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EDITORIAL Y COLUMNA: APOLOGÍA DEL MATRIMONIO PERFECTO

EDITORIAL Y COLUMNA: APOLOGÍA DEL MATRIMONIO PERFECTO

Lic. EDUARDO MONTES DE OCA, 

Periodista de la Revista Bohemia.

Aún el más cosmopolita de los mortales, el menos provinciano, habrá de reconocerlo, si inteligente y honesto: el mundo es una aldea. Porque todos somos vecinos. Los unos de los otros, al alcance de las manos... o, mejor, del teléfono, el E-mail, el fax, las teleconferencias. Un planeta constituido en desmesurada aldea. Y los aldeanos, con tendencia a homogeneizarnos en una dizque cálida cobija llamada globalización.

Claro, esa ley de la homogeneidad (en el gusto por la hamburguesa repetida ad infinitum, en el llanto tumultuoso por la princesa traicionada y luego víctima fatal de publicitado accidente...) no se cumple cabalmente en todos los planos del inefable fenómeno que nombramos vida. ¡Qué contrastes descubrimos incluso sin tensar el poder de observación!

Rememoremos, sin el pecado de la prolijidad, que el 20 por ciento de los más ricos del orbe acapara el 86 por ciento de los gastos de consumo. Y que al haber del 20 por ciento de la humanidad van a parar el 45 por ciento de la carne y el pescado, el 74 por ciento de las líneas telefónicas, el 84 por ciento del papel, el 87 por ciento los vehículos...

Lógicamente, hay quien intentará ensalzar las presuntas bondades de lo que, con desapego al rigor teórico, hemos llamado ley de la homogeneidad. Y no es que menospreciemos logros de aprehensión generalizada tales como la impronta de griegos, babilonios, egipcios y romanos; de Francia y su arte "esteticista"; de Nueva York y su "ríspido" arte contemporáneo. No. Es que la ley del contraste, de la desigualdad, se impone a la  otra, la de la homogeneidad, en una globalización santificada por algunos, no tan santos precisamente.

Ello, no obstante el enorme condicionamiento intelectual  descrito de manera clara por Ignacio Ramonet: "La comunicación, los medios de comunicación de masas se ligan (...) para, cualquiera que sea su opinión, defender un esquema según el cual la solución neoliberal no sólo es única sino que es la mejor. La idea es hacernos creer que estamos en el mejor de los mundos y, aunque vayamos mal, probablemente en otros países se está peor, y si aplicásemos otra política sería aún peor".

Ese apoltronamiento en que "este es el mejor de los mundos" fue denunciado en su momento por el irreverentísimo Voltaire, quien lo hizo carne y espíritu en un personaje de la novela Cándido o el optimismo que solía mirar a su alrededor, y mucho más allá, con lentes color de rosa. Mas la historia se repite. Si antes drama, ahora farsa. La "gran" prensa acostumbra a  encarnar al doctor Pangloss para persuadirnos de lo mismo. Y en su "descargo" asentemos que para ella este mundo tiene que ser verdaderamente ideal, por la sencilla razón de que, en él, ha devenido gran dueña, multimillonaria. Una multimillonaria vergonzante, escudada en sofismas como la libertad de expresión y la objetividad absoluta.

Y, por favor, que no nos vengan con la libertad de expresión. Los grandes medios tienen hasta su propia guerra. O sea, se involucran con ansia irredimible y obsceno desparpajo en otra: la de misiles contra antiaéreas antediluvianas y armamento ligero. Las rapiñas imperialistas no solamente se despliegan en el plano militar, sino, paralelamente y con similar interés, en el  tapiz de la comunicación noticiosa.

¿Alguien consciente habrá olvidado la censura impuesta por los personeros de la Oficina Oval a unos reporteros privados del acceso directo a los centros neurálgicos del conflicto en Afganistán, el de Iraq, y hasta de referirse al monto de las víctimas civiles de las asimétricas arremetidas? ¿Dónde queda la cacareada autonomía de la prensa? ¿Adónde se fue la tradición de pensamiento representada por el filósofo y economista Stuart Mill (1806-1873), celoso propugnador de la libertad individual y los derechos civiles? Tradición de la que siempre se han enorgullecido particularmente los norteamericanos, quienes la han refrendado en la primera enmienda de la Constitución, la cual subraya la libre expresión de las ideas y, por tanto, la libertad de pensamiento.

La "displicencia" respecto al manipulado caso de los cinco cubanos literalmente secuestrados en los Estados Unidos se torna prueba (una más) de la manera desinhibida con que la des-comunicación, más que comunicación, de la gran prensa obvia los pilares en que supuestamente se afinca. Porque ésta -digámoslo abiertamente- a la postre cierra filas con la clase política, y denuncia lo erróneo, lo inhumano, solo hasta tanto, o hasta donde, sus propios intereses no sean perjudicados. Es repulsivo saber que, mientras analistas de valía revelaban que la guerra contra Iraq mandaría a la baja los mercados del mundo y que, de extenderse, como se está extendiendo, causaría estragos incluso en la economía gringa -sector turístico, líneas aéreas, aseguradoras, inversionistas-, se constataba que se beneficiarían, y se benefician, junto con las petroleras, ¡las compañías de los medios de comunicación!

Pero ¡cuidado! Lenin nos lo enseñaba desde 1916, en célebre obra titulada Qué hacer. La propaganda capitalista acumula suficiente oficio como para pasar por objetiva, neutral, a los ojos de gente ávida por encontrar la brújula en un universo en que, paradójicamente, la información tiende a embridar el entendimiento, por desmesurada, y por descontextualizada.

Ese oficio de quienes se han lucido defendiendo el ya viejo régimen atonta al extremo de que una ancha franja de terrícolas se resiste a creer algo que los discípulos de Marx, los periodistas cubanos entre ellos, damos por hecho: objetividad y partidismo pueden ir de brazo todo el camino cuando el partidismo atañe a los grupos sociales premiados por la historia con un futuro cierto. E irán partidismo y objetividad también de brazo en el caso de la filosofía, la ideología, la política  de los mencionados grupos humanos.

Claro que esto resulta sospechoso... para gente acostumbrada al canto de sirenas de la neutralidad que difunden los medios de comunicación del capitalismo. Medios que se regodean, por ejemplo, en la separación, maquiavélica más que metafísica, de periodismo informativo y opinión. Como si la información fuera aséptica, "incontaminada" de una opinión que se decantaría por un partido u otro, por una u otra corriente de pensamiento, por distintos modo de ver la vida.

Y lo hacen bien. Y creo que, de cierto modo, nos superan en el cometido. Porque a menudo nosotros yacemos en la punta contraria de una madeja que habremos de desenredar de una vez por todas si queremos triunfar en la lucha ideológica luego de sonados sismos como el derrumbe del Muro de Berlín y el estrepitoso desbarranco de un ente de augusto nombre -¿recuerdan?-, el socialismo real.

En ese entrecruzar de aceros en el campo de las ideas a que me refiero, el género periodístico que nos convoca tiene una importancia señera. No vengo aquí a contar la historia del editorial. Menos, ante alguien como el conocido conocedor -y valga la cacofonía; pensemos que intenté una benéfica aliteración- que es Julio García Luis, de cuya obra Géneros de opinión me asisto para puntualizar algunos asuntos. "En la prensa socialista, los editoriales no se sustentan en un objetivo y un sentido ético abstractos, no responden a intereses económicos privados, no reflejan posiciones de grupos o minorías sociales dominantes (como en la otra). Se crea, de verdad, la posibilidad de que el editorial sea portador de un análisis más profundo e integral de la realidad, y que sus puntos de vista se correspondan con los objetivos de las grandes mayorías populares. El editorial asume una posición política e ideológica nítidamente definida", en contraste con la asumida allá en el otro sistema.

Pero ¿esa nitidez de estío tropical se reflejará allende los mares, en la opinión pública internacional? Partamos del supuesto de que no, para, incluso en el caso de que nos equivocásemos, bregar por sobrepujarnos a nosotros mismos. Planteándolo de otra guisa: ¿Cómo encauzar las evidentes verdades de nuestros editoriales en ese derrotero proceloso y competitivo de la información internacional, vía Internet, las ondas hertzianas, la TV, o la imprenta? ¿Cómo hacer más creíbles los argumentos?

Bueno, en sobresaliente término, obviamente escribiendo editoriales, de los que carece en la dosis adecuada esta prensa nuestra de cada día, como "caída del cielo", conforme al criterio de un destacado periodista y escritor uruguayo de izquierda, criterio que, en cotarros profesionales vernáculos, comparte más de uno. Y no entramos a discutir si basta con los editoriales de agitación política, movilizadores, que publica Granma, muchos de los cuales, por su importancia, son ampliamente reproducidos. Tampoco pondremos sobre la arena de la polémica la necesidad de un editorial que, en el estilo propio y con el perfil particular del órgano que lo dé a luz, se incorpore a la batalla de razonamientos a que nos convocan los tiempos actuales.

Sentada, y aceptada, la premisa de que resulta harto necesaria la existencia de los editoriales, o de mayor cantidad de editoriales, porque ralean en nuestros medios, sigamos en la cuerda de pensamiento establecida en estos renglones. ¿Cómo hacer más plausibles, creíbles, los editoriales que deberían anidar con más asiduidad en los medios cubanos? ¿Separando, metafísica, maquiavélica, estrictamente información y opinión? Creo que esto sería vitanda falacia en el caso de aquellos para quienes objetividad y partidismo son anverso y reverso de una misma pieza numismática. Para los periodistas cubanos, sí.

Como las posibilidades de insuflar mayor plausibilidad, credibilidad, a lo que escribimos concitarían fuerzas nutridas y gregarias, y se realizarían paulatinamente, sólo me atrevo a anotar que podríamos estar obviando una fructífera hermandad, un insustituible par dialéctico. La pareja de editorial y columna bien podría constituirse en el eslabón hallado. Porque, a todas luces, estamos careciendo de algo más que del editorial en la medida que precisamos.

Admitámoslo: estamos desfasados. Mientras en el mundo la columna se ha convertido en eso mismo: columna. Columna sobre la que descansa la poderosa arquitectura de un diario, en papel o digital, una revista o cualquier otro medio, la prensa cubana -con honrosas excepciones, tales el diario Juventud Rebelde, en el ámbito nacional- se permite el lujo de prescindir de esa vaca sagrada del periodismo que es, y que debe ser, el columnista.

Como la primera ropa oreada debe ser la de casa, y como no deseo que se me acuse de francotirador, o hipercrítico ayuno de visión sobre las faltas propias, tomaré de pábulo para el análisis, de "material de estudio", a mi querida Bohemia, que, por cierto, no se ha hecho del premio de la opinión en ninguna de las ediciones del Festival Nacional de la Prensa, a pesar de ser la publicación periodística de interés general que más de este género desborda, quizás por haber abandonado la saludable práctica de la columna como generalmente se concibe -un espacio personalizado y de habitual aparición.

Tronábamos en el último Festival de la nonagenaria revista. Hasta inquiríamos: ¿Será que aquí la igualdad se ha trocado en su triste remedo, incluso su negación, o sea en el igualitarismo? ¿Tendremos miedo del despegue de alguna que otra individualidad, como si en el subsconciente de este colectivo se pretendiera para cada uno la mezclilla azul que uniformaba a los chinos de la Revolución Cultural?...

Blasfemia política y profesional o no, el hecho a que se refiere permanece incólume. Insistamos en la interrogante: ¿Dónde están los columnistas de Bohemia? Ese gran filósofo que es Perogrullo no dudaría un segundo: Bohemia se ha quedado sin columnistas. (Con su habitual crítica de televisión, Sahily Tabares vendría a ser la golondrina solita en grima, puede que deseosa de que se le unan otras, para hacer verano.) Quizás Perogrullo tense la memoria y evoque algunos de los últimos mohicanos: Mario Kuchilán Sol, quien fustigaba los males de la república burguesa asido de un lenguaje de subido color, donde el neologismo y la arrimazón barroca se codeaban para trasuntar una recia personalidad artística... Fulvio Fuentes, quien, para desnudar al Tío Sam, se servía de proverbiales ironía y cultura.... Luis Sexto, quien se crispaba, en defensa de la Revolución cuando más de uno -quizás furibundo o despistado admirador de la Perestroika- lo tachaba de utopista, de ultraizquierdista miope, sin tomar en cuenta que, con ese su lenguaje señorial, incisivo, era tan abogado de la Revolución como fiscal de los errores de los revolucionarios.

Me distraigo. ¿Dónde están los columnistas? ¿Ya no contamos con nadie capaz de bogar con suerte lo mismo en el piélago de la crónica que en el del comentario? ¿Nadie es capaz del estilo personalísimo que exige la columna? No lo creo. De sobra sabemos que Bohemia dispone de toda una caballería, y no de simples infantes. Y no es que genios de la pluma se hayan confabulado para concurrir a sus predios. No. Es que el relativamente amplio espacio editorial y la frecuencia -salimos cuando los sucesos ya no son noticia, lo que impele a buscar ángulos novedosos y pulir renglones- obligarían a aventajarse a sí mismo al más adocenado redactor, si los hubiera, por supuesto.

¿Escriben igual la docta Elsa Claro; la aguda Maggie Marín; el desenfadado Toni Pradas; la Caridad Carrobello de oficio más sólido que una columna del Partenón -y volvemos a la columna-; el hondo Ariel Terrero ; la lírica Azucena Placencia; o Néstor Núñez, el de la mente pronta, el magín insomne? Ni soñarlo. Cada uno es bien diferente, y diferenciable. Porque tras ellos, y de otros cuya relación haría interminable esta nota, hay lo que muchos tratadistas denominan estilo. Estilo como muestra fehaciente de sí mismo. Estilo como una de las hipóstasis, o apariciones, de la personalidad. Y para ser columnista -ustedes lo saben mejor que yo-  hay que tener estilo. Por consiguiente, ejercer un periodismo llamado literario, el cual, a juicio de un profesor cubano, juicio que comparto, radica mayormente en narrar y no relatar.

En Bohemia, casi siempre se narra. Carlos Piñeiro, el avezado subdirector editorial, no se cansa de proclamarlo. Él puede mostrarnos trozos de textos como copiados de excelentes novelas.

Entonces, hay periodismo literario; entonces, hay estilo, más bien estilos; entonces, hay columnistas. Y ¿dónde están esos columnistas?, me repito. ¿Murieron con Kuchilán y Fulvio? ¿Se marcharon de Bohemia con Luis Sexto? Que no, caramba. Están por aquí, o por allá. Porque Bohemia, considero, es uno de los lugares que han trascendido el manual de técnica periodística de Benítez.

Excelente libro, sí, para leerlo desde una perspectiva dialéctica, pues fue fruto de una concepción válida pero no totalizadora del buen periodismo. Quien atisbe en derredor hallará que, hoy día, la información de diario, de revista, no podrá ser la misma que la de agencia, tan anglosajona ella; y que la crónica, el artículo, el comentario, el reportaje, se han entreverado, se han trenzado de una antes inimaginable manera, al punto  de que ya no se pergeñan con fronteras tan discernibles como antaño. Porque las fronteras de los géneros se difuminan. Los géneros se hibridan, o "bastardean".

Cambian, al compás de la vida. En Cuba, quizás cambien hasta... al compás del son. En Bohemia hay estilos personales, distintos. Por ende, hay columnistas. Y ¿dónde están los columnistas?, me obsesiono. No están como la Ma Teodora, cortando leña. ¿Estarán maniatados por unas normas como venidas de la comba celeste, normas proclives a coartar la libertad de estilo? Quizás un poco. Porque le zumba que uno escriba algo como -y esto es un ejemplo hipotético- "la humanidad tiene la culpa; mientras ríe, bebe, se solaza en el amor, los niños están muriendo allá en Faluya, etc"; le zumba, decía, que alguien se escandalice: "¿La humanidad? ¿Tú tienes la culpa? ¿Yo tengo la culpa?"; y que ese alguien ordene: "No, hermanito; pon ahí que "parte de la humanidad tiene la culpa". Sí, le zumba que ese alguien se escandalice habiendo comprendido -porque nadie es bobo- que lo de la humanidad toda es una hipérbole, exageración propia de un estilo, y de todas maneras se entregue a la censura más trivial, irrisoria.

Triste. ¿Censurar ese tipo de cosas relacionadas más bien con el estilo en nombre de qué? ¿De la decencia? ¿De la corrección política? ¿Del paternalismo? Los medios de prensa dando papilla en lugar de alimentos sólidos para que ese pueblo "ignaro e infantil" no se indigeste. Porque quien piense que al pueblo hay que dar todo masticadito entiende que el pueblo es ignorante, y se considera superior a él. Y adocenará con eso de "escribe sencillo, lo más sencillo", como si no fuera este uno de los pueblos más instruidos.

Y como si en Bohemia la diversidad no hubiera propiciado el desembarco de plumas de vuelo y de adjetivos inusitados, de preeminentes columnistas, tales un Roa que, por cierto, escribía "huesa" y no "osamenta" o "esqueleto", o "huesos"; o un Marinello que no se obligaba a explicar si se refería a una conversación "peripatética". Sacad por el contexto, respetados lectores de Bohemia, podría ser la contestación de esos insignes. Insignes como el Mañach de bruñido lenguaje desde los años 20 ó 30, en medio de tantos y tantos iletrados.

Abogar por la homogenización de los estilos sería como abogar por elcercenamiento de estilos... Pero caigo en el circunloquio, yo que me declaro amigo de los atajos en los viajes y del golpe recto a la cara en el boxeo. Me dispenso una anécdota personal, ya que estoy charlando desde la experiencia más que desde una bibliografía. Tengo una sección -¡caramba, por poco me jacto de ser columnista!- en uno de los más importantes diarios digitales alternativos en Español, Insurgente, nacido de la revista Cádiz Rebelde. Una nota del director y del jefe de redacción nos comunicaba, con otras palabras: En las informaciones, nosotros corregimos como el que más; pero afinad la puntería en la opinión, que apenas tocamos, pues vosotros sois los responsables.

Esto es lo que se debería preceptuar: la responsabilidad de la columna. Si hay confianza. Y ya que estoy pidiendo, pido más, aunque me quemen. Pido que la columna no se restrinja a temas políticos -de suyo, tan encorsetados. Pido que la columna trate de lo humano y lo divino -posible vida extraterrestre; farándula; crónica de remembranzas; costumbrismo a pulso; economía; problemas de resonancias filosóficas, antropológicas, historiográficas, literarias, artísticas, científicas...-, porque "quien sabe sólo de medicina, ni de medicina sabe", dijo un gran hombre; y "quien escribe sólo de política, ni de política escribe", parodio yo, un advenedizo.

Compañeros, esto que apunté sobre la publicación que me cobija, Bohemia, podría repetirlo al respecto de la mayoría de nuestras publicaciones, donde la columna significa desiderátum, que no concreción. Estamos perdiendo un arma de proverbial influencia.

Porque de eso se trata: de influir. Todos hemos escuchado que el New York Times de fin de semana posee el mismo volumen de información que la suma de lecturas de un hombre culto del siglo... XVI o XVII. No comprendo muy bien cómo se mide eso, pero me complazco en reproducir una conclusión científica. Bueno, en un mundo en el que la información amenaza con asfixiarnos con sus miríadas de tentáculos, se ha comprobado, encuestas mediante, que los lectores prefieren recurrir al columnista, figura prodigiosa que ordena en la barahúnda de la información, condensa ésta y la ofrece en el más particular de los estilos. Desafortunadamente, es así. Y subrayo: "desafortunadamente", porque resulta peligrosa esa fe en alguien. A mi mente viene el espectro de la influencia perniciosa de los intelectuales orgánicos de la globalización neoliberal, de la contrarrevolución universal, provistos de las artes y las armas del columnismo. Vade retro, Satán... pero ¡alto ahí! No caigamos en ingenuidades. No osemos eludir la pelea, ni desdeñar sus armas.

Hagámonos de columnistas. De gente que, con su experiencia; su tendencia renacentista en el sentido de espigar en disímiles temas; su propensión a la búsqueda de relaciones, esencias, rasgos distintivos de la realidad; su deseo de servir, y ¡su estilo!, diferenciable y recio, armónico o agudo, frondoso o podado de exuberancias; su estilo único, irrepetible; su estilo con mayúsculas, contribuya en el lector al ascenso espiritual, en política, ideología, ética, conocimientos, así como al ascenso propio, del homo escribiente -y el término será del quechua, porque del latín no es-, por intermedio de la investigación, el esfuerzo, vertidos en unas páginas hirsutas o aterciopeladas, en las que una foto nos mire de hito en hito y nos reafirme en la percepción de que ese columnista es nuestro amigo...

Si en una ocasión me pregunté dónde están los columnistas de Bohemia, a estas alturas puedo responderme que ya están. La dirección ha tomado cuenta del reclamo, así como el de los editoriales. Ahora esa misma pregunta, ¿dónde están los columnistas, los editorialistas?, se dirige hacia buena parte de las publicaciones cubanas, con la convicción de que el editorial y la columna se erigen, juntos, en uno de los más apreciados arietes con que derruir los muros de la fortaleza medieval que es el descreimiento en la opinión pública internacional. La aparición de este par contribuiría a que el ciudadano común, el hombre que algún filósofo denominó unidimensional, aquel que escucha el canto de sirenas de la mass media (Falsimedia, la han bautizado), se diga allá, donde debemos conseguir mayor crédito: "Mira para eso: hay columnas y editoriales; al menos los columnistas dirán lo que piensan, pues el editorial refleja el punto de vista de la publicación".

Y ¿dónde están los columnistas y editorialistas de este país? Están, sí que están. Sólo que esperan aldabonazos más vigorosos que estas palabras para apropiarse de las páginas de nuestras publicaciones. ¿Qué dónde están? Esperando despertar de la hibernación para sumarse al festín de un periodismo que vendrá, algún día, indefectiblemente. Al menos, ese es mi credo. Y que venga el debate.

            

VICIOS DEL LENGUAJE EN LA REDACCIÓN PERIODÍSTICA

VICIOS DEL LENGUAJE EN LA REDACCIÓN PERIODÍSTICA

Lic. JUAN MORALES AGÜERO, 

Periodista del diario Juventud Rebelde y profesor de la carrera de Comunicación Social en la Sede Universitaria Municipal de Las Tunas.

morales@enet.cu

La redacción periodística escrita suele ser muy a menudo un auténtico ejercicio de tormento profesional. "¡Mi reino por un caballo!", dicen que exclamó, desesperado, el rey inglés Ricardo III en un célebre drama de Shakespeare, cuando estaba a punto de morir a manos de las tropas de Enrique IV. "¡Mi vida por un primer párrafo!", exclamamos, angustiados, los cronistas de la cotidianidad cuando el intelecto se resiste a tomar la arrancada frente los apremios de una cuartilla en blanco.

En efecto, tributar para un periódico es para nosotros los profesionales de la prensa como cruzar aceros con la exigencia técnica y con la rigurosidad editorial. Se trata de que la prosa de prisa, como agudamente llamó al periodismo ese gran periodista que fue Nicolás Guillén, no está solo concebida para llegar de una manera directa, sencilla, sucinta y completa a sus lectores potenciales, sino  también -y eso no es menos importante- con un nivel decoroso de factura estilística. Redactar es más que poner una palabra detrás de la otra: es escribir con apego a las normas del idioma y enunciar con claridad, elegancia y concisión lo que se pretende  decir.

Son numerosos y heterogéneos los "virus" que contaminan hoy al discurso periodístico escrito a todos los niveles. Entre ellos, tal vez uno de los más nocivos sea el  llamado lugar común, locución acuñada por Aristóteles en la época de oro de la oratoria griega y suerte de plaga léxica conocida también por las denominaciones de frase hecha, cliché idiomático y estereotipo semántico. Por estos giros debemos entender el uso indiscriminado de argumentos, análisis y juicios que, aunque  fueron inicialmente precisos y justos para definir fenómenos y situaciones determinadas,  gastaron  toda su capacidad de sugerencia de tanto repetirse y repetirse. Ninguna es capaz de ofrecer ya  una visión objetiva sobre un tema. Como funcionan en cualquier contexto, tampoco ayudan a comprender bien aquello de lo que se habla, pues su simpleza aburre al lector culto y confunde al lector ocioso.

Comenzaré con un ejemplo bastante frecuente en nuestra prensa escrita: masivo acto. ¿Dice realmente algo tan simplista y ambigua manera de describir una reunión de cierta cantidad de personas? ¿Logra alguien  hacerse una idea más o menos exacta de si fueron cien o mil los individuos participantes? Definitivamente, no. ¿Y saben por qué? Pues porque nos hemos acostumbrado a emplear la frase con análogos propósitos tanto cuando cubrimos una graduación estudiantil de secundaria como cuando reseñamos una Tribuna Abierta de la Revolución.

Otro caso notorio es el de merecidas vacaciones. Decimos: Fulano de Tal no pudo estar presente en la actividad porque se encuentra disfrutando de unas merecidas vacaciones. El lector avezado se pregunta al vuelo, suspicaz: "¿le consta al periodista que esas vacaciones son realmente merecidas? ¿Por qué las califica con esa seguridad absoluta? ¿No sería más sensato para él limitarse a decir que la persona en cuestión está, sencillamente, de vacaciones... y punto?"

Podría citar un rosario de ejemplos de parecido corte. Todos, sin excepción, padecen el mal de la pobreza léxica y del acomodamiento estilístico. Miren: personalmente, he dejado de tener en cuenta al entrevistado que ciertos colegas pretenden vender en titulares como... un digno ejemplo. Sí, asumo el riesgo de que tal vez esa persona lo sea. Pero, ¿acaso no se le endilgan esos mismos epítetos a cuanto interlocutor más o menos destacado aparece en las páginas de nuestras publicaciones? ¿Por qué abusar de un enunciado cuyo empleo  debe reservarse solo para casos excepcionales? Quien se limite a cumplir con sus deberes puede quizás ser un buen ejemplo, pero no necesariamente un digno ejemplo, que es un calificativo de talla mayor. Digno ejemplo desborda lo común. Y, como calificamos  a tanta gente de digno ejemplo, pues para el lector ya casi ninguno lo es. 

Pregunto: ¿a quiénes de ustedes se les activan las papilas gustativas cuando leen aromático grano en un material periodístico referido al café?  ¿Alguien siente deseos de tomarse un vaso guarapo cuando la letra impresa insiste hasta el cansancio en  imponernos el giro dulce gramínea en alusión a la caña de azúcar?  ¿Quién le concede ahora más importancia al agua, solo porque los periodistas nos referimos a ella como al líquido vital? ¿Acaso alguno de ustedes ha experimentado sudoraciones al posar la mirada sobre la frase ingentes esfuerzos? ¿Cuántos no hemos criticado el eufemismo larga y penosa enfermedad con que hacen referencia las notas necrológicas a algo que se llama simple y llanamente cáncer?

Y así combativa demostración, éxito extraordinario, conducta íntegra, trabajador incansable, sentida demostración de duelo, impecable hoja de servicios, fervor patriótico, merecido homenaje,  combativo acto, luctuosa ceremonia, cálidos elogios, sentido pésame, hazaña inigualable... Vale en primera instancia acuñar frases que rompan con la monotonía lingüística y contribuyan a darle color y variedad al idioma. Pero, ¿hasta cuándo vamos recurrir a su uso para describir siempre similares circunstancias? ¿Hasta cuando les vamos a dar voz para después, en un acto de cruel lengüicidio, condenarlos a la mudez semántico?

Un vicio consanguíneo con el lugar común es la adjetivación. "Los adjetivos son las arrugas del estilo", ha dicho Saramago en un lúcido ensayo sobre el idioma. Cuando los insertamos sin razones justificadas, abruman y confunden. El buen periodismo se caracteriza por la parquedad en su uso, y solo apela a ellos para escoger los más concretos, simples, directos y definidores. ¿Por qué obligar a un sustantivo a viajar por texto y contexto del brazo de un adjetivo que no necesita o le viene grande? Si calificamos a cualquiera de excelso, fantástico, eminente, incomparable, ilustre, insigne, notable, magnífico..., ¿qué dejamos después para las personalidades de primera línea? Como dijo una colega en la página cultural  del semanario Trabajadores,  "... ¿qué le decimos  entonces a Pavarotti?"

Las llamadas muletillas también se las traen.  Son frases improductivas, inútiles que no le aportan absolutamente nada ni a las ideas desarrolladas en la cuartilla ni al discurso periodístico propiamente. Todos los que ejercemos la profesión hemos incurrido alguna que otra vez en su nefasto uso. Les pondré algunos ejemplos: asimismo, en otro orden de cosas, por otra parte, ahora bien... Pruebe a eliminarlas y advertirá, sorprendido, que la redacción adquiere más fuerza y más elegancia sin la presencia de semejantes rémoras. Debemos estar siempre alertas contra ellas, pues, a pesar de someterlas a vigilancia, suelen  deslizarse  muy fácilmente.

Pero existen mucho más que lugares comunes, adjetivación y muletillas en nuestras redacciones actuales. Otros vicios acechan y conquistan desde los teclados. Hay que eludir la redacción ampulosa, tan pedante cuando la dicta una mala regulación de la autoestima. El auténtico estilo periodístico se pule no con extravagancias ni exhibicionismos, sino con mucho trabajo y con un conocimiento profundo del lenguaje,  la gramática, la ortografía, la sintaxis, y el léxico. El periodista debe evitar expresarse de una forma excesivamente literaria o excesivamente coloquial y recurrir a un vocabulario variado pero comprensible para el lector. Toda utilización del lenguaje que dificulte este propósito resultará un fracaso.

En fin, quien aspire a tener lectores debe respetarlos, y eso solo se consigue cuando se pulimenta el estilo y se conciben textos aspirantes a modelos de limpieza, claridad, exactitud y elegancia en el uso del idioma. Al final, si no amamos nuestra  lengua y no respetamos a los lectores, tampoco podemos exigirles que nos lean.

Sobre tal asunto me parecen magistrales estas palabras dichas por Gabriel García Márquez en su célebre artículo El mejor oficio del mundo: "Nadie que no haya nacido para eso y esté dispuesto a vivir sólo para eso podría persistir en un oficio tan incomprensible y voraz, cuya obra se acaba después de cada noticia, como si fuera para siempre, pero que no concede un instante de paz mientras no vuelve a empezar con más ardor que nunca en el minuto siguiente."    

 

EL MÁS HUMANO DE LOS GÉNEROS

EL MÁS HUMANO DE LOS GÉNEROS

Lic. LUIS SEXTO,

Profesor de la Facultad de Comunicación, de la Universidad de La Habana.

José Alejandro Rodríguez definió la crónica como "el más humano de los géneros". Su sensibilidad y su experiencia de cronista le han facilitado componer una frase capsular de sugerente certeza, en la que reúne  los valores típicos de ese género y la filosa brevedad del ingenio. A mi parecer, no creo que haya que seguir aduciendo argumentos para determinar qué es, en fin, la crónica. Definidamente, al clasificarla como el más humano de los géneros periodísticos estamos asumiendo que está dentro y no fuera de la subjetividad y que, al palpitar entre las fibras humanas, admitimos que se conecta con lo más íntimo, entrañable, lancinante del Hombre.

Ya por esa ruta vamos siguiendo el hilo que nos conducirá a clarificar la esencia de la crónica. Aun tropezamos teóricamente, y lo que es peor, prácticamente, cuando vamos a determinar cómo se integra o se frustra una crónica. Hemos visto -y este autor lo ha indicado en algún texto- que  se empieza a definir o a componer desde una actitud melosa, patética. Sin flores o palomas, sin arrobos o suspiros parece que nunca se escribirá o  se aprehenderá una crónica. Recientemente, viendo un documento televisivo al que clasificaban de crónica, me percaté que había confusión, no mezcla, de géneros. Confusión, que es caos. No mezcla, que combina los aportes exógenos con los endógenos preservando el principio primordial. El  material era, en puridad, un testimonio: el peso del relato recaía sobre los protagonistas de la historia. Pero los realizadores intentaron "cronicar" a través de la voz meliflua del locutor y la música casi fúnebre que discurría por debajo de la evocación que aquellos dos hombres hacían de su participación en la guerra de Angola.

No niego que  había en ese testimonio pasión, dolor, nostalgia, todos los valores que signan las acciones humanas al momento de ejecutarse y, sobre todo, en el instante de recordarlas. Pero el autor del texto televisual -imagen, sonido y palabra- se mantenía al margen. Y, por tanto, el resultado no era el eco que la historia de aquellos dos personajes suscitaba en el cronista, sino la resonancia en ellos mismos, testimoniantes de la historia.

Pienso, pues, que la crónica empieza a ser el más humano de los géneros, porque comienza siendo el más personal de los géneros. Y cuando digo "personal"no me refiero al uso de la primera persona del singular. Sé de enunciados escritos en "yo" y sin embargo no son personales: faltan el vigor, la clarividencia, la prestidigitación verbal, el original enfoque, el toque de creatividad que singularizan el estilo. Ante textos tan deslucidos, la primera persona del singular enturbia la expresión, la ridiculiza evidenciando que allí falta la personalidad fuerte, culta, que puede, en legítima apropiación, escribir metiéndose en la historia o las ideas. La crónica, pues, es el más personal de los géneros, porque predominan los efectos que el tema, la realidad, producen en el cronista.  El acercamiento, el reflejo, se concilia en el "yo", en la emotividad del cronista de modo que componga una visión amable de la vida y la gente. 

La imbricación personal no significa -como a veces estima algún criterio en un banquete de simpleza- que el cronista se erija en el ombligo del texto, o "hable de sí mismo" en lo que resultaría el más vanidoso de los géneros. El cronista es solo el pretexto para delinear lo más humano de un acontecimiento o un proceso. Y para reflejarlo intenta convertirse en el espejo que refracte los valores sensibles de la noticia. Por ello, una crónica nunca presentará panoramas, paisajes abarcadores; por el contrario, necesita de lo soterrado, lo oscuro, lo particular, allí, donde se revuelven los sentimientos más carnales -carnales por hondos-  de los seres humanos. Si la nota informativa relaciona los datos primordiales, los físicos y sociales, de un choque de trenes, y el reportaje lo narra en sus causas y acciones menos evidentes, la crónica hurgara entre los hierros retorcidos buscando la muñeca, o la fotografía familiar,  la carta nunca enviada, el reloj roto, entre el amasijo metálico salpicado en algún sitio por gotas de sangre. Esos hallazgos mínimos facilitarán el ingreso en una historia, en una felicidad, un sueño truncos por el accidente que nadie pudo anticipar aquel día, en que, como lo más humano y natural del mundo decenas de personas se acomodaron en los coches dispuestos a proseguir su vida, sin obstáculos, en un viaje a través de la noche.

Eso, quizá, sea lo más humano del Hombre. Y ninguna cámara fotográfica podrá captarlo, ni ningún otro esquema, como lo apresa y reproduce la óptica de un cronista que suele observar la realidad  con la luz microscópica de un género periodístico -también literario- que solo admite, como etiqueta, los signos líricos de  la poesía.

 

LA INFORMACIÓN QUE HACEMOS Y LA QUE DEBEMOS

LA INFORMACIÓN QUE HACEMOS Y LA QUE DEBEMOS

MSc. Iraida Calzadilla Rodríguez,

Editora de mesadetrabajo y Profesora Auxiliar de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí. Periodista del diario Granma.

http://islalsur.blogia.com

islalsur@yahoo.es

La nota informativa o información periodística es hoy en nuestra prensa el género más maltratado en su concepción y estructura. Apenas constituyen pequeños oasis cuando en los diferentes soportes mediáticos reconocemos una señal que la desempolve del maniqueísmo en el que se ha convertido su estructura clásica de pirámide invertida, en la que un lead sumario entregará al lector, oyente o televidente una primera visión, rápida, contundente y concisa, del acontecimiento a narrar.

Luego de casi 150 años de habernos propuesto Lawrence A. Gobright, corresponsal de la AP, su lead convencional -estandarizado y sacralizado por siempre jamás-, aún en las redacciones hay una obediente atadura a su fórmula y muy poco terreno se concede a otras estructuras más contemporáneas y enriquecedoras, a pesar de que hace más de medio siglo Philip Porter y Neil Lusón en Manuel del periodista suscribieron que hay tantos tipos de comienzo de la información como clases de esta, y subrayaron que los tipos de encabezamiento únicamente están limitados por la originalidad del autor. 

Y las renovaciones no quedan solo para las entradas, sino que también se expanden hacia la pirámide invertida, al modo de contar los hechos de mayor a menor importancia, siempre pendientes reporteros y editores de que si es necesario cortar texto, sea de abajo hacia arriba, sin menoscabo del propósito con que se narra el suceso. Sin embargo, esa faja impositiva hace que se releguen otras estructuras igualmente portadoras de intencionalidad: se desestima la subversión del orden que suponen novedosas fórmulas que combinan los datos dentro de la arquitectura de la nota, sin necesariamente atenerse a un orden de mayor a menor importancia que, por demás, está sujeto a la percepción que del acontecimiento tuvieron los hacedores de la construcción de la noticia.

Todo ello no propugna que debamos desterrar la pirámide invertida y el lead tradicional. Todo lo contrario. Quienes transitan el camino del periodismo deben dominar su estructura sólida y eficiente, su estilo clásico y duradero. Pero se trata de dar paso también a otras variantes más modernas que, incluso, ayudan a acercar más a los destinatarios de nuestros productos comunicativos al mensaje.

Estos -los diferentes leads y cuerpos- son dos ejemplos a modo de botón de muestra, el iceberg de un conflicto latente en la redacción de la nota, pero que abarca también otras especificidades dentro de la misma. ¿Por qué hago referencia a ello? Durante muchos años he sido tutora de las prácticas preprofesionales de los estudiantes de Periodismo, profesora de la asignatura Nota informativa o Información periodística en los diplomados de Periodismo que se imparten en Ciudad de La Habana, convocados por la Unión de Periodistas de Cuba y rectorados por la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana, y del curso regular de la Facultad.

En esta propagación y a la vez confrontación de ideas hay elementos comunes: de una parte, los periodistas en activo que cursan el Diplomado o asisten a los talleres y conferencias, aceptan teóricamente las nuevas formulaciones, pero no siempre las aplican y las causas son tan diversas que van desde la comodidad intelectual que supone redactar a partir de un esquema tradicional muy validado y seguro, hasta  el rechazo de sus jefes por estructuras que rompen con el orden establecido y, al no conocerlas teóricamente, desacreditan a los reporteros creyendo que "no saben redactar notas informativas". Cuando más, un pequeño elogio por un texto que no es habitual, y casi a modo de disculpa le agregan algún apellido como "información ampliada", "nota comentada", "nota cronicada"...

De otra parte están los estudiantes, abiertos a cualquier saber mientras están en las aulas, en el ambiente académico, en la fragua de las ideas renovadoras. No obstante, también se ciñen más de lo debido a la pirámide invertida y al lead tradicional una vez que han vivido la experiencia del primer ciclo de práctica laboral, y asistido en las redacciones a las rutinas de los procesos productivos, así como escuchado a los profesionales del sector defender la fórmula clásica contra viento y marea.

Entonces, como profesora una siente que hay una etapa perdida en el paso adelante que se espera para la necesaria revivificación de la nota informativa, paso que solo darán después, ya como profesionales enfrentados a sus propias rutinas, a sus radios de acción en el trabajo, a sus fuentes de referencias, y, poseedores de las herramientas teóricas, acudirán a ellas para tratar de entregar productos comunicativos más acordes con lo que necesita el destinatario de hoy, ya sufrido de tanta nota escrita a golpe de qué, quién, cuándo, dónde, cómo, por qué y para qué, en un orden rígido y tiránico.

Esta es la problemática no resuelta, reforzada por el aún escaso deseo que señorea de superarse en las temáticas propias de la profesión, creyendo a pie y juntillas, incluso me atrevo a asegurar que hasta con la mejor buena fe, que todo fue aprendido en el período de estudiantes universitarios, obviando así al periodismo como profesión viva que se renueva constantemente. 

Y lo que es peor: apenas hay nada nuevo, estas tendencias fueron ya descritas hace muchos años, solo que ahora existe un mayor acercamiento a ellas, quizás porque ya en el propio mundo académico se habla de la decadencia de la fórmula tradicional de la pirámide invertida, aludiendo a que ofrece de manera muy funcional la información, lista para ser "digerida" por el gran público. Este no es un criterio único, pues la reina de las estructuras continúa siendo defendida por los teóricos que la validan por su método de comunicación preciso, claro y conciso desde el primer párrafo. 

¿Cómo salvar el asunto? Están abiertos dos caminos. El primero admite dejar la situación tal cual se encuentra hoy y continuar martillando sobre el mismo yunque. El segundo supone comenzar a inquietar el orden y discutir acerca de un género al cual hemos abanderado con las categorías de objetividad, imparcialidad, impersonalidad..., sin darle un humano respiro, sin comtemporalizarlo ni contextualizarlo ni interpretarlo. Y hay una preocupación mayor en mi condición de docente: su estudio no puede dejarse a la espontaneidad, resulta necesario que los estudiantes, mañana profesionales, se preparen desde ahora para dar un mejor futuro a la nota informativa.

¿Por qué ir hacia nuevas formas? Los géneros periodísticos son seres vivos y, por tanto, está implícita en esa condición la capacidad de mejorarse, ampliarse, diversificarse y mixtificarse a través del devenir de la profesión; también, ellos se han ido perfilando hacia otro estadio respondiendo a las exigencias de un público que cambia, que ya no es igual al del siglo XIX, que ya no es igual, incluso, al de hace 20 años en nuestro país.

Este de ahora es un receptor que ha transitado en su condición de protagonista y espectador por situaciones difíciles desde el punto de vista económico, político y social. Situaciones de urgencias y a veces de límite que, sin embargo, no lo han dejado en la estacada intelectual y trata hoy de, como concepto humanístico, alcanzar una cultura general integral como pueblo.

Es un lector, radioyente, o televidente que, conciente o inconscientemente, espera nuevas maneras en la construcción del mensaje y ya no lee sin más ni más bloques monolíticos y aburridos. Toca, entonces, a los periodistas -precisamente en nuestra condición de mediadores entre la realidad y el público-, saber hacerles llegar los hechos que forman parte de la realidad y están en las prioridades de la agenda política, entendiéndose ésta en su concepción integradora de la sociedad en que vivimos.

Y hacerlos llegar de manera objetiva, veraz, apegados siempre a la honestidad profesional de relatar los sucesos tal como los vimos y oímos, tal como los recepcionamos e interpretamos, pero sin desestimar la riqueza del lenguaje, la fina intencionalidad, la arquitectura novedosa al presentar los acontecimientos, de manera que estos no parezcan informes salidos de plantillas repetidas una y otra vez.  

Es por ello que creo firmemente que la nota informativa requiere de una nueva mirada, de una sincera asimilación, de una pronta reactualización en su construcción por parte de "hacedores" y "decisores".

Sí, hablo de la humilde nota informativa que no da cuenta del gran acontecimiento, del imponente discurso, la que no informa sobre el atroz desastre, ni el extraordinario descubrimiento, esa que aporta el periodista a sus medios hablando de la cotidianidad de la sociedad, más que del suceso espectacular; esa que más que noticiosa, es informativa como expresión de seguimiento de la información, esas líneas que por lo general se escriben "mal y rápido" porque creemos históricamente que nos ponen faja a nuestra propia creatividad.

Podría hablar de las otras, pero esas, al menos, son portadoras de trascendencias y en este trabajo estoy abogando por las que llenan los noticiarios de cualquier soporte mediático, aunque en mi opinión particular, todas debían desempolvarse de tanto esquema repetido.

Un segundo aspecto, muy importante como condicionante de esta apertura en la nota informativa, es el desarrollo alcanzado por la radio, la televisión y los medios digitales, soportes mediáticos que han despojado a la prensa escrita de la inmediatez de cuatro de las seis premisas del periodismo. Esos medios están entregando a los públicos casi en tiempo real el Qué, Quién, Dónde y Cuándo. Un diario, una revista, un boletín obligado a reportar cualquier suceso está obligado, entonces, a desarrollar el Cómo, el Por qué y el Para qué.

Estamos hablando de receptores que ya no están interesados en que nosotros le "anunciemos" mañana lo que ya escuchó hoy en los noticiarios matutinos, vespertinos o nocturnos de la radio y la televisión, o lo encontró en algún medio digital.

Él quiere saber lo que significan los hechos tanto para el país como para sí, necesita saber los por qué, profundizar en el contexto en que se realizan y de lo que no siempre tiene dimensión exacta aunque reciba un aluvión de informaciones sobre los mismos, pero no interconectadas. Requiere que le presenten el significado de las cosas. Por ese camino estoy asumiendo la interpretación en la nota informativa, género al cual ella tributa, pero que en general en nuestros medios se trata de encasillar solo en el informativo, muy necesario, diría imprescindible, pero no única manera de expresión.

Hoy, una información que contextualice, en la que se presenten antecedentes y significados, y el reportero se permita hasta una proyección, es lo más parecido a lo que José Antonio Benítez llamó "información integral", término llevado y traído por tirios y troyanos, a veces muy superficialmente, y otras de manera anecdótica.

En este entramado también es honesto decir que nos ha faltado visión para dar el salto, y muchas veces hemos acomodado nuestras mentes a las rutinas que imponen el conocimiento establecido, la forma de hacer más fácil, y la aceptación segura.

Un problema hoy que tiende a agudizarse en las notas que escribimos trasciende ya las interminables coberturas de reuniones y actos que poco o nada significan para el receptor si no se les explica acerca de su importancia, si no se les "sazona" con los aderezos antes expresados. Al mal estamos incorporando el absurdo de dar más importancia a quien dice una información que al hecho mismo constituido en noticia. Un ejemplo: si se produce el derrumbe de un edificio a causa de vientos huracanados, lo importante es eso por sus implicaciones para las personas que allí viven, para la preservación de la ciudad, y no si lo dice éste o aquel vocero, que bien pudiera pasar a un segundo momento dentro de la información.

Todo ello inevitablemente nos lleva a subvertir el orden y de contadores de historias -que eso somos por naturaleza los periodistas-, nos estamos convirtiendo en contadores de declaraciones, las más de las veces llevados por un acrítico hacer reproductivo. 

En modo alguno hablo desde posiciones académicas asépticas, sino desde la posición de quien ha estado por 30 años en las filas de los reporteros de base, en las filas de quienes intentamos dar a conocer el latir cotidiano de la vida nacional, ese acontecer que estamos llamados a ofrecer sin estridencias, sin escándalos, con mesura, equilibrio, responsablemente, y todo inserto, además, en una complejidad política que nos obliga a ser altamente cuidadosos en los mensajes, de manera que el enemigo no halle en ellos ningún resquicio.  

Y es justamente la experiencia práctica la que me lleva a afirmar -sin menoscabo de mis colegas que mucho y bien hacen en condiciones no siempre idóneas- que hoy se requiere de periodistas que abracen de "dicho y hecho" la reactualización constante, porque solo así podrán construir sobre el papel mensajes más sólidos, tal como los demanda el público.

La nota informativa, a mi modo de ver, requiere de una revitalización desde esa perspectiva. Y a propósito de esto, citado por María Carolina Alcalde y Rafael Jorquera, estimo la definición de Periodismo Interpretativo que hace Abraham Santibáñez, profesor de la Escuela de Periodismo de la Facultad de Comunicación de la Universidad Diego Portales, de Chile:

"Interpretar, desde el punto de vista periodístico, consiste en buscar el sentido de los hechos noticiosos que llegan de forma aislada. Situarlos en un contexto, darles un sentido y entregárselo al lector no especializado. Por exigencia profesional, además, esta interpretación debe tratar de prescindir de opiniones personales, debe basarse en hechos concretos y opiniones responsables y que sean pertinentes y debe ser presentada en forma amena y atractiva".

Concha Fagoaga, catedrática de Periodismo de la Universidad Complutense de Madrid, precisa: "Los periodistas no solo reproducen lo que ven y oyen, ejercen también una investigación sobre lo acontecido porque los hechos no se producen descontextualizados de una situación económica, social y política concreta. Los hechos no surgen aislados de una realidad más amplia, se insertan en ella...".

En ese camino, Eduardo Ulibarri en su libro Idea y vida del reportaje nos abre puertas a la reflexión acerca de los hechos, a preguntarnos en su presente qué significan, si surgen aislados o forman parte de otros y cómo se vinculan a ellos, si introducen cambios significativos, a quiénes afectan de inmediato, si contienen elementos polémicos y cuáles fueron los factores más cercanos que precipitaron su aparición.

Pero esos mismos hechos, argumenta el teórico, tienen un pasado del que habrá que decir algo al receptor: por qué ocurrió, sus antecedentes, con qué acontecimientos anteriores está vinculado, si pueden identificarse causas relevantes, qué ha ocurrido con situaciones similares en otras épocas o lugares, si existen analogías relevantes.

Y cerrando el ciclo de cuestionamientos ubica el probable futuro del hecho y sus posibilidades de desarrollo, con qué otros factores puede relacionarse, en qué o en quiénes repercutirán. Como puede apreciarse, toda una muestra de interrogantes válidas de ajustarse a cualquier suceso para darlo de manera integral.

Rolando Gabrielli, en Noticias del mundo cierra en Nueva York (El otro periodismo hispano), plantea que el gran capital de un medio es el periodista, su conocimiento, imaginación, manera de examinar los hechos, reproducir la verdad con gracia, ética y proyectar con el poder indiscutido de la veracidad, los acontecimientos, cualquiera sea su magnitud.

Esta es una definición que, a mi entender, incluye y reivindica a la nota informativa, género que es la base de todos los demás, columna vertebral del informativo de cualquier soporte mediático, y que requiere ser estudiado y practicado en profundidad

Sobre todo, porque hay que tener en cuenta que en los medios diarios el periodista un día escribe un comentario. Un día redacta un artículo. Un día se inspira y nace una crónica. Un día tiene un argumento que le permite presentar el reportaje "paleta". Pero los medios diarios requieren todos los días de muchas y diversas notas informativas.

Por tanto, un desafío de hoy es la revitalización de los estudios de la nota informativa o información periodística a partir de una sistémica investigación que nos permita, como docentes, mantenernos actualizados sobre lo más novedoso que ocurre a nuestro alrededor y, a partir de esos presupuestos, asumir o rechazar de acuerdo con la escuela cubana, lo cual nos ha salvado del síndrome reproductor, tan estéril y de nefastas consecuencias.

Como expresara el profesor español Juan Antonio Giner (citado por la doctora María Eugenia Oyazur, en Cultura y enseñanza del Periodismo), la formación de los periodistas y comunicadores sociales a nivel universitario no puede reducirse al adiestramiento, aunque sea sistemático, de los "trucos" del oficio ni tampoco "evaporarse en simples disquisiciones de comunicólogos".

Es preciso formar periodistas propietarios de una cultura general integral diamantina, críticos y autocríticos de sí y del mundo que los rodea, sin que por ello pierdan valores universales del hombre que tienen una expresión mayor en la honestidad profesional y la comprensión y el respeto a la diversidad.

Vivimos épocas de grandes cambios y en los que se imponen nuevas maneras de decir, formas que, por demás, hace mucho fueron inventadas y que, de cierto modo, hay que "redescubrir". Cabe aventurarse y suscribir con quienes ya vaticinaron que el porvenir está en aquellos medios de comunicación que pacten de veras por la calidad de sus propuestas, la inteligencia y creatividad de sus profesionales, y el talento para comunicarse con sus públicos. En suma, por la posibilidad de hacer reflexionar en la misma medida que inquietan y emocionan a receptores que nunca han sido pasivos: medios de prensa y periodistas que sean capaces de librarse del apego enfermizo a una fuente y a la falta de contextalización, que voten por dar vida propia a las redacciones y en ellas propicien el debate, la lectura, la búsqueda de lo que se hace en otros lugares, para compararse.

Esa es la tesis de Carlos Soria, quien en Triunfarán los periódicos que tengan propuestas informativas nuevas, imaginativas y frescas, y también suerte, en entrevista para la revista Ideas Online, señala que triunfarán los periódicos donde se den cada día todas las noticias que importan, sazonadas con un claro valor añadido, y algunas buenas historias. Y agrega que también triunfarán aquellos diarios "que están en las antípodas del ‘cortar y pegar'. Proporcionan todas las noticias que importan, quintaesenciadas y enriquecidas con inteligencia redaccional, y también en esto están las antípodas de los periódicos que tratan la información como una lluvia sin sentido". El mismo Soria sostiene que la realidad en muchos mercados es tristemente contraria al presentar periódicos clónicos, semejantes entre sí como una gota a otra gota.

Tomás Abraham, filósofo, profesor titular de la Universidad de Buenos Aires y autor de La aldea local, decía en el Foro V Espacio de Ideas: "La puesta en escena de la información requiere una distribución de roles para lograr efectos dramáticos. Las noticias deben tener el diseño apto para una determinada, como decía Flaubert, educación sentimental. También deben constituirse las noticias en ‘emoticias', combinación entre emoción y noticia. El logro de una emoticia no sigue pautas universales, no hay receta para eso. Depende de la cultura de la comunidad a la que se dirige digamos entonces que el estilo es el pueblo". Y Miguel Bonasso, autor de Diario de un clandestino y maestro del periodismo de investigación, comenta también en ese escenario teórico: "...la noticia tiene una historia y tiene un futuro, marca un derrotero que es importante que la gente conozca hacia donde va".

Es desde esos presupuestos que nuestro periodismo asume un reto a partir de la cotidianeidad de su hacer: La información que hacemos y la que debemos, vista desde las múltiples perspectivas que dimanan del hecho en sí de construirla; pero, por sobre todas las cosas, la que a nosotros nos toca darnos desde la altura de la profesión, y la que nos reclama el pueblo cada vez más culto que nos lee.

Hora es de detener ese languidecer que no parece tener fin. Ese verla cada día aparecer más pobre, más deslucida de vestimenta creativa, de aporte sustancioso del acontecimiento del que da cuenta, y más dada a emparentarse con el informe ministerial o sectorial que a la vida misma que se supone representa.

La nota informativa requiere hoy de una actualización y una nueva lectura en su construcción, y esta ha de surgir desde las mismas aulas donde por primera vez el futuro profesional de la información entra en contacto con ella, por lo que su enseñanza debe trascender el carácter instrumentalista -afincado en el "saber hacer" el lead tradicional y la pirámide invertida, ordenar rígidamente los datos de mayor a menor importancia, y excluir al reportero de toda personalización-, y asumir otras formas más novedosas de comunicación, así como tomar del periodismo interpretativo la capacidad de situar al receptor más concretamente ante los acontecimientos.

Por ello, quiero compartir las palabras de bienvenida del sitio del Centro de Estudios Avanzados en Periodismo Narrativo: "Noticias con gusto a vida, a experiencia, a contar los diferentes mundos que se entrelazan para formar la realidad. Explorar formas innovadoras de contar y de pensar la información. De considerar la mirada personal -la nuestra y la de los otros- como algo que suma y no que resta".


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Ensayar el Ensayo

Ensayar el Ensayo

MSc. Hugo Rius,

Profesor Titular Adjunto de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y periodista de Prensa Latina. 

Pretender, a estas alturas, aprisionar cualquier género periodístico en una celda estructural severa y rígida, equivale a cerrar los ojos ante el devenir mismo de los discursos textuales, e ignorar por completo las hibrideces y fusiones que se dan en todas las producciones comunicativas, una verdad que ya pinta canas.

Tal intento de reflexión viene a cuento tras mi reciente experiencia en el abordaje del ensayo periodístico con alumnos del cuarto curso, siguiendo el programa que para ello elaboró la doctora Miriam Rodríguez Betancourt.

Lo primero que me saltó a la vista fue una advertencia introductoria para guiar a los estudiantes, que me pareció de golpe una de sus acostumbradas ingeniosidades verbales: "vamos a ensayar el ensayo".

Pero una lectura a fondo nos remitió a la esencia epistemológica del  ensayo. Esto es, ensayar ideas, conceptos y realidades, intentar, probar, y por supuesto, correr los riesgos de atrapar como si de una "anguila enjabonada" en alta mar se tratara, un género tan escurridizo y elusivo, de lo que puede resultar en  joya deslumbrante o infeliz catauro de diletantismo y superficiales lugares comunes. Algo así como la encrucijada entre  lo sublime o lo ridículo, en una tenue franja fronteriza.

Lo aleccionador de la experiencia docente, en la que al decir de Paulo Freire se debe ser educador-educando, fue la sorprendente calidad de los trabajos finales presentados, verdaderos ensayos del ensayo, que revelaron dos aspectos a retener: la apropiación e incorporación de muchos saberes adquiridos a lo largo de los años de permanencia en la Facultad y la disposición y disponibilidad articulados de acometer el ejercicio libre e independiente del pensamiento reflexivo en plasmación estética.

Semejantes resultados, al menos a mí, me conducen de la mano a otras conclusiones:

1.- El legítimo afán de discurrir en profundidad y altura en torno a los aconteceres de interés público, permanece incrustado en el corazón del periodismo, tanto para veteranos de la profesión como para los jóvenes aspirantes.

2.- La avalancha del periodismo digital, tan atractivo y sucinto, rápido y personalizado, hipotéticamente consustancial a las generaciones más nuevas,  no parece todavía capaz de sepultar ni el valor ni el papel de los medios impresos donde el ensayo periodístico, con todas sus elusividades, mantiene su vigencia y su presencia.

¿Será que le ocurrirá lo mismo que al libro, al que Umberto Eco comparó una vez  con el recurrente y todavía irremplazable sacacorchos?

Acaso la semejanza tenga que ver con que nos encontremos ante esas cosas que utilizamos orgánica y convenientemente sin detenernos a desmenuzarlas a fondo, porque una de las dificultades que encara el ensayo periodístico radica precisamente en el poco estudio que se la ha dedicado.

Sin embargo se trata de un género del que se nutrió la prehistoria del periodismo,  y ya a finales del siglo XVIII el ensayo y la crítica constituían modelos reconocidos de opinión. 

Natividad Abril Vargas, en Periodismo de Opinión (1999:51) señala que para esa época, entre los avisos y noticias y la correspondencia informativa, de un lado, y el panfleto y la polémica que abogan por una causa, de otro, nace una tercera corriente, que es el ensayo.

Existe una aceptación general de que fue el francés Michel de Montaigne (1580) quien con sus Essais lo inventó, y según el escritor peruano, Bryce Echenique, también se coincide en que el ensayo "no es, pero no en lo que es", para indicar el terreno movedizo en el que puede ubicarse.

"Montaigne lo definió como una alternativa a la prosa científica y lo convirtió en género literario, pero nada quedó definitivamente establecido acerca de sus rasgos, estructura y procedimientos", opina Echenique en "El género más misterioso del mundo" (1993).

Lo cierto es que los ensayistas que vendrían después encontraron en el naciente periodismo impreso un efectivo recipiente alternativo al libro, y por mucho que notables enciclopedistas franceses, Voltaire, Diderot, entre otros, que abonaron el camino hacia la Revolución Francesa,  contemplaron al periodismo con cierto aristocrático desprecio, tuvieron que recurrir a esas "advenedizas" páginas del periódico para dar a conocer buena parte de su pensamiento iluminador.

De esa presencia habitual del ensayista en la prensa, y las inevitables mediaciones tecnológicas, económicas y políticas,  puede colegirse que el ensayo periodístico ha sido un heredero del ensayo literario, científico y filosófico desarrollado por los universalmente  reconocidos exegetas del género original.

En este proceso de entrecruzamientos de influencias y mudanzas de pieles, se asigna un  destacado papel histórico en el periodismo europeo, al periódico londinense "The Spectator", y sus ensayistas Addison y Steele, quienes en el criterio de Abril descubrirán la técnica del "tono igual" que consiste en mantener un solo nivel de tono y actitud respecto al público lector a lo largo de toda la composición.

En otro momento de su obra  (ibid.: 52) sostiene: "En Inglaterra, la calidad alcanzada en las revistas del siglo XVII  y el cultivo del ensayo literario de tono familiar, en el cual se pueden tocar todos los temas con sentido del humor, propicia la existencia de un público que más tarde se mostrará como modelo del periodismo de calidad. The Times, que fue fundado en 1785, con el título de Daily Universal Register. En 1855 se decía: el país está gobernado por "The Times".

Al tiempo que en el siglo XIX el desarrollo de la ciencia y la técnica y sus cruciales  invenciones e innovaciones productivas, consolidaron la masividad del periodismo, significativamente el ensayo se convirtió en una pieza infaltable y prestigiosa en todo periódico y revista que se pretendieran serios e influyentes.

En la primera década de la centuria se fundaron dos revistas inglesas de importancia  en la historia de la cultura y los destinos del ensayo: la Edimburgh  (1802) y la Quartely Review (1809).

La tendencia del periodismo moderno a consagrar sitiales al ensayo no corrió sin embargo pareja suerte entre las distintas sociedades europeas,  ya que por ejemplo, en  España, que en gran medida constituye una génesis del periodismo latinoamericano,  el siglo XIX no tuvo la boga ensayística de Inglaterra.

No será hasta el surgimiento de la llamada generación del 98 -Gavinet, Unamuno, Cossío, Azorín, y Ortega y Gaset, para mencionar sólo algunos, a quienes "les duele España- que el ensayo español alcanza un tardío pero brillante apogeo.

Si la imperiosa necesidad de "revisar los valores de la hispanidad", como se había planteado aquella pléyade de escritores, conducía insoslayablemente al ejercicio del ensayo,  todo parece indicar, casi como una regularidad mediática, que a grandes crisis, corresponde una fluida reacción del pensamiento crítico.

En cuanto a los dominios españoles en tierras de América, y pese al consustancial retraso opresivo predominante, el periodismo nació marcado por peculiares intentos de ensayar el ensayo, con todas las limitaciones de entornos políticos y culturales del caso.

Pero también la América Latina liberada del yugo español  tuvo su siglo XIX ensayístico,  que lo rebasó en el tiempo,  ante las dramáticas realidades del "nuevo mundo", caracterizada por búsqueda de identidades culturales, antagónicos polos sociales,  deformaciones económicas post coloniales, pobreza, dependencias externas, pugnas políticas, regionales y étnicas y forjamiento de valores.

Medardo Vitier sostiene en "Del ensayo americano" (1945), como muy considerable la función del ensayo como tipo de prosa en que se exponen y discuten las cuestiones vitales latinoamericanas, e indica tres mensajes: el de la cultura, el de los problemas y el de la emoción.

Identifica tres caminos:

1.- Los de pura erudición  (puntos concernientes a la conquista y la colonización)

2.- Los de filiación, ya que fomenta los vínculos latinoamericanos.

3.- Los de problemas, de urgencias inmediatas. Por ejemplo, la cuestión del indio, la inmigración y la fusión racial.

Según valora, "casi todo lo refleja el ensayo. Acude solícita esta forma de la prosa a esclarecer buen número de cuestiones. No nos da tanto las soluciones, como la conciencia de la realidad".

Más adelante apunta que "un patho de ansiedad penetra las páginas de no pocos ensayistas y se fomenta la solidaridad del pensamiento preocupado".

La antología que nos ofrece el autor es muy variopinta en honduras, temas, angulados, propósitos y estilos,  pero tienen en común una intención de enfoque americanista, diluido unas veces, explícitos otras.

Menciona al ecuatoriano Juan Montalvo (1835-1889), un clásico hispanoamericano que dirige su mirada hacia lo ético y lo estético, como lo demuestra en "Los siete tratados", en el que interpreta la belleza y la nobleza, entre otras cualidades, mientras que el puertorriqueño Eugenio María Hostos (1839-1903) se destaca por sus Ensayos Didácticos".

Por su parte el uruguayo José Enrique Rodó (1872-1917) marcó sin duda un momento deslumbrante con su "Ariel", y aunque con el tiempo perdió vigencia, nadie discute que inició un movimiento de ideas, con una realización estética de fina calidad. Se dirige a la juventud, transmitiendo valores del humanismo, obviando en cambio las concretas realidades hispanoamericanas.

A diferencia, Francisco García Calderón produce "La creación de un continente", que a juicio del antologista ilustra una etapa del ensayo sobre cosas de América Latina, en un "libro que debe leerse y releerse".

Pero sin la menor vacilación afirmo que de los muchos y notables ensayistas latinoamericanos de entre siglos, quien dejó la obra de mayor alcance modélico, tanto por el método investigativo y expositivo como por su fuerza argumental fue el peruano José Carlos Mariátegui, con Siete ensayos sobre la realidad peruana.

Lo hace con criterio marxista para abordar la economía peruana, el problema del indio, la tierra, la enseñanza, el factor religioso, el regionalismo y el centralismo, la literatura.

A Vitier le impresiona  el particular porque emplea un  estilo de muy directo movimiento, es claro; la doctrina muy meditada; la dialéctica, vigorosa.

Lejos de poder agotar una pródiga lista de ensayistas latinoamericanos clásicos, y menos en los límites de las presentas notas, tengo que referirme al menos al dominicano Pedro Henríques Ureña, todo un maestro de portentosa obra, al mexicano José Vasconcelos,  cuya tesis La raza cósmica mereció comentarios en todas las latitudes del continente, al igual que a su compatriota Alfonso Reyes, erudito, crítico y ensayista de gran calibre..

Tampoco es posible exponer la producción ensayística cubana del mencionado período, que con tanto acierto Salvador Bueno ha rastreado, valorado y enmarcado, y que constituye una fuente insoslayable para estudiar el modo y la circunstancia históricas de plantearse el ensayo de raigambre nacional.

Si analizamos el desarrollo del pensamiento político y las ideas filosóficas y sociales cubanos a partir del siglo XIX, cualesquiera que sean sus vertientes,  verificaremos  que sus principales expositores recurrieron a discursos de aliento ensayístico, y siempre que se dieron las condiciones propicias lo plasmaron en la prensa.

Aún con los frenos y ataduras del despotismo reinante en "la primada", una de las contadas colonias a la que se aferraba la decadente metrópoli,  intelectuales del reformismo aprovecharon los efímeros períodos de aireamiento para esbozar sus ideas de cambios en los controlados medios de prensa.

La situación fue bien distinta para los pensadores más comprometidos con el progreso y la independencia,  quienes las más de las veces sólo encontraron espacio en los periódicos y revistas que les abrieron sus puertas en el exilio.

Pero ahí están sus ensayos reflexivos, denunciadores y emergentes, como legados del modo y la circunstancias cubanos de ejercer el elusivo género.  Ya sean los escritos del Padre Félix Varela o lo que constituye parte de la obra cumbre de José Martí, referencias imprescindibles para analizar nuestro periodismo,  por sólo citar lo más paradigmático del ejercicio ensayístico.

Permanece también el legado denunciador de Juan Gualberto Gómez y Manuel Sanguily, en el desgarrador tiempo de la república frustrada, neocolonial bajo el dominio del imperialismo estadounidense, donde había "mucha tela que cortar". 

Más tarde serán Julio Antonio Mella, Rubén Martínez Villena, Raúl Roa y Juan Marinello, de la eclosionante y crucial generación del 30 quienes encontrarán en el ensayo periodístico una manera de comunicar ideas, esclarecer y movilizar para cambiar la sociedad.

En otros planos de la profundización, defensa y protección de la cultura nacional se inscriben los aportes ensayísticos de Ramiro Guerra (Azúcar y Población en las Antillas).  Enrique José Varona,  Chacón y Calvo, Fernando Ortiz y los intelectuales nucleados en la revista Orígenes,  como José Lezama Lima, y Cintio Vitier, martiano por excelencia, que todavía sigue sentando cátedra.

Otros nombres infaltables son los de Jorge Mañach, Carlos Rafael Rodríguez, José A. Portuondo, Emilio Rogi de Leuchsenring,  José Luciano Franco, Samuel Feijoo, Mirta Aguirre y Sergio Aguirre.

A lo largo del siglo pasado, el ensayo disfrutó de una presencia bastante estable en periódicos y revistas cubanos,  de manos de periodistas que llegaron a hacerse célebres, aunque fuere por una cuestionable celebridad, vista a la siempre vista juiciosa  y ponderada del tiempo, y de los que queda aprender de acertados modos de atacar temas, y más aún pendiente una investigación abarcadora.

Sin embargo en las últimas cuatro y revolucionarias décadas la trayectoria del ensayo periodístico experimentó altas y bajas y fluctuaciones, atemperada por distintos grados de  circunstancias y urgencias políticas, que requieren por igual de estudios a fondo y periodización.

También primaron criterios profesionales tendientes a un mayor uso de otros géneros, y a reducir la aparición del ensayo, entonces más bien refugiado en las revistas, y sobre todo en las revistas especializadas.

Respecto a esto último pudiera haber un equívoco conceptual en  la creencia bastante generalizada de que el ensayo periodístico requiere de una extensión que no puede proporcionarle la tensa disputa espacial de la composición del diarismo.  En contraposición es posible encontrar en páginas de periódicos,  y con más frecuencia de la que se supondría, brillantes ensayos de mucha densidad con las mismas líneas que un ordinario comentario de actualidad.  Un ejemplo palpable, al alcance de los estudiantes, es el que proporciona Jorge Luis Borges, "Sobre los clásicos", en apenas ocho párrafos.

Más que la extensión, lo decisivo parece ser la selección del asunto, que de antemano tanga garantizado el interés del público,  la profundidad  con la que el autor lo meditó y lo expuso, la honestidad y coherencia de los argumentos presentados, el sentido de cercanía con el auditorio, sin concesiones de vuelo estético,  y la potencialidad de involucrar a los lectores en el planteamiento,  al menos para hacerlos pensar al respecto,  porque nunca sería recomendable suministrar fórmulas, recetas y sentencias terminantes, autocráticas, como si los receptores constituyeran masas amorfas e incapaces de construir sus propias lecturas. El ensayo tiene que ser ante todo un acto de respeto.

Algo visiblemente paradójico en este género del periodismo consiste en que a pesar de su resistente vigencia, venciendo la prueba del tiempo y la irrupción de la cibernaútica, aún suscita multiplicidad de puntos de vista a la hora de definirlo, tal vez por aquello de Echenique de que es "el género más misterioso del mundo",  y porque siguiéndole el juego sería más afín ensayar definiciones del ensayo.

Opiniones autorizadas son tan disímiles como la de Natividad Abril que lo reduce a "un trabajo de divulgación científica, expuesto brevemente y de manera esquemática como si fuera un tratado condensado" o en el otro extremo, Calvo Hernández quien sostiene que el ensayo "no debe comunicar sólo una idea, ni generalizar una noción, sino establecer la comunicación humana del autor con el lector en el plano afectivo, intelectual y espiritual, además de la necesaria emoción estética".

Otras definiciones:

-El ensayo es un trabajo científico literario que podría ser considerado como el bosquejo de un libro, de un tratado. En el ensayo se estudia didácticamente un tema cultural, sin agotarlo, indicando, señalando sólo los aspectos fundamentales del problema (Martin Vivaldi, Géneros Periodísticos).

-Desenvolvimiento de una tesis doctrinal, a menudo inconclusa con tendencia interpretativa o de investigación, con absoluta libertad temática, rigor crítico, lírica entonación y propósito orientador  (Humberto Cuenca. Imagen Literaria del Periodismo).

-Disertación científica sin prueba explícita (Ortega y Gasset).

-El ensayo es interpretación, pero a la vez creación (Earle Herrera. El reportaje, el ensayo).

-Parece conciliar la poesía y la filosofía, tiende un extraño puente entre el mundo de las imágenes y el de los conceptos, proviene un poco al hombre entre las oscuras vueltas del laberinto y quiere ayudarles a buscar el agujero de salida  (Mariano Picón Salas).

-Composición en prosa: su naturaleza es interpretativa, pero muy flexible en cuanto a métodos y estilo; sus temas, variadísimos, los trata el autor desde un punto de vista personal: la extensión aunque varía, permite por lo común que el escrito se lea de una vez;  revela, en fin, las modalidades subjetivas del autor (Medardo Vitier. Del ensayo americano, 1945).

-El ensayo es un juicio, pero lo esencial en él, lo que decide su valor, no es la sentencia (como en el sistema) sino el proceso mismo de juzgar (Georgy Luckacs. El alma y las formas y la teoría de la novela).

Entre los enfrascados en definir el ensayo periodístico aún se debate sobre si pudiera considerarse un género autónomo o bien una modalidad del artículo de opinión, también denominado artículo de fondo, puesto que posee características propias a la vez que se sirve de estructuras bastante comunes a los otros tipos de artículos.

El doctor Antonio López Hidalgo, profesor de periodismo de la Universidad de Sevilla se remite al término "artículo" como el que acoge a todos los textos periodísticos de opinión, con independencia de sus funciones, técnicas y estilos, y al margen por supuesto, de que estén o no sometidos a la actualidad informativa del día. Dice que todos son textos retóricos, argumentativos y persuasivos, trabajan sobre ideas y pertenecen a los géneros de opinión.

Abril Vargas señala que bajo la misma denominación de "artículos" se agrupan el editorial, el suelto, el comentario, la columna - que son los textos más vinculados con la noticia-, la tribuna libre, el ensayo, la crítica, el artículo costumbrista, el artículo de humor y  el artículo retrospectivo. A lo que añade el perfil y la necrología.

En cambio Martín Vivaldi, y otros autores se inclinan en cierta forma a  reconocerlo como un  sutil cruce de periodismo y literatura,  lo que resulta muy pertinente con la reconocida tendencia a las hibridices y fusiones de los géneros comunicativos.

La doctora Rodríguez Betancourt considera el ensayo periodístico como un ensayo de carácter doctrinal con predominio de tema socio-político, y que se refiere a aspectos que interesan a la gente, principalmente de actualidad, breves, y aunque con lenguaje conceptual tiende a lo informativo, y privilegia la claridad porque va utilizar para su difusión un medio masivo.

Lo caracteriza por el empleo de argumentación, expresa juicios, razones, prevalece la reflexión y se escribe en primera persona del singular.

Sostiene que a diferencia de los otros artículos de opinión, el ensayo es eminentemente expresivo, ya que el ensayista expone en una sola pieza, ideas, pensamientos y emociones.  No se contenta con informar, sino que busca despertar en el público un sentimiento: de ahí su naturaleza subjetiva.

López Hidalgo cree reconocer varias modalidades del ensayo periodístico:

El ensayo doctrinal, sobre cuestiones filosóficas, culturales, políticas, artísticas, literarias, es decir cuestiones ideológicas.

El ensayo científico, que en ocasiones se refiere a temas de divulgación relacionados con el mundo de la Naturaleza.

El ensayo personal y el ensayo formal, que distingue a uno de otro, porque el primero de ellos tiene un carácter confesional, tal como lo concibe Michel de Montaigne y el segundo es más extenso y ambicioso.

Abril Vargas extiende sus clasificaciones hacia lo que llama ensayos puro, poético y crítico, según trate respectivamente asuntos filosóficos, históricos y literarios, responda a conclusiones de trabajos científicos o de investigación, o por prevalecer lo poético sobre lo conceptual.

El ensayo periodístico tiene defensores y detractores.  Para unos se trata de un vehículo de comunicación ideológica y científica cada vez más importante, la punta de lanza del periodismo, según aprecia Earle Herrera.  Para otros un intento que peca de excesiva ligereza, ya que las limitaciones del espacio en los periódicos impide a veces que se profundicen los temas y caiga en la superficialidad.

Coincido decididamente con los que estiman que el ensayo es necesario para aprehender y  modificar la realidad cotidiana, porque propicia una reflexión sobre la vida y la sociedad.

Un buen ensayo puede contribuir a iluminar una perspectiva ante las continuas paradojas y perplejidades de un mundo cambiante de apariencia caótica, cuyo curso puede ser el del equilibrio sobre bases sociales justas, si todos los interesados se involucran y aportan su valioso granito de arena.

Tales razones serán más que suficientes para concederle carta de identidad propia al ensayo periodístico, para seguir ensayando el ensayo, para atrapar y domar a la esquiva y resbaladiza anguila.

 

   

LA INFORMACIÓN INTEGRAL

LA INFORMACIÓN INTEGRAL

Lic. Heriberto Rosabal Espinosa,

periodista de la revista Bohemia. 

Muy lejos de la pretensión de competir con colegas experimentados en este tipo de análisis y debates, y solo con el interés de ayudar aunque sea propiciando que la crítica a mis palabras ayude a reflexionar sobre el tema de la información integral, expongo lo siguiente: 

Me preocupa, para empezar, el término integral, que es sinónimo de completo y tiene como significado «las partes que entran en la composición de un todo», según uno de los diccionarios más sencillos de nuestra lengua. Me preocupa, porque desde que tengo memoria como periodista he estado oyendo hablar de esa deseada integralidad: información integral, periodismo integral, periodista integral... Y si tanto se oye todavía hablar, debe ser porque aún eso no existe, o es muy poco. Y si así pasa, es porque mucho del propósito se convirtió en consigna y ahí está todavía, esperando que algo suceda. 

El diccionario define como integral lo que ya cité y en su libro Técnica periodística, José A. Benítez entiende esencialmente como información integral «aquella que destaca lo verdaderamente significativo de los hechos».

Añade Benítez que a esa información integral, «lógicamente, corresponde un periodista integral sobre el que recae la tarea de observar, de analizar los hechos, de interpretarlos, de seleccionarlos y de determinar sus valores y su significación.» [...] «El periodista integral, consecuentemente, debe tener el mínimo de conocimiento que le permita evaluar la importancia y trascendencia de los acontecimientos, en general, y un grado de especialización temática tal que le faculte para opinar y elaborar tesis sobre uno, en particular». 

Repasando esas definiciones se me ocurre que tal vez valga aplicarle a la información lo que a la contabilidad. Esta última —se acepta hace rato— si no es confiable, no es contabilidad. Parafraseando, pudiéramos decir entonces que la información, si no es integral, no es información, o no es la información que más nos interesa. 

A mi entender, el calificativo integral no debe asimilarse como sinónimo de algo tan completo que puede constituirse en imposible bajo la presión de nuestros cierres tensos, a veces poco menos que infartantes, como son todos los cierres de información periodística en el mundo. 

También a mi entender, la información integral no es sino la información bien hecha, como se debe, como estudiamos y examinamos en la Universidad, y como nos hemos reclamado una y otra vez en encuentros similares a este: la que trasciende el simple relato, y más aún la «relatoría», del hecho, poniendo de relieve su significado. 

Extendiendo esa apreciación más allá del límite de la nota informativa clásica, que puede quedarse en un lead o en un párrafo francés cuando hace falta, digamos que «poner de relieve lo significativo del hecho» pasa necesariamente por señalar el origen de este, sus causas y posibles repercusiones o consecuencias. 

Cuando no llega a ese punto, cuando no da ningún elemento contextual o algún detalle humano, mínimamente curioso o pintoresco; cuando no ofrece ningún antecedente, o no insinúa o deja deducir algún pronóstico; cuando no establece comparaciones, ni relaciona datos, ni vincula el hecho o la persona a los que se refiere, con otros hechos y personas con las que tienen algún vínculo de valor, puede ser información, pero no información integral que reporte al lector interesado mayor provecho. 

No creo que todos los días, en todas las páginas de todos nuestros periódicos, podamos lograr informaciones en las que concurran armoniosamente y haciendo gala del mejor estilo, todos esos elementos. Pero tampoco creo que esté bien lo que muchas veces nos parece que ocurre, o realmente ocurre: que prolifera la información en la que ninguno, o casi ninguno de esos elementos está presente. 

Pienso, por ejemplo, que no hay UBPC cañera del país que siembre caña para que alguno de nosotros escriba, y además publique, que la UBPC tal, de tal municipio, «sembró hasta la fecha tantas caballerías de caña, lo que representa tanto por ciento de su plan». Igual si se trata de papas o de toronjas, de litros de leche o de hectolitros de alcohol; de kilómetros de pedraplén o de toneladas de cemento. 

¿Qué significación tienen las tantas caballerías de caña sembradas o dejadas de sembrar por la UBPC tal? Visto el caso con sentido común, alguna deben tener, y si es obvio que la tienen, ¿por qué pasarla por alto? ¿Qué dirá el lector en tal caso?

Puede que diga lo mismo que cuando no termina de leer porque escribimos más de determinada reunión que de su contenido, como resultado de que realmente no hicimos el menor análisis de lo que en la reunión se expuso o se debatió. 

También pudo ser, dicho sea de paso, que ni la reunión ni lo que en ella se dijo merecieran un espacio en el periódico, ni tiempo del que casi siempre le falta al periodista. La integralidad del periodista, su formación, su cultura, etc., respecto a la cual suscribo como propio lo dicho por Benítez, tiene mucho que ver en todo esto, tanto como la integralidad de los editores y directores, y de quienes orientan a unos y a otros. 

Hasta aquí, nada de lo dicho vale para agenciarse méritos de descubridor. El análisis del tema puede ser tan recurrente como decir en julio y agosto de cada año que hace más calor que en julio y agosto del año anterior. La cuestión, por tanto, viene a ser la misma de siempre: ¿qué hacer? (no con el calor, por supuesto, sino con la información). 

La respuesta tampoco es nueva. Coincido con los que creen que el debate más útil sobre este tema no será nunca este de aquí y ahora —aunque este pueda sernos útil— sino el de cada día frente a la edición por hacer y ante la cobertura inmediata; de cara a la realidad singular, compleja y cambiante de un país que en el mundo generalmente provoca todas las reacciones, excepto indiferencia: Cuba. 

Y hablando del escenario primero de nuestro ejercicio profesional, su sola mención me hace pensar enseguida que cualquier pretensión de integralidad, de cualquiera de nosotros individualmente o de cualquiera de nuestros medios, no puede sustraerse de las contradicciones y los conflictos presentes en la vida que vivimos, que dejan su huella en la información, siempre que pasan por ella y también cuando no pasan. 

Me pregunto si la integralidad que nos proponemos admite la dilación o la omisión de determinados asuntos y temas, en la que a menudo incurrimos. 

Esta cuestión se ha discutido más de una vez entre nosotros, casi siempre a partir de algún caso particular cercano en el tiempo. En cada ocasión —de las que he podido ser testigo— se han diferenciado causas y causas: unas que rayan en el absurdo y otras justificadas por razones de sensibilidad política, económica o humana. No siempre ha habido satisfacción plena en esos intercambios y, de un modo u otro, el debate regresa.

Cualesquiera que sean sus causas, la dilación y la omisión favorecen la actitud pasiva ante la información. Es decir: «no busco oportunamente información sobre tal asunto o tema que presumo o considero delicado, sensible o conflictivo, porque no hay seña». O «no la busco porque seguramente no se puede publicar». 

Y esa pasividad, lentitud o carencia de reflejo reporteril —descartando al que es pasivo, lento y desprovisto de reflejo por naturaleza o por descuido manifiesto de sí mismo y de su trabajo— son contrarios a la integralidad que seguimos pretendiendo en la información y en el periodista. 

Este motivo, aclaro, no creo que sea el primero, ni el único, ni el principal responsable de que en el bosque de la información que transmitimos encontremos con frecuencia más árboles talados de los que razonablemente deberíamos encontrar para sentirnos más cerca de la integralidad. 

Ahora, por cierto, más que de integralidad se habla mucho de intencionalidad de la información, quizá como reflejo de una actitud inconsciente que, aferrada a un nuevo término, vuelve en busca de algo que ya antes buscamos y no hallamos: la integralidad misma. 

También se da con cierta frecuencia entre nosotros la revisión de la información como género, motivada por el hecho de que resulta el más difícil de premiar y a veces el menos premiado en concursos periodísticos. 

¿Por qué sucede eso? ¿No hay noticias en nuestros medios? ¿Todas las que se publican son de tan escaso mérito que no alcanzan el reconocimiento? ¿Es que les falta integralidad, o intencionalidad, si se prefiere? Si no hay noticias, entonces, ¿qué hay?  

TALLER POR UNA COBERTURA PERIODÍSTICA MÁS PROFESIONAL. NOTAS DE UN REPORTERO

TALLER POR UNA COBERTURA PERIODÍSTICA MÁS PROFESIONAL. NOTAS DE UN REPORTERO

Lic. René Tamayo León,

periodista del diario Juventud Rebelde. 

Cuando solicitaron mi participación en este «Taller por una cobertura periodística más profesional», me advertían que el interés no era teorizar, solo que expusiera los conceptos y esquemas con los cuales un periodista —en este caso yo— planifica, organiza y estructura las coberturas que le asignan y, sobre todo, las que se agencia. 

Adentrarnos en una discusión sobre la organización de la cobertura periodística, exige dejar en claro o al menos esbozar, cuáles —a mi juicio— son los factores que influyen sobre ella o determinan su calidad. Hacia adentro, la primera y más importante variable es el periodista —el sujeto determinante; le siguen, por orden: el colectivo, el editor, la política editorial, los directivos del medio, y las facilidades de trabajo y las condiciones de vida del profesional. Dentro de los elementos exógenos, ubicamos: el perfil del medio, la política informativa, el acceso a las fuentes y la información institucional, el entrenamiento de las fuentes no institucionales, el gremio, y los «decisores» de política informativa y los propietarios del medio. 

El objeto de nuestra incursión en este complejo, difícil, objetivo, subjetivo, reglamentado, casuístico... entramado que determina la profesionalidad de la cobertura periodística, será solo el trabajo del periodista. 

Una discusión de este tipo puede discurrir en varios escenarios. Escogimos el de esbozar una metodología para el análisis individual del trabajo, a partir de los criterios que se toman en cuenta para organizarlo y hacerlo. Pero nuestra ponencia es un esfuerzo metodológico a partir de las opiniones y la práctica de un solo individuo. No es el método. Su mayor consecuencia sería ayudar —luego del debate— a elaborar un procedimiento que nos facilite ese mejor ejercicio autocrítico que cada día nos debemos. 

La cobertura periodística en la prensa escrita 

La cobertura periodística para la prensa escrita es, en definición bastante elemental y esquemática, el acto o la sucesión de actos para buscar, encontrar, interpretar y transmitir —en grafías e imágenes bidimensionales— un suceso de actualidad (que ocurre en el presente o aconteció en el pasado pero se hace presente) que tiene para el receptor algún interés, bien por su novedad, cercanía, prominencia, consecuencia, rareza u originalidad, interés humano, u otras cualidades no siempre coincidentes pero imprescindibles —al menos una parte de ellas— si queremos hablar de un producto periodístico. Es, además, un hecho actual apresado por un especialista o equipo de estos, sobre los cuales «pesa» una ética, una ideología, una técnica. 

La condición sine qua non del tema que nos ocupa es la noticia —y no hablo de géneros periodísticos. Si no hay suceso de actualidad, información de interés público —noticia— nunca podremos aspirar a un buen trabajo, a una cobertura periodística profesional. Y la cobertura, desde el ejercicio puro y estricto del periodista, es un sistema con varios momentos: a) la búsqueda e interpretación de la información; b) la confección del texto; c) el emplane; y d) la recepción del mensaje (retroalimentación). Y todos y cada uno de estos momentos deben estar regidos por una táctica y una estrategia. 

Búsqueda e interpretación de la información 

Si la confección del texto es el momento más solitario, doloroso, estresante, agotador del ejercicio periodístico, qué decir de la búsqueda de la información. Es el tiempo complejo, de constante vigilia, de alerta total, de suspicacia, de agudeza; de escudriñar como hormigas en los más raros y recónditos entresijos. De duermevela. Es lo definitorio. Sin una buena búsqueda e investigación, no hay prosa meritoria. 

A este registro le endilgo tres capítulos: el conocimiento del hecho; su investigación; y la habilidad del profesional. El éxito de nuestro trabajo depende de cómo encontremos y cómo inquiramos en el suceso de actualidad que nos ocupa, en lo cual pesa, sin lugar a dudas, el adiestramiento, la cultura, el conocimiento del tema y las cualidades innatas del periodista, o, en su defecto, el asesoramiento y orientación de los colegas que integran su colectivo y del editor. 

Conocimiento del hecho 

El acontecimiento de un hecho se puede conocer a través de varias vías: a) orientación del editor o los directivos del medio; b) notificación a la redacción de fuentes institucionales, no institucionales o anónimas; c) sistematicidad en el trabajo con las fuentes o los temas en que se especializa el profesional; y d) hallazgo del periodista. Ninguna es mejor que otra siempre y cuando nos pongan al tanto de un suceso de actualidad. 

Sin embargo, si hay algo que prefiero y sopeso —quizá por la obligación que siempre me imponía mi maestro Manuel González Bello de llegar todos los días con «algo nuevo» al periódico— es el hallazgo del periodista. Y más lo valoro cuando la mayoría de lo que leemos en la prensa cubana, salvo los buenos trabajos de opinión, gira en torno a informaciones institucionalizadas y siempre homogéneas que todos publicamos. 

El descubrimiento propio puede ser: 

1) Fortuito, por la observación permanente de la cotidianidad; o por estar en el lugar preciso, a la hora precisa y con la disponibilidad precisa que siempre debe tener un periodista, que lo es las veinticuatro horas del día y la noche. 

2) Un suceso de actualidad también podemos conocerlo por la comunicación de fuentes propias. Es aquí donde más se pone a prueba la habilidad comunicativa, diplomática y sagaz del profesional de la prensa, que entre sus obligaciones ha de estar el constante cultivo y cuidado de sus fuentes. Pero esto nunca podrá ser, si quiere que lo respeten y lo tomen en cuenta —más aún, que le den verdadera información—, sobre la base de halar leva, convertirse en divulgador de los intereses de la fuente, coquetear para sacar algún «partidillo» personal... Con la fuente hay que «estar en buena », pero debe ser a base de negociación, y el periodista siempre tiene que llevar las riendas. 

3) Nuevas informaciones como resultado del seguimiento y profundización en un tema de actualidad ya tratado por el periodista. Cada suceso de actualidad abre un diapasón que avanza en el tiempo, incluso por largos meses y hasta años. 

4) Informaciones no relacionadas que asoman «su bigote» como resultado de un tema inédito que se investiga y usted puede capturarlas. 

5) Descubrimiento o pistas que ofrecen las fuentes pasivas: documentos, informes, hojas sueltas... 

6) Información de otro medio de prensa. Presentar un suceso de actualidad a partir de algo ya escrito puede darse por asirse a una arista no explotada o por la profundización en el hecho. 

Investigación del acontecimiento 

La investigación se desenvuelve en medio de un escenario físico o virtual en el cual hay uno, varios o multitud de protagonistas, testigos, pruebas documentales, referencias inciertas, tradición oral, criterios de expertos. Hay verdades, espejismos, mentiras, intereses. En cada escenario nos encontraremos con tantas interrogantes y marañas, que debemos hilar fino para no equivocarnos. Y el primer peligro es la superficialidad.

Todo hecho acontece en un lugar y en un tiempo. El escenario posee un doble valor: a) descriptivo; el dónde no solo es una referencia, es también ambientación, la base «pictórica» del discurso; y b) interpretativo; el lugar y el tiempo —y en este se incluye hasta el meteorológico— pueden revelar una parte del por qué del hecho; permiten deducir un grupo de detalles trascendentes y hasta orientar la manera más adecuada de llevar la investigación. Ojos bien abiertos es una máxima, y hay que mirar y ver, pues en esto también vale la «fotografía» momentánea, la primera impresión. Y hay algo innegable, el periodismo cubano ha perdido la habilidad de la descripción narrativa. 

Pero si el escenario pudiera ser para algunos lo más fácil, lo «bucólico», el trabajo con las fuentes —protagonistas, testigos, tradición oral, criterios de expertos, referencias documentales— sí que se las trae. Una cobertura periodística profesional exige la búsqueda amplia de testimonios, pruebas, opiniones. Y en ese camino se va a encontrar referencias inciertas, contrapunteos, medias verdades, verdades de parte, subjetividades, rumores, percepciones falsas y hasta cuentos de camino. 

Las fuentes siempre se dividen en orales —que incluyen las institucionales y las no institucionales— y documentales, donde caben libros, folletos, hojas sueltas, publicaciones divulgativas, informes peritos, artículos de prensa; sirve cualquier papelería que nos caiga en la mano y nos permita conocer de lo que estamos averiguando. Las fuentes más complejas son las orales. Con ellas siempre busco que medie el respeto, la ética, la habilidad en las relaciones humanas, pero también trato de saber hasta dónde tengo que dar cordel y cuándo debo halar para clavar el anzuelo y cobrar la pieza. Una fuente con dominio, fortaleza, valentía, educada en la relación con la prensa y a la cual usted le da confianza —y esta parte de la seriedad, exactitud, conocimiento, carácter recto del periodista— puede facilitar la jornada, incluso allanarla al máximo. Una fuente esquiva, temerosa, insegura, que «cuida su puesto » o su statu quo, no es confiable y exige una aguda indagación. 

Cualquier investigación, sea para una nota de diez líneas o para una serie de páginas enteras a lo largo de varios meses, exige buscar y consultar todas las fuentes disponibles y no disponibles. El único límite es el cierre de la edición, que no lo es tanto como parece. 

La pesquisa también exige la discriminación de datos, la reorientación de la investigación si es necesario y la comprobación de todos y cada uno de los elementos. Sobre toda cobertura periodística pesa tanto la vieja teoría del iceberg, como la exactitud en lo que se dice. Un error, aunque sea mínimo, echa por tierra cualquier esfuerzo. 

La indagación en el terreno físico o virtual constituye el cimiento de la confección del texto; digo más: es ella la que nos da el título, el párrafo inicial y el párrafo final, tenga las líneas que tenga. Si de algo estoy convencido, es de que si usted no tiene estos tres elementos al concluir la investigación o a mitad de ella, el asunto no sirve como suceso periodístico o usted no ha sacado nada en claro. Pero bueno, siempre hay sus excepciones, como la de los genios, que como todo genio hace las cosas sin orden ni concierto pero al final despacha algo insuperable. 

Confección del texto 

La confección del texto tiene para mí tres momentos: la organización de las notas y las informaciones de la investigación, la estructuración del texto a partir de estas y la selección de la información que se va a utilizar. Estos son temas bastante discutidos, en los cuales podré decir poco menos que nada; sin embargo, siempre insisto con los que me preguntan, y más aún, me lo aplico para todo, en la necesidad de la estructura, que es una receta infalible no solo para dar un ordenamiento lógico al discurso, sino incluso hasta para innovar. 

Y luego de esos detalles de procedimiento, el periodista tiene que entrar en el acto puro de escribir, que lo define el lenguaje y el estilo. Son estos lo que lo hacen peculiar, único. Al estilo lo condimenta la personalidad de cada profesional, pero debe ser un acto deliberado; usted no escribe por que sí. Consciente o inconscientemente, escoge una manera de decir, así que lo mejor es estudiar bien cómo usted escribe o cómo usted quiere escribir. 

El lenguaje y el estilo periodístico tienen que ser sencillos. Sobre esto no tengo una opinión formada, sino un canon. Sigo a pie juntillas las consideraciones de Manuel González Bello. En una ponencia —«Sencillo es mejor»— que escribió a solicitud mía hace unos años para un taller que preparamos en Juventud Rebelde, decía:

«Es muy fácil. Y sumamente difícil. Escribir con sencillez es una ley imprescindible del periodismo. Y sencillez no quiere decir simpleza. Lo dijo alguien: escribir de una manera que el lector pueda decir: eso lo escribe cualquiera. Lo primero es cumplir las normas de la gramática, que no existen solo para aprobar o desaprobar exámenes, sino sobre todo para ayudarnos en la comunicación. Sujeto, verbo y predicado; esa es la base de todo. En español, un verbo fuera de lugar puede enredar la lectura; un sujeto colocado en una posición extraña, la hace insoportable. El lector espera mensajes, información, señales, lectura para disfrutar. No nos exige que demostremos nuestra cultura. Escribamos las palabras más conocidas, las que estén al alcance del común de los lectores. Es mejor Juan entró a su casa que Juan entró a su hogar. 

»Cuidado con esas oraciones largas donde el sujeto se pierde, alerta con esos párrafos con muchas oraciones. Es preciso que seamos originales, pero la originalidad tiene su mejor soporte en la sencillez. Nadie puede proponerse ser original. Se es o no se es original. Por el camino de la búsqueda de la originalidad se puede llegar al ridículo». 

«No hay que rebuscar, porque rebuscar oscurece —decía el Manu más adelante. La sencillez viene del conocimiento de la técnica, de la cultura, del dominio de las estructuras gramaticales. Pero hay algo determinante, decisivo, que es el estado de ánimo, la claridad de las ideas en la mente del que escribe, el despeje mental del redactor. Una cabeza con ideas confusas, redactará frases confusas; una mente enmarañada, escribirá textos enmarañados. Necesitamos tener la mente sana, sin preocupaciones feas, limpia, para que los párrafos salgan limpios, claros, sencillos. 

»Parece tal vez contradictorio, pero es el estilo sencillo el que se impone en la prensa mundial. Sencillez y belleza han de ir juntas. El estilo nace, y también se crea. Imitar es bueno, afirma el maestro mexicano Manuel Buendía. Pero hay que estar alertas: saber qué ejemplo imitamos». 

Táctica y estrategia 

En todos sus detalles, la cobertura periodística significa un acto deliberado y complejo que exige planificación. Tiene táctica y tiene estrategia. La más habitual —por común casi inconsciente— es la selección del género. Para muchos el suceso informativo es quien impone el género —a veces hasta yo me lo creo—, sin embargo, no es así. 

Cuando usted tiene una cobertura en sus manos debe saber hasta dónde quiere llegar y cómo va a llegar hasta allí. Lo más profesional es ir hasta el final, pero a veces el camino es largo o espinoso. Si es extenso hay que establecer etapas; si es complicado, debemos comérnoslo como la harina caliente según la sabiduría guajira: poquito a poco, pero con energía. 

Eso sí, no es lo más profesional quedarnos a mitad de camino e incluso —y es lo común— en la puerta de entrada. Y se sabe que por lo general hacemos una notica informativa y no hablamos más del asunto, bien porque «tenemos otros trabajos», «no nos interesa seguir hablando de algo que “vaya a saber usted” como termina», «tengo que irme temprano para la casa porque no hay nada que cocinar», «para qué voy a seguir preguntando, si el jefe de la empresa tal no me va a recibir», «que si sigo hundiendo el dedo en la llaga me van a parar»... 

Y aquí termino. Quise hablarles de los desafíos que enfrenta un periodista, sobre todo externos, a la hora de hacer una cobertura; y de la inteligencia y capacidad que debemos desplegar para echar a andar ese «proyecto» informativo y estético que significa cada cobertura de prensa. Casi todas las puertas se pueden abrir, eso sí, hay que saber qué llave es la que lleva. Una cobertura periodística más profesional es posible.