LA INTEGRACIÓN CULTURAL DE AMÉRICA LATINA, UN ACERCAMIENTO A LA UTOPÍA DE BOLÍVAR Y MARTÍ
MSc. SALVADOR SALAZAR y Lic. YINETT POLANCO,
Profesores de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.
De las dunas que circundan las márgenes del río Bravo mexicano a las estepas gélidas de la Tierra del Fuego. El Caribe y los Andes. Atacama, el Amazonas y el istmo de Panamá. Español, portugués, africano e indígena. Todo mezclado. El pan, la arepa y el cazabe. La cerveza y la chicha. La salsa, el jazz y la flauta indígena; la cumbia, el joropo, y los lamentos del gaucho en la pradera. Diego Rivera, Pablo Neruda, Wifredo Lam y Rubén Darío. Bolívar, San Martín, Túpac Amaru y José Martí…
América Latina es una utopía que se viene construyendo desde hace 500 años. Utopía no en el sentido de quimera inconquistable, sino de horizonte posible al cual dirigir nuestros pasos. Fue esta la tierra prometida a la cual arribó el hombre europeo que huía de la rígida estamentación feudal; el criollo entonces nació —por esencia— libre, con una concepción del mundo horizontal y democrática, que se fue imponiendo a las aristocracias locales. Como afirma el historiador cubano Sergio Guerra Villaboy (2001), la historia de América Latina es precisamente un complejo proceso de formación de la conciencia y el Estado nacional, es decir, el paulatino autorreconocimiento de una cultura y una identidad propia.
La existencia del hombre americano se refleja, ante todo, en el barroco, que es la expresión cimera de un proceso complejo de hibridación cultural, pero también de las múltiples resistencias que se producen en un continente que se ha constituido como una gran frontera entre la ancestralidad de las civilizaciones precolombinas, lo africano y lo europeo.
La conquista europea de América puede ser vista como un proyecto integrado de la civilización ibérica, en especial de los reinos hegemónicos en ese momento en la península: Castilla y León. La lengua será el principal elemento aglutinador (junto con la religión cristiana) de la ocupación y posterior sometimiento de los territorios allende los mares. No olvidemos que junto con la Espada y la Cruz, los Adelantados llevarán bajo el brazo la Gramática Castellana de Antonio de Nebrija, un texto publicado en 1492 que recoge, por primera vez, las primeras reglas para el uso del idioma. De este modo, el español, la religión cristiana y la articulación de una economía colonial orientada al despojo de los recursos naturales fueron los tres elementos principales en torno a los cuales se estructuró la vida en el Nuevo Mundo.
Refiriéndose a esa amalgama de pueblos que somos hoy, el antropólogo brasileño Darcy Ribeiro (1992) señala: “Los latinoamericanos son (…) el producto de dos mil años de latinidad, mezclada con poblaciones mongoloides y negroides, aderezada con la herencia de múltiples patrimonios culturales y cristalizada bajo la compulsión de la esclavitud y de la expansión salvacionista ibérica. Es decir, que son una civilización tan vieja como las más antiguas en lo que respecta a su cultura, y a la vez que constituyen pueblos tan nuevos como los más recientes en cuanto a etnias”.
Cultura entendida en su expresión más abarcadora, no solo arte y literatura, sino también prácticas simbólicas de todo tipo: ritualidad, organización del tiempo y del espacio, vestimenta, saberes culinarios, etc.
En tal sentido, podría hablarse de una cultura latinoamericana que se debate en la tensión entre lo unitario y lo diverso, tal como afirmara el filósofo ecuatoriano Bolívar Echeverría: “Podríamos decir que la población latinoamericana presenta una pluralidad tan amplia de usos y costumbres, de lógicas de comportamiento, que resulta difícil hablar de una sola identidad latinoamericana; que dicha pluralidad llega incluso a mostrarse como una in-compatibilidad cultural. Al mismo tiempo, sin embargo, paradójicamente, esa misma pluralidad parece desplegarse como la afirmación de una ‘unidad’ sui generis” (2011, p.241).
El gran mural de la civilización latinoamericana está aún por completarse, y para ello resulta imprescindible regresar a los orígenes del pensamiento integracionista esbozado por los próceres de la independencia continental. Mucho se habla del sueño frustrado de los padres fundadores de la América Latina, cuyo principal aporte a la concreción de una cultura latinoamericana fue, ante todo, su capacidad para trascender una visión estrecha y localista y alcanzar una concepción amplia de la geografía y la historia del continente. Como indica el intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri, el mayor acierto de estos hombres fue “que no pensaran en términos del lar nativo y de la comarca ancestral, que se abstrajeran de una Europa dividida por los particularismos históricos y las ambiciones nacionales, para concebir un Nuevo Mundo en una dimensión continental” (2010, p.12).
El propio Francisco de Miranda, considerado el Precursor de la independencia continental, hablaba de americanos y de criollos, ciudadanos de una sola patria-nación, que con la exclusión de Brasil y las Guayanas, abarcaría desde la cuenca del Mississippi hasta el Cabo de Hornos. Ahí la génesis de la idea de un “continente colombiano” y más tarde de “Colombia”, la utopía de una nación a la cual consagró Simón Bolívar su existencia.
El sueño del Libertador: “Para nosotros la Patria es América”
En 1814, en Pamplona, Simón Bolívar había proclamado a los soldados de Urdaneta: “Para nosotros la Patria es América”. Con esta idea dejaba en claro una de las concepciones medulares de su pensamiento: la unidad continental como única vía para hacer de esta tierra la nación más rica del mundo.
Su prédica en torno a la imprescindible integración se basa, precisamente, en la concepción que tiene Bolívar en torno a una “cultura latinoamericana” que nos particulariza con respecto a otras naciones del mundo. En su famoso “Discurso de Angostura”, pronunciado el 15 de febrero de 1819, el Libertador define lo que, a su juicio, identifica a lo latinoamericano en tanto cultura y civilización: “Nosotros ni aún conservamos los vestigios de lo que fue en otro tiempo; no somos europeos, no somos indios, sino una especie media entre los aborígenes y los españoles.
Americanos por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el conflicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mantenerlos en el país que nos vio nacer, contra la oposición de los invasores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado. Todavía hay más; nuestra suerte ha sido siempre puramente pasiva, nuestra existencia política ha sido siempre nula y nos hallamos en tanta más dificultad para alcanzar la Libertad cuando que estábamos colocados en un grado inferior al de la servidumbre” (2010, pp.98-99).
La visión de Bolívar, como habitante de inicios del siglo XIX, está todavía en pleno tránsito entre el criollo que ya se reconoce como “no europeo”, pero que aún no ha integrado del todo prácticas culturales y simbólicas eminentemente endógenas, en especial lo referente no a la coexistencia sino a la asimilación de los elementos indígenas y africanos en expresiones identitarias diversas.
Bolívar asume con claridad la existencia de una “asociación tácita de hecho” entre los pueblos de América, la cual se expresa en una cultura común; asociación que solo es preciso perfeccionar a partir de la creación de un “cuerpo político”. En su famosa “Carta de Jamaica”, publicada en 1815, el Libertador plantea la unión necesaria entre la Nueva Granada y Venezuela, primer paso para constituir una confederación de estados al cual se sumarían las nuevas repúblicas del Cono Sur.
Bolívar, como hijo de la Revolución Francesa y del pensamiento ilustrado del Siglo de las Luces, apuesta por la integración cultural como remedio al oscurantismo que impone el orden feudal atomizado existente en la propia estructura latifundista y clerical de los antiguos virreinatos. A la doctrina del Viejo Régimen en Latinoamérica, el Libertador opone una nueva educación y una moral republicana.
Como es sabido por todos, el pensamiento de Bolívar no pudo materializarse. A la traición de su sueño de una patria americana en la que, sin duda, intervinieron las ambiciones locales y los intereses de las potencias foráneas, habría que señalar también que las condiciones históricas tampoco eran propicias para pensar en un continente realmente integrado. A las dificultades en el orden infraestructural para garantizar una red de comunicación rápida y estable entre los diferentes territorios, se suma la propia atomización característica de los latifundios feudales, y sobre todo la profunda división socioclasista y cultural entre los pueblos originarios, los grupos criollos y la masa de afrodescendientes.
José Martí: “Nuestra América”
Cien años más tarde, José Martí, Apóstol de la independencia cubana, desarrolla una obra política e intelectual que contribuye enormemente al basamento teórico de la unidad de nuestros pueblos. Martí sale a España desterrado de la Isla desde muy joven por su actividad revolucionaria; sin embargo, su vocación latinoamericanista tiene, en los poco más de 40 años de su existencia expresiones múltiples.
Desde su llegada a Nueva York en 1880, Martí escribe para varios diarios de América Latina: La Nación, de Argentina; El Partido Liberal, de México; La República, de Honduras; La Opinión pública, de Uruguay, y La Opinión Nacional, de Venezuela. Su escritura certera le granjea el respeto y la admiración de muchos de sus contemporáneos.
El 16 de abril de 1887, fue nombrado Cónsul de la República Oriental del Uruguay en Nueva York. En esa época, marca un hito importante su rol como representante de ese país durante la Comisión Monetaria Internacional Americana, desarrollada en Washington en 1891, donde denuncia los afanes expansionistas de los EE.UU. desde los puntos de vista político y comercial.
Martí es nombrado, además, Cónsul de Argentina y Paraguay en Nueva York en julio de 1890, funciones que desempeña durante un lustro hasta que el embajador español en Washington presentó una queja oficial por lo que consideró: “ataques por parte del Cónsul de naciones amigas de España”. En sus Obras Completas, recogidas por el Centro de Estudios Martianos, se aprecia la enorme cantidad de textos aparecidos en forma de artículos, discursos, ensayos que Martí dedicara al tema del ideal latinoamericano. De enero de 1891 data su ensayo “Nuestra América”, considerado como uno de los pilares sobre los que sustenta el ideario integracionista del continente.
Defender el orgullo de ser americanos parecería ser la divisa primera de este texto: “Ni ¿en qué patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles? —interrogaba Martí—. De factores tan descompuestos, jamás, en menos tiempo histórico, se han creado naciones tan adelantadas y compactas. Cree el soberbio que la tierra fue hecha para servirle de pedestal, porque tiene la pluma fácil o la palabra de colores, y acusa de incapaz e irremediable a su república nativa, porque no le dan sus selvas nuevas modo continuo de ir por el mundo de gamonal famoso, guiando jacas de Persia y derramando champaña”.
Como quien analiza cada fenómeno histórico en su contexto, Martí evaluaba a los gobiernos que hasta entonces habían conducido a los países de esta América nuestra: “La incapacidad no está en el país naciente, que pide formas que se le acomoden y grandeza útil, sino en los que quieren regir pueblos originales, de composición singular y violenta, con leyes heredadas de cuatro siglos de práctica libre en los Estados Unidos, de diecinueve siglos de monarquía en Francia. Con un decreto de Hamilton no se le para la pechada al potro del llanero. Con una frase de Sieyés no se desestanca la sangre cuajada de la raza india. A lo que es, allí donde se gobierna, hay que atender para gobernar bien; y el buen gobernante en América no es el que sabe cómo se gobierna el alemán o el francés, sino el que sabe con qué elementos está hecho su país, y cómo puede ir guiándolos en junto, para llegar, por métodos e instituciones nacidas del país mismo, a aquel estado apetecible donde cada hombre se conoce y ejerce, y disfrutan todos de la abundancia que la Naturaleza puso para todos en el pueblo que fecundan con su trabajo y defienden con sus vidas. El gobierno ha de nacer del país. El espíritu del gobierno ha de ser el del país. La forma del gobierno ha de avenirse a la constitución propia del país. El gobierno no es más que el equilibrio de los elementos naturales del país”.
Mucho valoraba Martí en este afán integracionista el rol de la educación y así lo expresa en el referido ensayo: “Conocer el país, y gobernarlo conforme al conocimiento, es el único modo de librarlo de tiranías. La universidad europea ha de ceder a la universidad americana. La historia de América, de los incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria. Los políticos nacionales han de reemplazar a los políticos exóticos. Injértese en nuestras Repúblicas el mundo; pero el tronco ha de ser el de nuestras Repúblicas. Y calle el pedante vencido; que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas”.
Luego de renunciar a sus cargos diplomáticos, Martí se centra en la lucha por la libertad de la Isla, que sería, como afirmara en su última carta dirigida a Manuel Mercado, una vía para “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Doscientos años después…
El Bicentenario de la independencia de América Latina llegó en un entorno sumamente esperanzador para la región. En 1999, con el arribo de Hugo Chávez al poder, comenzó en América Latina el final de lo que poéticamente Rafael Correa denominó “la larga noche neoliberal”. Durante años, en nuestra región, el poder fue ejercido por parte de una elite de tecnócratas graduados en universidades del primer mundo, con prácticas culturales (discurso, vestimenta, ademanes, referentes estéticos) marcadamente importados. Estos gobernantes se limitaban a cumplir las directrices económicas de los organismos financieros y reprimir por la fuerza cualquier intento de rebeldía. La integración se asumió ante todo desde una perspectiva economicista y tomando como eje a los EE.UU., a través de los llamados acuerdos de Libre Comercio. Prevaleció el culto al dólar y al idioma inglés, el mercado uniformador que en definitiva subsumiría las identidades locales.
La propia crisis del modelo neoliberal cataliza la eclosión de movimientos sociales que retoman el discurso integracionista de los padres fundadores, y la vocación de los mismos por mirar hacia el sur, hacia la propia realidad de nuestros pueblos. Por vez primera en mucho tiempo, la identidad cultural latinoamericana ocupa un lugar cimero en el debate público, y se comienzan a realizar esfuerzos concretos para profundizarla.
Uno de los ejemplos más recientes de estos esfuerzos para profundizar la integración de América Latina desde el campo de la cultura fue la realización de la Primera reunión de ministros de cultura de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), efectuada junto con el XIX Foro de ministros de cultura y encargados de políticas culturales de América Latina y el Caribe los días 14 y 15 de marzo de 2013, que contó con la participación de 25 naciones y 14 ministros. En la cita se abordaron temas como la creación de un corredor cultural del Caribe, y el acuerdo para la creación de un portal cultural que contribuyera directamente al acercamiento y la comunicación entre las naciones miembros de la CELAC. En el contexto de la reunión, Rafael Bernal, ministro de Cultura de Cuba, reclamaba: “Urge, más que nunca antes, significar las culturas que atesoramos y nuestra capacidad de enriquecerlas”.
La integración cultural del continente ha tomado como premisa esencial la importancia de defender la unidad dentro de la diversidad, lo cual se ajusta al discurso de los movimientos sociales de nuevo tipo, que refuerzan los particularismos de nuestras culturas. De este modo, al gran fresco de la integración cultural esbozado por los próceres de la independencia se han sumado los colores de lo indígena, lo afrodescendiente, las culturas urbanas, los movimientos juveniles, entre otros.
Se intenta, además, trascender la visión de una cultura latinoamericana por una parte como elemento folclórico o únicamente propio de los sectores urbanos “ilustrados”. Con respecto a la época en la que Bolívar y Martí desarrollaron su pensamiento, la trama sociocultural de América Latina ha ganado en complejidad. Si bien a lo largo de todo el siglo XIX lo rural y lo urbano se encuentran bien diferenciados, actualmente podría hablarse de una cultura “compleja”, como consecuencia de las migraciones de la ciudad al campo, la influencia niveladora de los medios de comunicación, los procesos de hibridación cultural de lo autóctono y los elementos foráneos a través de las industrias culturales, entre otros elementos.
América Latina ha identificado a su cultura no solo como un campo de conflicto, sino también de integración. Incorporar desde la cultura el legado integracionista de nuestros próceres, fundamentalmente de Bolívar y Martí será, sin duda, uno de los elementos que contribuirá a fortalecer los nuevos proyectos sociales y políticos que hoy emergen o se consolidan en la región.
Referencias:
Bolívar, Simón. 2010. “Oración inaugural del Congreso de Angostura”. En Para nosotros la Patria es América. República Bolivariana de Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho, pp. 95-126.
Echeverría, Bolívar. 2011. “La múltiple modernidad de América Latina”. En Antología. Crítica a la modernidad capitalista. La Paz: Vicepresidencia del Estado Plurinacional de Bolivia, pp.241-258.
Guerra-Villaboy, Sergio. 2001. Historia mínima de América. La Habana: Félix Varela.
Martí, José. 1975. Obras completas. Tomo 6. Editorial de Ciencias Sociales. La Habana.
Ribeiro, Darcy. 1992. Las Américas y la civilización. Proceso de formación y causas del desarrollo desigual de los pueblos americanos. La Habana: Casa de las Américas, pp.58-80.
Uslar Pietri, Arturo. 2010. “La creación de Colombia”. En Para nosotros la Patria es América. República Bolivariana de Venezuela: Fundación Biblioteca Ayacucho, pp. 9-20.
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