se iría solamente a tratar tales problemas, si no que había que tener una formación excelente desde la antropología y la economía política, para estar  bien preparados para hacer frente a sus problemas.

En aquel momento el modelo adolece -en los primeros dos años yo atendía la formación teórica- de implementación práctica, laboratorios, pero sé que eso se produjo más tarde.

-¿A su modo de ver esta semilla qué impacto

tendría en el desarrollo de los estudios teóricos de

comunicación en la América Latina de los 80?

No fue tan afortunada esa época. Los 70 reunieron una serie de condiciones muy especiales y, los trastornos políticos, las dictaduras, la congelación de los procesos de cultura democrática, no permitieron que los grandes proyectos que nacieron entre los 60 y los 70 tuvieran un desarrollo posterior, ni FLACSO, la gran madre de todos los proyectos en las ciencias sociales, incluida la arquitectura, cuyos propuestas fueron ejemplares en la implementación de posiciones teóricas importantes, ni aquellas otras que vinieron de la sección chilena, abortada y  donde todos sus miembros tuvieron que exiliarse. Y en los contextos que más de cerca conozco como Brasil, México y Colombia, prevaleció una línea de flotación relativamente modesta. No he seguido esa dirección últimamente, pero me los hubiera encontrado en el camino.

Los 80 para América Latina fue  una década triste desde el punto de vista del desarrollo teórico, con un debate político difícil, y con la emergencia posterior de los programas neoliberales, sobre todo en Chile, se normalizarían otro tipo de orientación académica en los campos de las ciencias sociales, muy al margen de las ideas de los años 60 y 70.

-¿Qué consideraciones le merecen las

investigaciones actuales de Néstor García

Canclini y de Jesús Martín Barbero?

Son dos nombres competentes e inteligentes que han ido evolucionando desde las ideas de los años 60 y 70. En la gran comunidad científica internacional el problema de la comunicación se plantea hoy desde perspectivas diferentes y al mismo tiempo mucho más abiertas y complejas.

Es a partir de los años 80 que se generalizan fenómenos a nivel cosmopolita de grandes innovaciones en los sistemas de comunicación, que atraviesan las fronteras, reglan la historia del planeta y eliminan distancias que prácticamente transforman el mundo. Es necesario entonces cambiar de perspectiva, que significa pensar que los problemas de la comunicación están sometidos a algo que le es previo,  la Sociedad de la Información; y en ese contexto las hipótesis de trabajo que entran son totalmente nuevas.

Una lectura de La era de la Información de Manuel Castells es sintomáticamente un tipo de obra que marca la frontera de los estudios. Ese Castells de los 90- excesivamente  funcionalista- se hace cargo del gran mapa de la cultura contemporánea, de las sociedades de la información y, pero posteriormente prestará más atención a ciertos elementos que son para él a priori políticos y que antes había descartado de su agenda de trabajo. Hoy sus investigaciones en la Universidad de California dirigidas a Comunication and Power, muestran que está queriendo subsanar ciertos límites que tenía su investigación anterior.

No he seguido todos los trabajos de Martín, a Canclini lo sigo más de cerca, pero sus propuestas se pueden situar más en diálogo con las complejidades nuevas que surgen. Los centros de poder se han desplazado, los referentes ya no son locales o regionales y estamos en el gran sistema de la comunicación o de la información que se modifica radicalmente. Una vez que introduces el tema de la Sociedad de la Información, todos los otros problemas deben resituarse.

-Usted sostiene que es necesario construir

hoy una nueva cartografía del mundo.

¿Desde qué coordenadas? ¿Cómo?

Lo he dicho, lo he escrito, lo sigo pensando. Uno de los trabajos más urgentes del pensamiento actual, en el que nos encontramos unos y otros, unas y otras, es justamente construir una nueva cartografía, un nuevo mapa del mundo, pues en primer lugar- desde mi punto de vista- nunca en un periodo tan corto como los últimos 30 años, las transformaciones del planeta han sido tan profundas y  aceleradas.

Cuando en los años 70 comienza a hablarse casi con obsesión de cómo será el año 2000, aparecen en el mundo institutos de prospectivas, por ejemplo, en Osaka y  Houston. Ellos tienen como objeto de sus investigaciones hacer el dibujo del año 2000 y cuando  por fin  llega, ninguno de aquellos informes se edita porque simplemente la realidad había superado la ficción. ¿Cómo es posible que en 1973 no se diga una sola palabra de la posibilidad de la computadora personal? Cuando aparece la palabra computadora está asociada a un proyecto del Departamento de Estado de Estados Unidos titulado Top Secret, es un secreto militar asociado a IBM como proceso de trabajo, donde no se dice tampoco una sola palabra del teléfono móvil.

El último trabajo de Castells sobre los comportamientos e implicaciones antropológicas del uso de la telefonía móvil, son espectaculares. Yo tomo unos 25 vuelos al mes y observo como cuándo uno termina el viaje, inmediatamente la gente abre su teléfono móvil, y veo los rostros de decepción total que aparecen al descubrir que en dos horas en que ha viajado nadie lo ha llamado. ¡Es insoportable esa soledad! ¡Ni siquiera un mensaje comercial! Hay rostros que casi exigen la piedad.

-¿Qué denota esto?

Los implícitos antropológicos al entrar en escena un medio como es el teléfono móvil cambian, todo nuestro comportamiento se adapta a la nueva comunicación, a las nuevas deudas que la comunicación implica, con una relación de dependencia absoluta. La correspondencia entre mundo exterior e interior, entre subjetividad y sistema, se adaptan a través de un perverso régimen que obliga a ser carne de obsesión, en un ritual devastador. Sin embargo, eso no se descubre en las previsiones de los años 70, no aparece siquiera la palabra Internet.

Los cambios han sido tan profundos, que es necesario situarse en un umbral del cual se pueda ver con cierta lucidez la agenda de lo que ha pasado y nos ubique en una perspectiva de futuro, de cuya instancia tenemos que hacer una mínima carta. La cartografía actual es deudora y tiene que remitirse a aspectos hondamente geopolíticos, hacerse cargo de cuál es el mapa político del mundo de hoy, pues han pasado 20 años desde la caída del Muro de Berlín.

Es una situación de emergencias sucesivas de altas velocidades que nos han convertido en observadores globales con una potentísima información. Caen ante nosotros cataratas de datos, depurados o no, muchísimo Spam, cae de todo, y nosotros estamos construyendo una especie de ente fatal que no tiene criterio de análisis. No hay disección, y en consecuencia lo que ocurre ante nosotros es una especie de zona viscosa que podemos llamar no identificada, que es nuestra imagen del mundo. Sobre esa zona hay que construir un mapa. Primero hay que construir los conceptos que permitan crearlo, instrumentalizar sistemas educativos que sean eficaces, que es lo único que nos va a permitir anticipar el futuro. Es una de las tareas actuales más urgentes: anticipar el futuro. Esta crisis generalizada del sistema mundial, no solamente el sistema capitalista, sino del sistema global, nos obliga precisamente a postular un trabajo cuyo objetivo principal sea exactamente responder a eso. ¿Cómo será el futuro?

-Refiriéndose a este mundo que usted ha

descrito, ¿dónde situar el pensamiento,

la cultura y la comunicación?

Los primeros años del Siglo XXI no han sido felices, han precipitado fuera de agenda pronósticos -que fueron considerados pesimistas- sobre la viabilidad de un modelo de crecimiento permanente que garantizaba un enriquecimiento cada vez más alto de las sociedades industriales, y en cuyo horizonte nunca aparecía el término crisis. Sin embargo, la realidad es que el sistema está profundamente agrietado e incapaz de subsanar sus propias heridas. El escenario actual resulta inquietante e inédito, pues no hay en la historia de la economía internacional situaciones paralelas, ni la crisis del 29, ni las crisis regionales como la del 92 para Europa. Esta crisis de hoy acumula una gran incertidumbre a la hora de identificar mejor cuáles podrían ser las soluciones para hacerle frente. Nadie sabe nada, en la administración norteamericana inversiones colosales del estado en las grandes empresas en quiebra, no garantizan la solución ni a mediano ni a corto plazo. ¿Hacia dónde vamos?

El futuro es realmente complicado al desestabilizarse el modelo con el que se ha operado en los últimos 30 años, y esta situación de reflujo altera los referentes de bienestar  de protección social conseguidos en países como los de Europa, fruto de las ideas, las luchas sociales y el pragmatismo político, y hoy pueden estallar. Nos encontramos en un momento de incertidumbre, sin identificación de los instrumentos y las mediaciones que nos permitirían hacer frente a la crisis y sin saber cómo será ese futuro.

Este escenario no es solo es complejo, sino global. Hoy todo hay que pensarlo globalmente, no podemos enrocarnos en un lugar protegido, hay que soportar la intemperie de la época y abrirnos a situaciones totalmente nuevas. Es cierto que ahí entran en juego todos los subsistemas como cultura y comunicación y, una y otra, que nunca son autónomas sino inscritas en ese global sistem, obligan a que la cultura se retire de los rituales del espectáculo y vuelva a ser más realistamente social, más cercana y en diálogo con ello. Me posiciono  frontalmente contra  las ideas de una cultura autónoma. Esta tiene que tener una profunda inscripción social, tiene que ser memoria, historia y al mismo tiempo creación e innovación,  tener un meridiano claro en que los anclajes de una y otra tensión se resuelvan.

-¿Y la comunicación?

La comunicación es un caso todavía más embarazoso porque en el gran proceso de tendencia a la homologación global que hemos podido observar en los últimos 20 años, los dos instrumentos más poderosos han sido, en primer lugar la comunicación mediática y en segundo lugar, el mercado. La homologación es el resultado de la efectividad de los procesos que se expresan de la homologación al mercado. ¿Pues, quién tiene el poder de los medios en este momento? Entonces la creación de la opinión pública internacional pasa fundamentalmente por sugerir una independencia con respecto a los medios. Soy de los que no abdican y por ello estoy convencido de que hay que reivindicar y crear la opinión pública. Por ejemplo, he viajado a Rusia sistemáticamente en los últimos tiempos y he observado aterrorizado que no existe opinión pública, pero al mismo tiempo tampoco hay demanda de ella. Los rusos hasta 1904 fueron sometidos a la férula del emperador, en una situación casi medieval, después llegó la Revolución pero el estalinismo eliminó todos los espacios de libertad de opinión; los rusos han querido tener siempre un buen padre- aunque les haya salido un padrastro tantas veces- y ahora hay graves problemas sociales.

Así pues, crear la opinión pública conlleva a modificar los sistemas de trabajo, dar voz a lo social, a la emergencia social, crear espacios para la democracia, la participación y, la comunicación.

-¿Hasta dónde han cuajado o no los

procesos socioculturales que venían

desde finales del  Siglo XX?

En los finales del Siglo XX tenemos que hacer algunas precisiones: Los años 80, caracterizados o titulados como los de la cultura posmoderna, representaron un laboratorio muy interesante desde el punto de vista del pensamiento, pusieron en escena instrumentos de lectura nuevos, dentro de la deconstrucción que permitió otra aproximación a los fenómenos de la cultura, que abrió el espacio a los Estudios Culturales, a los Estudios poscoloniales, con gran validez también en América Latina. Todos esos elementos que fueron acumulándose y plantearon problemas serios, en un momento determinado dejaron de ser eficaces porque  orientaron el trabajo hacia una estatización de la cultura, con el predominio de los valores estéticos y de la legitimación de los mundos individuales.

A finales de los años 80 se genera un giro ético muy importante de la cultura que produce un distanciamiento de los modelos anteriores y se replantea la importancia de lo social por encima de lo individual, la relevancia de lo colectivo ante lo subjetivo y, comienzan a expresarse una serie de lecturas que van abordando al mismo tiempo la reivindicación de las diferencias, lo genérico, la sexualidad, y  de otros referentes que han tenido a los años 90 como el espacio de la gran teatralización- en el sentido más interesante del concepto-  o sea, dramaturgias completas de elementos que han visibilizado la individualidad homosexual, los problemas de género, la violencia, el SIDA, todos grandes mares con sus propios sus ruidos y, ha habido un significativo esfuerzo por interpretarlos.

La diferencia y la identidad se han convertido en la pareja más perturbadora, en que no llegamos a saber si somos un 25 por ciento de identidad y un 75 por ciento de diferencia, nadie lo explica bien.  Somos  definitivamente y al mismo tiempo identidades transeúntes, nómadas, mestizas. En esa dirección fueron enormes los resultados que se acumularon en  los años 90 y en los primeros años del siglo XXI.

Creo que en este momento la situación es diferente, hay circunstancias que cambian la orientación. La crisis actual está generando un espacio nuevo y complejo, donde hay una jerarquía en los problemas, que resulta necesario pensarlos desde la totalidad y  la globalidad, donde aparecen en algunos grupos de trabajo ideas sobre- no digo el final del capitalismo- pero sí su crisis en términos eficaces. Nos encontramos ante un hecho tremendo, que es un déficit político, en un mundo complejo por definición y con unas instituciones políticas totalmente insuficientes para la gestión de ese mundo. El déficit, que califico de dramático, erosiona a las instituciones internacionales como la Organización de Naciones Unidas y a todas las demás y, esa usurpación del poder lleva a una situación preocupante donde no es fácil sustituirlas, dada la configuración del poder estratégico que se produce en el mundo. No sabría indicar en cuál dirección vamos a andar, pero sí confirmo que debemos pensar más desde lo global.

-¿Qué lugar ocupa el ser

humano en este escenario?

¡Pobre del ser humano! Su lugar puede plantearse en términos de paradoja: Ocupa el centro…

-¿Sin embargo…?

No lo ocupa. Siempre ha habido una ilusión mítica de la modernidad: El hombre como medida de las cosas. Sin embargo, hace tiempo que dejó de serlo. Hay algo inconmensurable y, los grandes filósofos modernos, de Kant a Marx, siempre hablaban de pensar en términos de humanidad, y  hay que tener un concepto fuerte de ella aunque luego cuando tomemos un café dialoguemos de nosotras o de nosotros. Pensar en representaciones de humanidad es la lectura, la elección de Marx en términos rotundos. Implica otra dialéctica en la perspectiva del pensamiento: Pensar cada instancia individual del mundo como microcosmos y cada microcosmos como demandas del mundo global. Tengo en mi clase 50 alumnas y alumnos y, cada una, cada uno son diferentes. ¿Pensamos  desde las diferencias radicales que comienzan por el nombre, o podemos sostener que al margen de ellas, del universo de cada quien, somos lo mismo? Somos seres humanos, ciudadanos, depende de por dónde comiences a pensar. Yo prefiero, cuando se aborda la temática personal, recordar una campanita que diga: Reconócete antes en la humanidad. Sin embargo, esto produce una gran fatiga porque ese concepto ha decepcionado mucho. Pero debemos entonces volver a construirlo, desde la complejidad, las derivas, desde esa especie de fuga permanente que se produce entre unos y otros.

-¿Entonces hoy ya no tendría

vigencia el concepto de utopía?

Ese es mi concepto preferido y, afirmo que nunca como hoy es más necesaria la recuperación de la idea de la utopía y de sus proyectos. Alguien ha dicho que nuestra época puede reconocerse como posutópica. No estoy de acuerdo. La utopía nace precisamente de la propia raíz de la experiencia humana, que siempre será insatisfecha y, por ello hay que postular ese lugar de los sueños y de los deseos, del proyecto político y del amor. Posiblemente ha habido épocas que han pensado la utopía en términos globales, como el comunismo. Siempre he dicho- para escándalo de más de uno- que es el concepto más avanzado, éticamente hablando, que ha construido la época moderna,  pero los resultados no se corresponden con lo podríamos haber soñado. Entonces hay que volver a empezar.

Pensar en grandes utopías es absolutamente difícil, yo soy partidario de apostar por microutopías, tener muchos frentes abiertos, realizar diariamente pequeñas utopías liberadoras, emancipatorias, que nos permitan poner en escena la verdad y el compromiso con ella, más que el compromiso con la belleza que es deudora de una restauración preocupante. Hay apostar por eso y crear las condiciones, tal vez en la utopía de la ciudad, o del barrio, del vecino, esa confraternización es meritoria. En cada una de las acciones nuestras ese proceso utópico  puede  inscribirse, con los añadidos negociables de la igualdad, la libertad, y de la creación de lo social.

-¿En la denominada por Manuel Castells

Sociedad en red, qué desafíos

tiene la humanidad?

Hemos entrado en un periodo en que la Sociedad de la Información y sus efectos estructurales, la sociedad en red, han alterado toda la geografía en la que nos habíamos situado en el planeta. Cada vez más el mundo es menos físico en una situación que afecta nuestro sistema de relaciones y  de pertenencia  a él. Todos estamos más cerca en una estructura en red,  se  afecta nuestro método de aprendizaje y, la ignorancia no está causada por la lejanía donde todo está más cerca. Estamos también en un tipo de relaciones geopolíticas distintas donde las fronteras han caído: Desde la computadora del hotel en La Habana hago el mismo trabajo que desde mi casa en Murcia, España. El mundo de la comunicación está operando potente delante de nosotros, asistiendo a todas las transformaciones del mundo actual. Resulta muy curiosa la valoración que se ha hecho de Barak Obama, es como si al tratar a Obama entráramos de nuevo en lo que Levy Strauss llamó el pensamiento mágico: No tenemos capacidad de… No somos inteligentes para…No tenemos salida…. Pero tenemos a Obama. ¿Qué quiere decir esto? Expresa que Obama no puede fallar, pero si sucede, muchas garantías y sueños que se han depositado en él se frustran, porque sin haberlo elegido la mayoría del planeta, hemos cambiado de lugar físico para empezar a actuar en una unidad virtual en la que las relaciones lo atraviesan todo, trazando permanentemente esa red virtual. Pero evidentemente no podemos eliminar el componente material de la existencia individual, uno es real, sin embargo, las soluciones, permanencias y resistencias deben ser pensadas de otra manera.

-¿Cómo se altera entonces

la comunicación de masas?

La comunicación de masas es el grandísimo salto que se ha producido en la segunda mitad del siglo XX. La homogeneización del mundo ha conllevado al concepto de masas, que es un concepto delicado, nacido en los años 20, pero al que luego sigue la masa anónima, silenciosa, de los que a las cinco de la tarde están sentados delante del televisor: Una sociedad de masas supeditada a una cultura de masas. En este paradigma lo que importa es si vas a un museo, no preguntarte qué haces en él, es impresionante el perfil de curiosidad del usurario del museo, del nuevo espectador. La cultura de masas y la sociedad de masas son correlativas y este es un fenómeno que transita a través de la comunicación, y este es el punto político importante, porque desde ella se produce la inducción de aquellos procesos que generan la homogeneización de las formas de la vida, estilos que terminan siendo comunes, no importa en qué lugar del planeta vivan los seres humanos. Y los estilos de vida son cada vez más próximos, y la comunicación es la maestra encargada de esa gran escuela. Un pensamiento crítico que intercepte, detenga y haga no fácil la homologación es un capítulo muy interesante del trabajo teórico.

-¿Es posible desde el escenario de la

Sociedad de la Información construir

una comunicación contrahegemónica?

Es posible y ya existe. Reconozco muchas redes de jóvenes que comparten tipos de comunicación ajenos a lo que podemos llamar el discurso hegemónico. Existen en Madrid, por ejemplo, redes extraordinariamente activas, que pueden calificarse por algunos de insignificantes, irrelevantes, no al nivel del proceso de homologación. ¿Por ello evaluarlas de anecdóticas? No, yo amo las intensidades, los lugares en los que se crea algo nuevo, sus emergencias. ¿Cómo se hace? Surgen por afinidades electivas, de pensamiento, de trabajo, y me emocionan. Crean no desde la pretensión del gran proyecto si no desde lo modesto, lo pequeño.

-¿Y cómo desde la comunicación institucional,

desde la televisión, desde los informativos

de televisión, incorporar y contaminarse

de este discurso contrahegemónico

que viene emergiendo?

Lo veo casi imposible. Personas cercanas a mí trabajan en Televisión española, excelentes profesionales, quienes han luchado duro por mantener o crear espacios con estos conceptos. Pero la resistencia del sistema es insuperable por la prevalencia de criterios de audiencia y de mercado. Sin embargo, no hay que esperar que la innovación se produzca en los medios institucionalizados, tengo una experiencia muy crítica al respecto.

-¿Esas experiencias que pueden nacer

de la comunicación comunitaria podrían llegar

a dinamizar a las grandes instituciones?

Podrían - a mi modo de ver- tener una relación en la doble dirección, en el sentido de convertirse en la sombra de la comunicación hegemónica y generar dinámicas autónomas, creando su propia red. Así el fenómeno adquiriría una relevancia social.

-¿Este análisis tiene el mismo valor hacia

la televisión pública que la privada?

La televisión privada -desde mi punto de vista- está supeditada a mayores hipotecas y en el caso de las cadenas privadas del estado español están sometidas a criterios fundamentalmente comerciales. En cambio, las redes comunitarias tienen una autonomía distinta y allí se producen fenómenos generacionales donde los que intervienen son jóvenes con un presencia distinta, con más libertad de opinión, que generan dinámicas diferentes.

-¿Qué nichos podrían encontrarse en América

Latina en la Sociedad de la Información, por sus

peculiaridades de búsqueda hoy de

modelos más participativos?

El sector informal ligado a los medios de comunicación en América Latina es muy alto y existen experiencias más ricas que las que se pueden encontrar en Europa. América Latina siempre ha tenido un margen mayor para ese tipo de emergencias ligadas a los medios y a su trabajo. ¿De qué manera fomentarlo? Es complejo, pero confirmo que este es un gran espacio abierto, que ustedes conocen mejor que yo. El reto está en descubrirlo y potenciarlo.

-Una  pregunta inevitable para un filósofo,

¿desde dónde se mira hoy, hacia dónde?

A mis alumnos, a quienes dedico la mejor parte de mi vida, les digo: Hay que atreverse a pensar históricamente, pero a su vez, tener una relación ética con el conocimiento para dotar al saber de una tensión que arroja hacia el futuro. Platón escribe en su testamento, que es la famosa Carta Séptima, que el objeto de la filosofía es salvar la polis. Cada época enuncia qué entiende por salvar, o qué interpreta por polis: Ciudad, sociedad, o comunidad, pero la tensión es construir las condiciones de esa liberación. Me he definido siempre como un escéptico apasionado, por eso soy utópico. Creo invariablemente en las posibilidades del sujeto humano.

 

PRENSA E IMAGEN CUBA. ANTE EL ESPEJO DE LA REALIDAD

PRENSA E IMAGEN CUBA. ANTE EL ESPEJO DE LA REALIDAD

Dr. ROGER RICARDO LUIS,
Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

No se equivoca quien piensa que la prensa es la imagen de la nación que representa en sus espacios cotidianamente. Pareciera un verdad de Perogrullo, pero detrás de esa suerte de retrato social hay un intenso proceso de transacciones  que, desde la intencionalidad, culmina en la construcción simbólica en que nos percibimos como ciudadanos.

De ahí que exista una relación entre Imagen País-Prensa, entendida esta última en sus expresiones impresa, audiovisual, radial y digital.

Cómo queremos que nos  vean  más allá de las fronteras  del archipiélago deviene irresistible aventura por lo cubano, lo que equivaldría a un debate sustancioso  porque, ante todo, se trata de un viaje a lo largo del  ejercicio siempre renovado  de nuestra identidad.

Cuba  desde la perspectiva de su empleo como Marca País, precisa tanto  de un abordaje contextual como de enfoques y ejes de análisis contemporáneos que sitúen al tema en la justa perspectiva de su  necesidad y de la responsabilidad de emplearla con eficacia para  mostrar al mundo el proceso de transformaciones económicas y sociales en que está inmersa la isla. Sin embargo, esa posibilidad se ve limitada por la política comunicacional  vigente, principalmente la relativa a la que gerencia la actividad periodística.

Luis Ramiro Beltrán define la política nacional de comunicación como “(…) el conjunto integrado, explícito y duradero de políticas parciales, organizadas en un conjunto coherente de principios de actuación y normas aplicables a los procesos o actividades de comunicación de un país (1)”.

En esa dirección, la Ley de Comunicación de Ecuador, impulsada por el gobierno de Rafael Correa desde la Revolución Ciudadana, está considerada entre las más avanzadas del mundo. Entre otros aspectos significativos, esa norma jurídica  orienta, por ejemplo, el empleo cabal y eficiente que debe hacerse del perfil identitario plurinacional.

En esencia, la Imagen Cuba ha de entenderse como un fenómeno cultural y, por tanto, simbólico cuya magnitud y alcance abarca un heterogéneo campo de actores, intereses y expectativas que las más de las veces se visibiliza de manera puntual e intermitente por algunas entidades  gubernamentales que quedan en el estrecho  abordaje de  campañas reactivas ante el accionar del poderoso adversario político, en unos casos, como en mera operación de marketing para vender una postal turística.

El tema suscita polémica  también en el plano periodístico que tributa a la Imagen Cuba porque hay insatisfacciones aún no resueltas originadas muchas veces por  políticas y/o decisiones ineficaces  que se expresan en silencios, omisiones, informaciones incompletas, inexactas, en reacciones tardías, chapucerías en un combate sin tregua que se verifica  minuto a minuto, como bien conocemos.

Globalización y diferencias

Más allá de las aguas que nos rodean, la Imagen País sigue adquiriendo relevancia para muchas naciones con la mira puesta en ofrecer el mejor de los rostros posibles al capital transnacional, principalmente de las llamadas naciones emergentes, bajo el mandato supremo de un mercado internacional cada vez más selvático.

En la misma medida que la globalización se ha querido imponer como  uniforme planetario, muchos procuran  diferenciarse o, al menos, proclamar que no son tan iguales los unos y los otros. Multimillonarios negocios se mueven detrás de esa promoción cuyas operaciones de marketing quedan, por lo general, en manos de las grandes empresas trasnacionales de relaciones públicas bajo el sello de “inversión a futuro”.

La Imagen País pretende dar cuenta de la diversidad, planteándose así que lo distinto es  indispensable como forma de convivencia en la aldea global.

Es un problema complejo en el que está en juego la percepción de cómo una nación, una sociedad en su conjunto quiere ser vista, fenómeno que, por demás, requiere de consenso y capacidad para manifestarlo. Se trata  también de la asociación de ideas que  de modo reflejo provoca de forma inmediata y reactiva la mención (frecuentemente estereotipada) del distingo de lo nacional en el ámbito foráneo y, de manera muy concreta, en la mente del receptor de otro país.

No puede obviarse el hecho  de que una Imagen País favorable es un prerrequisito, en el ámbito interno, para la gobernabilidad, y en el exterior, para la reputación.

Más allá del  marketing de cuya savia se nutre, la Marca País  es, ante todo,  territorio simbólico que pone de relieve el valor intangible del prestigio de una nación. Como señala el sociólogo francés Pierre Bourdeau: “Los símbolos constituyen elementos de integración por excelencia, cuya aceptación contribuye a generar consenso en torno  a una legitimidad de determinado orden sobre la base de valores, normas y principios morales socialmente compartidos” (2).

La Imagen País es, por tanto, comunicación y visibilidad del rostro nacional que se dibuja con los trazos precisos del ejercicio de la política, la economía, la cultura y  el quehacer social, como también de la huella de su historia e  identidad. De ahí que tenga significativa influencia en áreas tan sensibles como las relaciones internacionales en el más amplio sentido de la expresión y sea factor sustantivo en la comunicación de carácter estratégica que desarrolle cualquier nación.

En esa dirección existe convergencia entre los investigadores al identificar la Comunicación Estratégica como la política pública aprobada e implementada por la autoridad gubernamental con el interés de posesionar con primacía al país a partir del accionar proactivo y constante de mensajes con audiencias seleccionadas a través de diversos medios y canales. O, más claramente, la que asume el gobierno de Estados Unidos, desde la mirada de la diplomacia pública, al definirla como  (…) la sincronización de nuestras palabras y acciones y cómo estas van a ser percibidas por los otros, así como programas y actividades deliberadamente dirigidos a comunicarse y atraer las audiencias planificadas, incluyendo aquellas actividades y programas llevados a cabo por las oficinas de asuntos generales, diplomacia pública y profesionales de operaciones de información” (3).

Tanto la Imagen País y la Comunicación Estratégica tienen sólido asidero en el ámbito de la Comunicación Política desde la representación de su creciente mediatización. De ahí  que la visibilidad  mediática es el rasgo esencial del hacer político contemporáneo, lo que le confiere carácter estratégico.

Es por ello que lo mediático se ha convertido en espacio decisivo  de disputa simbólica y cultural,  por tanto, escenario político  e ideológico de batalla de ideas. Es decir, la dimensión simbólica de la comunicación mediática (y dentro de ella la comunicación periodística en tanto narración de hechos verdaderos, actuales y de interés humano)  se traduce en comunicación pública  que proporciona y pone a circular relatos mediados de la realidad y con éstos modelos de interpretación de lo que acontece y una vez reconocidos por la sociedad adquieren rango de movilización social.

Como miembro de la comunidad internacional, Cuba interactúa en ese escenario y busca marcar su espacio de influencia desde las coordenadas simbólicas de sus  principios y presupuestos identitarios.
Rostros antagónicos  en contexto de disputa

El triunfo del primero de enero de 1959 se erigió también en un parteaguas en la percepción que se tenía  hasta entonces de Cuba en el extranjero.

Antes de esa fecha, la nación quedó caricaturizada como la tierra de la rumba y el ron, poblada por una raza de  vagos y pícaros. Así nos tipificaban, pues era pertinente, como esquema de representación acorde con la vieja doctrina de la “Fruta madura”.

Esa condición de subalternos mediocres también se ha aplicado como estereotipo con mexicanos, peruanos, guatemaltecos, dominicanos, haitianos, panameños, hondureños, bolivianos, entre otros; gente de segunda que requieren de la “mano superior” para llegar a ser “alguien” en la vida. La industria cultural  de la época, especialmente la estadounidense, se encargó de martillarlo con premeditación y alevosía. Para entonces, el concepto de Marca País no existía en el mundo gerencial, pero estaba  ahí, de hecho, en las acciones como acto de dominación política.

Con la victoria revolucionaria y el inmediato enfrentamiento frontal con el vecino norteño  afloraron dos maneras  de mostrar la isla desde trincheras opuestas.

La representación de lo que acontecía en Cuba devino vertiginosamente campo de disputa simbólica con base  en la controversia política, pues no puede soslayarse la naturaleza raigalmente clasista e ideológica de los medios de comunicación.

Esa situación adquirió el rango de guerra mediática a partir del  hábil aprovechamiento  que ha venido haciendo EE.UU. desde entonces de su extensa red de poder simbólico, pues como apunta Ignacio Ramonet: “Estados Unidos se las arregló para obtener el control de las palabras, de los conceptos y del sentido; exige enunciar los problemas que crea con las frases que propone; ofrece códigos que permiten descifrar los misterios que la misma superpotencia impone y dispone, apuntalándose como “un destacamento especial” que ha sabido muy bien arropar el dominio del imperio apoyándose en el poder de la información, del saber y de las tecnologías” (4).

Así, la difusión de sus mensajes anticubanos se ha verificado en un contexto en que la información internacional se ha masificado y cientos de millones de personas “consumen” el mismo producto comunicativo  que, por su naturaleza y alcance, se convierte también en opinión transnacional.

En esa dirección es importante tener en cuenta que en tales circunstancias  la desinformación es el eje central de la estrategia comunicativa y se basa en la generación de contenidos conformados por verdades a medias, trenzadas con rumores y mentiras que apelan a lo emocional y están despojados, por lo general, de lógicas que propendan al análisis.

De ahí que los sucesivos gobiernos de Estados Unidos emplearon el poder simbólico en tanto capacidad sin rival en la fijación de agendas e ideas a nivel global. Dennis McQuail proporciona una de las llaves maestras que llevan a la compresión del valor intrínseco de la actividad de los medios: “(…) son en sí mismos un poder por su capacidad de llamar y dirigir la atención, de convencer, de influir en la conducta individual y social, de conferir estatus y legitimidad, y aún más, los medios pueden definir y estructurar las percepciones de la realidad” (5).

John B. Thompson refuerza ese punto de vista al suscribir que el poder simbólico es también “(…) la capacidad de intervenir en el transcurso de los acontecimientos, para influir en las acciones de los otros y crear acontecimientos reales a través de los medios de transmisión simbólica” (6).

Como resultante de la sintonía del discurso político con el discurso mediático, la llamada gran prensa estadounidense y el resto de los medios de ese país, con su colosal capacidad de construcción y fijación de la agenda mediática, fueron los abanderados en el orbe en vertebrar en la opinión pública local e internacional una imagen hostil hacia Cuba, la de ínsula-cárcel,  poco menos que la Isla del Diablo de la que huyó Papillon en la famosa novela homónima de Henri Charriere (7).

Matrices  de opinión resumidas en expresiones claves como régimen totalitario y represivo,  violación de derechos humanos, falta de libertades de todo tipo, proyecto social fracasado, han servido por más de  media centuria para tejer un mito que aún en estos días se identifica como “la isla de gobierno comunista” o “almacén del pasado”.

Desde los años noventa del siglo anterior, coincidiendo con la desaparición de la URSS y del campo socialista de Europa, como también del inicio de la crisis económica recesiva en la isla (el Período Especial en tiempo de paz), EE.UU. arreció las campañas mediáticas, las acciones de carácter no violentas y el empleo de las denominadas armas silenciosas que forman parte de  su arsenal de propaganda política con la idea de posesionar en la opinión pública internacional y en la mente de los cubanos  que la Revolución es un modelo fallido y obsoleto que, por tanto, debe cambiarse por cualquier vía.

Existe, entonces, una estrategia definida, sistémica para demonizar a Cuba con apoyatura del propio gobierno estadounidense reconocida como política de Estado.

Aún con una colosal desventaja de visibilidad mediática en su contra, comenzó a emerger desde 1959 la imagen de isla heroica y victoriosa, capaz de desafiar al imperio más poderoso jamás conocido. La autoridad moral, la estatura política, el carisma y el protagonismo  de  su líder histórico, Fidel Castro, ha sido el rostro,  la representación de la Cuba revolucionaria que ha recorrido el mundo, generando odios y amores, a lo largo de media centuria.

A  la construcción de ese imaginario contribuyó también la figura paradigmática del  Che Guevara. Palabras como dignidad, solidaridad, valentía, identifican a Cuba en crecientes sectores de la opinión pública internacional.

Contra vientos y mareas mediáticas de los poderosos adversarios, la Cuba revolucionaría ha logrado mostrar desde los hechos sus innegables conquistas sociales como rostro del país.

Con la Revolución, se inició también el proceso de transformación del perfil del cubano con un significativo proceso de elevación de su autoestima; alegre,  valiente, solidario, inteligente y emprendedor, así se autopercibe. Ello ha sido posible desde la compresión de la solvencia que dimana del reencuentro crítico que ha hecho con su cultura, identidad, historia e ideología, como también de saberse  actor de la transformación social de la cual  ha emergido como agente del cambio.

Cuba es también la imagen de lo singular en el mundo de hoy, por ello resulta un foco de atención de visiones polarizadas. Pudiera decirse  que existe una muy marcada asimetría entre ambos  semblantes de la isla en la arena internacional y, por tanto, es  muy difícil encontrar en ese ámbito una representación que garantice el  fiel de la balanza en los términos del equilibro que merece la realidad de la isla.

Dialéctica para una imagen

Medio siglo después del triunfo, la Revolución da inicio a un proceso de cambios en busca de autogestionar un socialismo a la medida, con los colores nacionales que las más altas instancias políticas y gubernamentales de la nación prefiguran como próspero y sustentable.

En tal dirección no puede soslayarse que un ejercicio social de esa magnitud y complejidad tiene su expresión simbólica y que para que ello sea posible, además de las decisiones y voluntad políticas, se necesita una estrategia comunicativa.

La política comunicacional vigente, que tiene por base el paradigma el control de los medios de comunicación y la centralización de la información, resulta, como nunca antes, inoperante para encausar la apremiante necesidad de una información actualizada, pertinente y sistemática en todos los niveles de funcionamiento de la sociedad cubana. Por demás, ese modelo es disfuncional en el ámbito de la sociedad informacional que de manera creciente va tomando cuerpo también en nuestro país.

Es en el espacio de la comunicación social donde se gesta el capital simbólico indispensable para el ejercicio del poder. Por tanto, sin una nueva política en ese ámbito, no será posible darle consistencia al consenso  indispensable  para impulsar el proceso de cambios que requiere la nación (8).

Es así que ante el espejo de la realidad, la Imagen Cuba necesita de un rostro renovado concebido desde una concepción estratégica que brinde coherencia simbólica  a un hecho trascendental que identifica el presente y futuro de la isla.

La Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, celebrada los días 28 y 29 de enero de 2012, mostró su interés sobre el tema y en los objetivos de trabajo  69, 70  y 71 aparecen reflejados los propósitos que animan la línea de cambios en esa dirección (9).

Pero  no basta con la voluntad política. Tenemos suficientes ejemplos de resoluciones entre otras muchas normativas en esa dirección donde se reiteran las mismas indicaciones para resolver idénticos problemas, que en muchas ocasiones se han complejizado, y a los cuales se han añadido otros nuevos sin encontrar solución en la práctica. Una de las claves para emprender el largo camino de la solución está en el cambio de mentalidad, tal como se reitera  y con el peligro de convertirse  solo en una consigna.

Al respecto, una de las cuerdas más sensible del asunto, el de la prensa,  fue abordada por  el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel al pronunciar las palabras finales del IX Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC): “(…) No sabemos comunicarnos y como no sabemos comunicarnos, o como tenemos imperfecciones en ese sistema de comunicación (…) hemos entrado en un círculo vicioso: el Partido espera determinadas realizaciones de la prensa y cuando hay algún incidente o algún hecho que altera eso, el Partido se mete más gerenciando que orientando, empieza a suplir el papel de  dirección de los medios, las direcciones de los medios se sienten atadas, algunos hasta se pueden acomodar y ahí se empieza a romper la sinergia, ahí se empieza a romper la retroalimentación, ahí se empieza a romper el papel que tiene que desempeñar, y eso se refleja entonces en los periodistas (…) y, al final, se nos van alterando todas las cosas (…) nos desinformamos y nos incomunicamos” (10).

El también miembro del Buró Político del PCC,  en esa misma ocasión, refiriéndose a los problemas comunicacionales en los organismos de la administración central del Estado, entre otras instituciones, expresó: “No hay ni estructuras funcionales ni estructurales para organizar la comunicación. Y les digo: ¿Alguien que trabaja para una sociedad socialista con las exigencias que tiene la nuestra, con una población que es instruida, que es educada, que razona, puede pretender trabajar y puede pretender tener éxito sin comunicarse, sin tener una expresión de comunicación hacia la población, hacia la sociedad, hacia el país?”  (11).

Tal como puede apreciarse, el cambio de mentalidad que se erige como asidero de la transformación en ejecución pasa también inexorablemente por el examen crítico y el redimensionamiento de las prácticas comunicativas relegadas hasta ahora, por lo general, a un segundo plano desde un uso meramente instrumental, factual y sectorializado.

Trascender ese escenario resulta crucial para abordar la estrategia que nos identifique como Marca País a partir de una concepción que responda, en primera instancia, a las características y necesidades de nuestro sistema político.

Al respecto, resulta de interés partir de lo señalado por Julio García Luis, quien dejó expresado en su libro “Revolución, socialismo, periodismo”,  que la comunicación es un fenómeno multifactorial y una estrategia de cambio que aspire a tener éxito deberá tener presente esa conjunción de factores, y no solo ello, también las prioridades que la decidan. En esa dirección  es importante subrayar la preeminencia que le otorga el destacado periodista y académico cubano al factor determinación política: “La dirección del Partido pudiera elaborar una redefinición clara de la actualización que necesita el modelo de prensa en nuestra sociedad, la cual podría incluir su misión social, el sistema de relaciones en que descansa y sus marcos de regulación” (12).

A partir de esa voluntad política que corresponde al PCC en su condición constitucional de fuerza dirigente de la sociedad cubana, sería necesario formular una política de Estado que brinde bases sólidas a la formulación de la Imagen Cuba.

En la conceptualización e implementación práctica de esa Marca País podrían participar todas aquellas personalidades y entidades registradoras y hacedoras de perfiles identitarios en el sentido más amplio y creativo con las miras puestas en encontrar la fórmula más conveniente de diseño. Se trata de concebir un registro simbólico único y versátil (muchos rostros, un solo país) (guste o no) desde adentro y para el mundo la Imagen Cuba. Darle la oportunidad de conocer desde nuestras fuentes la realidad del país siempre será mejor que dejarle ese espacio a la versión del adversario.

La actuación de la prensa cubana podría, al menos, estimular en públicos de otros países  un razonamiento que apele al sentido común con el criterio de que quien recibe ese mensaje lo hace desde la perspectiva del receptor activo y crítico.

La clave estaría en sacar la producción periodística que habla de la isla de la zona de confort y complacencia donde hasta ahora habita como regla.

Reto en tiempo real

El desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías, y muy especialmente el impacto que han tenido en el surgimiento y avance de las redes sociales y de otras formas de comunicación digital, le han otorgado, desde la instantaneidad y la diversidad de voces, la categoría de global a lo local.

Asimismo,  no puede desconocerse el llamado “tiempo real” en que se mueven los mensajes en el ciberespacio, otro de los elementos distintivos que marcan el dramático cambio de paradigma comunicacional en el cual ya vivimos y que ha hecho volar en pedazos cualquier forma de control absoluto de la  información, tal como lo demuestra Wikileads.

Esos nuevos horizontes que brindan las nuevas tecnologías se convierten en una excelente oportunidad para irradiar la realidad cubana, si son aprovechados con inteligencia y eficacia esos instrumentos (13).

Hoy, por ejemplo, la Imagen Cuba tiene el  gran reto de mostrar a la opinión pública internacional las transformaciones estructurales y funcionales de que es objeto el modelo socialista aún vigente. La  credibilidad de tal representación pasa por la producción de un discurso periodístico inteligente, sustancioso y creativo capaz de mostrar esa realidad otra desde su complejidad y problemáticas.

Al respecto, el presidente Raúl Castro ha manifestado reiteradamente que la prensa debe ser capaz de reflejar la realidad cubana en toda su diversidad, informar de manera oportuna y objetiva, sistemática y transparente la obra de la Revolución.

Sin embargo, el reclamo del mandatario  no acaba de cristalizar, pues no es menos cierto que resulta difícil despojarse del corsé que durante años constriñe, como regla, la actividad de los periodistas a la labor como propagandistas políticos, restando protagonismo a otras funciones sociales y políticas inherentes al ejercicio de la labor informativa y que han contribuido a ciertos niveles de erosión profesional de los reporteros.

Es indispensable subrayar al respecto que existe una relación muy estrecha entre las normativas en este campo y la profesionalidad, pues una política herrada propende al deterioro de las competencias profesionales, y cuando estas últimas se enquistan en la práctica periodística se convierten en freno a la mejor de las directrices. La erradicación de situaciones como esta comportará siempre el ensanchamiento del margen de fallos, pues como dice el refrán: “…los médicos entierra sus errores, los abogados los encierran en la cárcel, y los periodistas, los publican”.

Los periodistas cubanos han denunciado durante años la postura abiertamente restrictiva de las fuentes instituciones para brindar información. Esa situación tiende a convertirse en una lectura que perjudica también la imagen de la propia Revolución, al denotar falta de transparencia en la relación comunicional del Estado con sus ciudadanos.

Desde luego que prácticas comunicativas de esa índole no sólo empañan de hecho la transparencia de la Imagen Cuba, sino también la desdibujan desde la interpretación que lógicamente se infiere de ese acontecer, del contexto que le da origen.

El  secretismo oficial  y  burocrático, lejos de proteger supuestamente a la Revolución, le es profundamente dañina a su representación y proyección simbólica, lo que repercute en la construcción del imaginario, no solo porque esconde “oficialmente” muchas veces el origen de deficiencias  que están a la vista de los de adentro y los de afuera, sino también porque el enemigo se sirve de esas falencias para desacreditarla, aún cuando también ha dado muestras suficientes de no necesitar de la información oficial para armar y desatar sus campañas mediáticas contra Cuba.

En tal sentido, mientras más información se brinde, menos espacios habrá para el mal entendido, el rumor, la especulación, la distorsión y la manipulación. No se trata de desvestirse ingenuamente ante quien desea desaparecernos del mapa desde hace más de medio siglo.

Lo justo y significativo en esa dirección es acabar de otorgarle a la información que corresponda el carácter de bien público, lo que conlleva a la obligación de brindarla oportuna y cabalmente por quien la maneja, pues el acceso a ella en la contemporaneidad es un derecho humano básico porque es el fundamento de la transparencia y del ejercicio de la democracia participativa que proclama y es bandera de nuestro proceso revolucionario.

La Unión de Periodistas de Cuba, como parte esencial del engranaje comunicativo del país, en su último congreso planteó como una de sus tareas principales la necesidad de elevar la profesionalidad de sus afilados a partir de un enfoque que tenga en cuenta los múltiples factores que influyen negativamente en el cumplimiento del encargo social de la prensa.

Otro aspecto a tener en consideración en la relación Prensa-Imagen Cuba tiene que ver en la necesidad de visibilizar el intenso diálogo social que acontece desde cada rincón del archipiélago con sus múltiples rostros, colores, sabores y preferencias que nos despojan felizmente del uniforme al que nunca la población se ha sometido ni por imposición interna y mucho menos por diseño mediático del enemigo. Esconderlo o fragmentarlo conduce a negar, por un lado, la  esencia democrática de la Revolución y, por el otro, desdibujar distingos de nuestra idiosincrasia como ser expresivos, sinceros, valientes.

En esa misma dimensión, la narrativa de nuestra realidad, dada su riqueza expresiva, para ser verosímil, debe apartarse cada vez más de la jerga burocrática, del almidón retórico, de la parálisis imaginativa.

La Imagen Cuba deberá ser la expresión de la comunicación para el cambio, es decir, consustancial al profundo proceso de  transformación socialista que el país lleva a cabo.  En tal sentido, su credibilidad se fundamentará en la misma medida en que se expongan con claridad los fundamentos y presupuestos de las innovaciones emprendidas, la manera de logarlas, mostrarlas en su desarrollo, en su devenir, con virtudes e imperfecciones.

Es por ello que esa representación simbólica de la Marca País indefectiblemente debe tener su correlato cotidiano en una prensa  que haya superado las limitaciones y distorsiones provenientes de políticas informativas que no se corresponden con los nuevos tiempos.

En  esta mirada a la Imagen Cuba y  al papel de nuestra prensa en su visibilidad sobresale, como conclusión, la necesidad de darnos, de forjar una cultura de la comunicación y vertebrar un sistema comunicativo eficiente como le corresponde a nuestro sistema social.

Tomado de Revista Temas, Número 77, enero-marzo de 2014.

Notas:

(1) Luis Ramiro Beltrán, “Comunicación para el desarrollo en Latinoamérica. Una evaluación sucinta al cabo de cuarenta años”, Red de Cátedras de Comunicación de UNESCO, (Orbicom), 2002.

(2) Pierre Bourdieu, “Language and symbolic power”, Cambridge, Editorial Polity Press, 1991.

(3) Update to to Congress on National Framework for Strategic Communication, President Response to NDAA 1055 of 2009, p. 1.

(4) Ignacio Ramonet, “Propaganda silenciosa. Masas, televisión y cine”, Fondo Editorial del ALBA, La Habana, 2006, p. 30.

(5) Denis McQuail, “Introducción a la Teoría de la Comunicación de Masas”, Ed. Paidós, Barcelona, 2000, p.124.

(6) John B. Thompson, “Los media y la modernidad, Una teoría de los medios de comunicación”, Editorial Paidós, Barcelona,1998, p. 34.

(7) Henri Charriere, “Papillon”, Editorial RBA, Barcelona, 2011. La novela vio la luz en 1969 y en 1973 fue llevada al cine por  Franklin J. Schaffner, con Steve McQueen como protagonista y Dustin Hoffman como actor secundario.

(8) Ver: José R. Vidal. “Comunicación y cambio”. En: www.ipscuba.net, 21 octubre, 2011 

(9) Objetivo No. 69. Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital con profesionalidad y apego a las características de cada uno, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial.

Objetivo No. 70. Lograr que los medios de comunicación masiva informen de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la política del Partido sobre el desarrollo de la obra de la evolución, los problemas, dificultades, insuficiencias y adversidades que debemos enfrentar; supriman los vacíos informativos y las manifestaciones del secretismo, y tengan en cuenta las necesidades e intereses de la población.

Objetivo No. 71. Garantizar que los medios de comunicación masiva se apoyen en criterios y estudios científicos, sean una plataforma eficaz de expresión para la cultura y el debate y ofrezcan caminos al conocimiento, al análisis y al ejercicio permanente de la opinión. Exigir de la prensa y las fuentes de información el cumplimiento de sus respectivas responsabilidades, a fin de asegurar el desarrollo de un periodismo más noticioso, objetivo y de investigación.

Objetivos de trabajo del Partido Comunista de Cuba aprobados por la Primera Conferencia Nacional. En: http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/1ra-conferencia-pcc/objetivos.html

(10) y (11) Díaz-Canel, Miguel (discurso), Enfoque, La Habana, Edición Extraordinaria, agosto 2013, p. 5.

(12) Julio García Luis, “Revolución, socialismo, periodismo”. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2013, p.194.

(13) El objetivo 52 de la Primera Conferencia Nacional del PCC se expresa:
Aprovechar las ventajas de las tecnologías de la información y las comunicaciones, como herramientas para el desarrollo del conocimiento, la economía y la actividad política e ideológica; exponer la imagen de Cuba y su verdad, así como combatir las acciones de subversión contra nuestro país.

LA OBJETIVIDAD: ¿VER PARA CREER?

LA OBJETIVIDAD: ¿VER PARA CREER?

MSc. ANA TERESA FLORES, MSc. DORYS PEROZO y MSc. JOEL ALEXIS CHIRINOS,
Profesores de la Universidad Bolivariana de Venezuela, Sede Falcón (Coro).

En su artículo La objetividad periodística: UTOPÍA Y REALIDAD, el periodista colombiano Javier Darío Restrepo sostiene: “La objetividad periodística: una pretensión tan desmedida como la de aprisionar el reflejo de las aguas de un río, que en un instante son y en el siguiente dejan de ser. Sin embargo, esa objetividad es la garantía que el lector busca para poder creer”, dejando entrever la volatilidad de la apreciación periodística sobre la realidad de los hechos o fenómenos sociales.

En ocasiones, bien sea por ignorancia o por comodidad, la objetividad se aborda de manera simplista al considerarla como una cualidad opuesta a la subjetividad, reduciéndola a la manera en que una persona tiene de juzgar las cosas según su mirada, o “según el cristal con que se mire”; no obstante, al poseer cada persona la posibilidad de tener visiones distintas de los mismos hechos o fenómenos, tales visiones son en esencia subjetivas.

Por lo tanto, sería conveniente partir para el debate y la discusión del siguiente concepto, registrado en la Enciclopedia de la Comunicación, sobre la objetividad: “Obligación que debe asumir el periodista al redactar una información evitando al máximo reflejar su opinión al respecto, limitándose a contar los hechos tal y como han sido. Capacidad que debe poseer un Comunicador para conocer y examinar los hechos tal y como se presentan, sin dejarse influir favorable o desfavorablemente por los mismos, ni por la situación en la que está implicado personalmente y para examinar los hechos basándose en la prueba y la razón y no en el prejuicio y en la emoción”.
 
No obstante, al ser consultado al respecto, el periodista y docente de la Universidad Bolivariana de Venezuela, José Rafael Gutiérrez, opina que “la realidad es demasiado humana como para que el periodista se limite a ser un eunuco intelectual, una abstracción o una negación de la misma, sencillamente es un ser humano que ciudadanamente convive en una sociedad regida por un marco de leyes que garantizan y regulan principios de justicia e igualdad,  en consecuencia, es humanamente difícil que pueda permanecer impasible, inalterable e insensible ante algún hecho donde esté involucrada la vida de otros seres humanos y que los sentimientos o emociones que experimente no se reflejen de alguna manera en lo que transmite.

“Por lo tanto, eso que impúdicamente algunos llaman objetividad, está muy vinculado con la honestidad en una íntima relación donde destacan valores fundamentales como el compromiso, la responsabilidad y el respeto a nivel individual y social durante el tratamiento periodístico de un hecho o fenómeno social, y al carecer de tales valores la objetividad se convierte en un término vacío dentro del ejercicio periodístico, pues si bien no es objetivo ni honesto permanecer indiferente ante el dolor, la injusticia, la alegría o la esperanza de otros seres humanos tampoco es objetivo ni honesto que amparados en el derecho a la libertad de expresión los periodistas puedan tergiversar, distorsionar, descontextualizar,  manipular, prejuiciar o sesgar la información, menos insultar e invadir sin limitaciones la privacidad ajena, exponer al escarnio público, lesionar, denigrar o difamar sobre el honor de otros seres humanos, por cuanto nada ni nadie le hace tener  supremacía moral sobre los demás individuos de una sociedad de la cual forman parte como ciudadanos en un marco de leyes que garantizan igualdad ante la justicia”.

Consideramos, entonces, que el periodista no es un juez supremo de la moral pública ni que debe asumir como norma que el fin justifica los medios confundiendo lo conflictivo, sensacional o espectacular con lo importante desde el punto de vista informativo, mediatizando el ejercicio de su función con la finalidad principal de adquirir prestigio o influencia personal, sino  que debe procurar que en su ejercicio impere la condición humana y la necesidad de brindar al pueblo una información íntegra, honesta, confiable, balanceada y clara que influya positivamente en la sociedad.

En tal sentido, habría que considerar que, precisamente, la objetividad tiene que ver con el objeto y sus características, ante el cual el sujeto puede llegar a conocer, comprender, sentir y que, según su interés, lo transmite desde su punto de vista para hacer creer o convencer de su visión a quien lo recibe, tal como lo plantea Rodrigo Fidel Rodríguez Borges:

“La persistencia del mito de la objetividad tiene que ver con una práctica profesional en la que no se escatiman recursos para convencer al lector (como al oyente o al telespectador) de que aquello que se les comunica bajo el rótulo de noticia es VERDAD (así, con mayúsculas y sin matizaciones) y que la presentación que se hace de la realidad es puramente objetiva. Lo ideal es convencer al destinatario de que «los hechos hablan por sí solos», de que el periodista se limita a reflejar (como en la socorrida metáfora del espejo plano) lo que ocurre, sin interferir en ese relato «espontáneo». Una suerte de automatismo de la escritura: el periodista debe ser un testigo imparcial que levanta acta de lo ocurrido con la limpia asepsia de un sexador de pollos japonés”.

Hay que hacer mención a la relación entre periodismo, medios y poder, por cuanto la objetividad y la honestidad profesional se contraponen a los intereses económicos, políticos y hasta personales de los dueños de medios de comunicación social  respondiendo a centros hegemónicos de poder que imponen sus modelos de dominación a través de la manipulación mediática.   

Según opinión de Víctor Ego Ducrot, profesor argentino, director de la Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), los ejes Objetividad-Subjetividad, Parcialidad-Imparcialidad, resultan fundamentales en cualquier análisis serio en torno al Periodismo. Sus criterios al respecto son contundentes: «Todo  proceso  periodístico  pertenece,  ineludiblemente,  a  la dialéctica  de  la  lucha  por  el  poder,  ya  sea  para  construirlo,  conservarlo, desconstruirlo, o para  modificar su naturaleza de clase.»

Por tanto, resume este reportero con 35 años de experiencia que nuestro oficio es «objetivo y parcial». ¿Qué entiende entonces Ego Ducrot por Objetividad? «Remisión  a  los  hechos  según  fuentes», o lo que él traduce así: «Una  actividad  metódica  conocida  como  crítica.»

Si los periodistas nos limitamos a nuestro deber cotidiano estamos perdidos.

Desde el enfoque del periodista polaco Ryszard Kapuscinski, la objetividad se presenta en antinomia con el compromiso moral que todo periodista debe tener ante situaciones degradantes de la condición humana. La experiencia en la cobertura de 17 revoluciones en 12 países le dan al “Reportero del Tercer Mundo”, como es conocido, suficientes pertrechos para argumentar que “no se puede ser objetivo frente a la tortura y la dictadura, porque eso es inhumano.

“Estamos  viviendo  en un mundo muy contradictorio, de muchas desigualdades e injusticias y por lo tanto no se puede ser una  persona  con objetividad. Los que relatan sin ninguna actitud son los  que  trabajan con eso que se  llama objetividad. Por  el  otro  lado, estamos tratando  de  cambiar algo, de mejorar la situación, de estar donde tenemos que estar. Queremos tratar de mostrar el mundo y de escribir sobre el mundo para que nuestros lectores u  oyentes despierten su conciencia y tengan una actitud de cambio. Creo que hay una falsa interpretación de la tradición anglosajona  de la objetividad”, precisaba Kapuscinski.

Esta postura encuentra versiones favorables precisamente de periodistas con experiencias en situaciones de conflicto, como es el caso de César Mauricio Velásquez, decano de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana (Colombia), quien asume que los periodistas deben comprometerse con la defensa de los valores como el derecho a la vida, la libertad y la justicia.

Por tanto, en vez de asumir la “objetividad” que el modelo liberal ha querido imponer, el periodista debe aspirar y con su actuar ratificar ser honesto, responsable y veraz, o como diría la periodista y escritora catalana Maruja Torres: “"No hay que hablar de objetividad porque no existe, hay que hablar de honradez”.

Kapuscinski concibe la objetividad como una tradición anglosajona mal interpretada, donde se concibe el periodismo como el “otro poder”, pero que no critica ni expresa ningún desacuerdo con las políticas de la hegemonía.

Tal situación es muy notable en este mundo globalizado, donde muchos reporteros dejan de ser subjetivos, es decir, no se involucran y dejan de ser miembros activos en la sociedad y se convierten además en herramientas mercantilistas, enfocados en la “búsqueda del morbo, del espectáculo, y lo escandaloso: de lo que vende y no de lo que construye”, según Manuel Castells.

Bibliografía:

Arencibia Lorenzo, Jesús. VÍCTOR EGO DUCROT: DOCENCIA, INVESTIGACIÓN, PERIODISMO. En: mesadetrabajo, revista digital del Departamento de Periodismo de la Facultad de Comunicación. Universidad de La Habana. Cuba.

Cano, Arturo. (2007) Reflexiones de Kapuscinski sobre el periodismo.

De La Mota, Ignacio H. (1994) Enciclopedia de la Comunicación. Tomo 3. Noriega Editores.

Pavón, Héctor. "No hay objetividad frente a la tortura". Entrevista realizada a Riszard Kapuscinski por el periodista Hector Pavón, de la Revista Ñ del diario Clarín (Argentina).

Restrepo, Rubén Darío (2001). La objetividad periodística: UTOPÍA Y REALIDAD. Chasqui, Revista Latinoamericana de Comunicación, nº 74, 2001.

Rodríguez Borges, Rodrigo Fidel (1998). La objetividad periodística, un mito persistente. Revista Latina de Comunicación Social, 2. Recuperado el 14 de marzo de 2010 de:
http://www.ull.es/publicaciones/latina/z8/

 

ALÁNIMO, ¿LA FUENTE SE ROMPIÓ?

ALÁNIMO, ¿LA FUENTE SE ROMPIÓ?

Conferencia en Festival de la Prensa Escrita de La Habana.

Dra. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,
Profesora de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Editora de mesadetrabajo.

Cuando me pidieron hablar sobre las fuentes informativas quedé varada ante dos perspectivas de abordar el asunto. La primera supone la posición del docente que explica a los estudiantes las múltiples clasificaciones que dan los especialistas sobre las fuentes, entendiéndose estas como el sujeto u objeto que propicie, contenga, facilite y transmita información, y que manoseadamente encontramos en cuanto folleto y artículo se publica acerca de cómo buscar, acceder y construir la noticia.

Es decir, clasificaciones que abarcan conceptualmente a las fuentes por grupos que van desde las documentales y no documentales, tradicionales y no tradicionales, permanentes y transitorias, primarias y secundarias, y directas, indirectas y complementarias, hasta una inagotable lista en las que están incluidas las fuentes personales, temporales, asiduas, de contenido informativo, generales, privadas, confidenciales, voluntarias, involuntarias, las implicadas y las ajenas, en un inventario en el que no pocas veces percibo solo cambios de denominaciones, más que de contenidos sólidos en busca de un camino definitorio y simple.

La otra perspectiva no desestima la posición del docente –siempre obligado a transmitir sus experiencias a quienes se forman en la profesión-, pero va más ceñida a los hacedores de la información, a los periodistas enfrentados a la doble disposición que entraña la búsqueda personal de lo noticioso y la aceptación de la noticia que sin permiso llega a la redacción.

Y como buscar la noticia es el acto en sí que define al profesional del sector, trato, entonces, de delimitar más la línea de análisis y sustentarlo en la avalancha de notas, citaciones, declaraciones e impresos que unas veces nos acechan y otras nos salvan, y a las que inevitablemente debemos acudir. Estoy hablando de las notas que llegan por plan de organismos, ministerios, organizaciones e instituciones y cubren, abarrotan y se imponen las más de las veces en las mesas de redacción de cualquier informativo. Y aclaro: sea cual sea el informativo, pues tal situación se ha convertido en un problema universal que refieren no pocos estudiosos.

Antes los emisores de éstos ejemplos mencionados se llamaban Departamentos de Divulgación. Ya no, a la vuelta de años de transformaciones, avances y retrocesos no solo en el periodismo, sino en toda la amplia esfera de la comunicación social, la denominación se ha ampliado y hoy pueden ser también, según la posición que desempeñen, departamentos de Relaciones Públicas, de Promoción, de Relaciones Internacionales; sin embargo, la más contemporánea es la de Gabinete de Prensa, aunque existen otras maneras diversas de llamarlos.

Pero, lo que nos ocupa no es el nombre, sino la pasmosa y cada vez mayor influencia que ejercen esas entidades en nuestros medios informativos, el cerco que imponen a la noticia, la centralización de la misma y la uniformidad con que los mensajes están llegando a los públicos.

Mauro Wolf, en Los emisores de noticias en la investigación sobre comunicación, apunta: “El aumento de los flujos de información que entran en las redacciones ha llevado a una cierta burocratización del trabajo periodístico: hoy, sectores enteros de la redacción son verdaderos y auténticos seleccionadores de flujos ingentes de noticias que llegan a las redacciones bajo formas que permiten la casi inmediata publicación. Pero este incremento de los flujos de noticias y de trabajo no se traduce en un proyecto más esmerado de los periódicos, en selecciones más razonadas y profundizadas. Las redacciones son cada vez más dependientes de las agencias, de las fuentes, cada vez están más constreñidas a adecuarse a criterios de relevancia establecidos por las redes de las agencias.

“Los flujos de noticias que permiten tanto las nuevas tecnologías como las conexiones con las agencias y con las otras fuentes estables hacen que la recogida de noticias no sea ya un problema: las funciones de control del flujo se convierten en primarias. Ahora se ha hecho normal decir y pensar que no son los periodistas quienes deben buscar las noticias, sino que son las noticias quienes buscan a los periodistas. La relación entre la recogida de las noticias y la confección del periódico ha recibido un impulso que ha modificado el equilibrio entre estas dos funciones”.

Dejo sentada una cuestión: no estoy en contra de tales departamentos, imprescindible hoy para cualquier organización que necesite comunicar sistemáticamente su imagen, cualquiera sea el caso. Estoy refiriéndome al uso abusivo que en ocasiones hacen de su ejercicio y la comodidad que va sedimentando en los profesionales de la prensa la no búsqueda de la noticia y la aceptación pasiva y acrítica de todo cuanto “baje” institucional y oficialmente.

Y este fenómeno es mundial. La profesión cada vez parece despeñarse más hacia el arrecife de las notas que llegan mediante las redes establecidas y todo lo que se genera fuera de ellas pierde inevitablemente valores noticiables o, al menos, disminuyen de forma considerable. Es decir, se asiste a una burocratización de las redacciones, a un no actuar, no decidir, no publicar, en tanto las informaciones no vengan con el salvoconducto de lo oficial.

Apenas unos años atrás los periodistas acudíamos a nuestras fuentes en cualquiera de los niveles con mayor libertad. Una presentación, o una llamada eran suficientes para establecer un contacto o conocer sobre aquello que necesitábamos para elaborar una nota. Las relaciones personales eran una vía infalible para estar al tanto de lo que acontecía en nuestras respectivas áreas de atención, y las fuentes no dudaban en darnos aquello que sabían era noticia y tenían la seguridad del buen uso que daríamos al dato, a la cifra, a la cita, a la recomendación, y hasta a la patética frase de “no puedo hablar de eso ahora”. Haber ganado respetabilidad ante nuestras fuentes era el abracadabra de cualquier reportero.

Hoy no. Hoy se puede ser un reportero muy respetado por la fuente, un profesional reconocido, pero una simple respuesta requiere en no pocas ocasiones de la autorización del departamento instituido en su nivel más alto, el que deberá dar su fallo al intermedio y éste al municipal y después a la base. Un ciclo que puede demorar un día o un mes, o no darse nunca una respuesta, perdida ésta en la intríngulis de las confirmaciones que las más de las veces tienen que ver con el rechazo ante un cuestionamiento inquisidor, a una pregunta que falsamente se considera que debe contar con la aprobación de las más altas esferas decisoras, a un celo excesivo que centraliza toda información por oportuna que sea su divulgación.

Estamos asistiendo a un alarmante crecimiento en la mediación institucionalizada de la información. Es esto, y no aquello, lo que la fuente quiere que se diga. No es infrecuente que un reportero invierta muchas jornadas en la investigación de un asunto que después no saldrá a la luz pública porque los decidores fundamentales simplemente dieron la callada por respuesta. Ni siquiera están obligados a dar argumentos acerca del por qué del silencio. Simplemente es así: lo tomas o lo dejas, mostrando con ello irrespeto por la función social de la prensa, desestimulando la labor creativa, de análisis y reflexión del periodista, imponiendo la agenda informativa que interesa a sus entidades y no la que requiere el pueblo, ávido de noticias que de veras repercutan en la sociedad y, al no encontrarlas en los diferentes soportes mediáticos, acuden a la voz pública, corriendo el riesgo que entraña la dinámica del rumor y, en consecuencia, la pérdida de información verdadera y la distorsión de la realidad. Corriendo el peligro de la no credibilidad de la prensa porque supone que ésta no es profesional, que no ve las cosas, que vive en la estratosfera, o que está maniata por determinadas agendas.

Wolf, en la obra citada, señala: “Como se ha dicho antes, esta tendencia no sólo aumenta y ensancha el campo de la visibilidad de lo social, sino que también, y es éste el interés desde el punto de vista del newsmaking, hace que la agenda de los centros institucionales más fuertes (grupos, asociaciones, centros religiosos, culturales, científicos, etc.) determine la agenda de los medios. Estos últimos funcionan como lugar de paso para un material informativo sobre el que la selección periodística pierde progresivamente capacidad de decisión autónoma, de relevancia periodística que no sea solo de mercado u orientada a la concurrencia. Como dice Furio Colombo, el periodismo se convierte cada vez más en un oficio de rebote, en el sentido de que su agenda es abastecida desde el exterior”.

La Academia forma a los estudiantes en habilidades acerca de cómo realizar la selección de las fuentes, toda vez que un mensaje veraz, certero, creíble, plural y bien confirmado, será respetado por el destinatario y consolidará la integridad y autoridad del periodista y del medio que lo publica. Entonces, el docente instruye sobre la importancia de contar con colaboradores especializados en sus saberes, en acudir a materiales de referencia, a interpretar los acontecimientos, a expurgar o validar datos, a documentar fehacientemente y contrastar, y a cumplir con los principios verificativos, explicativos y editoriales que implica el acto mismo de informar. He aquí ingredientes imprescindibles en el trabajo creativo para la construcción de los mensajes periodísticos.

Sin embargo, ante la oficialidad que se impone resulta preocupante el propio proceso de selección de la noticia, ya mediatizada por el interés de la fuente suministradora. Hoy las fuentes citan a un periodista para cubrir una información y dan más importancia al acto y al quién pondrá la condecoración, que a la persona homenajeada y sus méritos. Y todavía peor: en muchos de esos departamentos el personal no es especializado en labores con la prensa y, no obstante, está autorizado a determinar a quién entrevista o no, o cuáles son los aspectos que se pueden abordar. Es más: la atención a la prensa en no pocos casos es su cuarto, quinto o sexto contenido de trabajo, pues primero es preciso que entre sus cometidos cumpla con garantizar la música, los micrófonos, el guión y el transporte.

Es el caso también de lo que se da a conocer en conferencias de prensa o en notas enviadas a la redacción. Se habla de “esto”, de lo que quiere hoy comunicar la fuente, y no de lo que interesa al periodista, al medio, a la sociedad. En consecuencia, al leer, escuchar o ver la noticia en cualquiera de los soportes mediáticos, ésta nos llega igual, como idéntica gota de agua, como alma gemela a la que ya casi ni estamos intentando dar un comienzo singular y la presentamos en todas partes en su rígida concepción de pirámide invertida, sin aliento creativo, sin personalizar, fría y distante.

Respecto a lo que se dice, hay una manipulación implícita a la prensa por parte de esas fuentes institucionales, manipulación que desgraciadamente en no pocas oportunidades se reviste con un falaz carácter “estratégico”, pero que de veras nada tiene que ver con las políticas informativas trazadas por el país. Hay una especie de ponderación a ultranza y se vuelve impublicable cualquier noticia por noble que sea porque hay que esperar que una persona lo diga, lo apruebe, lo decida. Y muchas veces, es justo reconocer, cuando el reportero puede estar “tú a tú” con los decidores fundamentales del “sí” o el “no”, el asunto es mera rutina que se resuelve de manera expedita. Esto crea una situación confusa, nunca uno está verdaderamente enterado de que si quien no quiere decir es el decidor, es el aparato de divulgación porque cree que no se puede informar o porque está orientado que así sea, o son la confabulación de ambos.

En suma, quizás ahora tengamos un flujo informativo de caudal aceptable; no obstante, habrá que preguntarse si esa cantidad tiene una expresión cualitativa en la noticia que damos en los medios, en la que estamos llamados a buscar de por sí, de manera que no perdamos el sentido de lo que es la función génesis del reporterismo –rastraer, buscar, encontrar-, y acomodemos el intelecto al sopor del no hacer. Y lo que es peor: a la grisura del “dejar hacer”.

Antes de pasar a otro aspecto, valido lo anterior con una acotación de Wolf en Los emisores de noticias…: “Se aprecia un proceso de cambio de los lugares institucionales que definen la noticiabilidad en el exterior de las redacciones, mientras éstas se limitan frecuentemente a aceptar y a dar forma a aquello que viene ya elaborado de fuera”.

Y aquí hago un paréntesis necesario. No podemos ser ingenuos y creer que en cualquier parte del mundo se puede publicar a tontas y a locas. En especial, la prensa cubana, afiliada ideológicamente a su revolución y los principios que entraña, conoce muy bien cuánto puede o no divulgar de manera que siempre ésta quede salvaguardada, pues tiene muy presente la cercanía de su enemigo ideológico y la guerra mediática que éste recrudece cada vez más. Como también sabe que la libertad de prensa, tan cacareada y aclamada en las sociedades “democráticas”, es solo un fariseo juego de palabras para adormecer a las masas. El periodismo es una profesión de compromiso con la sociedad en que se vive y los valores que ella sustenta. Los periodistas estamos para validarlos.

Pero ello no puede convertirse en una suerte de tribunal inquisidor, en un manto que ampare ineficiencias, temores, ineptitudes, incumplimientos, desórdenes, mal trabajo y acomodamientos. La consabida frase de “esto no se puede decir”, muchas veces no cuenta con el respaldo de una explicación que la justifique, por un entendimiento de los por qué, por un lógico razonar en busca de otras alternativas propiciadoras de soluciones para poder informar oportunamente a la población y dar a conocer los sucesos socialmente relevantes que tiene derecho a conocer a partir de noticias documentadas, equilibradas, oportunas e interesantes, en las que estará presente nuestra honestidad profesional como rosa náutica.

Como dije al principio, no estoy en desacuerdo con los departamentos de divulgación tanto en su carácter de fuentes institucionales de responsabilidad indiscutida como también en su posición de representantes de las fuentes que deben dar información. Con lo que estoy en contra es con esa no-noticia que tratan de imponer, con tanto informe administrativo convertido en información, con cada acto que no trasciende más allá de sus propios protagonistas, con los cumplimientos de cifras que nada dicen, con anuncios de actividades que después se pierden porque su ejecución es más de lo igual de unos y otros, con la barrera que imponen para que no accedamos a las fuentes primeras.

Van Dijk (citado, por Txema Ramírez, en La influencia de los gabinetes de prensa. Las rutinas periodísticas al servicio del poder), al cuestionarse la naturaleza de las diversas fuentes que intervienen en el proceso productivo de la noticia, acota: “¿Qué información procedente de los textos fuentes se enfoca, selecciona, resume o procesa para su posible uso en los procesos de producción de un texto periodístico? ¿Cómo ocurre esto? ¿Quiénes están implicados en los muchos tipos de interacción verbal a través de los cuales esos textos fuentes llegan a ser asequibles: las entrevistas, las llamadas telefónicas, las conferencias de prensa o hechos similares en los que los periodistas salen al encuentro de posibles fuentes informativas y personajes de la noticia? ¿Cuáles son las diferentes reglas y limitaciones de este tipo de encuentros y en qué situaciones tienen lugar?”

Todo ello nos precisa a que retomemos el sentido crítico de lo que se va a publicar porque entregar una cuartilla no puede ser el acto simple de “ganarse los frijoles” todos los días en un sucumbir ante las rutinas productivas. Seleccionar qué sirve y que no, qué nos interesa a nosotros mismos como audiencia es un ejercicio no solo inevitable, sino obligado. Poner coto a tanta citación intrascendente y documento ineficaz enviados por las fuentes institucionales ha de ser una urgencia, como lo ha de ser también la voluntad de superarnos, calificarnos y aumentar nuestros conocimientos, de manera que cada día estemos listos para realizar preguntas inteligentes, adecuadas, responsables, que nos lleven a investigaciones profundas y trabajos certeros, documentados y eficaces.

El acto responsable y feliz de rastrear la noticia para crear mensajes que de veras ganen al público tiene que ser el credo irrenunciable de los periodistas. 

Bibliografía:

Avogadro, Marisa, Fuentes informativas y periodismo científico, http://www.cem.itesm.mx

Calzadilla, Rodríguez Iraida, La Nota, Pablo de la Torriente. La Habana, 2005.

Documentación y fuentes informativas, http://rayuela.uc3m.es

Lazcano, Brotóns Iñigo, La protección de las fuentes periodísticas en el sistema europeo de derechos humanos, http://www.ehu.es

Ramírez, Txema, La influencia de los gabinetes de prensa. Las rutinas periodísticas al servicio del poder, http://www.campusred.net

Villafañe, J., Bustamante, E., Fabricar noticias; las rutinas periodísticas en radio y TV. Mitre. Barcelona, 1987.

Wolf, Mauro, Los emisores de noticias en la investigación sobre comunicación, página Web de Los emisores de noticias.

 

LA REITERACIÓN COMO RECURSO ESTILÍSTICO EN EL REPORTAJE RADIOFÓNICO

LA REITERACIÓN COMO RECURSO ESTILÍSTICO EN EL REPORTAJE RADIOFÓNICO

La reiteración es necesaria para la producción radiofónica, debido a la fugacidad del mensaje emitido a través de la radio. Los géneros periodísticos, por su presencia casi permanente en las parrillas de programación de las emisoras, están obligados a atender la misma. Las particularidades del reportaje radiofónico exigen que no sólo dependa de la palabra para lograr la reiteración, sino de otros recursos técnico-expresivos que, al ser conjugados armónicamente, pueden lograr los efectos deseados en las audiencias.

MSc. YANELA SOLER MÁS,
Profesora de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

La radio exige un modo exclusivo de escribir. Las cartas de estilo de muchas emisoras apuestan por una redacción clara y simple que aseguren la adecuada recepción del mensaje radiofónico. Muchos aseguran que redactar para el oído no resulta una labor fácil. Debe pasar un tiempo para que el periodista se adapte a esta manera de exponer las ideas, sobre todo si se asume que el conjunto de formas sonoras que componen el lenguaje radiofónico, no sólo está integrado por la palabra, sino también por la música, los efectos y hasta el silencio, cada uno con funciones específicas dentro del medio.

A pesar de que la radio cuenta con diversidad de espacios, los informativos se instauran como uno de los formatos clave dentro de una parrilla de programación, pues las radio-revistas periodísticas ocupan los horarios de mayor audiencia, los noticiarios se consideran las emisiones de más importancia dentro de la programación, y los boletines informativos se difunden cada cierto tiempo con el fin de transmitir noticias de última hora.

Los géneros periodísticos constituyen la columna vertebral de estos espacios y, con el objetivo de construir socialmente la realidad en toda su complejidad, no sólo presentan los hechos sino también las acciones y opiniones consideradas por las audiencias como adecuadas y verosímiles.

Aunque en sentido general se habla de que cada género tiene una característica específica que ayuda a ubicarlo en una categoría (noticia, comentario, reportaje, crónica), el quehacer periodístico diario indica que no existen los géneros puros por lo que se prefiere usar el término estructuras híbridas. Así, un trabajo de opinión puede tener pinceladas de noticia o, una crónica, de comentario; pero lo cierto es que la clasificación depende de la forma genérica que prevalezca en el producto comunicativo.

De todos los géneros con que cuenta un periodista para ayudar a los públicos a resolver los acertijos que impone la realidad social, el reportaje es, sin lugar a duda, el que exige más entrega. En el caso del reportaje realizado expresamente para la radio, no basta con exponer los hechos, analizarlos y presentar los diversos enfoques de un fenómeno en busca de su posible solución, porque existen cuestiones estilísticas propias del lenguaje de la radio que no deben obviarse.

La fugacidad del mensaje radial constituye uno de los inconvenientes con los que los periodistas deben lidiar, de ahí que la reiteración en los trabajos periodísticos se erija necesaria para lograr que el oyente no pierda el hilo de lo que se dice, al tiempo que ubica en el tema abordado a quien sintoniza la estación en el instante en que se transmiten.

Pero, ¿cómo lograr la reiteración en un reportaje para la radio? ¿Qué componentes del lenguaje radiofónico pudieran ser más efectivos para lograr un producto comunicativo coherente en su estructura? Las líneas que siguen tienen el propósito de disertar sobre el tema para dar respuesta a las anteriores interrogantes. 

CONOCIENDO A FONDO EL REPORTAJE RADIOFÓNICO

El reportaje es considerado el género de géneros, por lo que es la forma periodística con más colorido en la radio. Irónicamente, se suscitan dificultades para su elaboración debido a que obliga una mayor carga de trabajo que cualquier otro género, desde el punto de vista intelectual y de realización.

Su objetivo es profundizar en aspectos de la realidad que han sido noticia y mantienen actualidad. Como relato periodístico que se inserta dentro del contexto de la radio, el reportaje está sometido a un riguroso ritmo, que reclama la atención del oyente y va a tono con la fluidez que demandan los espacios informativos.

Como todo reportaje, el radiofónico amerita de una profunda investigación del enfoque que se le va a dar a la idea primigenia. Para ello, debe tenerse en cuenta el resultado o las posibles conclusiones a las que han arribado reportajes anteriores sobre el tema seleccionado; las causas, consecuencias y dimensiones del fenómeno sobre el que se desea escudriñar; el interés que pueda tener para la audiencia a la que va dirigido y los recursos con los que cuenta el periodista para su realización.

En el reportaje no sólo valen las palabras, sino también la perfecta conjugación de la música y los efectos de sonido, con el propósito de lograr un producto de valor comunicativo y estético, por lo que resulta una labor difícil la de componer un reportaje para la radio.

No existe una estructura específica a seguir para la construcción de un reportaje radiofónico, pues todo depende del juicio creador del periodista. Sin embargo, es cierto que el inicio o entrada del producto es clave para captar la atención del oyente. Existen disímiles maneras de presentar las contrariedades que el desarrollo del reportaje intentará solucionar.

El estilo de las entradas del reportaje radial puede ir desde la presentación rápida del conflicto por medio del locutor o de testimonios emotivos de los entrevistados, hasta el resumen del mismo, elaborado en forma de pregunta que enuncie la duda que la audiencia pueda tener sobre el tema en cuestión y que no haya sido capaz de plantear y, mucho menos, responder.

Quizás el aspecto más difícil del reportaje en la radio consiste en mantener la escucha permanente durante su tiempo de duración, que no debe exceder los seis minutos. Imperan instantes naturales de distracción por parte de la audiencia, pues su atención puede desviarse debido a cualquier estímulo que ocurra en el contexto donde se produce el acto de escucha.

Por ello, este género en la radio debe mantener una línea de interés en ascenso, sobre la base del aporte de nuevos datos, la inclusión de aspectos que capten la atención del oyente para relajar posibles tensiones, y el retorno a la idea principal que dio motivo a su realización.

¿CÓMO REITERAR LA IDEA CENTRAL DEL REPORTAJE EN LA RADIO?

Desde que se produce el primer acercamiento a las normas de redacción y estilo para el medio radiofónico, los estudiantes de periodismo y de otras carreras que guarden relación con el medio, se enfrentan a un concepto que en un principio puede resultar incomprendido: la reiteración o redundancia.

Reiterar en los textos radiofónicos no se refiere a la mera repetición de su idea central, con un abuso desmedido de las palabras utilizadas; antes bien, el término reiteración alude al uso de sinónimos para que los temas de importancia no se pierdan en el éter, sino que sean retenidos en la mente de la audiencia, al tiempo que se vea favorecida su atención y se encamine el razonamiento sobre lo que se quiere destacar como sobresaliente.

En el caso del reportaje, como género que exige un tiempo mayor de duración con respecto al resto, debido a que es una narración donde se exponen hechos que son sometidos a análisis, la reiteración es uno de los elementos a tener en cuenta en la difícil estructuración y organización de este tipo de producto comunicativo.

Desde el punto de vista del discurso periodístico audiovisual, el reportaje radiofónico es entendido como un texto, que se elabora a partir de los recursos técnico-expresivos de la radio y, como tal, la coherencia y la cohesión no deben perderse de vista. En el desarrollo del reportaje deben eliminarse las contradicciones  estilísticas, por lo que los periodistas deben ser harto cuidadosos con la construcción de los textos que serán leídos por los locutores, la selección de fragmentos musicales que cumplirán disímiles funciones dentro del reportaje, así como con los testimonios que ilustrarán los puntos de vista de las fuentes oficiales entrevistadas, los vox populi y las experiencias de historias de vida seleccionadas como hilos conductores en los reportajes que así lo ameriten.

Respetando el anterior orden, pudiera hablarse entonces de tres modos de abordar la reiteración en el reportaje radiofónico: textual, musical y testimonial. La reiteración de tipo textual, se orienta a la construcción de los textos que deben ser dichos por los locutores, que conducirán la estructura lógica conferida por el periodista al reportaje, durante el proceso de creación.

Si bien en el inicio del reportaje se expone el conflicto, es menester que en el desarrollo y en el cierre, el texto que se da a leer al locutor reitere la idea central que trata. Esto permitirá que el oyente mantenga una única línea de pensamiento, sobre la base del enfoque que el periodista prefirió priorizar, de entre las múltiples aristas que presenta un mismo fenómeno de la realidad.

El uso de la música puede llegar a constituir un elemento reiterativo dentro del cuerpo del reportaje. La selección musical es decisiva para lograr una composición armónica. De entre las funciones de la música, los realizadores prefieren la reflexiva y la expresiva, porque le confieren una mayor sensibilidad al producto. La primera persuade a la audiencia de pensar en lo dicho anteriormente por el locutor o entrevistado, incluso, puede convertirse en un mecanismo a favor para lograr que ella ponga su atención en un asunto sensible sobre el que tal vez no había meditado; la segunda, por su parte, expresa por medio del texto musical lo que pudo ser dicho por la palabra hablada, pero el hecho de usar este tipo de contenido sonoro dota al reportaje de un alto grado de dramatismo.

En ambos casos, la música en el reportaje puede reiterar el tema que se transmite, reforzar su idea central, y servir como atractivo para el oyente del otro lado del dial.

Los testimonios que se incluyen en un reportaje para la radio, también se alzan como mecanismos para garantizar la reiteración. Una selección adecuada de los fragmentos de entrevistas a insertar en la construcción de un reportaje, asegurará que la audiencia no descuide su enfoque.

Los aportes que pueden realizar los entrevistados al reportaje, ayudan a mantener el ritmo del producto, porque se basan en una palabra oral diáfana y natural. Los oyentes suelen identificarse más con el tema por la dimensión de las experiencias compartidas y puede prescindirse de los textos leídos por el locutor pues el fenómeno, presentado y analizado por sus protagonistas, adquiere mayor fuerza desde el punto de vista dramatúrgico.

En este sentido, la reiteración propia de la radio adquiere nuevas dimensiones, sobre la base de la capacidad creadora de los periodistas. Se trata de pensar con una mentalidad radiofónica, adiestramiento que depende de la cotidianidad para obtener un éxito rotundo. Como el ejercicio de la profesión demuestra, la reiteración es indispensable para la radio. Pero no debe entenderse como una camisa de fuerza para el periodismo en general y para el reportaje en particular; la reiteración, en cualquiera de sus manifestaciones, también es un arte cuya técnica se adquiere con la práctica diaria del quehacer radiofónico.

“LOS AÑOS DE LA IRA”. UN ACERCAMIENTO AL CONTEXTO SOCIO-CULTURAL DE LA DÉCADA DEL SESENTA EN AMÉRICA LATINA

“LOS AÑOS DE LA IRA”. UN ACERCAMIENTO AL CONTEXTO SOCIO-CULTURAL DE LA DÉCADA DEL SESENTA EN AMÉRICA LATINA

MSC. SALVADOR SALAZAR NAVARRO,
Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Estudiante de Doctorado en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El triunfo de la Revolución Cubana, el 1ro. de enero de 1959, marca la llegada de una nueva coyuntura socio-cultural en la trama histórica latinoamericana de larga duración. Rememorando aquellos días, el cineasta chileno Miguel Littin (2007) expresa: “La revolución cubana había estremecido el continente; nacía con ella una nueva realidad signada por la presencia protagónica de las grandes masas populares en la vida pública, quienes encontraban su eco natural en una generación de artistas que descubrían en las tradiciones populares la levadura con la que se amasaría la obra del futuro.

“Desde el Mar Caribe al Pacífico y el Atlántico, desde la selva tropical a la Cordillera de los Andes, una voz subterránea y mineral recorría el continente removiendo sus entrañas, reconociendo a sus diversas resonancias la identidad común, cuestionando los valores establecidos por el régimen neocolonial, buscando incesantemente proyectar los principios de una nueva filosofía que surgía dando una respuesta entusiasta a una civilización desgastada por el escepticismo (…)

“El sentimiento acumulado en siglos de sometimiento y colonialismo, en culturas destruidas y templos enterrados, en voces acalladas, en manos truncadas, explotaba como un nuevo volcán cambiando de raíz la visión del hombre y las cosas.

“Y este nuevo verbo se expresaba en una fulgurante literatura, en una música que rescataba en la memoria popular los acordes de la canción liberada; en un nuevo cine que encontraba en la confrontación social, las imágenes y el sonido que lo liberaban de antiguas ataduras estéticas y subordinaciones tecnológicas; empujado a nacer por la fuerza creciente de una historia que exigía ser narrada con urgencia”.

Los sesenta fueron los años de la ira

La Revolución Cubana se inserta así en un sistema-mundo, en un planeta cada vez más globalizado gracias a los medios masivos de comunicación, que habían transformado los modos de producir y reproducir la cultura del siglo XX, en especial la televisión. Las imágenes de Fidel y el Che forman parte de una época que incluye al movimiento a favor de los derechos civiles, la guerra de Argelia, Vietnam, el Mayo parisino, la Primavera de Praga, Bob Dylan, los Beatles, los Rolling Stones... Cincuenta años más tarde, seguimos fascinados con esta época en la que estalló la rebeldía latinoamericana como parte de un escenario mundial signado también por el cambio, momento en el cual convergen variadas posiciones políticas, tendencias estéticas, cosmovisiones generales en torno a la naturaleza de la revolución social, a las vías mediante las cuales canalizar los esfuerzos en pos de superar las profundas contradicciones sobre las cuales se había asentado la modernidad periférica en nuestros pueblos.

Regresamos una y otra vez a los sesenta, ya que en estos años se plantearon claramente las grandes interrogantes a las que se ha enfrentado la civilización latinoamericana (la cultura latinoamericana) en sus primeros cinco siglos de existencia. ¿Sobre qué presupuestos establecer un modelo de gestión de la cultura, de la producción cultural, verdaderamente alternativo a la hegemonía del mercado, a la visión que se construye desde las metrópolis políticas, económicas y simbólicas? ¿Cómo han de ser las relaciones entre el poder y la producción cultural? ¿Qué rol han de desempeñar los intelectuales en la sociedad? ¿Cómo avanzar en la transformación social, en la construcción de nuevas hegemonías?

Las valoraciones que siguen no pretenden una revisitación general de esta década en la que se fundó por primera vez a escala continental un ideal de esperanza y libertad, tarea que corresponde a los protagonistas de aquellos días excepcionales. Propone tan solo un acercamiento reflexivo al campo de la cultura y la sociedad de la época, desde las claves y las posibles enseñanzas que nos pueden dar el medio siglo transcurrido desde aquel entonces hasta el presente.

Los 60 en perspectiva

La llamada "década prodigiosa" en América Latina no puede entenderse fuera de un contexto de cambios socio-culturales a nivel planetario, en el que intervienen un conjunto importante de procesos políticos y culturales. Como explica Fernando Martínez Heredia: “Los sesenta” fueron –aunque no solamente eso- la segunda ola de revoluciones en el mundo del siglo XX. A diferencia de la primera ola, que sucedió sobre todo en Europa a partir de la Revolución Bolchevique, el protagonista de la segunda fue el llamado Tercer Mundo; sus revoluciones de liberación nacional, sus socialismos y sus exigencias de desarrollo combatieron o chocaron con el sistema del Primer Mundo –el imperialismo-, o trataron de apartarse de él. También tocaron muy duro a las puertas del “Segundo Mundo”, de las sociedades que se consideraban socialistas. En los propios países desarrollados hubo numerosos movimientos de protesta y propuestas alternativas de vida, que tuvieron trascendencia” (2010, p. 57).

La primera oleada de revoluciones que sacudió al siglo XX fue hija de una profunda crisis económica que erosionó los cimientos de la civilización burguesa. Sin embargo, el cisma cultural de los sesenta estalló en un clima de bonanza, al menos para los países del llamado primer mundo. De acuerdo con el historiador Eric Hobsbawm, la época estuvo precedida por "un periodo de 25 a 30 años de extraordinario crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó la sociedad humana más profundamente que cualquier otro periodo de duración similar. Retrospectivamente puede ser considerado como una especie de edad de oro, y de hecho así fue calificado apenas concluido, a comienzos de los años setenta” (Hobsbawm, 2003, pp. 15-16).

La explosión de los sesenta fue consecuencia entonces, como afirma el cineasta cubano Julio García Espinosa, no de una acumulación capitalista sino de la cristalización creciente de un “pensamiento avanzado”.

“Las primeras clarinadas lo fueron el desplome del colonialismo, la cruenta lucha por la independencia en Vietnam y el irreversible triunfo de la Revolución cubana. Se escuchaban campanadas que provenían tanto del Norte como del Sur. Los estudiantes se volvían antiescolásticos y daban tres pasos hacia la vida. Las minorías de todos los malos tiempos se rebelaban orgullosas y dignas. Se renovaban las ideas, se enriquecían las artes, se transformaban las costumbres; se mezclaban las voces, se acercaban las culturas, se enriquecían las identidades. Se echaban a un lado los falsos nacionalismos y se abría el camino hacia una humanidad sin límites. En el cine había surgido el Neorrealismo italiano que ahora florecía por todas partes con su fuerza renovadora. La diversidad inundó nuestras vidas volviéndonos más adultos y más solidarios. Los años sesenta demostraban que cuando van de la mano la vanguardia artística y la vanguardia política, la cultura alcanza sus cotas más altas (García-Espinosa, 2009, pp. 56-57).

La propia idea de América Latina, del latinoamericanismo, fue en cierto modo un descubrimiento de la época, ya que hasta entonces esta vasta región del tercer mundo había estado alejada de los principales conflictos globales, y la integración había sido enfocada desde una óptica panamericanista bajo la hegemonía de Washington. La revolución cubana puso en el mapa a un continente esencialmente mestizo desde el punto de vista socio-cultural, donde converge de manera evidente la tradición europea, la cultura de los pueblos originarios y el componente africano. La construcción de un continente latinoamericano, de una amalgama de pueblos a quienes une una historia, una cultura y una tradición, así como similares problemas a enfrentar, será una constante en el discurso público de la época, lo cual no se apreciaba con tanta fuerza desde las gestas por la independencia de las metrópolis europeas. Prevalecerá, sin embargo, una visión un tanto folclórica del ser latinoamericano, que en cierta medida es rural, pero también urbano, indígena, pero también europeo y esencialmente mestizo, campesino y obrero, pero también pequeño comerciante, estudiante o intelectual. Lo latinoamericano será ante todo hibridación, asimilación e reinterpretación de lo foráneo a partir de nuestras propias claves estructurales.

En Cuba, se celebra en 1968 el centenario del inicio de las luchas por la independencia nacional y se insiste a nivel simbólico en la continuidad de las mismas. La revolución cubana, como toda revolución verdadera, se verá a sí misma como el inicio de un movimiento de alcance continental y global, de un movimiento ecuménico que predica la libertad. Por todas partes renace el sueño de una segunda independencia, resuenan los ecos de una ilustración frustrada por los propios avatares de la modernidad, y que ahora, de la mano de nuevos actores, pretende cumplirse.

Cambios en la trama social

En estos años eclosionan nuevos sujetos sociales que ponen en crisis la estructura socioclasista latinoamericana propia de la primera mitad del siglo XX, y más que ello, la interpretación que desde la izquierda marxista se había hecho de la llamada lucha de clases. A la contradicción clásica entre proletariado y burguesía se suma una amalgama de sujetos que demandan un empoderamiento que les ha sido históricamente negado. La reivindicación por los derechos de la mujer, el renacer de los movimientos indígenas, la lucha por la libre orientación sexual, el respeto a la multiculturalidad y la multiracialidad, entre otros, harán estallar por los aires la moral judeocristiana sobre el cual se habían estructurado las prácticas sociales modernas.

Esta liberación no puede explicarse sin el posicionamiento de los jóvenes como un grupo social independiente. Los sesenta serán la década de la efebocracia, tanto en América Latina como en el resto del mundo. Como explica Eric Hobsbawm, "la radicalización política de los años sesenta, anticipada por contingentes reducidos de dirigentes y automarginales culturales etiquetados de varias formas, perteneció a los jóvenes, que rechazaron la condición de niños o incluso de adolescentes (es decir, de personas todavía no adultas), al tiempo que negaban el carácter plenamente humano de toda generación que tuviese más de treinta años, con la salvedad de algún que otro gurú” (2003, p. 326).

Con la única excepción del anciano Mao Zedong, quien canalizó el impulso de la juventud china en la llamada Revolución Cultural (1966-1976), los movimientos que sacudieron al mundo a lo largo de esta década fueron mayormente conducidos por jóvenes. Ello explica en gran medida lo que sería uno de los grandes rasgos de la época, el idealismo: “Nadie con un mínimo de experiencia de las limitaciones de la vida real, o sea, nadie verdaderamente adulto, podría haber ideado las confiadas pero manifiestamente absurdas consignas del mayo parisino de 1968 o del «otoño caliente» italiano de 1969: «tutto e súbito», lo queremos todo y ahora mismo” (Hobsbawm, 2003, p. 326).

La revolución juvenil se inspirará en la denominada "cultura popular", la cual reivindican en oposición a los valores esgrimidos por la generación de los padres. Se trata, en general, de una generación profundamente iconoclasta, como se puede apreciar en los momentos en los que dicha actitud adoptó una plasmación intelectual.  Ejemplo de ello son los carteles del Mayo Francés del ‘68 con el lema de “Prohibido prohibir”. También la máxima del radical artista pop norteamericano Jerry Rubin, quien afirmaba que uno nunca debe fiarse de alguien que no haya pasado una temporada a la sombra (de una cárcel) (Hobsbawm, 2003). Aunque posteriormente abordaremos con más detalles lo concerniente al Nuevo Cine Latinoamericano, uno de los movimientos artísticos más representativos de esta etapa, resulta oportuno citar al cineasta Paul Leduc, quien describe con vuelo poético el huracán transformador que representó su generación intelectual en aquellos días:

“Tenemos ¿cuántos?, más de veinte años de imágenes; a fin de cuentas ¿cuántas historias nos quedan?

“Tenemos los hombres armados con fusiles en medio del calor infernal que nos hizo ver Ruy Guerra. Tenemos los niños pidiendo limosna en un punto argentino que filmara Fernando Birri. Tenemos los travellings circulares (y la estética del hambre y la violencia) de Glauber. Tenemos el blanco y negro de Lucía (y la borrachera de un bar del machadato). Tenemos la miseria bajo el anuncio de Kodak que tomó Carlos Álvarez en Colombia.

“Tenemos el pueblo que le pide armas a Allende y tenemos a Fidel (y a los mercenarios yanquis en Girón). Y un juego de fútbol de la guerrilla salvadoreña en territorio liberado. Tenemos incluso, un camarógrafo filmando la bala que lo mata en las calles de Santiago.

“(Aunque esto es documental y es otra historia).

“Pero tenemos también sonidos: un radio debe sonar más fuerte en la Sierra Maestra según El joven rebelde de García Espinosa.

“Y otra vez el sonido de Os fuzis… y de los fusiles (Leduc, 2007, p. 135).

Política, cultura y comunicación

En el plano político, los sesenta se abren en un amplio diapasón, que incluye desde apropiaciones críticas al marxismo, a posiciones nihilistas y existencialistas. Curiosamente el anarquismo, ideología que postula la acción espontánea y antiautoritaria, apenas tuvo seguidores entre los movimientos de la época. Autores como Bakunin y Kropotkin, defensores del nacimiento de una sociedad libertaria "sin Estado" tuvieron muchísima menos recepción que el marxismo tan en auge por aquellos años. La apropiación que hacen los jóvenes revolucionarios de la filosofía marxista, está tamizada por una concepción de la vida claramente existencial. Como explica Hobsbawm, La consigna de Mayo del 68: “Cuando pienso en la revolución, me entran ganas de hacer el amor” habría desconcertado no sólo a Lenin, sino también a Ruth Fischer, la joven militante comunista vienesa cuya defensa de la promiscuidad sexual atacó Lenin (…) Pero, en cambio, hasta para los típicos radicales neomarxistas-leninistas de los años sesenta y setenta, el agente de la Comintern de Brecht que, como un viajante de comercio, “hacía el amor teniendo otras cosas en la mente” (…) habría resultado incomprensible. Para ellos lo importante no era lo que los revolucionarios esperasen conseguir con sus actos, sino lo que hacían y cómo se sentían al hacerlo. Hacer el amor y hacer la revolución no podían separarse con claridad (2003: 334).

Los sesenta serán la época de oro de los artistas e intelectuales, quienes asumirán un papel mucho más relevante como actores sociales del que habían tenido en años anteriores. En la URSS y los países comunistas de la Europa del Este, ante las limitaciones prevalecientes en los medios de comunicación masiva, los artistas asumirán el diálogo crítico con el poder, diálogo para nada exento de tensiones. En el mundo occidental primermundista, así como en los países que formaban parte de su zona de influencia, la mayor parte de la vanguardia artística se ubicó de frente al poder, y encontró espacios de expresión público, aunque fuera con sus limitaciones.

Los escenarios de lucha contra-cultural son diversos. En el campo artístico, las vanguardias se rebelan ante un universo simbólico que consideran decadente. Las artes plásticas, el cine y la literatura comienzan a renovarse en numerosas regiones del globo, donde será frecuente encontrar como anteposición el calificativo de "nuevo" en los nombres de cada uno de estos movimientos.

Concretamente, en América Latina se produce una extraordinaria renovación cultural. Ejemplo de ello fue el llamado boom de la literatura latinoamericana, Autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, entre otros, muestran un continente donde transcurre una realidad que por compleja parece ficcionada o mágica. La nueva música dialoga con los nuevos tiempos. Las voces de Mercedes Sosa, Víctor Jara, Chico Buarque, Atahualpa Yupanqui, entre otros, junto a la Nueva Trova cubana revolucionarán la sonoridad del continente.

“De esta manera se nutre el cine de América Latina, asimilando, por una parte, toda la historia del cine social, así como sumando y refundiendo la historia universal de la cultura humana, desde la literatura de todos los tiempos, a los nuevos narradores, integrando asimismo los retazos de una cultura extinguida, sumergida o enterrada… como las lámparas de Machu-Pichu; Neruda, presente, en la alquimia del sincretismo cultural del cual somos producto los cineastas de América Latina y me atrevo a decir la cultura mestiza de nuestra Patria-Continente” (Littin, 2007, p. 23).

La Casa de las Américas, fundada en Cuba el 28 de abril de 1959, desempeñó un rol esencial en la difusión de estos autores. Bajo la dirección de Haydée Santamaría, esta institución se propuso tender puentes culturales entre los pueblos latinoamericanos y caribeños. A partir de un sistema de publicaciones periódicas, concursos, exhibiciones, festivales, seminarios, entre otros, la Casa incentivó el estímulo a la producción e investigación en el campo de la cultura. Su sello editorial publicó por primera vez a autores de la región que alcanzarían renombre mundial.

Por otra parte, la Iglesia Católica, institución que tiene en Latinoamérica a su mayor número de fieles, también fue sacudida a lo largo de estos años. La teología de la liberación, no “estuvo ajena a estas convulsiones sociales y en su seno florecieron genuinas corrientes renovadoras que se pronunciaron por la lucha revolucionaria y la alternativa socialista” (Guerra-Vilaboy, 2001: 305).

En estos años se genera todo un debate en torno a la concepción del cine como instrumento de lucha política, en oposición a las industrias culturales tradicionales, criticadas como reproductoras de un orden social enajenante. A Hollywood y sus imitadores en países como México, Brasil y Argentina se enfrentará un cine que se define como militante, el cual explicita sus objetivos en varios manifiestos fundacionales. Como afirma el investigador cubano Frank Padrón, se trató de "otra manera de ver, de sentir, de proyectar el cine" (2011, p.  60).

El papel del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, primera institución cultural fundada por la Revolución, resultó determinante en la organización de lo que después sería el Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. El ICAIC trazó seis líneas fundacionales que explican la relación del Instituto no sólo con el cine, sino también con otras manifestaciones artísticas como la música, la literatura y la pintura. Desde esta institución es precisamente donde surgen movimientos artísticos tan importantes para la época como la Nueva Trova o el propio desarrollo de la cartelística. Estas líneas de acción fueron las siguientes:

a) Tomar como herencia no solo el cine, sino la cultura en general; b) no hacer de la política un factor escindido del talento artístico; c) no tener como objetivo el comercio sino el arte; d) favorecer la diversidad de tendencias en la producción y en la programación; e) garantizar la información más amplia y actualizada; f) contribuir al desarrollo de un público más calificado y exigente; g) cifrar nuestro destino con los cineastas de América Latina y el Caribe (García-Espinosa, 2009, p. 155).

Bajo la dirección de Alfredo Guevara, el ICAIC puso a disposición de sus hermanos de América Latina no sólo recursos materiales sino también todo su capital simbólico en función del desarrollo del movimiento. Julio García Espinosa califica al ICAIC de aquellos años como "la retaguardia del cine de América Latina y del Caribe". Y aclara:

“Justo es decir que grandes filmes latinoamericanos no se hubieran realizado sin la ayuda del cine cubano. La creación, en 1979, del Festival de Cine de La Habana, favoreció el reencuentro anual de los cineastas. Anteriormente solo habíamos tenido encuentros esporádicos, aunque muy importantes, en Viña del Mar, Chile; Mérida, Venezuela, Montreal, Canadá; e igualmente significativo en el Festival de Pesaro, en Italia. Pero, ahora, bajo el influjo de una cita anual en el Festival de La Habana, surgía el Comité de Cineastas de América Latina que consolidaba definitivamente al cine latinoamericano como un movimiento de amplia identificación cultural en toda la región” (2009, pp. 72-73).

El llamado Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano de los años sesenta no fue un monolito desde el punto del punto de vista de los criterios que convergían en el seno del mismo. No se trataba de establecer una línea estética única, más bien de que cada cineasta encontrara una respuesta estética a sus posiciones políticas (García-Espinosa, 2009), lo cual en el caso del Nuevo Cine Latinoamericano resultó paradigmático, ya que los cineastas de entonces fueron sus propios teóricos. Varios ensayos dan cuenta de estas preocupaciones como por ejemplo los escritos por Fernando Birri y Jorge Sanjinés, "El Tercer Cine", de Fernando Solanas y Octavio Getino, "La estética del hambre", de Glauber Rocha y "Por un cine imperfecto", de Julio García Espinosa.

Del 1 al 8 de marzo de 1967, se reunieron en el balneario chileno de Viña del Mar un grupo de cineastas latinoamericanos a quienes unía el propósito de realizar un cine diferente, alternativo, un cine que cambiara la historia. Estaban terminando los sesentas en América Latina, una década trascendental para la historia de nuestro continente. Iconoclastas, utópicos, libertarios: el cine es el rostro de una época en la que se intentó tomar el cielo por asalto. “Una cámara en la mano y una idea en la cabeza”… la expresión atribuida al cineasta brasileño Glauber Rocha, expresa el sentir de “una generación que no tuvo límites para sus sueños” (Littin, 2007, p. 15). Es la joven vanguardia intelectualidad quien durante esos años se aprestó a documentar la tragedia y la gloria de un continente en revolución.

Para Alfredo Guevara, fundador del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y durante años presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine de La Habana, ese primer encuentro de los cineastas en Viña del Mar marcó el reconocimiento de lo que más tarde sería uno de los movimientos más importantes de la historia del séptimo arte. “Fue la experiencia definitiva, aquella en que dejamos de ser cineastas independientes o de márgenes, experimentales, buscadores, promesas, aficionados, para descubrirnos lo que ya éramos sin saberlo: un Nuevo Cine; el ‘Movimiento’, y es bueno subrayarlo, que de ese Nuevo Cine hace una constante indagación renovadora, es decir revolucionaria, es decir poética” (2007, p. 7).

La juventud representada en Viña, el núcleo fundacional del Nuevo Cine Latinoamericano (NCLA), era diversa y muchas veces contradictoria. Rebeldía, idealismo, y también inmadurez. Los sesenta fueron “los años de la ira”, y jóvenes iracundos los que se aprestaron a producir un cine esencialmente contrahegemónico, tendencia expresada en su voluntad manifiesta de denuncia social, la oposición al poder instituido, y por lo regular la estructuración de la producción al margen de las industrias fílmicas nacionales (en los países donde existía una tradición previa). Se gestó por tanto un cine que se distingue por su agenda ideológica y política –arte como instrumento de concientización-, y en general por su identificación con los principales movimientos sociales de la época. Desde el punto de vista creativo se suma también una marcada vocación documental y testimonial.

Sin embargo, se trató de una producción que pese a determinados rasgos comunes mantuvo sus características nacionales. NCLA que se expresa en el Cinema Novo de Brasil, el ICAIC cubano, en Argentina el cine de indagación y encuesta en la Escuela de Cine de Santa Fe. En Bolivia, será primero el cine de Jorge Sanjinés y más tarde del grupo UKAMAU. En Chile será el cine surgido al interior de las universidades y al calor de las luchas populares. En México, cine independiente; en Uruguay nuevo cine y cinemateca del Tercer Mundo; en Colombia el cine documental, y en Venezuela el cine de Margot Benacerrat y más adelante el movimiento creado en el primer Festival de Mérida en 1968 (Littin, 2007).

Si bien autores como el propio Littin (2007) prefieren matizar por su simplismo la visión del Nuevo Cine Latinoamericano de la época como una producción esencialmente política, este Movimiento no puede explicarse sin tomar en cuenta las ideologías de los principales movimientos sociales de la época. En tal sentido, el NCLA es expresión (y por tanto respuesta) de la Guerra Fría económica, política y cultural en su dimensión Norte-Sur, de la relación conflictiva entre los Estados Unidos y la América Latina. El NCLA está también marcado por la búsqueda de alternativas viables de desarrollo cultural en un contexto signado por la teoría de la dependencia. “En mayoría, sus realizadores postulaban la consecuente liberación de los oprimidos, la fe en las reservas morales y revolucionarias del pueblo, el establecimiento de sociedades sin antagonismos de clase, la culpa del imperialismo internacional y de las oligarquías nacionales por la miseria, el atraso y la pobreza” (del Río & Cumaná, 2008, p. 13).

El llamado cine-panfleto, la canción protesta, y el arte militante en general, serán a lo largo de estos años instrumentos de acción y reclutamiento de las fuerzas sociales. La idea no era nueva. La propaganda política está presente desde los orígenes del arte, y en el caso del cine y la cartelística había tenido días de esplendor en los documentales de la Revolución de Octubre, pero también en los materiales de reclutamiento y movilización del pueblo durante las dos guerras mundiales, el New Deal, la Guerra de Corea y también por aquellos días la Guerra Fría.

Sólo que, en el caso de América Latina, los intelectuales y artistas que emprenden la tarea de construir un arte militante se caracterizan por tener mucha menos técnica, pero también muchísimo menos cinismo que sus homólogos del primer mundo. La comunicación política no se gestó en los laboratorios de los cientistas sociales, del mismo modo que la propaganda del primer y el segundo mundo. Ello, como es lógico, tuvo un riesgo: se sabía contra qué se combatía pero no se tenía una concepción científica de cómo hacerlo. Terminando la década, en un artículo publicado precisamente en la revista Pensamiento Crítico, Armand Mattelart daba cuenta de esta situación:

“Descifrar la ideología de los medios de comunicación de masas en poder de la burguesía constituyó la primera etapa de un quehacer que proyectaba incorporar dichos instrumentos a la dinámica de la acción revolucionaria. Hoy aquella fase debe ser superada o por lo menos aprehendida sólo como un peldaño en la tarea de creación de un medio de comunicación identificado con el contexto revolucionario. Los filósofos hasta el momento explicaron la realidad, se trata ahora de transformarla. La trasposición en el caso que nos interesa de la frase tan manoseada de Marx ilumina de inmediato el sentido de nuestro propósito” (Mattelart, 1971, p. 4).

Autores como el propio Mattelart denunciaban que los medios de comunicación, al encontrarse en manos de los sectores dominantes, impedían la posibilidad de una comunicación verdaderamente democrática y participativa. Se trataba entonces de devolver la palabra al pueblo, mediante procesos alternativos de comunicación que desbloquearan la pasividad del receptor y generaran su participación para usar la comunicación como un medio de educación liberadora.

Como parte de este mismo contexto, las ciencias sociales en América Latina protagonizan una revolución epistémica, que nutrirá con muchos de los nuevos postulados la cosmovisión sobre la cual se asentarán las prácticas culturales y comunicativas. En el campo de las ciencias de la comunicación, durante el primer trieno de la década del sesenta ven la luz las primeras investigaciones que en nuestro entorno denunciaron el desempeño instrumental de la comunicación para reproducir la dominación y la dependencia. Destacan autores como Antonio Pasquali en Venezuela, Eliseo Verón en Argentina, los belgas Armand y Michèle Mattelart matrimonio radicado por aquel entonces en Chile, el boliviano Luis Ramiro Beltrán, entre otros.

De la denuncia del llamado "imperialismo cultural" se pasa a la propuesta de una "comunicación horizontal" esgrimida por autores como Paulo Freire, Frank Gerace, Juan Díaz Bordenave, Mario Kaplún, Joao Bosco Pinto, Francisco Gutiérrez y Rafael Roncagliolo, entre otros. Dichas prácticas de comunicación alternativa tenían como objetivo precisamente burlar los modos de producción y reproducción establecidas por el sistema de comunicación dominante.

También en 1959, y también como parte del carácter ecuménico de la Revolución Cubana, se funda el 16 de junio la agencia Prensa Latina. Iniciativa de los revolucionarios argentinos Jorge Ricardo Masetti y Ernesto Che Guevara, y con el apoyo de Fidel Castro, la nueva agencia de prensa tuvo como objetivo mostrar la realidad de los pueblos del sur desde su punto de vista, y no tamizados por las agencias internacionales de noticias, todas controladas por las principales potencias del primer mundo.

La prensa underground surge precisamente en el contexto de los años sesenta. Con mayor o menor intención transformadora, estos medios alternativos abogan por la horizontalidad de los procesos comunicativos y pretenden contrarrestar, en la medida de sus modestos esfuerzos, la tiranía mediática de las grandes trasnacionales, abogando por un retorno hacia un modelo comunicativo más democrático que el realmente existente. Se trataba, como explica Manuel Vázquez Montalbán, de “respuestas espontáneas que las vanguardias críticas de la comunicación social han planteado bajo el signo de la contra-información en particular y la contracultura en general dentro de la óptica del sistema capitalista” (2003, p. 143).

En América Latina, el fenómeno tiene repercusión sobre todo en los movimientos estudiantiles y obreros, quienes se apropian de las nuevas tecnologías de reproducción en serie para elaborar periódicos de agitación. Será sin embargo la radio el medio alternativo más importante en el continente. Dicha práctica tenía antecedentes importantes en nuestra región, como por ejemplo la creación de las Emisoras Mineras en Bolivia (1952), las cuales canalizaron las luchas populares de este sector. También la propia Radio Rebelde, fundada en 1958 por el Che Guevara en plena montaña de Cuba para romper el monopolio informativo de la dictadura batistiana. A lo largo de los sesenta, y en la década siguiente, aparecieron nuevas emisoras en el continente vinculadas a los movimientos indígenas, campesinos, feministas y ecológicos. Algunas fueron emisoras con mucha potencia y de cobertura regional, las llamadas radios populares; pero también aparecieron plantas de pequeño alcance, especialmente en Argentina, conocidas como comunitarias.

Fin de una época

La década en la que "el mundo cambiaba y América Latina con él" (García-Espinosa, 2009) fue llegando a su fin. En el plano cultural, la reacción no tardó en caer sobre las principales naciones de América Latina. Junto al estímulo a la coacción directa (tolerancia y apoyo a dictaduras militares), y un amago de política de buen vecino (Alianza para el Progreso), los Estados Unidos relanzaron sobre la región todo el poder de sus industrias culturales, en especial el cine hollywoodense que por esos años logra un repunte importante a nivel global. Se vivencia un cambio en la correlación de las fuerzas internacionales. Como explica la investigadora Martagloria Morales Garza: “La muerte de Che Guevara en 1967 anuncia la derrota de los movimientos sociales alternativos en América Latina; la efervescencia de 1968 expira en junio con la derrota del mayo francés; la posibilidad de un socialismo más humano que el soviético llegó a su fin en agosto de ese año con la invasión soviética a Checoslovaquia (…) En el contexto internacional, parecían terminadas las condiciones para un ejercicio de poder autónomo y para realizar experiencias innovadoras en la construcción del socialismo, para inicios de la década de los 70 esto era ya una realidad (2008, p. 97).

Golpes de estado, censura y dictaduras militares fragmentaron a una generación de artistas que marchó al exilio o simplemente formaron parte de las largas listas de desaparecidos. La década del sesenta, la época en que más cerca se estuvo de tomar el cielo por asalto, comenzó a formar parte de la leyenda espiritual latinoamericana. Terminaban así, por el momento, “los años de la ira”.

Notas:
 
(1). Un resumen de este texto fue presentado como ponencia en el Coloquio Científico “50 aniversario del Departamento de Filosofía”, efectuado en la Biblioteca Nacional “José Martí” los días 17 y 18 de septiembre de 2013.

Bibliografía:

Del Río, J., & Cumaná, M. C. (2008). Latitudes del margen. El cine latinoamericano ante el tercer milenio. La Habana: Ediciones ICAIC.

García-Espinosa, J. (2009). Algo de mí. La Habana: Ediciones ICAIC.

Guerra-Vilaboy, S. (2001). Historia mínima de América. La Habana: Editorial Félix Varela.

Guevara, A. (2007). “Prólogo”. En A. Guevara & R. Garcés (Eds.), Los años de la ira. Viña del mar 67. La Habana: Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano.

Hobsbawm, E. (2003). Historia del siglo XX. La Habana: Editorial Félix Varela.

Leduc, P. (2007). “Caminar por el continente”. En A. Guevara & R. Garcés (Eds.), Los años de la ira. Viña del mar 67 (pp. 135-141). La Habana: Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano.

Littin, M. (2007). “El Nuevo Cine Latinoamericano. A la búsqueda de la identidad perdida”. En A. Guevara & R. Garcés (Eds.), Los años de la ira. Viña del Mar 67 (pp. 15-30). La Habana: Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano.

Martínez-Heredia, F. (2010). El ejercicio de pensar (2da ed.). La Habana: Ciencias Sociales.

Mattelart, A. (1971). “El medio de comunicación de masas en la lucha de clases”. Pensamiento Crítico, 53, 4-44.

Morales-Garza, M. (2008). “Los debates de la década de los 60 en Cuba”. Temas, 55 (Nueva época), 91-101.

Padrón, F. (2011). El cóndor pasa. Hacia una teoría del cine "nuestramericano". La Habana: Unión.

Vázquez-Montalbán, M. (2003). Historia y Comunicación Social. La Habana: Ed. Pablo de la Torriente.