LA INFORMACIÓN INTEGRAL
Lic. Heriberto Rosabal Espinosa,
periodista de la revista Bohemia.
Muy lejos de la pretensión de competir con colegas experimentados en este tipo de análisis y debates, y solo con el interés de ayudar aunque sea propiciando que la crítica a mis palabras ayude a reflexionar sobre el tema de la información integral, expongo lo siguiente:
Me preocupa, para empezar, el término integral, que es sinónimo de completo y tiene como significado «las partes que entran en la composición de un todo», según uno de los diccionarios más sencillos de nuestra lengua. Me preocupa, porque desde que tengo memoria como periodista he estado oyendo hablar de esa deseada integralidad: información integral, periodismo integral, periodista integral... Y si tanto se oye todavía hablar, debe ser porque aún eso no existe, o es muy poco. Y si así pasa, es porque mucho del propósito se convirtió en consigna y ahí está todavía, esperando que algo suceda.
El diccionario define como integral lo que ya cité y en su libro Técnica periodística, José A. Benítez entiende esencialmente como información integral «aquella que destaca lo verdaderamente significativo de los hechos».
Añade Benítez que a esa información integral, «lógicamente, corresponde un periodista integral sobre el que recae la tarea de observar, de analizar los hechos, de interpretarlos, de seleccionarlos y de determinar sus valores y su significación.» [...] «El periodista integral, consecuentemente, debe tener el mínimo de conocimiento que le permita evaluar la importancia y trascendencia de los acontecimientos, en general, y un grado de especialización temática tal que le faculte para opinar y elaborar tesis sobre uno, en particular».
Repasando esas definiciones se me ocurre que tal vez valga aplicarle a la información lo que a la contabilidad. Esta última —se acepta hace rato— si no es confiable, no es contabilidad. Parafraseando, pudiéramos decir entonces que la información, si no es integral, no es información, o no es la información que más nos interesa.
A mi entender, el calificativo integral no debe asimilarse como sinónimo de algo tan completo que puede constituirse en imposible bajo la presión de nuestros cierres tensos, a veces poco menos que infartantes, como son todos los cierres de información periodística en el mundo.
También a mi entender, la información integral no es sino la información bien hecha, como se debe, como estudiamos y examinamos en la Universidad, y como nos hemos reclamado una y otra vez en encuentros similares a este: la que trasciende el simple relato, y más aún la «relatoría», del hecho, poniendo de relieve su significado.
Extendiendo esa apreciación más allá del límite de la nota informativa clásica, que puede quedarse en un lead o en un párrafo francés cuando hace falta, digamos que «poner de relieve lo significativo del hecho» pasa necesariamente por señalar el origen de este, sus causas y posibles repercusiones o consecuencias.
Cuando no llega a ese punto, cuando no da ningún elemento contextual o algún detalle humano, mínimamente curioso o pintoresco; cuando no ofrece ningún antecedente, o no insinúa o deja deducir algún pronóstico; cuando no establece comparaciones, ni relaciona datos, ni vincula el hecho o la persona a los que se refiere, con otros hechos y personas con las que tienen algún vínculo de valor, puede ser información, pero no información integral que reporte al lector interesado mayor provecho.
No creo que todos los días, en todas las páginas de todos nuestros periódicos, podamos lograr informaciones en las que concurran armoniosamente y haciendo gala del mejor estilo, todos esos elementos. Pero tampoco creo que esté bien lo que muchas veces nos parece que ocurre, o realmente ocurre: que prolifera la información en la que ninguno, o casi ninguno de esos elementos está presente.
Pienso, por ejemplo, que no hay UBPC cañera del país que siembre caña para que alguno de nosotros escriba, y además publique, que la UBPC tal, de tal municipio, «sembró hasta la fecha tantas caballerías de caña, lo que representa tanto por ciento de su plan». Igual si se trata de papas o de toronjas, de litros de leche o de hectolitros de alcohol; de kilómetros de pedraplén o de toneladas de cemento.
¿Qué significación tienen las tantas caballerías de caña sembradas o dejadas de sembrar por la UBPC tal? Visto el caso con sentido común, alguna deben tener, y si es obvio que la tienen, ¿por qué pasarla por alto? ¿Qué dirá el lector en tal caso?
Puede que diga lo mismo que cuando no termina de leer porque escribimos más de determinada reunión que de su contenido, como resultado de que realmente no hicimos el menor análisis de lo que en la reunión se expuso o se debatió.
También pudo ser, dicho sea de paso, que ni la reunión ni lo que en ella se dijo merecieran un espacio en el periódico, ni tiempo del que casi siempre le falta al periodista. La integralidad del periodista, su formación, su cultura, etc., respecto a la cual suscribo como propio lo dicho por Benítez, tiene mucho que ver en todo esto, tanto como la integralidad de los editores y directores, y de quienes orientan a unos y a otros.
Hasta aquí, nada de lo dicho vale para agenciarse méritos de descubridor. El análisis del tema puede ser tan recurrente como decir en julio y agosto de cada año que hace más calor que en julio y agosto del año anterior. La cuestión, por tanto, viene a ser la misma de siempre: ¿qué hacer? (no con el calor, por supuesto, sino con la información).
La respuesta tampoco es nueva. Coincido con los que creen que el debate más útil sobre este tema no será nunca este de aquí y ahora —aunque este pueda sernos útil— sino el de cada día frente a la edición por hacer y ante la cobertura inmediata; de cara a la realidad singular, compleja y cambiante de un país que en el mundo generalmente provoca todas las reacciones, excepto indiferencia: Cuba.
Y hablando del escenario primero de nuestro ejercicio profesional, su sola mención me hace pensar enseguida que cualquier pretensión de integralidad, de cualquiera de nosotros individualmente o de cualquiera de nuestros medios, no puede sustraerse de las contradicciones y los conflictos presentes en la vida que vivimos, que dejan su huella en la información, siempre que pasan por ella y también cuando no pasan.
Me pregunto si la integralidad que nos proponemos admite la dilación o la omisión de determinados asuntos y temas, en la que a menudo incurrimos.
Esta cuestión se ha discutido más de una vez entre nosotros, casi siempre a partir de algún caso particular cercano en el tiempo. En cada ocasión —de las que he podido ser testigo— se han diferenciado causas y causas: unas que rayan en el absurdo y otras justificadas por razones de sensibilidad política, económica o humana. No siempre ha habido satisfacción plena en esos intercambios y, de un modo u otro, el debate regresa.
Cualesquiera que sean sus causas, la dilación y la omisión favorecen la actitud pasiva ante la información. Es decir: «no busco oportunamente información sobre tal asunto o tema que presumo o considero delicado, sensible o conflictivo, porque no hay seña». O «no la busco porque seguramente no se puede publicar».
Y esa pasividad, lentitud o carencia de reflejo reporteril —descartando al que es pasivo, lento y desprovisto de reflejo por naturaleza o por descuido manifiesto de sí mismo y de su trabajo— son contrarios a la integralidad que seguimos pretendiendo en la información y en el periodista.
Este motivo, aclaro, no creo que sea el primero, ni el único, ni el principal responsable de que en el bosque de la información que transmitimos encontremos con frecuencia más árboles talados de los que razonablemente deberíamos encontrar para sentirnos más cerca de la integralidad.
Ahora, por cierto, más que de integralidad se habla mucho de intencionalidad de la información, quizá como reflejo de una actitud inconsciente que, aferrada a un nuevo término, vuelve en busca de algo que ya antes buscamos y no hallamos: la integralidad misma.
También se da con cierta frecuencia entre nosotros la revisión de la información como género, motivada por el hecho de que resulta el más difícil de premiar y a veces el menos premiado en concursos periodísticos.
¿Por qué sucede eso? ¿No hay noticias en nuestros medios? ¿Todas las que se publican son de tan escaso mérito que no alcanzan el reconocimiento? ¿Es que les falta integralidad, o intencionalidad, si se prefiere? Si no hay noticias, entonces, ¿qué hay?
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