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LA PALABRA Y LA SOCIALIDAD DE LA LENGUA EN CONSONANCIA CON EL LENGUAJE Y LA PARTICIPACIÓN DEL SER

LA  PALABRA  Y  LA  SOCIALIDAD  DE  LA  LENGUA  EN  CONSONANCIA  CON  EL  LENGUAJE  Y  LA PARTICIPACIÓN  DEL  SER

George Gusdorf, filósofo y epistemólogo francés, plantea que llegar al  mundo es  tomar la palabra, transfigurar la experiencia en un  universo del discurso y  concluye  en que la palabra,  al ser parte del  ser, refleja al ser de quien la pronuncia.

Lic. ALDRIN SOLANO Y Lic. FERNANDO SIFONTES,
Profesores de la Universidad Bolivariana
de Venezuela, Sede Monagas.

La  diferencia  entre  la  palabra  acertada  y 
la  palabra   casi  acertada  es  la  que  hay 
entre  la  luz  de  un  rayo  y  una  luciérnaga.
MARK  TWAIN

Etimológicamente, la palabra comunicación se refiere a común-acción.  En este sentido, proponemos entender la comunicación como la coordinación de acciones. Así, la comunicación será más que el intercambio de información,  por  lo  tanto,  la  Comunicación es el eje central en la vida del ser humano. Las personas jamás han podido vivir aisladas, necesitan comunicarse, relacionarse unas con otras. Somos seres que necesitamos intercambiar constantemente nuestras ideas, puntos de vistas, alegrías, inquietudes, deseos, preocupaciones. La Comunicación es un proceso dinámico en el que las personas cumplen las funciones de emisores y receptores en forma alterna. Este constante intercambio de ideas es lo que nos permite hacernos entender, y entender a los demás.

Según Warren Weaver, en Matemáticas de la Comunicación, La Comunicación Humana, (pág. 61), plantea: “Un sistema inmenso de señales, movimientos, íconos, signos y símbolos se conjuntan y permiten al ser humano interpretar la realidad, orientar su existencia e interactuar con los demás”.

En el  caso  específico  de  los  seres  humanos, se  comunican entre sí mediante uno de los códigos  más elementales usados  por  éstos  y  no es otro que la palabra,  en  tal  sentido,  las  relaciones  existentes  entre las palabras son,  a  la  vez,  un  espejo y modelo de nuestras  propias relaciones con el universo.

Por  lo  tanto, al llegar al mundo los seres humanos no tienen otra  opción que emitir sonidos en función de hacerse sentir, dejarse oír, y  en general ponerse en contacto con los demás seres que lo rodean, la  palabra es lo que identifica al hombre como ser pensante y de  facultades especiales que  lo diferencian de otros seres vivientes.

Nuestra palabra es la capacidad de nombrar correctamente la realidad de estructuras. A partir de la palabra compartimos lo que somos, nos decimos a nosotros mismos y tendemos un puente con el otro con el que aquel puede acceder a la verdad de nuestro ser, de nuestro pensar, de nuestro sentir.

Según Ivonne Bordelois, “La Palabra Amenazada” (Pág. 4, 2004), “entre  el  uso de la palabra y la  escucha de la palabra media una distancia semejante a la que separa el amor de la prostitución,  piénsese  en  la  ridícula  paradoja  que  encierra  la común  expresión, “dominar una lengua”; las lenguas son ellas mismas dominios  inmensos de tradiciones, vastos léxicos que se nos escapan, reglas  gramaticales subterráneas de las que apenas alcanzamos a atisbar  los mecanismos.”

En  este  sentido,  es  necesario  recordar  a  Martí: “La  lengua  no  es  el caballo  del  pensamiento,  sino su  jinete”. No es una coincidencia  el hecho de que Martí fuera poeta,  ya que son los poetas y los niños los que primero advierten las posibilidades más abiertas y secretas  del  lenguaje y  juegan o se dejan jugar con ellas.

También  podemos decir que las Lenguas no sólo se emplean, no son sólo valores  de  comunicación,  expresión  personal  o  uso  colectivo:  contienen la experiencia  de  los  pueblos  y  nos la transmiten, pero  sólo en la medida en que estamos dispuestos a reconocer su  capacidad de poder hablarnos. La expresión común que decimos a  diario, “usar la lengua”,  reduce la lengua a un instrumento, cuando  en  realidad  la  lengua  es  un  proceso  que nos  trasciende. Como lo  dice Guillermo  Boido: “La  poesía  es  el  intento  de preguntarle  a  las  palabras  qué  somos”, entonces vale afirmar  que si  la  palabra sabe  más de nosotros que nosotros mismos es porque viene de una  tradición de experiencia humana que nos supera en el tiempo y el  espacio.

Siguiendo con el criterio de  Bordelois. “las  palabras que hoy día  pronunciamos son sobrevivientes de catástrofes históricas donde el  latín pereció, pero  éstas  palabras  nos  preceden, nos  presencian y  se prolongarán mucho más allá de nosotros en el  tiempo (...)”.

La palabra la pone el hombre en uso como elemento de comunicación  para dar a entender su mundo interior y construir con sus congéneres  el mundo exterior en una relación de contexto y de comprensión  social de la realidad compartida. Para Bacon, según Graciela  Reyes en “La Pragmática Lingüística” (Pág. 13, 1994): “Los  hombres  conversan por medio del lenguaje, pero las palabras se forman a  voluntad de las mayorías”, ya que las relaciones de entendimiento se  dan por una convencionalidad del lenguaje donde las palabras forman  vínculos de igualdad de convivencia entre los seres. 

Citando al  Diccionario de Lingüística Moderna: “Hoy, sin embargo, la palabra sigue siendo una unidad  básica de la lingüística; la unidad  limite (o  al  menos,  zona  de  transición)  entre  sintaxis  y  morfología con entidad suficiente para construir sobre su estructura  una  teoría”, e imprescindible  para llevar a cabo  un compás  armónico  por  medio  de la formación sintáctica, que es lo que permite hacer  la historia, la  autobiografía entre otras teorías indispensables para la subsistencia  en grupo  como fortaleza social.

En los  encuentros sociales  del hombre se encuentran fenómenos  trascendentales como es la transfiguración, en líneas anteriores  expresamos que el hombre modifica o transforma al mundo exterior.  Tal planteamiento resulta muy humilde y sencillo para lo  indescriptible que suele ser una metáfora tan significativa y tan relevante como es la  de hacer mundo con las palabras. Aunado a  esta visión, tenemos que  reconocer que los grupos humanos al hacer uso de la palabra  también usan la lengua y el lenguaje por el cual construyen y  pronuncian un discurso cargado de subjetividad y relevancia,  pertinente en el compartir de los encuentros y,  por ende, el hombre  requiere de patrones específicos de la comunidad y  darle, de  este  modo,  sentido de pertenencia a sus condiciones de ser humano.

La  lengua es un sistema de signos que el hombre por naturaleza  adquiere y desarrolla, haciendo uso de un sistema  orgánico (aparato fonador), que le permite articular  sonidos, valga la construcción del  sistema para conocerse, comprenderse y  comprender a los demás. 

Para Ferdinand Saussre, “Curso de Lingüística General” (Pág. 50. 1945): “No se  puede, pues, reducir la lengua al sonido, ni superar el  sonido de la articulación bucal”,  porque sin ella no fluirían las  palabras como prendas del poder mágico con que se enseña y con  que se persuade.  Para Saussre (Pág. 58): “La lengua es la parte  social del lenguaje exterior al  individuo, que por sí solo no puede ni  crearla ni modificarla; no  existe más que en virtud en  na especie de control establecido entre los miembros  e  la  comunidad”. 

En  este  sentido, el  hombre  hace  gala  de  sus conocimientos para  estar en consonancia existencial. La lengua encierra un mundo de  saberes, que para Saussre, citándolo nuevamente, es un  sistema de  signos que expresan ideas,  y por eso comparables a la  escritura, al  alfabeto de los sordomudos, a  los ritos simbólicos, a  las formas de  cortesía, a las señales militares, etc. Sólo que es el más importante  de todos esos sistemas”. Un sistema que está en el primer orden  dentro de la grandeza de las facultades. Tomemos en cuenta cuando  Saussre se refiere a que la lengua tiene como funcionamiento las  ideas y  los  sonidos. 

Saussre se refiere a que: “La lengua es también comparable a una  hoja de papel: el pensamiento es el anverso y el sonido es el reverso:  no se puede cortar uno sin cortar el otro; así como tampoco, la  lengua  se podría aislar del sonido y del pensamiento: porque con este es que  se identifican las ideas que se  constituyen a través de  las palabras.

En  otro  sentido,  por medio de la lengua el hombre se hace un  ser  de mundo  y  de  participación colectiva; por  consiguiente, podemos  hablar o  referirnos al lenguaje.  El lenguaje como elemento para la  expresión, para la libertad,  del  habla  y  de  los  fundamentos sociales   es  la  comunicación  humana,  tomando  en  cuanta  a  Graciela  Reyes (Pág. 18.  1994):  “El  significado  que  se  produce  al  usar  el  lenguaje  es  mucho  más  que  el  contenido  de las  proposiciones  enunciadas. Abordando este planteamiento se puede incluir, también,  que el lenguaje es mucho más que los gestos, los sonios de voces,  articulaciones de voces; el lenguaje es un enramado de  complejidades del habla del ser humano.

Según  el  autor  George Gusdorf, “la  palabra  al  ser  parte  del  ser, refleja al ser de quien  la pronuncia”, analizando este planteamiento  y  reforzando lo expuesto por los autores antes citados, la palabra es el  reflejo de quien la pronuncia, es decir, como seres humanos que establecemos unos códigos lingüísticos, para desarrollar el acto de la  comunicación, nos encontramos que la palabra le da vista al  discurso,  es decir, le da realce a lo planteado, como sujeto social estamos en  capacidad  de  desarrollar la  palabra con elegancia y  distinción. En  otro orden de ideas, dar nuestra palabra simboliza comunicar, es expresar. Dar nuestra palabra es darnos en una dimensión de nuestro ser.

Desde  el  punto de  vista  periodístico,  nos  encontramos en medio  de la comunicación radial, donde la palabra es un  don y un poder  de  convencimiento,  ya  que es por éste medio por donde nuestros  radioescuchas se  enteran de los acontecimientos,  y por supuesto,  somos nosotros los que pronunciamos la palabra para un colectivo y tenemos el deber de brillar en el discurso, porque nuestra palabra  será trasmitida en vivo y  será escuchada por toda  una  masa.

Una palabra clave es comprenderla en su plena expresión. Nos ayudará a entender el proceso de la comunicación. Cuando las personas interactúan, cada una se coloca en el lugar de la otra. Ambas tratan de percibir el mundo de la misma forma. La interacción implica asumir recíprocamente un rol y emplear una mutua empatía. Es decir, la proyección de cada quién, en el estado interior o en la personalidad de los demás. La Comunicación es el eje central en la vida del ser humano. Las personas jamás han podido vivir aisladas, necesitan comunicarse, relacionarse unas con otras. Somos seres que necesitamos intercambiar constantemente nuestras ideas, puntos de vistas, alegrías, inquietudes, deseos, preocupaciones.

BIBLIOGRÁFIA:

Alcaraz, Enrique; (2004).  Diccionario de  Lingüística  Moderna. Barcelona. Editorial Ariel S.A.  Segunda  edición.

Bordelois, Ivonne: (2004).  La Palabra Amenazada. Caracas. Editorial Monte Ávila Editores Latinoamericana S.A.

http://www.google.com.ve/

http://www.monagrafías.com/

Reyes,  Graciela: (1994). La  Pragmática Lingüística. Barcelona: Editorial Montesinos Editor. Segunda edición.

Saussure, Ferdinand: (1945). Curso  de  Lingüística  General.  Buenos Aires: Editorial Losada S.A.

Weaver Warren,  Matemáticas  de la Comunicación", La Comunicación Humana.

LO LITERARIO, ¿UN RETO EN EL EJERCICIO PERIODÍSTICO?

LO LITERARIO, ¿UN RETO EN EL EJERCICIO PERIODÍSTICO?

En el periodismo literario el autor no solo reporta los hechos, sino que lo reconstruye, trata de encontrar sus significados. Es decir, se pasa de un periodismo tradicional agresivo, técnico y de objetividad balanceada, a una manera de contar la historia más artística, más reflexiva, con una subjetividad más marcada y una intencionalidad analítica. Hoy el asunto pasa por creer en que en el futuro el lenguaje periodístico perderá su sentido objetivista e imparcial como meta suprema, o que perderá el lenguaje literario frente a la reticencia de los profesionales al estudio y asimilación de nuevos saberes y técnicas. 

Lic. JAIRO A. CORONEL MORILLO,
profesor de la Universidad Bolivariana
de Venezuela, Sede Falcón (Punto Fijo).

El nuevo periodismo -periodismo literario- como lo define Gabriel García Márquez, está logrando hoy día cautivar a muchos lectores de los distintos diarios del mundo, todo debido a la incorporación de elementos literarios (metáfora, símil, humanización, onomatopeyas, adjetivación, el epíteto, entre otros) que permiten darle emotividad y plasmar la realidad de los hechos con estilo novelesco, atractivo, sin apartarse de la veracidad. 

Para el venezolano Alexis Márquez Rodríguez en su obra La comunicación impresa, dice que la finalidad de la descripción literaria es estética, y su carácter, por tanto, predominante expresivo, y por ello mismo subjetivo. En cuanto a lo primero, es necesario mirarlo desde diversos ángulos. En primer término, la descripción literaria, y en general todo texto literario, cumple una finalidad estética en tanto satisface una impulsión artística del autor. Visto el fenómeno estrictamente desde este punto de vista, no hay en ese autor, al menos en una primera fase, que es precisamente la fase real creadora, un propósito comunicativo. De aquí que digamos que se trata de un fenómeno  predominante expresivo, en el cual, además, prevalece lo subjetivo. Es decir, los sentimientos, las emociones, las pasiones, los criterios personales del autor.

Lo que se da por entendido que en este nuevo periodismo se respeta mucho el aspecto vivencial y emocional  tanto de las fuentes como del autor a la hora de ponerlo en práctica para relatar de una manera real e impactante los hechos y acontecimientos suscitados. Es una forma  muy peculiar de narrar estéticamente sin renunciar a la realidad.

Por su parte, Márquez explica que el “texto literario cumple una finalidad estética visto también desde el punto de vista del lector. Es decir, cumplida aquella fase, en que la obra escrita se limita a satisfacer una impulsión artística del creador, se inicia una segunda fase, con la lectura del texto, en el cual la finalidad de este se resuelve en una reacción igualmente estética del lector: esta vez son los sentimientos, las emociones, las pasiones de dicho lector los que resultan afectados. Y en esta afectación entra en juego de nuevo la subjetividad, solo que ahora trata de la del lector”.

La finalidad del periodismo literario no está solo en resaltar lo estético y artístico de sus elementos, sino también de transmitir emociones por parte del autor al lector, de despertar el interés por una lectura placentera y que al mismo tiempo se informe del acontecer o la realidad del contexto. 

Al respecto, Luis Sexto en su artículo un Bizancio contemporáneo, de la página www.jrebelde.cubaweb.cu, opina que “hay que hacer notar que tanto literatura como periodismo buscan, como fin supremo, captar el interés del lector. La primera lo consigue enfatizando en lo estético; el segundo en lo informativo. Pero se topan con el mismo desafío: interesar, gustar. Debo insistir. Desde el ángulo de la estética, literatura y periodismo ejercen funciones similares: educativas, cognoscitivas, etcétera. Pero las funciones primordiales los separan. La función estética caracteriza esencialmente a la literatura, formación estilística de arte, y seguidamente las demás, entre ellas, la informativa. Al periodismo, formación estilística de trabajo la distingue, precisamente, la función que comunica el acontecer de actualidad, esto es, la informativa”.

Con lo antes expuesto el ejercicio del periodismo hoy día amerita de más complementación literaria y cultural por parte del periodista, de una formación más documentaria de los hechos y acontecimientos, pero sobre todo, de escribir para impactar y  trascender en el tiempo con algún trabajo reporteril; logrando dejar atrás ese tipo de periodismo limitado en el diarismo, tecnicidad a la hora de redactar y de objetividad balanceada, donde en cierta forma solo informa, se reproducen las declaraciones, pero no se despierta esa otra parte sentimental, expresiva y hasta vivencial. En definitiva, el periodismo literario hace despertar en el lector esa imaginación como si estuviera leyendo una novela en especial. 

Por tanto, para  Sexto,  “el periodismo, no obstante todos sus vínculos con la realidad noticiosa, halla su dimensión más duradera e influyente cuando se aproxima a lo literario-estético mediante el trabajo del estilo y las técnicas narrativas.”

Ahora bien, el hecho de introducir algunos aspectos literarios en los trabajos periodísticos no producirá un deterioro en el sentido objetivista e imparcial y esto porque cuando se narra los hechos siguen siendo reales, con la única diferencia que se consiguen palabras o argumentos más adjetivados, metafóricos, con verosimilitud, pero apegados siempre a la realidad, lo que lleva a fijar posición de que más bien podría enriquecer los textos periodísticos, haciéndolos más atractivos y educativos al lector.

Muchas oposiciones fuertes contra este nuevo periodismo se han presentado, por el hecho de que el autor debe profundizar más y ahondar en la literatura, amerita de más tiempo para concebir algún trabajo;  pero, desde mi punto de vista, se puede obtener un equilibrio o una equidad al momento de redactar una nota  o hacer un trabajo periodístico, usando elementos de orden estético y literario en conjunto  con lo técnico del periodismo, logrando pues, un trabajo mixto, nutrido de literatura, argumentación, profundización, cultura general, con declaraciones, vivencias, actualidad, veracidad y búsqueda de objetividad de hechos.  

De manera semejante, Sexto puntualiza que “la práctica de la narración literaria como alternativa periodística puede adaptarse al espacio disponible. Agotada espacialmente o adecuada al espacio disponible, enriquece el reportaje y la crónica –géneros claves del periodismo impreso- incorporándoles un toque de vigor, realce, y vigencia”.

Se observa claramente que más que escribir de una manera poética, es darle vida y vistosidad  a las palabras para enriquecer cada uno de los géneros periodísticos e innovar la forma de mostrar la realidad de los acontecimientos, siguiendo su sentido objetivo y coherente en todas sus dimensiones. 

Con lo antes expuesto, para Teresa Imízcoz, en su Manual para cuentistas, publicado en la página www.unav.es, el periodismo literario no es un instrumento para falsear la realidad, ni para inventarla. Y tampoco es un pretexto para reemplazar la información con metáforas. No es la poetización gratuita, aquella que se regodea detallando los pétalos de un geranio visto a través de la ventana, justo en el momento en que el protagonista de la historia acaba de machacarse un dedo con el martillo, sino más bien, es como advierte Julio Villanueva – “es más un sello de honestidad, desnudez y precariedad frente al disfraz de neutralidad de esa voz institucional con la que lo público no alcanza ninguna sensación de intimidad”.

En el mismo orden de ideas, Imízcoz opina que el periodismo literario no es solo hacer sentir placer a la hora de estar frente a una excelente escritura, ni mucho menos llevar el periodismo a un salón de belleza, sino que “es un sentido de lo estético que va más allá de la mera forma. Es captar el fondo de las situaciones que vemos. Es comprender que las acciones de los hombres, aún las más importantes, no conforman toda la realidad: hay que explorar también sus estados de ánimo, la interacción con el entorno, los motivos profundos y los antecedentes de su comportamiento. De modo que hay que dedicarle tiempo a la descripción de los espacios por los cuales se mueven los personajes”.

Igualmente manifiesta la autora que “este sentido tan amplio de la realidad demanda un trabajo de campo más ambicioso. Hay que sumergirse durante períodos mayores en el tema que nos ocupa, para poder buscar la información necesaria y además captar lo que está más allá de lo evidente. Es lo que se conoce con el nombre de “periodismo de inmersión”.

De igual manera, la venezolana Virginia Riquelme en su artículo Periodismo y Literatura, publicado en la página web  www.relectura.org/../80 en fecha del 14 de agosto 2009, opina que  “en el periodismo literario debe haber, por parte del periodista, más inmersión y más compromiso. Además, debe tener una riqueza narrativa capaz de rozar la literatura, pero sin apartarse de la sencillez y la precisión del estilo periodístico”.

Lo que nos demuestra que el periodismo literario en líneas generales amerita de más compromiso, entrega, pero sobre todo, vocación para poder escribir y profundizar en los temas, logrando un periodista más documentado, arriesgado a escribir de acuerdo con lo que ve, escucha, percibe y siente en el sitio de los hechos y dejando  a un lado lo superficial, monótono, relato de fuentes, que en sí deterioran el verdadero periodismo y desmotiva la lectura asidua  del público que exige con el avance de las tecnologías un ejercicio vanguardista de impacto a la sociedad.  

Bibliografía:

Márquez A. (1976). La comunicación impresa, teoría y práctica del leguaje periodístico. Ediciones Centauro.

Sexto Luis. Un bizancio contemporáneo. Juventud Rebelde. La Habana, Cuba. www.jrebelde.cubaweb.cu

Imízcoz Teresa. Manual para cuentistas. Editorial Península. http://www.unav.es/fcom/comunicacionysociedad/es/resena.php?art_id=190

Riquelme Virginia Riquelme. Periodismo y Literatura, www.relectura.org/../80/ fecha 14 de agosto de 2009. 

EL MISTERIO HUMANO DEL LENGUAJE

EL MISTERIO HUMANO DEL LENGUAJE

El hombre es el único animal que puede hablar. En términos más generales: es el único que puede utilizar símbolos (palabras, representaciones pictóricas, grafismos, números y otros). Sólo él puede superar el abismo que se abre entre persona y persona, transmitiendo pensamientos, sentimientos, deseos, actitudes y supersticiones de su propia cultura: es el único animal que puede verdaderamente comprender y desinterpretar algo.  En esta habilidad esencial reposa todo lo que denominamos  civilización. Sin ella, el pensamiento, inclusive el autoconocimiento, es imposible (Max Black).

Lic. ORQUÍDEA HERNÁNDEZ FRANCO,
profesora de la Universidad Bolivariana
de Venezuela, Sede Falcón (Punto Fijo).

El Diccionario de la Real Academia Española, en su Vigésima Segunda Edición, señala que Onomatopeya es “Imitación o recreación del sonido de algo en el vocablo que se forma para significarlo”. Este término viene del griego onomatopoeia, el cual está formado así: “onoma” que significa sonido, palabra; y “poeio”, cuyo significado es crear. 

Según la traducción de la obra Instituciones Oratorias de Marcus Fabius Quintiliano, hecha por Ignacio Rodríguez y Pedro Sandier, padres de las Escuelas Pías argentinas en 1916, en su Libro VIII dice: “La Onomatopeya, esto es, ficción de un nombre, tenida por los griegos por una de las mayores virtudes, apenas se nos permite a nosotros”.

“A los griegos como dije en mi primer libro, les es más permitido el fingir vocablos que son acomodados a explicar los sonidos y afectos, usando de la misma libertad con que los antiguos aplicaron los términos a la naturaleza de las cosas”. (Capítulo VI. De los tropos.)

Este es el marco histórico que da origen a la Teoría de la Onomatopéyica, teoría ésta que también se conoce como “Bow bow”. Indica este enfoque que desde tiempos remotos el ser humano tomó los sonidos de la naturaleza y los gritos de los animales para designar los sucesos y cosas en su entorno, y convertirlos en palabras.   

En el transcurso del tiempo, estos sonidos y signos se fueron concatenando y formaron frases y palabras, lo cual permitió que el ser humano fuese asimilando una forma de conciencia. Esta conciencia dio como resultado un flujo de pensamientos en forma de palabras, que comienza a guiarlo y, al tener la capacidad de compartir esa conciencia, lo convierte en un ser único y privilegiado por la naturaleza. Esta teoría dominó durante muchos siglos.

A esta teoría se contrapone con mucha fuerza el lingüista norteamericano Edward Vajda, actualmente profesor de la Western Washington University, al considerarla “ridícula” y manifiesta lo siguiente: “Es que la imitación onomatopeya (el sonido de la iconicidad, auditiva) es una parte muy limitada del vocabulario de cualquier idioma, los sonidos de imitación difieren de un idioma a otro: Ruso:-ba bakh = bang, BUKH = ruido sordo. Aunque la onomatopoeia siempre fue la primera docena más o menos palabras, entonces ¿de dónde los nombres de los miles de conceptos, naturalmente, sin ruido, como el rock, sol, cielo o el amor?

Max Black, (1909-1988) discípulo de Bertrand Russell, filósofo, matemático, músico y figura importante de la Filosofía Analítica, dice: “El hombre es el único animal que puede utilizar símbolos”. Para Black estos símbolos se manifiestan a través de palabras, representaciones pictóricas, grafismos, números, entre otros. Da cuenta de estas expresiones el arte rupestre, donde se da lugar a espacios comunicativos de forma primitiva. Pero ya para ese entonces, el hombre expresa su interioridad y la necesidad de plasmar su pensamiento a través de estas formas de comunicación.

Este bullir de ideas puede entenderse como una toma de conciencia del hombre primitivo, que comienza a recrear y describir su visión de su entorno, la cual parece ser una constante en los diferentes grupos humanos.

También entra en escena la Teoría Divina, que sostiene que el lenguaje le fue dado al hombre en el mismo momento de su creación. Así lo explica el tratado católico Sagrada Biblia, versión castellana del Ilustrísimo Sr. Félix Torres Amat, 1958, en su Capítulo XI:

“No tenía entonces la tierra más que un solo lenguaje y unos mismos vocablos” (...)

Y dijeron: “Vamos a edificar una ciudad y una torre, cuya cumbre llegue hasta el cielo, y hagamos célebre nuestro nombre antes de esparcirnos  por toda la faz de la tierra.

“Y descendió el Señor a ver la ciudad y la torre, que edificaban los hijos de Adán”.

Y dijo: “He aquí, el pueblo es uno sólo y todos tienen un mismo lenguaje; y han empezado esta fábrica, ni desistirán de sus ideas, hasta llevarlas a cabo.

“Ea, pues, descendamos y confundamos allí mismo su lengua, de manera que el uno no entienda el habla del otro”.

“Y de esta suerte los esparció el Señor desde aquel lugar por todas las tierras, y cesaron de edificar la ciudad.

“De donde se le dio a esta el nombre de Babel o Confusión, porque allí fue confundido el lenguaje de toda la tierra”.

Esta teoría del Génesis plantea que al principio existía un solo sistema de signos que desaparece porque Dios castiga la soberbia y la ambición de los babilonios con la confusión de lenguas, por la pretensión de estos de construir una edificación que llegara al cielo (Torre de Babel).

José Manuel Briceño Guerrero, filólogo y filósofo venezolano, Premio Nacional de Ensayo en 1981 y posteriormente, Premio Nacional de Literatura 1996, ambos en Venezuela, dice: “Preguntar por el origen del lenguaje significa intentar un salto sobre la propia sombra, querer transgredir el “círculo no se pasa” del conocimiento humano. Sin embargo, es propio del hombre emprender imposibles”.  Refleja aquí el pensador lo difícil de dar una explicación que sea absolutamente coherente, así como científica y/o mítica.

Briceño Guerrero en su obra El Origen del Lenguaje, también hace referencia a la exploración mitológica del lenguaje, y así lo hace ver en la siguiente leyenda de los indígenas Maquiritare, también llamados Yekuana, pueblo indígena de la familia Caribe, ubicado en las márgenes del río Orinoco, en Venezuela: “En aquella época Uanádi, hijo del Sol y máximo héroe cultural, tenía la intención de crear los hombres para poblar la Tierra, en donde tan sólo vivían entonces los animales. Hizo a tal objeto una esfera milagrosa, hecha de piedra, la cual estaba repleta de gente diminuta todavía no nacida; desde dentro se oían sus gritos, sus conversaciones, sus cantos y sus bailes. Esta bola maravillosa se llamaba Fehánna”.
 
Manifiesta Briceño Guerrero: “En esta leyenda se reconoce la esfera de lo humano, completa en sí misma –la Fehánna es la más perfecta de las formas geométricas; pero reconoce al mismo tiempo su limitación y la posibilidad de trascender. El lenguaje, como el grito, la canción y el baile, es consubstancial con la condición humana y el todo se encuentra incluido en un todo mayor que lo trasciende.

Eduardo Punset, político, escritor, economista y divulgador científico español, se refiere al origen del lenguaje en una forma muy jocosa, cuando dice: “Antes de que saliera el lenguaje lo primero que hubo fue un entendimiento a nivel de grupo, a nivel de estamento social, estaban de acuerdo a una serie de compromisos”. "El lenguaje nace cuando la sociedad de homínidos ya tenía una estructura de compromisos entre sí, se habían puesto de acuerdo en una serie de cosas, oye a lo mejor hasta respetar una bandera... ¡vaya uno a saber!”.

Este multipremiado intelectual se refiere a esa capacidad del ser humano en primero organizar sus pensamientos para luego comenzar a hablar; es decir, no es el lenguaje una manifestación espontánea, es el producto de una reflexión, que lo llevaría a desarrollar una conciencia individual y tribal.

Para el historiador y periodista venezolano y Premio Iberoamericano de Periodismo, Carlos Alarico Gómez, las anteriores teorías que pudieran ser complementarias y no excluyentes, dice: “Pudieran ser ciertas. Tal vez el hombre usó sonidos, gestos y exclamaciones para comunicarse, ya que está dotado de un aparato fonador-auditor complejo, que lo capacita para la percepción e internalización de los mensajes, en un proceso continuo de aprendizaje”.

En todo caso, lo maravilloso del lenguaje y su evolución es la forma como posteriormente se asume el acto de la comunicación, considerado por Antonio Pasquali, Doctor en Filosofía e investigador de la Comunicación, cuando dice: “Por relación comunicacional entendemos aquella que produce (y supone a la vez) una interacción biunívoca del tipo del con-saber, lo cual sólo es posible cuando entre los dos polos de la estructura relacional (Transmisor-Receptor) rige una ley de bivalencia: Todo transmisor puede ser receptor, todo receptor puede ser transmisor”.

Este investigador plantea lo que él considera la verdadera comunicación, cuando existe un emisor que envía un mensaje al receptor y este puede -sin mediar objeto alguno- decodificar el mensaje y responderlo. Vale reflexionar en este punto lo siguiente: Pasquali considera que no debe mediar objeto alguno para que exista la verdadera comunicación, entonces surge la siguiente reflexión: Si decimos que comunicación es una relación simétrica sin que medie ningún objeto, entonces, ¿cómo podríamos definir a los medios de prensa en sus diferentes modalidades, cómo medios de comunicación, información o difusión? 

Pasquali se refiere a la comunicación de esta manera: “Sólo hay verdadera comunicación en caso de auténtica acción recíproca entre agente y paciente, en que cada interlocutor habla y es escuchado, recibe y emite en condiciones de igualdad” (dialéctica del “diálogo”). Debe comprenderse con toda claridad que por razones técnicas y de uso político-económico, muchos ‘medios de comunicación’ modernos impiden de hecho una auténtica ‘acción recíproca entre agente y paciente’ ”.

Sostiene, además, que relación de comunicación sólo es aquella que –prescindiendo del medio o aparato empleado para facilitarla- comporta el uso de canales naturales en las fases extremas de envío-recepción, un proceso de elaboración y comprensión mental del mensaje enviado-recibido, la producción de efectos de convivencia, y una situación de auténtica acción recíproca entre agente y paciente.

Señala también Pasquali que como “información debe entenderse todo proceso de envío unidireccional o bidireccional de información-orden a receptores predispuestos para una decodificación-interpretación excluyente, y para desencadenar respuestas preprogramadas”.

Y añade: “Muchos mensajes (piénsese por ejemplo en la enorme masa de información publicitaria), niegan de raíz el diálogo y la comunicación: tienden a ser informaciones-orden para perceptores precondicionados, destinados a desencadenar respuestas de tipo consumista, que sólo benefician al emisor, a sus mandantes o a los “programadores” de la llamada “comunicación social”. 

Ahora bien, en cuanto al término difusión, el filósofo venezolano dice que es “el envío de mensajes elaborados en códigos o lenguajes universalmente comprensibles, a la totalidad del universo perceptor disponible en una unidad geográfica, socio-política, cultural, etc.”

Considero que el término comunicación utilizado para adjetivar a los medios de prensa masivos, no es el término más idóneo para definirlos, por no darse una relación comunitaria humana, al ser la comunicación una condición inherente a las personas y no del objeto. Tampoco el término información concuerda generosamente con la comunicación, al necesitar este una motivación preconcebida que busque respuestas condicionadas y predecibles.

Puede tomarse de Herbert Blumer, sociólogo de la Escuela de Chicago, su teoría del Interaccionismo Simbólico cuando propone explicar la interacción en el individuo y en los grupos, al construirse ésta desde un aspecto histórico. Este enfoque da mayor importancia a la interacción interpersonal, no intuitiva. Y aquí concuerda con Edward Sapir cuando éste último dice: “El lenguaje es un método puramente humano, no intuitivo, de comunicar ideas”.

Es de considerar entonces que los diferentes lenguajes nacieron, evolucionaron y circundaron todo el planeta Tierra, convirtiéndose en un gran abanico de cosmovisiones que muestran las diferentes culturas, pensamientos, historias locales, avances científicos, tecnológicos, las artes en sus diferentes manifestaciones y en una riquísima iconografía desde lo mágico religioso, que habla de la dimensión espiritual de un ser “hacedor de cultura” como hecho netamente suyo, que hace posible el encuentro consigo mismo y con sus semejantes.

Algunos de estos lenguajes se fortalecieron y han logrado imponerse sobre otros. El lingüista David Crystal, académico de la Universidad de Bangor, Gales, refiere que actualmente en el mundo existen aproximadamente unos 6 500 lenguajes (tomándolos como lenguas), que de no tomar acciones inmediatas desaparecerán al menos tres mil de ellos de la faz del planeta en los próximos cien años, lo que se traduce en la pérdida de la mitad de la herencia lingüística de la humanidad y con ella, parte de la historia y de la cultura de la misma.

Puede inferirse de la afirmación de Crystal que si muere una lengua, se pierde con ella una visión del mundo junto con largas épocas del pasado. Una clara indicación de que el lenguaje va unido a la vida. Según Crystal, se cree que actualmente hay entre 50 y 60 lenguas en el mundo de las que tan solo queda un hablante. Y una vez que esa persona muera, si no queda nada escrito, será como si esa cultura nunca hubiera existido y nunca se sabrá su visión del mundo ni su concepto del ser humano. “Se cree que el idioma muere cuando muere la penúltima persona que lo habla, porque el último no tiene con quien hablarlo”.

Se comprende entonces que el ser humano es el único que puede generar lenguaje y transmitirlo a sus congéneres para intercambiar subjetividades que se traducirán en relaciones productivas en su entorno. Es quien puede codificar y decodificar de acuerdo a las convenciones generadas en su cultura, lo que le convierte en el gran generador de órdenes civilizatorios. 

A esto se refiere Lev Vigotsky cuando dice que el desarrollo de los humanos únicamente puede ser explicado en términos de interacción social: “…interiorizar el lenguaje como instrumento cultural que no nos pertenece, sino que pertenece al grupo humano en el cual nacemos”. 

Palabras más, palabras menos, Von Humboldt coincide con esta declaración de Vigotsky cuando refiere que la lengua conforma el pensamiento y expresa perfectamente el espíritu nacional de un pueblo, su ideología, su forma de ser y su visión del mundo.

¿Qué nos indica este brevísimo recorrido por la creación del lenguaje, y cómo lo enmarcamos dentro del Periodismo necesario en momentos trascendentales para Venezuela?

Indica que el comunicador siempre debe responder a los intereses de su cultura, de su entorno; debe ser consecuente con la causa de su propio pueblo. Que su acción profesional debe manifestarse en un periodismo sano, inteligente y honesto, como fundamento hacia la evolución a estadios superiores, al intercambiar propósitos que lo conduzcan a un orden civilizatorio más avanzado, creando conciencia social, arte, espiritualidad, ciencia, tecnología y cohesión social en un entorno axiológico.

Para finalizar, dejo un pensamiento que puede aplicarse en el periodismo que queremos, en momentos en que, con ansias, buscamos la honestidad en el periodismo venezolano:
 

“Un sociólogo norteamericano dijo hace más
de treinta años que la propaganda era una
formidable vendedora de sueños, pero resulta
que yo no quiero que me vendan sueños ajenos,
sino sencillamente que se cumplan los míos”.
Mario Benedetti.

BIBLIOGRAFÍA:

BRICEÑO G., José M.: El Origen del Lenguaje. Caracas, Monte Ávila, 1970.

GÓMEZ, Carlos: Lenguaje y Comunicación. Editorial Panapo. 2004.

HURTADO, I. y Josefina Toro: PARADIGMAS Y MÉTODOS DE INVESTIGACIÓN EN TIEMPOS DE CAMBIO. Episteme Consultores Asociados, 3era. Edición. Caracas.1999.

PASQUALI, Antonio: COMPRENDER LA COMUNICACIÓN. Monte Ávila Latinoamericana,  1978.

PASQUALI, Antonio: COMUNICACIÓN Y CULTURA DE MASAS. Monte Ávila Latinoamericana, 1990.

TORRES AMAD, Félix: SAGRADA BIBLIA. Editorial Grolier Incorporated. Nueva York. 1957.
http://antropogogia.zoomblog.com/

archivo/2009/03/31/teoria-sociohis-torica-de-Lev-vigotsky.html
http://buscon.rae.es/draeI
http://vereda.saber.ula.ve/jonuelbrigue/origen-lenguaje.pdf
www.altillo.com/examenes/uba/psicologia/psicosoc
www.cervantesvirtual.com/servlet/sirveobras.

Instituciones Oratorias. Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.  10-03-2010.

www.proverbia.net › Pensamiento y razón › Sueños.

www.youtube.com. Reflexiones de Eduard Punset: "Así aprendimos a hablar"

PRENSA E IMAGEN CUBA. ANTE EL ESPEJO DE LA REALIDAD

PRENSA E IMAGEN CUBA. ANTE EL ESPEJO DE LA REALIDAD

Dr. ROGER RICARDO LUIS,
Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

No se equivoca quien piensa que la prensa es la imagen de la nación que representa en sus espacios cotidianamente. Pareciera un verdad de Perogrullo, pero detrás de esa suerte de retrato social hay un intenso proceso de transacciones  que, desde la intencionalidad, culmina en la construcción simbólica en que nos percibimos como ciudadanos.

De ahí que exista una relación entre Imagen País-Prensa, entendida esta última en sus expresiones impresa, audiovisual, radial y digital.

Cómo queremos que nos  vean  más allá de las fronteras  del archipiélago deviene irresistible aventura por lo cubano, lo que equivaldría a un debate sustancioso  porque, ante todo, se trata de un viaje a lo largo del  ejercicio siempre renovado  de nuestra identidad.

Cuba  desde la perspectiva de su empleo como Marca País, precisa tanto  de un abordaje contextual como de enfoques y ejes de análisis contemporáneos que sitúen al tema en la justa perspectiva de su  necesidad y de la responsabilidad de emplearla con eficacia para  mostrar al mundo el proceso de transformaciones económicas y sociales en que está inmersa la isla. Sin embargo, esa posibilidad se ve limitada por la política comunicacional  vigente, principalmente la relativa a la que gerencia la actividad periodística.

Luis Ramiro Beltrán define la política nacional de comunicación como “(…) el conjunto integrado, explícito y duradero de políticas parciales, organizadas en un conjunto coherente de principios de actuación y normas aplicables a los procesos o actividades de comunicación de un país (1)”.

En esa dirección, la Ley de Comunicación de Ecuador, impulsada por el gobierno de Rafael Correa desde la Revolución Ciudadana, está considerada entre las más avanzadas del mundo. Entre otros aspectos significativos, esa norma jurídica  orienta, por ejemplo, el empleo cabal y eficiente que debe hacerse del perfil identitario plurinacional.

En esencia, la Imagen Cuba ha de entenderse como un fenómeno cultural y, por tanto, simbólico cuya magnitud y alcance abarca un heterogéneo campo de actores, intereses y expectativas que las más de las veces se visibiliza de manera puntual e intermitente por algunas entidades  gubernamentales que quedan en el estrecho  abordaje de  campañas reactivas ante el accionar del poderoso adversario político, en unos casos, como en mera operación de marketing para vender una postal turística.

El tema suscita polémica  también en el plano periodístico que tributa a la Imagen Cuba porque hay insatisfacciones aún no resueltas originadas muchas veces por  políticas y/o decisiones ineficaces  que se expresan en silencios, omisiones, informaciones incompletas, inexactas, en reacciones tardías, chapucerías en un combate sin tregua que se verifica  minuto a minuto, como bien conocemos.

Globalización y diferencias

Más allá de las aguas que nos rodean, la Imagen País sigue adquiriendo relevancia para muchas naciones con la mira puesta en ofrecer el mejor de los rostros posibles al capital transnacional, principalmente de las llamadas naciones emergentes, bajo el mandato supremo de un mercado internacional cada vez más selvático.

En la misma medida que la globalización se ha querido imponer como  uniforme planetario, muchos procuran  diferenciarse o, al menos, proclamar que no son tan iguales los unos y los otros. Multimillonarios negocios se mueven detrás de esa promoción cuyas operaciones de marketing quedan, por lo general, en manos de las grandes empresas trasnacionales de relaciones públicas bajo el sello de “inversión a futuro”.

La Imagen País pretende dar cuenta de la diversidad, planteándose así que lo distinto es  indispensable como forma de convivencia en la aldea global.

Es un problema complejo en el que está en juego la percepción de cómo una nación, una sociedad en su conjunto quiere ser vista, fenómeno que, por demás, requiere de consenso y capacidad para manifestarlo. Se trata  también de la asociación de ideas que  de modo reflejo provoca de forma inmediata y reactiva la mención (frecuentemente estereotipada) del distingo de lo nacional en el ámbito foráneo y, de manera muy concreta, en la mente del receptor de otro país.

No puede obviarse el hecho  de que una Imagen País favorable es un prerrequisito, en el ámbito interno, para la gobernabilidad, y en el exterior, para la reputación.

Más allá del  marketing de cuya savia se nutre, la Marca País  es, ante todo,  territorio simbólico que pone de relieve el valor intangible del prestigio de una nación. Como señala el sociólogo francés Pierre Bourdeau: “Los símbolos constituyen elementos de integración por excelencia, cuya aceptación contribuye a generar consenso en torno  a una legitimidad de determinado orden sobre la base de valores, normas y principios morales socialmente compartidos” (2).

La Imagen País es, por tanto, comunicación y visibilidad del rostro nacional que se dibuja con los trazos precisos del ejercicio de la política, la economía, la cultura y  el quehacer social, como también de la huella de su historia e  identidad. De ahí que tenga significativa influencia en áreas tan sensibles como las relaciones internacionales en el más amplio sentido de la expresión y sea factor sustantivo en la comunicación de carácter estratégica que desarrolle cualquier nación.

En esa dirección existe convergencia entre los investigadores al identificar la Comunicación Estratégica como la política pública aprobada e implementada por la autoridad gubernamental con el interés de posesionar con primacía al país a partir del accionar proactivo y constante de mensajes con audiencias seleccionadas a través de diversos medios y canales. O, más claramente, la que asume el gobierno de Estados Unidos, desde la mirada de la diplomacia pública, al definirla como  (…) la sincronización de nuestras palabras y acciones y cómo estas van a ser percibidas por los otros, así como programas y actividades deliberadamente dirigidos a comunicarse y atraer las audiencias planificadas, incluyendo aquellas actividades y programas llevados a cabo por las oficinas de asuntos generales, diplomacia pública y profesionales de operaciones de información” (3).

Tanto la Imagen País y la Comunicación Estratégica tienen sólido asidero en el ámbito de la Comunicación Política desde la representación de su creciente mediatización. De ahí  que la visibilidad  mediática es el rasgo esencial del hacer político contemporáneo, lo que le confiere carácter estratégico.

Es por ello que lo mediático se ha convertido en espacio decisivo  de disputa simbólica y cultural,  por tanto, escenario político  e ideológico de batalla de ideas. Es decir, la dimensión simbólica de la comunicación mediática (y dentro de ella la comunicación periodística en tanto narración de hechos verdaderos, actuales y de interés humano)  se traduce en comunicación pública  que proporciona y pone a circular relatos mediados de la realidad y con éstos modelos de interpretación de lo que acontece y una vez reconocidos por la sociedad adquieren rango de movilización social.

Como miembro de la comunidad internacional, Cuba interactúa en ese escenario y busca marcar su espacio de influencia desde las coordenadas simbólicas de sus  principios y presupuestos identitarios.
Rostros antagónicos  en contexto de disputa

El triunfo del primero de enero de 1959 se erigió también en un parteaguas en la percepción que se tenía  hasta entonces de Cuba en el extranjero.

Antes de esa fecha, la nación quedó caricaturizada como la tierra de la rumba y el ron, poblada por una raza de  vagos y pícaros. Así nos tipificaban, pues era pertinente, como esquema de representación acorde con la vieja doctrina de la “Fruta madura”.

Esa condición de subalternos mediocres también se ha aplicado como estereotipo con mexicanos, peruanos, guatemaltecos, dominicanos, haitianos, panameños, hondureños, bolivianos, entre otros; gente de segunda que requieren de la “mano superior” para llegar a ser “alguien” en la vida. La industria cultural  de la época, especialmente la estadounidense, se encargó de martillarlo con premeditación y alevosía. Para entonces, el concepto de Marca País no existía en el mundo gerencial, pero estaba  ahí, de hecho, en las acciones como acto de dominación política.

Con la victoria revolucionaria y el inmediato enfrentamiento frontal con el vecino norteño  afloraron dos maneras  de mostrar la isla desde trincheras opuestas.

La representación de lo que acontecía en Cuba devino vertiginosamente campo de disputa simbólica con base  en la controversia política, pues no puede soslayarse la naturaleza raigalmente clasista e ideológica de los medios de comunicación.

Esa situación adquirió el rango de guerra mediática a partir del  hábil aprovechamiento  que ha venido haciendo EE.UU. desde entonces de su extensa red de poder simbólico, pues como apunta Ignacio Ramonet: “Estados Unidos se las arregló para obtener el control de las palabras, de los conceptos y del sentido; exige enunciar los problemas que crea con las frases que propone; ofrece códigos que permiten descifrar los misterios que la misma superpotencia impone y dispone, apuntalándose como “un destacamento especial” que ha sabido muy bien arropar el dominio del imperio apoyándose en el poder de la información, del saber y de las tecnologías” (4).

Así, la difusión de sus mensajes anticubanos se ha verificado en un contexto en que la información internacional se ha masificado y cientos de millones de personas “consumen” el mismo producto comunicativo  que, por su naturaleza y alcance, se convierte también en opinión transnacional.

En esa dirección es importante tener en cuenta que en tales circunstancias  la desinformación es el eje central de la estrategia comunicativa y se basa en la generación de contenidos conformados por verdades a medias, trenzadas con rumores y mentiras que apelan a lo emocional y están despojados, por lo general, de lógicas que propendan al análisis.

De ahí que los sucesivos gobiernos de Estados Unidos emplearon el poder simbólico en tanto capacidad sin rival en la fijación de agendas e ideas a nivel global. Dennis McQuail proporciona una de las llaves maestras que llevan a la compresión del valor intrínseco de la actividad de los medios: “(…) son en sí mismos un poder por su capacidad de llamar y dirigir la atención, de convencer, de influir en la conducta individual y social, de conferir estatus y legitimidad, y aún más, los medios pueden definir y estructurar las percepciones de la realidad” (5).

John B. Thompson refuerza ese punto de vista al suscribir que el poder simbólico es también “(…) la capacidad de intervenir en el transcurso de los acontecimientos, para influir en las acciones de los otros y crear acontecimientos reales a través de los medios de transmisión simbólica” (6).

Como resultante de la sintonía del discurso político con el discurso mediático, la llamada gran prensa estadounidense y el resto de los medios de ese país, con su colosal capacidad de construcción y fijación de la agenda mediática, fueron los abanderados en el orbe en vertebrar en la opinión pública local e internacional una imagen hostil hacia Cuba, la de ínsula-cárcel,  poco menos que la Isla del Diablo de la que huyó Papillon en la famosa novela homónima de Henri Charriere (7).

Matrices  de opinión resumidas en expresiones claves como régimen totalitario y represivo,  violación de derechos humanos, falta de libertades de todo tipo, proyecto social fracasado, han servido por más de  media centuria para tejer un mito que aún en estos días se identifica como “la isla de gobierno comunista” o “almacén del pasado”.

Desde los años noventa del siglo anterior, coincidiendo con la desaparición de la URSS y del campo socialista de Europa, como también del inicio de la crisis económica recesiva en la isla (el Período Especial en tiempo de paz), EE.UU. arreció las campañas mediáticas, las acciones de carácter no violentas y el empleo de las denominadas armas silenciosas que forman parte de  su arsenal de propaganda política con la idea de posesionar en la opinión pública internacional y en la mente de los cubanos  que la Revolución es un modelo fallido y obsoleto que, por tanto, debe cambiarse por cualquier vía.

Existe, entonces, una estrategia definida, sistémica para demonizar a Cuba con apoyatura del propio gobierno estadounidense reconocida como política de Estado.

Aún con una colosal desventaja de visibilidad mediática en su contra, comenzó a emerger desde 1959 la imagen de isla heroica y victoriosa, capaz de desafiar al imperio más poderoso jamás conocido. La autoridad moral, la estatura política, el carisma y el protagonismo  de  su líder histórico, Fidel Castro, ha sido el rostro,  la representación de la Cuba revolucionaria que ha recorrido el mundo, generando odios y amores, a lo largo de media centuria.

A  la construcción de ese imaginario contribuyó también la figura paradigmática del  Che Guevara. Palabras como dignidad, solidaridad, valentía, identifican a Cuba en crecientes sectores de la opinión pública internacional.

Contra vientos y mareas mediáticas de los poderosos adversarios, la Cuba revolucionaría ha logrado mostrar desde los hechos sus innegables conquistas sociales como rostro del país.

Con la Revolución, se inició también el proceso de transformación del perfil del cubano con un significativo proceso de elevación de su autoestima; alegre,  valiente, solidario, inteligente y emprendedor, así se autopercibe. Ello ha sido posible desde la compresión de la solvencia que dimana del reencuentro crítico que ha hecho con su cultura, identidad, historia e ideología, como también de saberse  actor de la transformación social de la cual  ha emergido como agente del cambio.

Cuba es también la imagen de lo singular en el mundo de hoy, por ello resulta un foco de atención de visiones polarizadas. Pudiera decirse  que existe una muy marcada asimetría entre ambos  semblantes de la isla en la arena internacional y, por tanto, es  muy difícil encontrar en ese ámbito una representación que garantice el  fiel de la balanza en los términos del equilibro que merece la realidad de la isla.

Dialéctica para una imagen

Medio siglo después del triunfo, la Revolución da inicio a un proceso de cambios en busca de autogestionar un socialismo a la medida, con los colores nacionales que las más altas instancias políticas y gubernamentales de la nación prefiguran como próspero y sustentable.

En tal dirección no puede soslayarse que un ejercicio social de esa magnitud y complejidad tiene su expresión simbólica y que para que ello sea posible, además de las decisiones y voluntad políticas, se necesita una estrategia comunicativa.

La política comunicacional vigente, que tiene por base el paradigma el control de los medios de comunicación y la centralización de la información, resulta, como nunca antes, inoperante para encausar la apremiante necesidad de una información actualizada, pertinente y sistemática en todos los niveles de funcionamiento de la sociedad cubana. Por demás, ese modelo es disfuncional en el ámbito de la sociedad informacional que de manera creciente va tomando cuerpo también en nuestro país.

Es en el espacio de la comunicación social donde se gesta el capital simbólico indispensable para el ejercicio del poder. Por tanto, sin una nueva política en ese ámbito, no será posible darle consistencia al consenso  indispensable  para impulsar el proceso de cambios que requiere la nación (8).

Es así que ante el espejo de la realidad, la Imagen Cuba necesita de un rostro renovado concebido desde una concepción estratégica que brinde coherencia simbólica  a un hecho trascendental que identifica el presente y futuro de la isla.

La Primera Conferencia Nacional del Partido Comunista de Cuba, celebrada los días 28 y 29 de enero de 2012, mostró su interés sobre el tema y en los objetivos de trabajo  69, 70  y 71 aparecen reflejados los propósitos que animan la línea de cambios en esa dirección (9).

Pero  no basta con la voluntad política. Tenemos suficientes ejemplos de resoluciones entre otras muchas normativas en esa dirección donde se reiteran las mismas indicaciones para resolver idénticos problemas, que en muchas ocasiones se han complejizado, y a los cuales se han añadido otros nuevos sin encontrar solución en la práctica. Una de las claves para emprender el largo camino de la solución está en el cambio de mentalidad, tal como se reitera  y con el peligro de convertirse  solo en una consigna.

Al respecto, una de las cuerdas más sensible del asunto, el de la prensa,  fue abordada por  el primer vicepresidente Miguel Díaz-Canel al pronunciar las palabras finales del IX Congreso de la Unión de Periodistas de Cuba (UPEC): “(…) No sabemos comunicarnos y como no sabemos comunicarnos, o como tenemos imperfecciones en ese sistema de comunicación (…) hemos entrado en un círculo vicioso: el Partido espera determinadas realizaciones de la prensa y cuando hay algún incidente o algún hecho que altera eso, el Partido se mete más gerenciando que orientando, empieza a suplir el papel de  dirección de los medios, las direcciones de los medios se sienten atadas, algunos hasta se pueden acomodar y ahí se empieza a romper la sinergia, ahí se empieza a romper la retroalimentación, ahí se empieza a romper el papel que tiene que desempeñar, y eso se refleja entonces en los periodistas (…) y, al final, se nos van alterando todas las cosas (…) nos desinformamos y nos incomunicamos” (10).

El también miembro del Buró Político del PCC,  en esa misma ocasión, refiriéndose a los problemas comunicacionales en los organismos de la administración central del Estado, entre otras instituciones, expresó: “No hay ni estructuras funcionales ni estructurales para organizar la comunicación. Y les digo: ¿Alguien que trabaja para una sociedad socialista con las exigencias que tiene la nuestra, con una población que es instruida, que es educada, que razona, puede pretender trabajar y puede pretender tener éxito sin comunicarse, sin tener una expresión de comunicación hacia la población, hacia la sociedad, hacia el país?”  (11).

Tal como puede apreciarse, el cambio de mentalidad que se erige como asidero de la transformación en ejecución pasa también inexorablemente por el examen crítico y el redimensionamiento de las prácticas comunicativas relegadas hasta ahora, por lo general, a un segundo plano desde un uso meramente instrumental, factual y sectorializado.

Trascender ese escenario resulta crucial para abordar la estrategia que nos identifique como Marca País a partir de una concepción que responda, en primera instancia, a las características y necesidades de nuestro sistema político.

Al respecto, resulta de interés partir de lo señalado por Julio García Luis, quien dejó expresado en su libro “Revolución, socialismo, periodismo”,  que la comunicación es un fenómeno multifactorial y una estrategia de cambio que aspire a tener éxito deberá tener presente esa conjunción de factores, y no solo ello, también las prioridades que la decidan. En esa dirección  es importante subrayar la preeminencia que le otorga el destacado periodista y académico cubano al factor determinación política: “La dirección del Partido pudiera elaborar una redefinición clara de la actualización que necesita el modelo de prensa en nuestra sociedad, la cual podría incluir su misión social, el sistema de relaciones en que descansa y sus marcos de regulación” (12).

A partir de esa voluntad política que corresponde al PCC en su condición constitucional de fuerza dirigente de la sociedad cubana, sería necesario formular una política de Estado que brinde bases sólidas a la formulación de la Imagen Cuba.

En la conceptualización e implementación práctica de esa Marca País podrían participar todas aquellas personalidades y entidades registradoras y hacedoras de perfiles identitarios en el sentido más amplio y creativo con las miras puestas en encontrar la fórmula más conveniente de diseño. Se trata de concebir un registro simbólico único y versátil (muchos rostros, un solo país) (guste o no) desde adentro y para el mundo la Imagen Cuba. Darle la oportunidad de conocer desde nuestras fuentes la realidad del país siempre será mejor que dejarle ese espacio a la versión del adversario.

La actuación de la prensa cubana podría, al menos, estimular en públicos de otros países  un razonamiento que apele al sentido común con el criterio de que quien recibe ese mensaje lo hace desde la perspectiva del receptor activo y crítico.

La clave estaría en sacar la producción periodística que habla de la isla de la zona de confort y complacencia donde hasta ahora habita como regla.

Reto en tiempo real

El desarrollo vertiginoso de las nuevas tecnologías, y muy especialmente el impacto que han tenido en el surgimiento y avance de las redes sociales y de otras formas de comunicación digital, le han otorgado, desde la instantaneidad y la diversidad de voces, la categoría de global a lo local.

Asimismo,  no puede desconocerse el llamado “tiempo real” en que se mueven los mensajes en el ciberespacio, otro de los elementos distintivos que marcan el dramático cambio de paradigma comunicacional en el cual ya vivimos y que ha hecho volar en pedazos cualquier forma de control absoluto de la  información, tal como lo demuestra Wikileads.

Esos nuevos horizontes que brindan las nuevas tecnologías se convierten en una excelente oportunidad para irradiar la realidad cubana, si son aprovechados con inteligencia y eficacia esos instrumentos (13).

Hoy, por ejemplo, la Imagen Cuba tiene el  gran reto de mostrar a la opinión pública internacional las transformaciones estructurales y funcionales de que es objeto el modelo socialista aún vigente. La  credibilidad de tal representación pasa por la producción de un discurso periodístico inteligente, sustancioso y creativo capaz de mostrar esa realidad otra desde su complejidad y problemáticas.

Al respecto, el presidente Raúl Castro ha manifestado reiteradamente que la prensa debe ser capaz de reflejar la realidad cubana en toda su diversidad, informar de manera oportuna y objetiva, sistemática y transparente la obra de la Revolución.

Sin embargo, el reclamo del mandatario  no acaba de cristalizar, pues no es menos cierto que resulta difícil despojarse del corsé que durante años constriñe, como regla, la actividad de los periodistas a la labor como propagandistas políticos, restando protagonismo a otras funciones sociales y políticas inherentes al ejercicio de la labor informativa y que han contribuido a ciertos niveles de erosión profesional de los reporteros.

Es indispensable subrayar al respecto que existe una relación muy estrecha entre las normativas en este campo y la profesionalidad, pues una política herrada propende al deterioro de las competencias profesionales, y cuando estas últimas se enquistan en la práctica periodística se convierten en freno a la mejor de las directrices. La erradicación de situaciones como esta comportará siempre el ensanchamiento del margen de fallos, pues como dice el refrán: “…los médicos entierra sus errores, los abogados los encierran en la cárcel, y los periodistas, los publican”.

Los periodistas cubanos han denunciado durante años la postura abiertamente restrictiva de las fuentes instituciones para brindar información. Esa situación tiende a convertirse en una lectura que perjudica también la imagen de la propia Revolución, al denotar falta de transparencia en la relación comunicional del Estado con sus ciudadanos.

Desde luego que prácticas comunicativas de esa índole no sólo empañan de hecho la transparencia de la Imagen Cuba, sino también la desdibujan desde la interpretación que lógicamente se infiere de ese acontecer, del contexto que le da origen.

El  secretismo oficial  y  burocrático, lejos de proteger supuestamente a la Revolución, le es profundamente dañina a su representación y proyección simbólica, lo que repercute en la construcción del imaginario, no solo porque esconde “oficialmente” muchas veces el origen de deficiencias  que están a la vista de los de adentro y los de afuera, sino también porque el enemigo se sirve de esas falencias para desacreditarla, aún cuando también ha dado muestras suficientes de no necesitar de la información oficial para armar y desatar sus campañas mediáticas contra Cuba.

En tal sentido, mientras más información se brinde, menos espacios habrá para el mal entendido, el rumor, la especulación, la distorsión y la manipulación. No se trata de desvestirse ingenuamente ante quien desea desaparecernos del mapa desde hace más de medio siglo.

Lo justo y significativo en esa dirección es acabar de otorgarle a la información que corresponda el carácter de bien público, lo que conlleva a la obligación de brindarla oportuna y cabalmente por quien la maneja, pues el acceso a ella en la contemporaneidad es un derecho humano básico porque es el fundamento de la transparencia y del ejercicio de la democracia participativa que proclama y es bandera de nuestro proceso revolucionario.

La Unión de Periodistas de Cuba, como parte esencial del engranaje comunicativo del país, en su último congreso planteó como una de sus tareas principales la necesidad de elevar la profesionalidad de sus afilados a partir de un enfoque que tenga en cuenta los múltiples factores que influyen negativamente en el cumplimiento del encargo social de la prensa.

Otro aspecto a tener en consideración en la relación Prensa-Imagen Cuba tiene que ver en la necesidad de visibilizar el intenso diálogo social que acontece desde cada rincón del archipiélago con sus múltiples rostros, colores, sabores y preferencias que nos despojan felizmente del uniforme al que nunca la población se ha sometido ni por imposición interna y mucho menos por diseño mediático del enemigo. Esconderlo o fragmentarlo conduce a negar, por un lado, la  esencia democrática de la Revolución y, por el otro, desdibujar distingos de nuestra idiosincrasia como ser expresivos, sinceros, valientes.

En esa misma dimensión, la narrativa de nuestra realidad, dada su riqueza expresiva, para ser verosímil, debe apartarse cada vez más de la jerga burocrática, del almidón retórico, de la parálisis imaginativa.

La Imagen Cuba deberá ser la expresión de la comunicación para el cambio, es decir, consustancial al profundo proceso de  transformación socialista que el país lleva a cabo.  En tal sentido, su credibilidad se fundamentará en la misma medida en que se expongan con claridad los fundamentos y presupuestos de las innovaciones emprendidas, la manera de logarlas, mostrarlas en su desarrollo, en su devenir, con virtudes e imperfecciones.

Es por ello que esa representación simbólica de la Marca País indefectiblemente debe tener su correlato cotidiano en una prensa  que haya superado las limitaciones y distorsiones provenientes de políticas informativas que no se corresponden con los nuevos tiempos.

En  esta mirada a la Imagen Cuba y  al papel de nuestra prensa en su visibilidad sobresale, como conclusión, la necesidad de darnos, de forjar una cultura de la comunicación y vertebrar un sistema comunicativo eficiente como le corresponde a nuestro sistema social.

Tomado de Revista Temas, Número 77, enero-marzo de 2014.

Notas:

(1) Luis Ramiro Beltrán, “Comunicación para el desarrollo en Latinoamérica. Una evaluación sucinta al cabo de cuarenta años”, Red de Cátedras de Comunicación de UNESCO, (Orbicom), 2002.

(2) Pierre Bourdieu, “Language and symbolic power”, Cambridge, Editorial Polity Press, 1991.

(3) Update to to Congress on National Framework for Strategic Communication, President Response to NDAA 1055 of 2009, p. 1.

(4) Ignacio Ramonet, “Propaganda silenciosa. Masas, televisión y cine”, Fondo Editorial del ALBA, La Habana, 2006, p. 30.

(5) Denis McQuail, “Introducción a la Teoría de la Comunicación de Masas”, Ed. Paidós, Barcelona, 2000, p.124.

(6) John B. Thompson, “Los media y la modernidad, Una teoría de los medios de comunicación”, Editorial Paidós, Barcelona,1998, p. 34.

(7) Henri Charriere, “Papillon”, Editorial RBA, Barcelona, 2011. La novela vio la luz en 1969 y en 1973 fue llevada al cine por  Franklin J. Schaffner, con Steve McQueen como protagonista y Dustin Hoffman como actor secundario.

(8) Ver: José R. Vidal. “Comunicación y cambio”. En: www.ipscuba.net, 21 octubre, 2011 

(9) Objetivo No. 69. Reflejar a través de los medios audiovisuales, la prensa escrita y digital con profesionalidad y apego a las características de cada uno, la realidad cubana en toda su diversidad en cuanto a la situación económica, laboral y social, género, color de la piel, creencias religiosas, orientación sexual y origen territorial.

Objetivo No. 70. Lograr que los medios de comunicación masiva informen de manera oportuna, objetiva, sistemática y transparente la política del Partido sobre el desarrollo de la obra de la evolución, los problemas, dificultades, insuficiencias y adversidades que debemos enfrentar; supriman los vacíos informativos y las manifestaciones del secretismo, y tengan en cuenta las necesidades e intereses de la población.

Objetivo No. 71. Garantizar que los medios de comunicación masiva se apoyen en criterios y estudios científicos, sean una plataforma eficaz de expresión para la cultura y el debate y ofrezcan caminos al conocimiento, al análisis y al ejercicio permanente de la opinión. Exigir de la prensa y las fuentes de información el cumplimiento de sus respectivas responsabilidades, a fin de asegurar el desarrollo de un periodismo más noticioso, objetivo y de investigación.

Objetivos de trabajo del Partido Comunista de Cuba aprobados por la Primera Conferencia Nacional. En: http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/1ra-conferencia-pcc/objetivos.html

(10) y (11) Díaz-Canel, Miguel (discurso), Enfoque, La Habana, Edición Extraordinaria, agosto 2013, p. 5.

(12) Julio García Luis, “Revolución, socialismo, periodismo”. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2013, p.194.

(13) El objetivo 52 de la Primera Conferencia Nacional del PCC se expresa:
Aprovechar las ventajas de las tecnologías de la información y las comunicaciones, como herramientas para el desarrollo del conocimiento, la economía y la actividad política e ideológica; exponer la imagen de Cuba y su verdad, así como combatir las acciones de subversión contra nuestro país.

LA OBJETIVIDAD: ¿VER PARA CREER?

LA OBJETIVIDAD: ¿VER PARA CREER?

MSc. ANA TERESA FLORES, MSc. DORYS PEROZO y MSc. JOEL ALEXIS CHIRINOS,
Profesores de la Universidad Bolivariana de Venezuela, Sede Falcón (Coro).

En su artículo La objetividad periodística: UTOPÍA Y REALIDAD, el periodista colombiano Javier Darío Restrepo sostiene: “La objetividad periodística: una pretensión tan desmedida como la de aprisionar el reflejo de las aguas de un río, que en un instante son y en el siguiente dejan de ser. Sin embargo, esa objetividad es la garantía que el lector busca para poder creer”, dejando entrever la volatilidad de la apreciación periodística sobre la realidad de los hechos o fenómenos sociales.

En ocasiones, bien sea por ignorancia o por comodidad, la objetividad se aborda de manera simplista al considerarla como una cualidad opuesta a la subjetividad, reduciéndola a la manera en que una persona tiene de juzgar las cosas según su mirada, o “según el cristal con que se mire”; no obstante, al poseer cada persona la posibilidad de tener visiones distintas de los mismos hechos o fenómenos, tales visiones son en esencia subjetivas.

Por lo tanto, sería conveniente partir para el debate y la discusión del siguiente concepto, registrado en la Enciclopedia de la Comunicación, sobre la objetividad: “Obligación que debe asumir el periodista al redactar una información evitando al máximo reflejar su opinión al respecto, limitándose a contar los hechos tal y como han sido. Capacidad que debe poseer un Comunicador para conocer y examinar los hechos tal y como se presentan, sin dejarse influir favorable o desfavorablemente por los mismos, ni por la situación en la que está implicado personalmente y para examinar los hechos basándose en la prueba y la razón y no en el prejuicio y en la emoción”.
 
No obstante, al ser consultado al respecto, el periodista y docente de la Universidad Bolivariana de Venezuela, José Rafael Gutiérrez, opina que “la realidad es demasiado humana como para que el periodista se limite a ser un eunuco intelectual, una abstracción o una negación de la misma, sencillamente es un ser humano que ciudadanamente convive en una sociedad regida por un marco de leyes que garantizan y regulan principios de justicia e igualdad,  en consecuencia, es humanamente difícil que pueda permanecer impasible, inalterable e insensible ante algún hecho donde esté involucrada la vida de otros seres humanos y que los sentimientos o emociones que experimente no se reflejen de alguna manera en lo que transmite.

“Por lo tanto, eso que impúdicamente algunos llaman objetividad, está muy vinculado con la honestidad en una íntima relación donde destacan valores fundamentales como el compromiso, la responsabilidad y el respeto a nivel individual y social durante el tratamiento periodístico de un hecho o fenómeno social, y al carecer de tales valores la objetividad se convierte en un término vacío dentro del ejercicio periodístico, pues si bien no es objetivo ni honesto permanecer indiferente ante el dolor, la injusticia, la alegría o la esperanza de otros seres humanos tampoco es objetivo ni honesto que amparados en el derecho a la libertad de expresión los periodistas puedan tergiversar, distorsionar, descontextualizar,  manipular, prejuiciar o sesgar la información, menos insultar e invadir sin limitaciones la privacidad ajena, exponer al escarnio público, lesionar, denigrar o difamar sobre el honor de otros seres humanos, por cuanto nada ni nadie le hace tener  supremacía moral sobre los demás individuos de una sociedad de la cual forman parte como ciudadanos en un marco de leyes que garantizan igualdad ante la justicia”.

Consideramos, entonces, que el periodista no es un juez supremo de la moral pública ni que debe asumir como norma que el fin justifica los medios confundiendo lo conflictivo, sensacional o espectacular con lo importante desde el punto de vista informativo, mediatizando el ejercicio de su función con la finalidad principal de adquirir prestigio o influencia personal, sino  que debe procurar que en su ejercicio impere la condición humana y la necesidad de brindar al pueblo una información íntegra, honesta, confiable, balanceada y clara que influya positivamente en la sociedad.

En tal sentido, habría que considerar que, precisamente, la objetividad tiene que ver con el objeto y sus características, ante el cual el sujeto puede llegar a conocer, comprender, sentir y que, según su interés, lo transmite desde su punto de vista para hacer creer o convencer de su visión a quien lo recibe, tal como lo plantea Rodrigo Fidel Rodríguez Borges:

“La persistencia del mito de la objetividad tiene que ver con una práctica profesional en la que no se escatiman recursos para convencer al lector (como al oyente o al telespectador) de que aquello que se les comunica bajo el rótulo de noticia es VERDAD (así, con mayúsculas y sin matizaciones) y que la presentación que se hace de la realidad es puramente objetiva. Lo ideal es convencer al destinatario de que «los hechos hablan por sí solos», de que el periodista se limita a reflejar (como en la socorrida metáfora del espejo plano) lo que ocurre, sin interferir en ese relato «espontáneo». Una suerte de automatismo de la escritura: el periodista debe ser un testigo imparcial que levanta acta de lo ocurrido con la limpia asepsia de un sexador de pollos japonés”.

Hay que hacer mención a la relación entre periodismo, medios y poder, por cuanto la objetividad y la honestidad profesional se contraponen a los intereses económicos, políticos y hasta personales de los dueños de medios de comunicación social  respondiendo a centros hegemónicos de poder que imponen sus modelos de dominación a través de la manipulación mediática.   

Según opinión de Víctor Ego Ducrot, profesor argentino, director de la Agencia Periodística del MERCOSUR (APM), los ejes Objetividad-Subjetividad, Parcialidad-Imparcialidad, resultan fundamentales en cualquier análisis serio en torno al Periodismo. Sus criterios al respecto son contundentes: «Todo  proceso  periodístico  pertenece,  ineludiblemente,  a  la dialéctica  de  la  lucha  por  el  poder,  ya  sea  para  construirlo,  conservarlo, desconstruirlo, o para  modificar su naturaleza de clase.»

Por tanto, resume este reportero con 35 años de experiencia que nuestro oficio es «objetivo y parcial». ¿Qué entiende entonces Ego Ducrot por Objetividad? «Remisión  a  los  hechos  según  fuentes», o lo que él traduce así: «Una  actividad  metódica  conocida  como  crítica.»

Si los periodistas nos limitamos a nuestro deber cotidiano estamos perdidos.

Desde el enfoque del periodista polaco Ryszard Kapuscinski, la objetividad se presenta en antinomia con el compromiso moral que todo periodista debe tener ante situaciones degradantes de la condición humana. La experiencia en la cobertura de 17 revoluciones en 12 países le dan al “Reportero del Tercer Mundo”, como es conocido, suficientes pertrechos para argumentar que “no se puede ser objetivo frente a la tortura y la dictadura, porque eso es inhumano.

“Estamos  viviendo  en un mundo muy contradictorio, de muchas desigualdades e injusticias y por lo tanto no se puede ser una  persona  con objetividad. Los que relatan sin ninguna actitud son los  que  trabajan con eso que se  llama objetividad. Por  el  otro  lado, estamos tratando  de  cambiar algo, de mejorar la situación, de estar donde tenemos que estar. Queremos tratar de mostrar el mundo y de escribir sobre el mundo para que nuestros lectores u  oyentes despierten su conciencia y tengan una actitud de cambio. Creo que hay una falsa interpretación de la tradición anglosajona  de la objetividad”, precisaba Kapuscinski.

Esta postura encuentra versiones favorables precisamente de periodistas con experiencias en situaciones de conflicto, como es el caso de César Mauricio Velásquez, decano de la Facultad de Comunicación Social y Periodismo de la Universidad de La Sabana (Colombia), quien asume que los periodistas deben comprometerse con la defensa de los valores como el derecho a la vida, la libertad y la justicia.

Por tanto, en vez de asumir la “objetividad” que el modelo liberal ha querido imponer, el periodista debe aspirar y con su actuar ratificar ser honesto, responsable y veraz, o como diría la periodista y escritora catalana Maruja Torres: “"No hay que hablar de objetividad porque no existe, hay que hablar de honradez”.

Kapuscinski concibe la objetividad como una tradición anglosajona mal interpretada, donde se concibe el periodismo como el “otro poder”, pero que no critica ni expresa ningún desacuerdo con las políticas de la hegemonía.

Tal situación es muy notable en este mundo globalizado, donde muchos reporteros dejan de ser subjetivos, es decir, no se involucran y dejan de ser miembros activos en la sociedad y se convierten además en herramientas mercantilistas, enfocados en la “búsqueda del morbo, del espectáculo, y lo escandaloso: de lo que vende y no de lo que construye”, según Manuel Castells.

Bibliografía:

Arencibia Lorenzo, Jesús. VÍCTOR EGO DUCROT: DOCENCIA, INVESTIGACIÓN, PERIODISMO. En: mesadetrabajo, revista digital del Departamento de Periodismo de la Facultad de Comunicación. Universidad de La Habana. Cuba.

Cano, Arturo. (2007) Reflexiones de Kapuscinski sobre el periodismo.

De La Mota, Ignacio H. (1994) Enciclopedia de la Comunicación. Tomo 3. Noriega Editores.

Pavón, Héctor. "No hay objetividad frente a la tortura". Entrevista realizada a Riszard Kapuscinski por el periodista Hector Pavón, de la Revista Ñ del diario Clarín (Argentina).

Restrepo, Rubén Darío (2001). La objetividad periodística: UTOPÍA Y REALIDAD. Chasqui, Revista Latinoamericana de Comunicación, nº 74, 2001.

Rodríguez Borges, Rodrigo Fidel (1998). La objetividad periodística, un mito persistente. Revista Latina de Comunicación Social, 2. Recuperado el 14 de marzo de 2010 de:
http://www.ull.es/publicaciones/latina/z8/

 

ALÁNIMO, ¿LA FUENTE SE ROMPIÓ?

ALÁNIMO, ¿LA FUENTE SE ROMPIÓ?

Conferencia en Festival de la Prensa Escrita de La Habana.

Dra. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,
Profesora de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Editora de mesadetrabajo.

Cuando me pidieron hablar sobre las fuentes informativas quedé varada ante dos perspectivas de abordar el asunto. La primera supone la posición del docente que explica a los estudiantes las múltiples clasificaciones que dan los especialistas sobre las fuentes, entendiéndose estas como el sujeto u objeto que propicie, contenga, facilite y transmita información, y que manoseadamente encontramos en cuanto folleto y artículo se publica acerca de cómo buscar, acceder y construir la noticia.

Es decir, clasificaciones que abarcan conceptualmente a las fuentes por grupos que van desde las documentales y no documentales, tradicionales y no tradicionales, permanentes y transitorias, primarias y secundarias, y directas, indirectas y complementarias, hasta una inagotable lista en las que están incluidas las fuentes personales, temporales, asiduas, de contenido informativo, generales, privadas, confidenciales, voluntarias, involuntarias, las implicadas y las ajenas, en un inventario en el que no pocas veces percibo solo cambios de denominaciones, más que de contenidos sólidos en busca de un camino definitorio y simple.

La otra perspectiva no desestima la posición del docente –siempre obligado a transmitir sus experiencias a quienes se forman en la profesión-, pero va más ceñida a los hacedores de la información, a los periodistas enfrentados a la doble disposición que entraña la búsqueda personal de lo noticioso y la aceptación de la noticia que sin permiso llega a la redacción.

Y como buscar la noticia es el acto en sí que define al profesional del sector, trato, entonces, de delimitar más la línea de análisis y sustentarlo en la avalancha de notas, citaciones, declaraciones e impresos que unas veces nos acechan y otras nos salvan, y a las que inevitablemente debemos acudir. Estoy hablando de las notas que llegan por plan de organismos, ministerios, organizaciones e instituciones y cubren, abarrotan y se imponen las más de las veces en las mesas de redacción de cualquier informativo. Y aclaro: sea cual sea el informativo, pues tal situación se ha convertido en un problema universal que refieren no pocos estudiosos.

Antes los emisores de éstos ejemplos mencionados se llamaban Departamentos de Divulgación. Ya no, a la vuelta de años de transformaciones, avances y retrocesos no solo en el periodismo, sino en toda la amplia esfera de la comunicación social, la denominación se ha ampliado y hoy pueden ser también, según la posición que desempeñen, departamentos de Relaciones Públicas, de Promoción, de Relaciones Internacionales; sin embargo, la más contemporánea es la de Gabinete de Prensa, aunque existen otras maneras diversas de llamarlos.

Pero, lo que nos ocupa no es el nombre, sino la pasmosa y cada vez mayor influencia que ejercen esas entidades en nuestros medios informativos, el cerco que imponen a la noticia, la centralización de la misma y la uniformidad con que los mensajes están llegando a los públicos.

Mauro Wolf, en Los emisores de noticias en la investigación sobre comunicación, apunta: “El aumento de los flujos de información que entran en las redacciones ha llevado a una cierta burocratización del trabajo periodístico: hoy, sectores enteros de la redacción son verdaderos y auténticos seleccionadores de flujos ingentes de noticias que llegan a las redacciones bajo formas que permiten la casi inmediata publicación. Pero este incremento de los flujos de noticias y de trabajo no se traduce en un proyecto más esmerado de los periódicos, en selecciones más razonadas y profundizadas. Las redacciones son cada vez más dependientes de las agencias, de las fuentes, cada vez están más constreñidas a adecuarse a criterios de relevancia establecidos por las redes de las agencias.

“Los flujos de noticias que permiten tanto las nuevas tecnologías como las conexiones con las agencias y con las otras fuentes estables hacen que la recogida de noticias no sea ya un problema: las funciones de control del flujo se convierten en primarias. Ahora se ha hecho normal decir y pensar que no son los periodistas quienes deben buscar las noticias, sino que son las noticias quienes buscan a los periodistas. La relación entre la recogida de las noticias y la confección del periódico ha recibido un impulso que ha modificado el equilibrio entre estas dos funciones”.

Dejo sentada una cuestión: no estoy en contra de tales departamentos, imprescindible hoy para cualquier organización que necesite comunicar sistemáticamente su imagen, cualquiera sea el caso. Estoy refiriéndome al uso abusivo que en ocasiones hacen de su ejercicio y la comodidad que va sedimentando en los profesionales de la prensa la no búsqueda de la noticia y la aceptación pasiva y acrítica de todo cuanto “baje” institucional y oficialmente.

Y este fenómeno es mundial. La profesión cada vez parece despeñarse más hacia el arrecife de las notas que llegan mediante las redes establecidas y todo lo que se genera fuera de ellas pierde inevitablemente valores noticiables o, al menos, disminuyen de forma considerable. Es decir, se asiste a una burocratización de las redacciones, a un no actuar, no decidir, no publicar, en tanto las informaciones no vengan con el salvoconducto de lo oficial.

Apenas unos años atrás los periodistas acudíamos a nuestras fuentes en cualquiera de los niveles con mayor libertad. Una presentación, o una llamada eran suficientes para establecer un contacto o conocer sobre aquello que necesitábamos para elaborar una nota. Las relaciones personales eran una vía infalible para estar al tanto de lo que acontecía en nuestras respectivas áreas de atención, y las fuentes no dudaban en darnos aquello que sabían era noticia y tenían la seguridad del buen uso que daríamos al dato, a la cifra, a la cita, a la recomendación, y hasta a la patética frase de “no puedo hablar de eso ahora”. Haber ganado respetabilidad ante nuestras fuentes era el abracadabra de cualquier reportero.

Hoy no. Hoy se puede ser un reportero muy respetado por la fuente, un profesional reconocido, pero una simple respuesta requiere en no pocas ocasiones de la autorización del departamento instituido en su nivel más alto, el que deberá dar su fallo al intermedio y éste al municipal y después a la base. Un ciclo que puede demorar un día o un mes, o no darse nunca una respuesta, perdida ésta en la intríngulis de las confirmaciones que las más de las veces tienen que ver con el rechazo ante un cuestionamiento inquisidor, a una pregunta que falsamente se considera que debe contar con la aprobación de las más altas esferas decisoras, a un celo excesivo que centraliza toda información por oportuna que sea su divulgación.

Estamos asistiendo a un alarmante crecimiento en la mediación institucionalizada de la información. Es esto, y no aquello, lo que la fuente quiere que se diga. No es infrecuente que un reportero invierta muchas jornadas en la investigación de un asunto que después no saldrá a la luz pública porque los decidores fundamentales simplemente dieron la callada por respuesta. Ni siquiera están obligados a dar argumentos acerca del por qué del silencio. Simplemente es así: lo tomas o lo dejas, mostrando con ello irrespeto por la función social de la prensa, desestimulando la labor creativa, de análisis y reflexión del periodista, imponiendo la agenda informativa que interesa a sus entidades y no la que requiere el pueblo, ávido de noticias que de veras repercutan en la sociedad y, al no encontrarlas en los diferentes soportes mediáticos, acuden a la voz pública, corriendo el riesgo que entraña la dinámica del rumor y, en consecuencia, la pérdida de información verdadera y la distorsión de la realidad. Corriendo el peligro de la no credibilidad de la prensa porque supone que ésta no es profesional, que no ve las cosas, que vive en la estratosfera, o que está maniata por determinadas agendas.

Wolf, en la obra citada, señala: “Como se ha dicho antes, esta tendencia no sólo aumenta y ensancha el campo de la visibilidad de lo social, sino que también, y es éste el interés desde el punto de vista del newsmaking, hace que la agenda de los centros institucionales más fuertes (grupos, asociaciones, centros religiosos, culturales, científicos, etc.) determine la agenda de los medios. Estos últimos funcionan como lugar de paso para un material informativo sobre el que la selección periodística pierde progresivamente capacidad de decisión autónoma, de relevancia periodística que no sea solo de mercado u orientada a la concurrencia. Como dice Furio Colombo, el periodismo se convierte cada vez más en un oficio de rebote, en el sentido de que su agenda es abastecida desde el exterior”.

La Academia forma a los estudiantes en habilidades acerca de cómo realizar la selección de las fuentes, toda vez que un mensaje veraz, certero, creíble, plural y bien confirmado, será respetado por el destinatario y consolidará la integridad y autoridad del periodista y del medio que lo publica. Entonces, el docente instruye sobre la importancia de contar con colaboradores especializados en sus saberes, en acudir a materiales de referencia, a interpretar los acontecimientos, a expurgar o validar datos, a documentar fehacientemente y contrastar, y a cumplir con los principios verificativos, explicativos y editoriales que implica el acto mismo de informar. He aquí ingredientes imprescindibles en el trabajo creativo para la construcción de los mensajes periodísticos.

Sin embargo, ante la oficialidad que se impone resulta preocupante el propio proceso de selección de la noticia, ya mediatizada por el interés de la fuente suministradora. Hoy las fuentes citan a un periodista para cubrir una información y dan más importancia al acto y al quién pondrá la condecoración, que a la persona homenajeada y sus méritos. Y todavía peor: en muchos de esos departamentos el personal no es especializado en labores con la prensa y, no obstante, está autorizado a determinar a quién entrevista o no, o cuáles son los aspectos que se pueden abordar. Es más: la atención a la prensa en no pocos casos es su cuarto, quinto o sexto contenido de trabajo, pues primero es preciso que entre sus cometidos cumpla con garantizar la música, los micrófonos, el guión y el transporte.

Es el caso también de lo que se da a conocer en conferencias de prensa o en notas enviadas a la redacción. Se habla de “esto”, de lo que quiere hoy comunicar la fuente, y no de lo que interesa al periodista, al medio, a la sociedad. En consecuencia, al leer, escuchar o ver la noticia en cualquiera de los soportes mediáticos, ésta nos llega igual, como idéntica gota de agua, como alma gemela a la que ya casi ni estamos intentando dar un comienzo singular y la presentamos en todas partes en su rígida concepción de pirámide invertida, sin aliento creativo, sin personalizar, fría y distante.

Respecto a lo que se dice, hay una manipulación implícita a la prensa por parte de esas fuentes institucionales, manipulación que desgraciadamente en no pocas oportunidades se reviste con un falaz carácter “estratégico”, pero que de veras nada tiene que ver con las políticas informativas trazadas por el país. Hay una especie de ponderación a ultranza y se vuelve impublicable cualquier noticia por noble que sea porque hay que esperar que una persona lo diga, lo apruebe, lo decida. Y muchas veces, es justo reconocer, cuando el reportero puede estar “tú a tú” con los decidores fundamentales del “sí” o el “no”, el asunto es mera rutina que se resuelve de manera expedita. Esto crea una situación confusa, nunca uno está verdaderamente enterado de que si quien no quiere decir es el decidor, es el aparato de divulgación porque cree que no se puede informar o porque está orientado que así sea, o son la confabulación de ambos.

En suma, quizás ahora tengamos un flujo informativo de caudal aceptable; no obstante, habrá que preguntarse si esa cantidad tiene una expresión cualitativa en la noticia que damos en los medios, en la que estamos llamados a buscar de por sí, de manera que no perdamos el sentido de lo que es la función génesis del reporterismo –rastraer, buscar, encontrar-, y acomodemos el intelecto al sopor del no hacer. Y lo que es peor: a la grisura del “dejar hacer”.

Antes de pasar a otro aspecto, valido lo anterior con una acotación de Wolf en Los emisores de noticias…: “Se aprecia un proceso de cambio de los lugares institucionales que definen la noticiabilidad en el exterior de las redacciones, mientras éstas se limitan frecuentemente a aceptar y a dar forma a aquello que viene ya elaborado de fuera”.

Y aquí hago un paréntesis necesario. No podemos ser ingenuos y creer que en cualquier parte del mundo se puede publicar a tontas y a locas. En especial, la prensa cubana, afiliada ideológicamente a su revolución y los principios que entraña, conoce muy bien cuánto puede o no divulgar de manera que siempre ésta quede salvaguardada, pues tiene muy presente la cercanía de su enemigo ideológico y la guerra mediática que éste recrudece cada vez más. Como también sabe que la libertad de prensa, tan cacareada y aclamada en las sociedades “democráticas”, es solo un fariseo juego de palabras para adormecer a las masas. El periodismo es una profesión de compromiso con la sociedad en que se vive y los valores que ella sustenta. Los periodistas estamos para validarlos.

Pero ello no puede convertirse en una suerte de tribunal inquisidor, en un manto que ampare ineficiencias, temores, ineptitudes, incumplimientos, desórdenes, mal trabajo y acomodamientos. La consabida frase de “esto no se puede decir”, muchas veces no cuenta con el respaldo de una explicación que la justifique, por un entendimiento de los por qué, por un lógico razonar en busca de otras alternativas propiciadoras de soluciones para poder informar oportunamente a la población y dar a conocer los sucesos socialmente relevantes que tiene derecho a conocer a partir de noticias documentadas, equilibradas, oportunas e interesantes, en las que estará presente nuestra honestidad profesional como rosa náutica.

Como dije al principio, no estoy en desacuerdo con los departamentos de divulgación tanto en su carácter de fuentes institucionales de responsabilidad indiscutida como también en su posición de representantes de las fuentes que deben dar información. Con lo que estoy en contra es con esa no-noticia que tratan de imponer, con tanto informe administrativo convertido en información, con cada acto que no trasciende más allá de sus propios protagonistas, con los cumplimientos de cifras que nada dicen, con anuncios de actividades que después se pierden porque su ejecución es más de lo igual de unos y otros, con la barrera que imponen para que no accedamos a las fuentes primeras.

Van Dijk (citado, por Txema Ramírez, en La influencia de los gabinetes de prensa. Las rutinas periodísticas al servicio del poder), al cuestionarse la naturaleza de las diversas fuentes que intervienen en el proceso productivo de la noticia, acota: “¿Qué información procedente de los textos fuentes se enfoca, selecciona, resume o procesa para su posible uso en los procesos de producción de un texto periodístico? ¿Cómo ocurre esto? ¿Quiénes están implicados en los muchos tipos de interacción verbal a través de los cuales esos textos fuentes llegan a ser asequibles: las entrevistas, las llamadas telefónicas, las conferencias de prensa o hechos similares en los que los periodistas salen al encuentro de posibles fuentes informativas y personajes de la noticia? ¿Cuáles son las diferentes reglas y limitaciones de este tipo de encuentros y en qué situaciones tienen lugar?”

Todo ello nos precisa a que retomemos el sentido crítico de lo que se va a publicar porque entregar una cuartilla no puede ser el acto simple de “ganarse los frijoles” todos los días en un sucumbir ante las rutinas productivas. Seleccionar qué sirve y que no, qué nos interesa a nosotros mismos como audiencia es un ejercicio no solo inevitable, sino obligado. Poner coto a tanta citación intrascendente y documento ineficaz enviados por las fuentes institucionales ha de ser una urgencia, como lo ha de ser también la voluntad de superarnos, calificarnos y aumentar nuestros conocimientos, de manera que cada día estemos listos para realizar preguntas inteligentes, adecuadas, responsables, que nos lleven a investigaciones profundas y trabajos certeros, documentados y eficaces.

El acto responsable y feliz de rastrear la noticia para crear mensajes que de veras ganen al público tiene que ser el credo irrenunciable de los periodistas. 

Bibliografía:

Avogadro, Marisa, Fuentes informativas y periodismo científico, http://www.cem.itesm.mx

Calzadilla, Rodríguez Iraida, La Nota, Pablo de la Torriente. La Habana, 2005.

Documentación y fuentes informativas, http://rayuela.uc3m.es

Lazcano, Brotóns Iñigo, La protección de las fuentes periodísticas en el sistema europeo de derechos humanos, http://www.ehu.es

Ramírez, Txema, La influencia de los gabinetes de prensa. Las rutinas periodísticas al servicio del poder, http://www.campusred.net

Villafañe, J., Bustamante, E., Fabricar noticias; las rutinas periodísticas en radio y TV. Mitre. Barcelona, 1987.

Wolf, Mauro, Los emisores de noticias en la investigación sobre comunicación, página Web de Los emisores de noticias.

 

“LOS AÑOS DE LA IRA”. UN ACERCAMIENTO AL CONTEXTO SOCIO-CULTURAL DE LA DÉCADA DEL SESENTA EN AMÉRICA LATINA

“LOS AÑOS DE LA IRA”. UN ACERCAMIENTO AL CONTEXTO SOCIO-CULTURAL DE LA DÉCADA DEL SESENTA EN AMÉRICA LATINA

MSC. SALVADOR SALAZAR NAVARRO,
Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
Estudiante de Doctorado en Estudios Latinoamericanos, Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

El triunfo de la Revolución Cubana, el 1ro. de enero de 1959, marca la llegada de una nueva coyuntura socio-cultural en la trama histórica latinoamericana de larga duración. Rememorando aquellos días, el cineasta chileno Miguel Littin (2007) expresa: “La revolución cubana había estremecido el continente; nacía con ella una nueva realidad signada por la presencia protagónica de las grandes masas populares en la vida pública, quienes encontraban su eco natural en una generación de artistas que descubrían en las tradiciones populares la levadura con la que se amasaría la obra del futuro.

“Desde el Mar Caribe al Pacífico y el Atlántico, desde la selva tropical a la Cordillera de los Andes, una voz subterránea y mineral recorría el continente removiendo sus entrañas, reconociendo a sus diversas resonancias la identidad común, cuestionando los valores establecidos por el régimen neocolonial, buscando incesantemente proyectar los principios de una nueva filosofía que surgía dando una respuesta entusiasta a una civilización desgastada por el escepticismo (…)

“El sentimiento acumulado en siglos de sometimiento y colonialismo, en culturas destruidas y templos enterrados, en voces acalladas, en manos truncadas, explotaba como un nuevo volcán cambiando de raíz la visión del hombre y las cosas.

“Y este nuevo verbo se expresaba en una fulgurante literatura, en una música que rescataba en la memoria popular los acordes de la canción liberada; en un nuevo cine que encontraba en la confrontación social, las imágenes y el sonido que lo liberaban de antiguas ataduras estéticas y subordinaciones tecnológicas; empujado a nacer por la fuerza creciente de una historia que exigía ser narrada con urgencia”.

Los sesenta fueron los años de la ira

La Revolución Cubana se inserta así en un sistema-mundo, en un planeta cada vez más globalizado gracias a los medios masivos de comunicación, que habían transformado los modos de producir y reproducir la cultura del siglo XX, en especial la televisión. Las imágenes de Fidel y el Che forman parte de una época que incluye al movimiento a favor de los derechos civiles, la guerra de Argelia, Vietnam, el Mayo parisino, la Primavera de Praga, Bob Dylan, los Beatles, los Rolling Stones... Cincuenta años más tarde, seguimos fascinados con esta época en la que estalló la rebeldía latinoamericana como parte de un escenario mundial signado también por el cambio, momento en el cual convergen variadas posiciones políticas, tendencias estéticas, cosmovisiones generales en torno a la naturaleza de la revolución social, a las vías mediante las cuales canalizar los esfuerzos en pos de superar las profundas contradicciones sobre las cuales se había asentado la modernidad periférica en nuestros pueblos.

Regresamos una y otra vez a los sesenta, ya que en estos años se plantearon claramente las grandes interrogantes a las que se ha enfrentado la civilización latinoamericana (la cultura latinoamericana) en sus primeros cinco siglos de existencia. ¿Sobre qué presupuestos establecer un modelo de gestión de la cultura, de la producción cultural, verdaderamente alternativo a la hegemonía del mercado, a la visión que se construye desde las metrópolis políticas, económicas y simbólicas? ¿Cómo han de ser las relaciones entre el poder y la producción cultural? ¿Qué rol han de desempeñar los intelectuales en la sociedad? ¿Cómo avanzar en la transformación social, en la construcción de nuevas hegemonías?

Las valoraciones que siguen no pretenden una revisitación general de esta década en la que se fundó por primera vez a escala continental un ideal de esperanza y libertad, tarea que corresponde a los protagonistas de aquellos días excepcionales. Propone tan solo un acercamiento reflexivo al campo de la cultura y la sociedad de la época, desde las claves y las posibles enseñanzas que nos pueden dar el medio siglo transcurrido desde aquel entonces hasta el presente.

Los 60 en perspectiva

La llamada "década prodigiosa" en América Latina no puede entenderse fuera de un contexto de cambios socio-culturales a nivel planetario, en el que intervienen un conjunto importante de procesos políticos y culturales. Como explica Fernando Martínez Heredia: “Los sesenta” fueron –aunque no solamente eso- la segunda ola de revoluciones en el mundo del siglo XX. A diferencia de la primera ola, que sucedió sobre todo en Europa a partir de la Revolución Bolchevique, el protagonista de la segunda fue el llamado Tercer Mundo; sus revoluciones de liberación nacional, sus socialismos y sus exigencias de desarrollo combatieron o chocaron con el sistema del Primer Mundo –el imperialismo-, o trataron de apartarse de él. También tocaron muy duro a las puertas del “Segundo Mundo”, de las sociedades que se consideraban socialistas. En los propios países desarrollados hubo numerosos movimientos de protesta y propuestas alternativas de vida, que tuvieron trascendencia” (2010, p. 57).

La primera oleada de revoluciones que sacudió al siglo XX fue hija de una profunda crisis económica que erosionó los cimientos de la civilización burguesa. Sin embargo, el cisma cultural de los sesenta estalló en un clima de bonanza, al menos para los países del llamado primer mundo. De acuerdo con el historiador Eric Hobsbawm, la época estuvo precedida por "un periodo de 25 a 30 años de extraordinario crecimiento económico y transformación social, que probablemente transformó la sociedad humana más profundamente que cualquier otro periodo de duración similar. Retrospectivamente puede ser considerado como una especie de edad de oro, y de hecho así fue calificado apenas concluido, a comienzos de los años setenta” (Hobsbawm, 2003, pp. 15-16).

La explosión de los sesenta fue consecuencia entonces, como afirma el cineasta cubano Julio García Espinosa, no de una acumulación capitalista sino de la cristalización creciente de un “pensamiento avanzado”.

“Las primeras clarinadas lo fueron el desplome del colonialismo, la cruenta lucha por la independencia en Vietnam y el irreversible triunfo de la Revolución cubana. Se escuchaban campanadas que provenían tanto del Norte como del Sur. Los estudiantes se volvían antiescolásticos y daban tres pasos hacia la vida. Las minorías de todos los malos tiempos se rebelaban orgullosas y dignas. Se renovaban las ideas, se enriquecían las artes, se transformaban las costumbres; se mezclaban las voces, se acercaban las culturas, se enriquecían las identidades. Se echaban a un lado los falsos nacionalismos y se abría el camino hacia una humanidad sin límites. En el cine había surgido el Neorrealismo italiano que ahora florecía por todas partes con su fuerza renovadora. La diversidad inundó nuestras vidas volviéndonos más adultos y más solidarios. Los años sesenta demostraban que cuando van de la mano la vanguardia artística y la vanguardia política, la cultura alcanza sus cotas más altas (García-Espinosa, 2009, pp. 56-57).

La propia idea de América Latina, del latinoamericanismo, fue en cierto modo un descubrimiento de la época, ya que hasta entonces esta vasta región del tercer mundo había estado alejada de los principales conflictos globales, y la integración había sido enfocada desde una óptica panamericanista bajo la hegemonía de Washington. La revolución cubana puso en el mapa a un continente esencialmente mestizo desde el punto de vista socio-cultural, donde converge de manera evidente la tradición europea, la cultura de los pueblos originarios y el componente africano. La construcción de un continente latinoamericano, de una amalgama de pueblos a quienes une una historia, una cultura y una tradición, así como similares problemas a enfrentar, será una constante en el discurso público de la época, lo cual no se apreciaba con tanta fuerza desde las gestas por la independencia de las metrópolis europeas. Prevalecerá, sin embargo, una visión un tanto folclórica del ser latinoamericano, que en cierta medida es rural, pero también urbano, indígena, pero también europeo y esencialmente mestizo, campesino y obrero, pero también pequeño comerciante, estudiante o intelectual. Lo latinoamericano será ante todo hibridación, asimilación e reinterpretación de lo foráneo a partir de nuestras propias claves estructurales.

En Cuba, se celebra en 1968 el centenario del inicio de las luchas por la independencia nacional y se insiste a nivel simbólico en la continuidad de las mismas. La revolución cubana, como toda revolución verdadera, se verá a sí misma como el inicio de un movimiento de alcance continental y global, de un movimiento ecuménico que predica la libertad. Por todas partes renace el sueño de una segunda independencia, resuenan los ecos de una ilustración frustrada por los propios avatares de la modernidad, y que ahora, de la mano de nuevos actores, pretende cumplirse.

Cambios en la trama social

En estos años eclosionan nuevos sujetos sociales que ponen en crisis la estructura socioclasista latinoamericana propia de la primera mitad del siglo XX, y más que ello, la interpretación que desde la izquierda marxista se había hecho de la llamada lucha de clases. A la contradicción clásica entre proletariado y burguesía se suma una amalgama de sujetos que demandan un empoderamiento que les ha sido históricamente negado. La reivindicación por los derechos de la mujer, el renacer de los movimientos indígenas, la lucha por la libre orientación sexual, el respeto a la multiculturalidad y la multiracialidad, entre otros, harán estallar por los aires la moral judeocristiana sobre el cual se habían estructurado las prácticas sociales modernas.

Esta liberación no puede explicarse sin el posicionamiento de los jóvenes como un grupo social independiente. Los sesenta serán la década de la efebocracia, tanto en América Latina como en el resto del mundo. Como explica Eric Hobsbawm, "la radicalización política de los años sesenta, anticipada por contingentes reducidos de dirigentes y automarginales culturales etiquetados de varias formas, perteneció a los jóvenes, que rechazaron la condición de niños o incluso de adolescentes (es decir, de personas todavía no adultas), al tiempo que negaban el carácter plenamente humano de toda generación que tuviese más de treinta años, con la salvedad de algún que otro gurú” (2003, p. 326).

Con la única excepción del anciano Mao Zedong, quien canalizó el impulso de la juventud china en la llamada Revolución Cultural (1966-1976), los movimientos que sacudieron al mundo a lo largo de esta década fueron mayormente conducidos por jóvenes. Ello explica en gran medida lo que sería uno de los grandes rasgos de la época, el idealismo: “Nadie con un mínimo de experiencia de las limitaciones de la vida real, o sea, nadie verdaderamente adulto, podría haber ideado las confiadas pero manifiestamente absurdas consignas del mayo parisino de 1968 o del «otoño caliente» italiano de 1969: «tutto e súbito», lo queremos todo y ahora mismo” (Hobsbawm, 2003, p. 326).

La revolución juvenil se inspirará en la denominada "cultura popular", la cual reivindican en oposición a los valores esgrimidos por la generación de los padres. Se trata, en general, de una generación profundamente iconoclasta, como se puede apreciar en los momentos en los que dicha actitud adoptó una plasmación intelectual.  Ejemplo de ello son los carteles del Mayo Francés del ‘68 con el lema de “Prohibido prohibir”. También la máxima del radical artista pop norteamericano Jerry Rubin, quien afirmaba que uno nunca debe fiarse de alguien que no haya pasado una temporada a la sombra (de una cárcel) (Hobsbawm, 2003). Aunque posteriormente abordaremos con más detalles lo concerniente al Nuevo Cine Latinoamericano, uno de los movimientos artísticos más representativos de esta etapa, resulta oportuno citar al cineasta Paul Leduc, quien describe con vuelo poético el huracán transformador que representó su generación intelectual en aquellos días:

“Tenemos ¿cuántos?, más de veinte años de imágenes; a fin de cuentas ¿cuántas historias nos quedan?

“Tenemos los hombres armados con fusiles en medio del calor infernal que nos hizo ver Ruy Guerra. Tenemos los niños pidiendo limosna en un punto argentino que filmara Fernando Birri. Tenemos los travellings circulares (y la estética del hambre y la violencia) de Glauber. Tenemos el blanco y negro de Lucía (y la borrachera de un bar del machadato). Tenemos la miseria bajo el anuncio de Kodak que tomó Carlos Álvarez en Colombia.

“Tenemos el pueblo que le pide armas a Allende y tenemos a Fidel (y a los mercenarios yanquis en Girón). Y un juego de fútbol de la guerrilla salvadoreña en territorio liberado. Tenemos incluso, un camarógrafo filmando la bala que lo mata en las calles de Santiago.

“(Aunque esto es documental y es otra historia).

“Pero tenemos también sonidos: un radio debe sonar más fuerte en la Sierra Maestra según El joven rebelde de García Espinosa.

“Y otra vez el sonido de Os fuzis… y de los fusiles (Leduc, 2007, p. 135).

Política, cultura y comunicación

En el plano político, los sesenta se abren en un amplio diapasón, que incluye desde apropiaciones críticas al marxismo, a posiciones nihilistas y existencialistas. Curiosamente el anarquismo, ideología que postula la acción espontánea y antiautoritaria, apenas tuvo seguidores entre los movimientos de la época. Autores como Bakunin y Kropotkin, defensores del nacimiento de una sociedad libertaria "sin Estado" tuvieron muchísima menos recepción que el marxismo tan en auge por aquellos años. La apropiación que hacen los jóvenes revolucionarios de la filosofía marxista, está tamizada por una concepción de la vida claramente existencial. Como explica Hobsbawm, La consigna de Mayo del 68: “Cuando pienso en la revolución, me entran ganas de hacer el amor” habría desconcertado no sólo a Lenin, sino también a Ruth Fischer, la joven militante comunista vienesa cuya defensa de la promiscuidad sexual atacó Lenin (…) Pero, en cambio, hasta para los típicos radicales neomarxistas-leninistas de los años sesenta y setenta, el agente de la Comintern de Brecht que, como un viajante de comercio, “hacía el amor teniendo otras cosas en la mente” (…) habría resultado incomprensible. Para ellos lo importante no era lo que los revolucionarios esperasen conseguir con sus actos, sino lo que hacían y cómo se sentían al hacerlo. Hacer el amor y hacer la revolución no podían separarse con claridad (2003: 334).

Los sesenta serán la época de oro de los artistas e intelectuales, quienes asumirán un papel mucho más relevante como actores sociales del que habían tenido en años anteriores. En la URSS y los países comunistas de la Europa del Este, ante las limitaciones prevalecientes en los medios de comunicación masiva, los artistas asumirán el diálogo crítico con el poder, diálogo para nada exento de tensiones. En el mundo occidental primermundista, así como en los países que formaban parte de su zona de influencia, la mayor parte de la vanguardia artística se ubicó de frente al poder, y encontró espacios de expresión público, aunque fuera con sus limitaciones.

Los escenarios de lucha contra-cultural son diversos. En el campo artístico, las vanguardias se rebelan ante un universo simbólico que consideran decadente. Las artes plásticas, el cine y la literatura comienzan a renovarse en numerosas regiones del globo, donde será frecuente encontrar como anteposición el calificativo de "nuevo" en los nombres de cada uno de estos movimientos.

Concretamente, en América Latina se produce una extraordinaria renovación cultural. Ejemplo de ello fue el llamado boom de la literatura latinoamericana, Autores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Alejo Carpentier, Carlos Fuentes, Augusto Roa Bastos, Julio Cortázar, entre otros, muestran un continente donde transcurre una realidad que por compleja parece ficcionada o mágica. La nueva música dialoga con los nuevos tiempos. Las voces de Mercedes Sosa, Víctor Jara, Chico Buarque, Atahualpa Yupanqui, entre otros, junto a la Nueva Trova cubana revolucionarán la sonoridad del continente.

“De esta manera se nutre el cine de América Latina, asimilando, por una parte, toda la historia del cine social, así como sumando y refundiendo la historia universal de la cultura humana, desde la literatura de todos los tiempos, a los nuevos narradores, integrando asimismo los retazos de una cultura extinguida, sumergida o enterrada… como las lámparas de Machu-Pichu; Neruda, presente, en la alquimia del sincretismo cultural del cual somos producto los cineastas de América Latina y me atrevo a decir la cultura mestiza de nuestra Patria-Continente” (Littin, 2007, p. 23).

La Casa de las Américas, fundada en Cuba el 28 de abril de 1959, desempeñó un rol esencial en la difusión de estos autores. Bajo la dirección de Haydée Santamaría, esta institución se propuso tender puentes culturales entre los pueblos latinoamericanos y caribeños. A partir de un sistema de publicaciones periódicas, concursos, exhibiciones, festivales, seminarios, entre otros, la Casa incentivó el estímulo a la producción e investigación en el campo de la cultura. Su sello editorial publicó por primera vez a autores de la región que alcanzarían renombre mundial.

Por otra parte, la Iglesia Católica, institución que tiene en Latinoamérica a su mayor número de fieles, también fue sacudida a lo largo de estos años. La teología de la liberación, no “estuvo ajena a estas convulsiones sociales y en su seno florecieron genuinas corrientes renovadoras que se pronunciaron por la lucha revolucionaria y la alternativa socialista” (Guerra-Vilaboy, 2001: 305).

En estos años se genera todo un debate en torno a la concepción del cine como instrumento de lucha política, en oposición a las industrias culturales tradicionales, criticadas como reproductoras de un orden social enajenante. A Hollywood y sus imitadores en países como México, Brasil y Argentina se enfrentará un cine que se define como militante, el cual explicita sus objetivos en varios manifiestos fundacionales. Como afirma el investigador cubano Frank Padrón, se trató de "otra manera de ver, de sentir, de proyectar el cine" (2011, p.  60).

El papel del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica, primera institución cultural fundada por la Revolución, resultó determinante en la organización de lo que después sería el Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano. El ICAIC trazó seis líneas fundacionales que explican la relación del Instituto no sólo con el cine, sino también con otras manifestaciones artísticas como la música, la literatura y la pintura. Desde esta institución es precisamente donde surgen movimientos artísticos tan importantes para la época como la Nueva Trova o el propio desarrollo de la cartelística. Estas líneas de acción fueron las siguientes:

a) Tomar como herencia no solo el cine, sino la cultura en general; b) no hacer de la política un factor escindido del talento artístico; c) no tener como objetivo el comercio sino el arte; d) favorecer la diversidad de tendencias en la producción y en la programación; e) garantizar la información más amplia y actualizada; f) contribuir al desarrollo de un público más calificado y exigente; g) cifrar nuestro destino con los cineastas de América Latina y el Caribe (García-Espinosa, 2009, p. 155).

Bajo la dirección de Alfredo Guevara, el ICAIC puso a disposición de sus hermanos de América Latina no sólo recursos materiales sino también todo su capital simbólico en función del desarrollo del movimiento. Julio García Espinosa califica al ICAIC de aquellos años como "la retaguardia del cine de América Latina y del Caribe". Y aclara:

“Justo es decir que grandes filmes latinoamericanos no se hubieran realizado sin la ayuda del cine cubano. La creación, en 1979, del Festival de Cine de La Habana, favoreció el reencuentro anual de los cineastas. Anteriormente solo habíamos tenido encuentros esporádicos, aunque muy importantes, en Viña del Mar, Chile; Mérida, Venezuela, Montreal, Canadá; e igualmente significativo en el Festival de Pesaro, en Italia. Pero, ahora, bajo el influjo de una cita anual en el Festival de La Habana, surgía el Comité de Cineastas de América Latina que consolidaba definitivamente al cine latinoamericano como un movimiento de amplia identificación cultural en toda la región” (2009, pp. 72-73).

El llamado Movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano de los años sesenta no fue un monolito desde el punto del punto de vista de los criterios que convergían en el seno del mismo. No se trataba de establecer una línea estética única, más bien de que cada cineasta encontrara una respuesta estética a sus posiciones políticas (García-Espinosa, 2009), lo cual en el caso del Nuevo Cine Latinoamericano resultó paradigmático, ya que los cineastas de entonces fueron sus propios teóricos. Varios ensayos dan cuenta de estas preocupaciones como por ejemplo los escritos por Fernando Birri y Jorge Sanjinés, "El Tercer Cine", de Fernando Solanas y Octavio Getino, "La estética del hambre", de Glauber Rocha y "Por un cine imperfecto", de Julio García Espinosa.

Del 1 al 8 de marzo de 1967, se reunieron en el balneario chileno de Viña del Mar un grupo de cineastas latinoamericanos a quienes unía el propósito de realizar un cine diferente, alternativo, un cine que cambiara la historia. Estaban terminando los sesentas en América Latina, una década trascendental para la historia de nuestro continente. Iconoclastas, utópicos, libertarios: el cine es el rostro de una época en la que se intentó tomar el cielo por asalto. “Una cámara en la mano y una idea en la cabeza”… la expresión atribuida al cineasta brasileño Glauber Rocha, expresa el sentir de “una generación que no tuvo límites para sus sueños” (Littin, 2007, p. 15). Es la joven vanguardia intelectualidad quien durante esos años se aprestó a documentar la tragedia y la gloria de un continente en revolución.

Para Alfredo Guevara, fundador del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC), y durante años presidente del Festival Internacional del Nuevo Cine de La Habana, ese primer encuentro de los cineastas en Viña del Mar marcó el reconocimiento de lo que más tarde sería uno de los movimientos más importantes de la historia del séptimo arte. “Fue la experiencia definitiva, aquella en que dejamos de ser cineastas independientes o de márgenes, experimentales, buscadores, promesas, aficionados, para descubrirnos lo que ya éramos sin saberlo: un Nuevo Cine; el ‘Movimiento’, y es bueno subrayarlo, que de ese Nuevo Cine hace una constante indagación renovadora, es decir revolucionaria, es decir poética” (2007, p. 7).

La juventud representada en Viña, el núcleo fundacional del Nuevo Cine Latinoamericano (NCLA), era diversa y muchas veces contradictoria. Rebeldía, idealismo, y también inmadurez. Los sesenta fueron “los años de la ira”, y jóvenes iracundos los que se aprestaron a producir un cine esencialmente contrahegemónico, tendencia expresada en su voluntad manifiesta de denuncia social, la oposición al poder instituido, y por lo regular la estructuración de la producción al margen de las industrias fílmicas nacionales (en los países donde existía una tradición previa). Se gestó por tanto un cine que se distingue por su agenda ideológica y política –arte como instrumento de concientización-, y en general por su identificación con los principales movimientos sociales de la época. Desde el punto de vista creativo se suma también una marcada vocación documental y testimonial.

Sin embargo, se trató de una producción que pese a determinados rasgos comunes mantuvo sus características nacionales. NCLA que se expresa en el Cinema Novo de Brasil, el ICAIC cubano, en Argentina el cine de indagación y encuesta en la Escuela de Cine de Santa Fe. En Bolivia, será primero el cine de Jorge Sanjinés y más tarde del grupo UKAMAU. En Chile será el cine surgido al interior de las universidades y al calor de las luchas populares. En México, cine independiente; en Uruguay nuevo cine y cinemateca del Tercer Mundo; en Colombia el cine documental, y en Venezuela el cine de Margot Benacerrat y más adelante el movimiento creado en el primer Festival de Mérida en 1968 (Littin, 2007).

Si bien autores como el propio Littin (2007) prefieren matizar por su simplismo la visión del Nuevo Cine Latinoamericano de la época como una producción esencialmente política, este Movimiento no puede explicarse sin tomar en cuenta las ideologías de los principales movimientos sociales de la época. En tal sentido, el NCLA es expresión (y por tanto respuesta) de la Guerra Fría económica, política y cultural en su dimensión Norte-Sur, de la relación conflictiva entre los Estados Unidos y la América Latina. El NCLA está también marcado por la búsqueda de alternativas viables de desarrollo cultural en un contexto signado por la teoría de la dependencia. “En mayoría, sus realizadores postulaban la consecuente liberación de los oprimidos, la fe en las reservas morales y revolucionarias del pueblo, el establecimiento de sociedades sin antagonismos de clase, la culpa del imperialismo internacional y de las oligarquías nacionales por la miseria, el atraso y la pobreza” (del Río & Cumaná, 2008, p. 13).

El llamado cine-panfleto, la canción protesta, y el arte militante en general, serán a lo largo de estos años instrumentos de acción y reclutamiento de las fuerzas sociales. La idea no era nueva. La propaganda política está presente desde los orígenes del arte, y en el caso del cine y la cartelística había tenido días de esplendor en los documentales de la Revolución de Octubre, pero también en los materiales de reclutamiento y movilización del pueblo durante las dos guerras mundiales, el New Deal, la Guerra de Corea y también por aquellos días la Guerra Fría.

Sólo que, en el caso de América Latina, los intelectuales y artistas que emprenden la tarea de construir un arte militante se caracterizan por tener mucha menos técnica, pero también muchísimo menos cinismo que sus homólogos del primer mundo. La comunicación política no se gestó en los laboratorios de los cientistas sociales, del mismo modo que la propaganda del primer y el segundo mundo. Ello, como es lógico, tuvo un riesgo: se sabía contra qué se combatía pero no se tenía una concepción científica de cómo hacerlo. Terminando la década, en un artículo publicado precisamente en la revista Pensamiento Crítico, Armand Mattelart daba cuenta de esta situación:

“Descifrar la ideología de los medios de comunicación de masas en poder de la burguesía constituyó la primera etapa de un quehacer que proyectaba incorporar dichos instrumentos a la dinámica de la acción revolucionaria. Hoy aquella fase debe ser superada o por lo menos aprehendida sólo como un peldaño en la tarea de creación de un medio de comunicación identificado con el contexto revolucionario. Los filósofos hasta el momento explicaron la realidad, se trata ahora de transformarla. La trasposición en el caso que nos interesa de la frase tan manoseada de Marx ilumina de inmediato el sentido de nuestro propósito” (Mattelart, 1971, p. 4).

Autores como el propio Mattelart denunciaban que los medios de comunicación, al encontrarse en manos de los sectores dominantes, impedían la posibilidad de una comunicación verdaderamente democrática y participativa. Se trataba entonces de devolver la palabra al pueblo, mediante procesos alternativos de comunicación que desbloquearan la pasividad del receptor y generaran su participación para usar la comunicación como un medio de educación liberadora.

Como parte de este mismo contexto, las ciencias sociales en América Latina protagonizan una revolución epistémica, que nutrirá con muchos de los nuevos postulados la cosmovisión sobre la cual se asentarán las prácticas culturales y comunicativas. En el campo de las ciencias de la comunicación, durante el primer trieno de la década del sesenta ven la luz las primeras investigaciones que en nuestro entorno denunciaron el desempeño instrumental de la comunicación para reproducir la dominación y la dependencia. Destacan autores como Antonio Pasquali en Venezuela, Eliseo Verón en Argentina, los belgas Armand y Michèle Mattelart matrimonio radicado por aquel entonces en Chile, el boliviano Luis Ramiro Beltrán, entre otros.

De la denuncia del llamado "imperialismo cultural" se pasa a la propuesta de una "comunicación horizontal" esgrimida por autores como Paulo Freire, Frank Gerace, Juan Díaz Bordenave, Mario Kaplún, Joao Bosco Pinto, Francisco Gutiérrez y Rafael Roncagliolo, entre otros. Dichas prácticas de comunicación alternativa tenían como objetivo precisamente burlar los modos de producción y reproducción establecidas por el sistema de comunicación dominante.

También en 1959, y también como parte del carácter ecuménico de la Revolución Cubana, se funda el 16 de junio la agencia Prensa Latina. Iniciativa de los revolucionarios argentinos Jorge Ricardo Masetti y Ernesto Che Guevara, y con el apoyo de Fidel Castro, la nueva agencia de prensa tuvo como objetivo mostrar la realidad de los pueblos del sur desde su punto de vista, y no tamizados por las agencias internacionales de noticias, todas controladas por las principales potencias del primer mundo.

La prensa underground surge precisamente en el contexto de los años sesenta. Con mayor o menor intención transformadora, estos medios alternativos abogan por la horizontalidad de los procesos comunicativos y pretenden contrarrestar, en la medida de sus modestos esfuerzos, la tiranía mediática de las grandes trasnacionales, abogando por un retorno hacia un modelo comunicativo más democrático que el realmente existente. Se trataba, como explica Manuel Vázquez Montalbán, de “respuestas espontáneas que las vanguardias críticas de la comunicación social han planteado bajo el signo de la contra-información en particular y la contracultura en general dentro de la óptica del sistema capitalista” (2003, p. 143).

En América Latina, el fenómeno tiene repercusión sobre todo en los movimientos estudiantiles y obreros, quienes se apropian de las nuevas tecnologías de reproducción en serie para elaborar periódicos de agitación. Será sin embargo la radio el medio alternativo más importante en el continente. Dicha práctica tenía antecedentes importantes en nuestra región, como por ejemplo la creación de las Emisoras Mineras en Bolivia (1952), las cuales canalizaron las luchas populares de este sector. También la propia Radio Rebelde, fundada en 1958 por el Che Guevara en plena montaña de Cuba para romper el monopolio informativo de la dictadura batistiana. A lo largo de los sesenta, y en la década siguiente, aparecieron nuevas emisoras en el continente vinculadas a los movimientos indígenas, campesinos, feministas y ecológicos. Algunas fueron emisoras con mucha potencia y de cobertura regional, las llamadas radios populares; pero también aparecieron plantas de pequeño alcance, especialmente en Argentina, conocidas como comunitarias.

Fin de una época

La década en la que "el mundo cambiaba y América Latina con él" (García-Espinosa, 2009) fue llegando a su fin. En el plano cultural, la reacción no tardó en caer sobre las principales naciones de América Latina. Junto al estímulo a la coacción directa (tolerancia y apoyo a dictaduras militares), y un amago de política de buen vecino (Alianza para el Progreso), los Estados Unidos relanzaron sobre la región todo el poder de sus industrias culturales, en especial el cine hollywoodense que por esos años logra un repunte importante a nivel global. Se vivencia un cambio en la correlación de las fuerzas internacionales. Como explica la investigadora Martagloria Morales Garza: “La muerte de Che Guevara en 1967 anuncia la derrota de los movimientos sociales alternativos en América Latina; la efervescencia de 1968 expira en junio con la derrota del mayo francés; la posibilidad de un socialismo más humano que el soviético llegó a su fin en agosto de ese año con la invasión soviética a Checoslovaquia (…) En el contexto internacional, parecían terminadas las condiciones para un ejercicio de poder autónomo y para realizar experiencias innovadoras en la construcción del socialismo, para inicios de la década de los 70 esto era ya una realidad (2008, p. 97).

Golpes de estado, censura y dictaduras militares fragmentaron a una generación de artistas que marchó al exilio o simplemente formaron parte de las largas listas de desaparecidos. La década del sesenta, la época en que más cerca se estuvo de tomar el cielo por asalto, comenzó a formar parte de la leyenda espiritual latinoamericana. Terminaban así, por el momento, “los años de la ira”.

Notas:
 
(1). Un resumen de este texto fue presentado como ponencia en el Coloquio Científico “50 aniversario del Departamento de Filosofía”, efectuado en la Biblioteca Nacional “José Martí” los días 17 y 18 de septiembre de 2013.

Bibliografía:

Del Río, J., & Cumaná, M. C. (2008). Latitudes del margen. El cine latinoamericano ante el tercer milenio. La Habana: Ediciones ICAIC.

García-Espinosa, J. (2009). Algo de mí. La Habana: Ediciones ICAIC.

Guerra-Vilaboy, S. (2001). Historia mínima de América. La Habana: Editorial Félix Varela.

Guevara, A. (2007). “Prólogo”. En A. Guevara & R. Garcés (Eds.), Los años de la ira. Viña del mar 67. La Habana: Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano.

Hobsbawm, E. (2003). Historia del siglo XX. La Habana: Editorial Félix Varela.

Leduc, P. (2007). “Caminar por el continente”. En A. Guevara & R. Garcés (Eds.), Los años de la ira. Viña del mar 67 (pp. 135-141). La Habana: Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano.

Littin, M. (2007). “El Nuevo Cine Latinoamericano. A la búsqueda de la identidad perdida”. En A. Guevara & R. Garcés (Eds.), Los años de la ira. Viña del Mar 67 (pp. 15-30). La Habana: Ediciones Nuevo Cine Latinoamericano.

Martínez-Heredia, F. (2010). El ejercicio de pensar (2da ed.). La Habana: Ciencias Sociales.

Mattelart, A. (1971). “El medio de comunicación de masas en la lucha de clases”. Pensamiento Crítico, 53, 4-44.

Morales-Garza, M. (2008). “Los debates de la década de los 60 en Cuba”. Temas, 55 (Nueva época), 91-101.

Padrón, F. (2011). El cóndor pasa. Hacia una teoría del cine "nuestramericano". La Habana: Unión.

Vázquez-Montalbán, M. (2003). Historia y Comunicación Social. La Habana: Ed. Pablo de la Torriente.

CAPACIDAD SIMBÓLICA DE CONVERTIR LA PALABRA EN LENGUAJE

CAPACIDAD SIMBÓLICA DE CONVERTIR LA PALABRA EN LENGUAJE

MSc. JEANNETTE PEREIRA,
Profesora de la Universidad Bolivariana de Venezuela, Sede Monagas.

En el arte de vivir, el hombre es al mismo
tiempo el artista y el objeto de su arte,
es el escultor y el mármol,
es el médico y el paciente”.
Erich Fromm, Ética y Psicoanálisis.

La cultura de los massmedias deslegitimó todos aquellos patrones positivistas que antaño nos regían. Esta cultura altamente influenciada por el consumo de dispositivos tecnoelectrónicos, promueve a los sujetos sociales a hacer nuevas lecturas de su entorno y, buscar otras maneras de asumir la realidad y el mercado.  

El auge de los massmedias en la cotidianidad del hombre, en especial la televisión, ha contribuido al uso y consumo simbólico de la palabra y de la imagen, lo cual se expresa en la nueva estética social y cultural que el sujeto asume. Ugas Fermín (2000) en una clase magistral al primer semestre de la Maestría en Educación, Mención Enseñanza de la Geohistoria, aludió a su tesis de ascenso postdoctoral, y señaló que “los lenguajes de la imagen suponen una educación no conformada con los significados aparentes del objeto, antes bien el sujeto se abre a descubrir ambigüedades ocultas más allá de la simple analogía”.

A través de la imagen grandes corporaciones han introducido no solo su cuota de responsabilidad social para los consumidores que se identifican con sus productos, sino que los han educado sobre temas de interés internacional, de tal manera que han creado modelos de consumo que igualan las diferencias y crean modas, invaden el mercado y, los imitan, los competidores. Este consumo simbólico de la palabra y de la imagen puede ser también desvirtuado en sus significados reales, para lograr imponer en otros segmentos del mercado, la cultura de las elites a los grupos sociales minoritarios que desean ser tomados en cuenta y participar, sin conocer de las manipulaciones (y los escenarios de construcción), del mercado y asumir lo que dicen, sin discriminar lo que consumen.

Se debe tener en cuenta que en la televisión predomina la imagen sobre el texto y lo oral sobre lo escrito. Sus  mensajes utilizan más la lógica de la emoción que la lógica de la razón, intentando siempre captar la atención del espectador.  Es la convergencia entre sonido e imagen lo que hace que el espectador este más pendiente del componente visual, desarrollando el “fenómeno de la evasión”, con la característica pasividad, abstrayéndose del resto de la pantalla. 

La popularidad de la televisión ha provocado que el lenguaje empleado en este medio se convierta en modelo para muchas personas. En los massmedias, sobre todo en la televisión, en los que respecta a la programación, producción y diseño de la imagen que se transmite al sujeto, en tanto objeto de su maniqueísmo, a través de las modas léxicas se crean nuevas subjetividades que trastocan los estereotipos, los lenguajes, los discursos, creando y construyendo imágenes que en muchos de los casos no concuerdan con los rasgos “coenofílicos”, ni con los patrones de consumo local.

En ello concuerda Martín-Barbero (1988), señalando que “la inexistencia de políticas para la programación televisada y la ausencia de productores independientes, lo cuales propongan innovaciones en el diseño del mensaje y del lenguaje y, la copia de los formatos reiterativos de las televisoras comerciales, son problemas que han sumido a las televisoras públicas en la postración y, en la soledad, debilitando la programación de las mismas”.    

Es importante señalar que las televisoras privadas se manejan con lógicas comerciales bastante significativas, y, por la cuantía de la inversión económica que conlleva a la diversificación del mercado y la racionalización de los procesos de producción, no están de acuerdo con los mecanismos de control que les impone CONATEL. Esta situación mejoró en el país desde el año 2004, con la aprobación de la Ley de Responsabilidad Social en Radio y Televisión. En ella se regula el uso del lenguaje y se imponen horarios para la programación, actuando en conjunto con la Ley de Protección del niño, niña y adolescente (LOPNA; 2000),  para evitar que los menores de edad observen la programación sin la corrección de sus padres o responsables.

Si bien el problema adolece a la falta de una producción de calidad y compra de “refritos” norteamericanos, que se entremezclan con nuestra cultura, no es menos cierto que la inexistencia de una normativa que regulara estas emisiones en el país, llevaban a la televisora nacional a la bancarrota.

Nuestra habla se encuentra en constante proceso de evolución. ¿Pero será renovación o vamos hacia la pobreza expresiva?  El cambio de la letra, el uso del infinitivo por el gerundio, la confusión de las formas verbales y el ingenio a la hora de instaurar giros y modismos fónicos, expresiones nuevas, son síntomas irrefutables de que el idioma español es una lengua con mucha vida, que está despierta y en estado dinámico. Aún cuando los reacomodos son síntomas de la buena salud “per se”, las relaciones del mercado globalizado y “esas otras formas de estar juntos” (Martin Barbero, 1999), los investigadores de la lingüística opinan que la lengua se está vulgarizando, lo que no significa una devaluación sin compensaciones; sin embargo, es de hacer notar que la incorporación de nuevo léxico, enriquece la lengua.   

El lenguaje como facultad humana se aprende y educa, en primer lugar, en el entorno familiar y se rediseña con la interacción en otros lugares, como la escuela, la iglesia, los massmedias, los centros comerciales o los cybors (plural de cyber) para producir los discursos que se emiten en los contextos en los que  se socializa.

Gusdorf nos presenta en esta reflexión o parafraseo, al hombre como principal agente en el desarrollo de la comunicación. Al hombre sometido a un flujo constante de mensajes, y le invita a asumir la comunicación como un acto: de afirmación de su ser, de fortalecimiento de la identidad, que le permite controlar su tiempo y espacio y, además, actuar sobre y con los demás.

La palabra comunicación es indicativa de una acción bidireccional en la que se realiza un intercambio de información, es decir, los seres humanos dependen críticamente de su capacidad de comunicar para interactuar con el fin de afrontar las demandas de una vida en sociedad. Esta bidireccionalidad, entre interlocutores en la televisión, se consigue a través de la “interactividad”, palabra que no encierra toda la gama de matices que puede tener la comunicación como en la radio, sino en la cuota de pantalla que consigue cada programa.

Los espacios de los medias son “lugares” (Auge, 1997), donde fluyen relaciones temporo/espaciales en los cuales se legitiman por el consumo de la palabra, generadora de discursos, los sentidos y significados que en él se imprimen. Asimismo, en ellos se legitiman las formas sociales particulares que re/construyen el carácter subjetivo de las historias particulares y colectivas y las tradiciones del sujeto.

Lo interesante de todo esto es que la lengua es babélica y, no existen dos sistemas de lenguas lo suficientemente parecidas para considerar que representan la misma realidad social.  En este sentido Sausurre (1945:60),  planteaba que “la lengua es un sistema de signos que expresan ideas, y por eso comparables a la escritura, al alfabeto de los sordomudos, a los ritos simbólicos, a las formas de cortesía, a las señales militares, etc., etc. Solo que es la más importante de todos esos sistemas”.

La lengua, deslindada  así del conjunto de hechos del lenguaje, es clasificable entre los hechos humanos, mientras que el lenguaje no lo es. La lengua como expresión social es la que le da identidad y sentido de pertenecía al sujeto con sus contextos, con una realidad particular y, de lo cual no se exime el lenguaje como facultad, por la que ese sujeto se implica en una cultura.

La palabra emitida a través de la lengua es la que le da significado y sentido, al sujeto según la realidad social en la que se emite, en la que se expresa. Esta afirmación reconoce el papel fundamental que posee el lenguaje como transmisor de la cultura. En este orden de ideas Romaine (1995:51) afirma que a menudo se repite que el vocabulario de una lengua constituye el inventario de las entidades de que se habla en una determinada cultura, inventario ordenado y categorizado de modo que se establezca un cierto orden sobre el mundo. Sin embargo, el lenguaje no es el reflejo de una realidad objetiva que cada lengua modera a su manera. Le lengua nos ayuda a darle sentido al mundo, el lenguaje nos ayuda a construir el modelo.  

El sujeto como noción y categoría está en constante mutación. La noción sujeto tiene lecturas en correspondencia con la racionalidad epocal. Deviene en sujeto social en la coexistencia transversal de lo vivido, la convivencia y las diferencias que le dan al individuo pertenencia al grupo y al grupo consistencia por los individuos que lo conforman. Tal como lo señala Deleuze (cfr. Ugas Fermín, 1997:25): “No son los individuos los que constituyen el mundo, sino los mundos plegados, las esencias, los que constituyen a los individuos”.

El sujeto se constituye en actor social que interactúa según reglas de ordenamiento, dando por añadidura la del pensamiento, es decir, las distintas formas en la que participa de la convivencia y la sociabilidad los preforma como sujetos sociales. A partir de su comportamiento y,  su desarrollo vital cognitivo participa en la sociedad. El sujeto social refiere una tradición, una memoria, un código ético y moral, que pasa por lo natural, por ser los modos y las maneras admitidas como normal en la relación con los otros, acorde con valores que guían las relaciones sociales y las reproducciones que en ella se generan.

La redefinición del término por el descentramiento y la autoafirmación diferenciante, cuyas prácticas ciudadanas no concurren hacia un eje de lucha focal, sino que se disemina en una pluralidad de campos de acción, en la homogenización y fragmentación por las prácticas culturales donde las demandas dependen más de la elocución en los actos comunicativos y, no de los sistemas políticos que logran fluir por redes múltiples de información, el sujeto deviene actor frente a otros actores.

En los actos comunicativos siempre hay un contenido motivacional y expresivo por el que se expresan los sentidos y significaciones que el pensamiento asume; el intercambio que se da entre los hombres y los procesos de interpretación que se desencadenan es lo que Habermas (cfr. Cordova, 1995: 53), denominó consenso racional.

En este proceso consensual se aprovisiona el hombre de los rasgos identitarios del lugar con un conjunto de signos, vocablos, giros y modismos fónicos, los cuales el sujeto social implementa para hablar y referirse con propiedad sobre un tema, para socializar y comprar su estadía en el grupo. Esta situación dialógica con el medio, entre sujetos, bidireccional que ha sido siempre la comunicación, se expresa de otra manera en el performance que sobre comunicación  manifiesta  Edgar Tovar (2008:1), él dice que es la elicitación de una respuesta. Es decir, todo a nuestro alrededor comunica, aún los seres inanimados. La danza de las abejas de Kart Von Frisch, un terremoto, una sonrisa, un grito, un laúd.  Hay que ser cuidadosos en este sentido la primera se refiere a la comunicación humana y la segunda, es más amplia y abstracta.

El término comunicación, es  omnipresente  puede ser referido a todo lo que existe, a personas, animales y seres inanimados. La comunicación se constituye en todo un sistema infinito y continuo de relaciones por eso podemos hablar de comunicación animal, electrónica, masiva, humana, etc. 

Sin embargo, la comunicación humana es omnipresente y omnipotente, es la protagonista de ese quehacer comunicacional por la amplia facultad que posee el sujeto para hacerlo. En tanto elabora el pensamiento y, le da sentido y significado a la palabra, apropiándosela desarrolla el/los discurso(s) con los que se interrelaciona con los demás. 

Dance (cfr. Tovar, 2008: 2) expone su punto de vista de la siguiente manera: “(…), el ser humano tiene acceso a todo el ámbito de los medios no simbólicos de comunicación disponible para todos los animales y para la materia inanimada. Pero a diferencia de cualquier otra criatura o creación, el hombre posee la capacidad de comunicación mediante el uso de símbolos”.

El hombre hasta ahora era el único animal considerado comunicativo/comunicable. Desde luego, no se pueden  despreciar los experimentos con perros Dol en Siberia, en lo que a través de los timbres del aullido se ha logrado comprender su organización familiar, en actividades como apareamiento, hora de comer, recogida de la camadas o crías, entre otras experiencias registradas.

La diferencia está en que los animales emiten señales y el hombre posee un lenguaje que le hace capaz de hablar de sí mismo, de reflexionar sobre sí mismo, de pensar. Entre las ideas que sintetiza Sartori (1998:24), sobre este punto nos dice que “(…) el lenguaje esencial que de verdad caracteriza e instituye al hombre como animal simbólico es “lenguaje-palabra”, el lenguaje de nuestra habla”.

En este mismo orden de ideas, Sebeok (cfr. Esté 1997:108) sostiene que “el lenguaje es un sistema modelador, pero difiere de las representaciones mentales del animal al ser capaz de estructurarse jerárquicamente respondiendo a prioridades lógicas y, en el caso de la lengua a prioridades sintácticas”.   

A diferencia de cualquier otra criatura, el hombre posee la capacidad adquirida de comunicarse, de ser “loquax”, mediante el uso de símbolos, signos y señales capaces de intercambiarse en la interacción social, para interpretar la realidad, orientar su existencia  e interactuar con los demás.

En  las distintas lecturas de lo real se  difunden diversos mensajes y respuestas interpretativas por las propias prácticas sociales cotidianas en donde las relaciones sociales de ese sujeto, construyen y reconstruyen su experiencia fundamentar con la vida. El pensar, el generar el pensamiento evocando la experiencia, para comunicar lo que siente en el otro y por el otro, para hacernos entender y comprender por el otro.    

La “interacción” es una palabra clave en la comunicación cuando se  ejercita, cuando se dialogiza, pues cada interlocutor se coloca en el lugar del otro, para percibir el mundo de la misma manera, implica un rol y se emplea una mutua empatía, es decir, es la proyección de cada quien en el estado interior o en la personalidad de los demás.

La comunicación tiene entonces una virtud creadora, da a cada quien la revelación de sí en la reciprocidad con el otro. En el mundo de la palabra se da la edificación de la vida personal prestándose la comunicación bajo la forma de una explicitación de valor. La gracia de la comunicación en la que uno da recibiendo, en la que uno recibe dando, es el descubrimiento del semejante, del prójimo, del otro yo mismo, porque se identifica con el valor cuyo descubrimiento se logra merced de un encuentro, que se hace propio: la palabra.

Es la puesta en práctica de la racionalidad que se está conformado con los distintos aprendizajes que se tienen en los distintos contextos en los que se socializa. La comunicación cuando se lleva a cabo en la forma adecuada, confiere poder a los conocimientos, a los saberes y a los sentimientos de una persona. Es decir, quien sabe comunicarse tiene poder: de dejar constancia en el mundo de influir sobre otros, transformar, alterar, etc.

Señala Gusdolf que “la palabra es para el hombre comienzo de existencia, afirmación de si en el orden social y en el orden moral. Antes de la palabra solo hay en el silencio vida orgánica que, por lo demás, no es un silencio de muerte, pues toda vida es comunicación”.

La palabra es la que inicia al hombre en su relación social. Lo que hace único al homo sapiens es su capacidad simbólica de convertir la palabra en lenguaje y, el lenguaje en discursos (Sartori: 1998:23). La evolución del hombre corre paralela al desarrollo del lenguaje y, de los avances tecnológicos que la apoyan y la procesan. Fue así como la escritura y el uso de la palabra pasaron a ser “bienes perdurables” en la cotidianidad y, en el mercado.

Si bien la palabra muere con el hombre, su esencia plasmada en la escritura perdura en la historia. Al almacenar, expandir y explotar el lenguaje como un medio de control simbólico, el sujeto no solo tuvo el control de la realidad, sino que se estableció como una condición fundamental para la privatización de la mente.   

El hombre a través de las palabras que son símbolos que evocan representaciones, y por lo tanto llevan a la mente figuras e imágenes de la realidad, de objetos visibles como abstracciones que denotan y connotan resultados visibles/reales en la cotidianidad, articulan el lenguaje para el procesamiento de la información cuyo poder como código al alcance del colectivo le ayuda a percibir la realidad y a sobrevivir en ella. 

En el diseño del mensaje de los massmedias tienen una gran responsabilidad los actores que lo argumentan, ya que informarán de lo que es diferente en lo cotidiano, buscarán la primacía informativa y la originalidad y singularidad que desemboca en la uniformidad de la audiencia y, la banalización del acontecimiento.

En la televisión coexisten varios lenguajes, se combina lo visual, lo acústico y lo verbal. Existen lenguajes dentro de otros lenguajes. El lenguaje televisivo utiliza recursos y técnicas del lenguaje cinematográfico (encuadre, sucesión de planos, secuencias, etc.); del lenguaje periodístico toma en los informativos los modelos de boletines informativos, reportajes entrevistas, entre otros; y del lenguaje radiofónico, desde la estructura de la programación hasta el concepto de audiencia tipo, o el estilo coloquial, directo o conversacional en el proceso comunicativo.

En este media la palabra debe hacerse, haciéndose visual, para suplir a la vista. El oyente se convierte en un ciego involuntario que quiere recibir a plenitud lo que se dice, la información y las referencias de lo que se lee. Solo cuando se lee la escritura en voz alta, cuando se le locuta, sólo entonces el acento de una grafía adquiere ánima o soplo de vida.

Por esta razón retomo la idea que la palabra como grafema es un privilegio de algunas civilizaciones que han alcanzado este grado de especialización. Los indios samis del norte de Europa todavía mantienen un sistema de comunicación oral, no han permitido la escritura de sus tradiciones y su cultura.

La primera utilidad de la palabra fue constituirla en grafos, otorgarle grafía, para disponer de un sistema de representación de las ideas y del pensamiento, lo cual permitió conservar la información para transmitirla a otras personas. La palabra en sí misma es texto y, es registro. Es decir, del mismo modo que los sonidos se unen para formar palabras y estas se agrupan de una vez en enunciados, los enunciados se combinan para formar unidades superiores en los textos y en el discurso. Los enunciados que componen un texto deben estar relacionados con el significado de manera que se presentan como elementos al servicio de un tema en común

La palabra y el texto tienen como función primordial transmitir información, dependiendo del ámbito en que se producen son textos periodísticos, publicitarios o científicos técnicos. Atendiendo a la intención y a la función comunicativa que predomina en ellos puede ser persuasivo, informativo,  prescriptivo y literario.

La experiencia es parte del sujeto en sí mismo, se adquiere a través de la sociabilidad y, en ella se exponen/explicitan las representaciones sociales y culturales, configuradas desde el nacimiento y desde antes del nacimiento en el sujeto, a través de la lengua. 

Por lo tanto, el pensamiento se ejecuta como expresión voluntaria de la razón educada, en tanto el hombre desee comunicarse. Como señala (Pereira, 2001), en  los procesos comunicativos tenemos que señalar tres dimensiones que afectan al proceso comunicativo: en primer lugar, una dimensión cultural que permite proyectar un discurso individual, personalista, cargado de los matices del emisor; en segundo lugar, la tecnológica, en la cual la instrumentalización para socializar la información debe fascinar al oyente; pero esto no quiere decir que su significado funcional sea el mismo; y, en tercer lugar, la realidad social que tiene que ver con la visualización de otros problemas y otras lógicas para pensar y asumir la realidad y la palabra.

El objetivo de la comunicación no es tecnológico, en esencia es natural y humano, por lo tanto, cultural (Pereira, 2010); es así que concierne a la comprensión de las relaciones entre los individuos y entre estos y la sociedad. Por eso Foucault, en su libro La Historia de la  Sexualidad, en el capitulo II, sobre El Método, señala que la palabra y, con ello el discurso, genera poder no cuando se conocen las relaciones de fuerza, citando a Maquiavelo, sino cuando se conocen los mecanismos de las relaciones de fuerza para ubicarse en el contexto.

El conocimiento/logos, en tanto saber que confluye en una realidad, escapa hoy de las mudanzas ideológicas que nos están transfigurando. El lenguaje que se plasma en el discurso debe adecuarse a los nuevos tiempos y romper con las barreras generacionales que no nos permiten asumir la realidad. Hay que dar un giro a la racionalidad con la que nos de/re/construyeron en el siglo pasado. No desperdiciarlo todo, pero hay que mirar al futuro con otras maneras de pensar, de asumir la realidad, la identidad y el sentido de pertenencia. Hay que asumir que nos hemos alterado por las nuevas tecnologías, que debemos asumir la palabra y el acto comunicativo en sí de otra manera. Alterándonos.   

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