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EL ANÁLISIS Y LA INTERPRETACIÓN PARA ENTENDER EL MUNDO

EL ANÁLISIS  Y LA INTERPRETACIÓN PARA ENTENDER EL MUNDO

MSc. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,
profesora de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana, y del
Instituto Internacional de Periodismo José Martí.
Editora de mesadetrabajo.
islalsur@yahoo.es

Un cuarto de siglo después de John Müller haber publicado sus preocupaciones sobre el periodismo interpretativo en tanto contrabando ideológico que se propicia mediante ese estilo, y la convicción de muchos reporteros de que pueden difundir sus propias opiniones o perjuicios disfrazándolos de forma adecuada en la construcción de los mensajes (1986), tal problemática sigue en pie.

Incluso, me atrevo a comentar que la dificultad del cómo interpretar está hoy aún más arraigada en las prácticas profesionales, toda vez que el periodismo parece subsistir en la desprofesionalización de un gremio peligrosamente mediatizado por imposiciones externas y rutinas internas, con escasos deseos de retroalimentarse por las vías de la Academia y apegado a un decir y dividir penosos que se reducen a la conocida frase de “deberes y haceres”. 

En su momento, Müller llamó “motivos distintos” al poco interés de los periodistas por asumir las exigencias del periodismo interpretativo, la actuación de manipular deliberadamente la información, y la propia naturaleza del estilo en ese lugar intermedio entre la información y la opinión que aporta su buena dosis de desconcierto (1986).

De esos aspectos medulares planteados por el teórico, me declaro partidaria. Pero el tono de esta indagación se deslinda hacia los campos del análisis dentro del periodismo interpretativo y que constituye uno de los conflictos fundamentales en la intríngulis ya casi sempiterna que no deja asentar en los medios –sobre todo impresos-, un estilo llamado a catapultar al periodismo de la inmediatez a lo trascendente, del trazado descriptivo al reconocimiento humano, del frío registro de los hechos, a la suma de los aconteceres que los hicieron posibles. Todos juntos construyeron una historia, en medio de tanta información superficial y descontextualizada que termina por confundir al receptor y hasta lo amilana, ante la incomprensión del universo en el que se inserta.

Entrando en mayor segmentación, intentamos también tratar de desentrañar las mediaciones que ejerce el análisis en la nota interpretativa, un género que todos los autores coinciden en afirmar que el periodismo interpretativo le tributa, pero que pocos han dejado registros teóricos y priorizado las aristas del cómo hacer, en manuales orientadores que agradecerían la Academia, los estudiantes y los reporteros. 

Esa insistencia viene porque, en mi opinión, el análisis en el periodismo interpretativo rebasa estilo y técnica para asentarse en una de las vías que más puede propender al conocimiento, toda vez que la mayor aspiración del periodismo debiera ser ir desde el informar-saber, hasta el conocer-comprender de los públicos, de manera que los mensajes alcancen la máxima efectividad.

En ese sentido, la posibilidad del análisis desde los haceres profesionales y desde las consideraciones que los destinatarios logren hacer terminada la lectura, es contribuir al aprendizaje, al pensamiento profundo, a la reflexión acerca de las decisiones que se toman, ya apartadas de la emotividad, entusiasmo, o de la propia rutina que consciente e inconscientemente impone un modo de percibir el mundo.

El análisis de los acontecimientos facilita al lector la riqueza de datos y las múltiples voces que devienen invitación permanente a sacar conclusiones propias sobre los fenómenos de los que da cuenta la prensa. De él deriva la interpretación que, en cualquiera de sus niveles, valida la labor y la intencionalidad del periodismo. 

Este será, entonces, el hilo conductor para abordar el análisis, modo psicológico y técnica de trabajo que ayuda a entender la realidad como una construcción intersubjetiva, elaborada a partir de procesos de interacción y comunicación mediante los cuales los seres humanos comparten y experimentan mutuamente. Una realidad que se expresa como conocimiento dado, naturalizado, por referirse a un mundo que es común a muchos hombres, tal como asentaron Berger y Luckman (1991: 39), y que sitúa al acontecer en el devenir de muchas voces y no la de un solo gurú destinado a predecir el mundo de los otros que no es más que el de todos.

Aproximaciones al análisis

Según el académico cubano Julio García Luis, el análisis supone un proceso cognoscitivo consistente en separar las partes constitutivas de un fenómeno, a fin de estudiarlas, descomponerlas, y luego regresar mediante la síntesis a una nueva visión, más profunda, de la totalidad (2010). Los autores y expertos consultados coinciden que es la piedra angular de la interpretación. Sin él, ésta no cobra vida.

Los análisis diseccionan los sucesos, los temas, asuntos o procesos en un intento por explicar qué está sucediendo o qué sucederá en el futuro y al mismo tiempo deben tratar de ahondar en la importancia de los hechos y sus contextos, afirma David Randall, quien también asevera que esos textos deben presentar datos e interpretaciones sobre la información y que estas últimas pueden ser las del propio periodista o, preferentemente, de autoridades o expertos cuyos nombres se faciliten (1999: 204-205). Randall nos sitúa en una de las dos caras del análisis, la explicativa.

Paul White, por otra parte, ahonda al describir al análisis como muy apegado al periodismo interpretativo a partir de la presentación de los antecedentes y el material tangencial que permita al lector llegar a sus propias conclusiones, una vez en poder de los elementos de juicios necesarios. El autor delimita la valoración entendiéndola como la explicación personal y subjetiva de lo que una persona cree que significa la noticia (citado por Charnley, 1971: 436). En esta apreciación encuadra la segunda cara del análisis, vista desde la evaluación y valoración personal del autor o las fuentes.

Sin embargo, ¿qué ocurre hoy, por lo general? Sucede que la opinión gana de manera drástica en el análisis, ya sea de forma explícita o encubierta. Con avidez, ocupa un espacio que ya no se limita a los juicios de valor que puedan aportar las fuentes dentro de un trabajo interpretativo, o el propio periodista, pero en menor proporción. Con más frecuencia que lo deseado se suelen encontrar en los medios impresos trabajos que lindan en la seudointerpretación y en los que el tufo opinático, de orientación marcadamente sesgada por la valoración directa, lo percibe el lector menos avezado en técnicas de periodismo, pero escarmentado de tanta frase hecha, de palabras construidas desde el simbolismo maniqueísta y consignas que a fuerza de trazar un único camino, dejan de surtir efecto.

Alex Grijelmo considera que en tanto el editorialista dice qué debería hacerse o haberse hecho, el analista debe explicar lo que alguien ha hecho y razonar el por qué, desapasionadamente (1997: 119), y esa tesis la apoya Martínez Albertos cuando sostiene que si el texto se desarrolla apoyándose en razones probatorias objetivas, entonces tendremos un análisis interpretativo, en tanto si es con razones probatorias de carácter persuasivo y puntos de vista personales, se está ante un comentario periodístico (1997: 206).

En esa voluntad de analizar las causas de los hechos, sus implicaciones y relaciones contextuales se inserta todo análisis que pretenda ver el mundo en la totalidad de los acontecimientos, como de alguna manera nos induce a reflexionar Ludwing Wittgenstein (online); es decir, el mundo visto a partir de todos los datos que circundan al hecho noticioso, lo enriquecen y aclaran, de forma tal que el receptor sienta que se respeta su inteligencia para asir y entender la realidad que se le propone.

Cuando así no ocurre, cuando al análisis se le adiciona copiosa valoración –encubierta o no-, se niega su sustancia nutricia para explicar los hechos. Luisa Santamaría plantea al respecto que “el fundamental punto de contacto se da cuando el análisis se basa en razones probatorias de carácter persuasivo para sustentar una tesis. En este caso, el análisis es prácticamente un artículo de opinión” (citada por Benito, 1991: 636). 

Cabe preguntarse, ¿qué ocurre cuando se disminuye la importancia de la vestidura de los hechos y solo se entregan en versiones inmediatas, informativas, factuales, descriptivas, apenas contextualizadas y generalmente desde una sola voz? ¿O cuando están sesgados los acontecimientos por opiniones personales del reportero que, en tanto acto individual, los hace portadores de su ideología, concepción del mundo, cultura, en una interminable lista de representaciones subjetivas que son inevitables en el periodismo, mediador de su sociedad, del mundo en su conjunto?

Es el largo dilema de la interpretación: buscar el punto del equilibrio, el espacio exacto en que confluyan todas las miradas, todas las voces, todos los criterios en busca de una balanza que no margine los acontecimientos al “toma o deja” del blanco y negro. La interpretación está llamada a potenciar ese análisis que aún es un “deber ser”, un desideratum, en tanto no logre liberarse de la carga editorializante que la mayoría de los periodistas se sienten en la necesidad de aportar.

Ahí está presente, visible y áspero, el angosto camino que aún se reserva en los medios a la interpretación, un estilo todavía marginado a pesar de su nacimiento periodístico hace más de medio siglo, un estilo que debería redimirse –sobre todo en los impresos- cuando el acontecer se da a conocer con velocidad vertiginosa de YA y AHORA. Es ese medio término que no se acaba de demarcar y requiere afincar sus límites, hoy conceptualizado por los teóricos, pero no abrazados por los hacedores con total integridad. 

Omar Valenzuela juzga acerca de cómo se manipula la información en beneficio del poder dominante y de los efectos que producen los medios masivos dentro de la sociedad. Para el autor, los medios masivos de comunicación reflejan una visión del mundo que con el transcurrir del tiempo se transforma en “historia oficial”. Está reafirmando así que los medios también contribuyen a la normativización pública, a garantizar el status quo de lo que para la hegemonía debe ser noticiable (online).

Es justo en ese entramado donde el análisis de los hechos -desde su perspectiva interpretativa-, puede molestar a esa hegemonía porque va a ser un análisis plural y la pluralidad contiene los juicios lógicos y los juicios de valor que provengan de múltiples y diversas fuentes. Ya no se trata de relatar un hecho o de exteriorizar desde la persuasión comunicativa sobre cómo debe enfrentarse. Ahora el nudo gordiano está en abordar y dar el suceso en toda su complejidad, en su maderamen profundo, lejos de la institucionalidad de los procesos de construcción social de la realidad.

Manuel Ángel Vázquez subraya que el periodismo siempre enmascaró otras redes de intereses de control y prevalencia social que han permanecido, si no del todo ocultas, por lo menos solapadas y en segundo plano; e insiste en que no hay una noticia sin punto de vista, por lo que se deriva que el periodista es un intermediario social que mira, observa, analiza, donde los demás no pueden, y difunde mediante la palabra, hechos que consiguen formar parte del escenario mental del colectivo (online). Para él, por definición, toda realidad es construida, y dirime ese hacer de puente entre el acontecer y el público al plantear que el periodista reconstruye claves para aclarar los hechos que la limitada competencia interpretativa de los receptores no es capaz de alcanzar, al no conocerlos en toda su magnitud.

¿Y cómo explicar esas claves si éstas no provienen de diversas vías? Unas parcializadas, otras más especializadas, unas directas, otras apenas sensibilizadas, pero todas tributando miradas, razonamientos, en un percibir que contribuirá a que esa realidad construida se acerque lo más posible a la realidad dada, o lo que es lo mismo: lograr una equiparación entre la realidad y la realidad objetivada o realidad construida.

Si siguiéramos el pensamiento lacaniano acerca de lo que distingue “la realidad” y “lo real”, nos acercaríamos en términos interpretativos a que la primera, para el teórico, es “el conjunto de cosas tal cual son percibidas por el ser humano”, en tanto lo real son “las cosas, sean percibidas o no por el ser humano” (online), aunque siempre las personas tendrán algo que decir, incluso cuando callen o se abstengan,  en su condición de sujetos activos capaces de discernir ante las mediaciones sociales. 

Si bien los medios desde su nacimiento han pretendido y logrado mostrar, de cierta manera, el mundo,  también es cierto que en esa narración consciente lo han reconstruido ajustado a sus concepciones, respondiendo a cada período histórico, político, económico y social en el que se haya desenvuelto la clase hegemónica. Hoy, en un planeta cada vez más globalizado, donde lo local y universal parecen querérnoslo fundir en los mismos fuegos o deslizar por idénticas aguas borrando las raíces que hacen auténticos a los pueblos, el desafío está en emplear los medios para renovar el mundo que habitamos desde nuestro personal espacio que es la prensa: la palabra puesta en el oficio de lo útil y de lo bello, quintaesenciada en función de esos yo otros que existen y tienen también algo que decir. Como nos convocó Kapuchinski, nuestro oficio consiste en dar voz a los otros.

El análisis en la nota interpretativa

El periodista y profesor cubano Hugo Ríus afirma que la nota interpretativa fomenta y ayuda al análisis en un deseable modelo de periodismo dialógico: “Puede constituirse en espacio de análisis primario o de primer nivel, que encuadre y contextualice los hechos relatados. Pero por sus propios límites, no creo que llegue al reconocido análisis a fondo, donde el periodista debe realizar un estudio del fenómeno y proceso que se propone develar o desmontar, según el caso, aproximándose a una tesis, en la que emite, mediante la estructura de un artículo o ensayo periodístico juicios de valor de su propia cosecha, y aquí la información funciona sólo como fuente o pretexto (2011). En esa misma cuerda moderada transita García Luis, para quien la nota interpretativa puede aportar algunos elementos informativos que sirvan a la capacidad de análisis del lector en relación con un tema, pero no puede proponerse ella misma constituir un análisis completo de éste, pues su propósito primordial es informar, con mayor riqueza y contexto, pero sin desbordar ese límite (2010).

Ya se declaró antes el desabrigo conceptual que soporta la nota interpretativa, apenas mencionada por los teóricos, y no explicitada ni siquiera desde las prácticas profesionales. Por tanto, es un campo en construcción donde se presentan con fuerza asunciones diferentes, encontradas, similitudes, convergencias, en gran calidoscopio de entendimientos para tratar de llegar a criterios con densidad reflexiva. Por eso, tras una práctica continuada desde la docencia, el primer razonamiento se acerca demasiado a la tesis del análisis como proceso opinático, en tanto el segundo escinde en parte a la información, dejándola solo en su utilidad de conocimiento primario y no en sus legítimas potencialidades para explicar los hechos en su real magnitud y aún con pronósticos de posibles desenlaces.

Desde la experiencia de la docencia se ha intentado demostrar más ampliamente la utilidad del análisis y la interpretación en notas que rebasen los límites de la factualidad, a partir de una construcción donde el análisis quede explícito en el desmontaje del hecho –enfoque explicativo-, e implícito en el balance y propuesta final de la lectura –enfoque valorativo-. En ella, el periodista será el hilo conductor de su arquitectura y los juicios lógicos y de valor manifiestos estarán en boca de fuentes variadas, heterogéneas, disímiles.

Si bien el teórico venezolano Enrique Castejón no comparte este criterio, pues para él, si el periodista no interpreta y esa labor la realizan las fuentes, entonces no habrá nota interpretativa, sólo habrá una nota informativa (2011), para la mayoría de los expertos y periodistas cubanos sí es una fórmula viable en el hacer de las redacciones y una solución seria a la problemática que enfrenta el género de la información en medios impresos, a los que la competencia de la radio, la televisión e Internet apenas dejan lugar para salir en las mañanas con alguna noticiosa realmente propia. Estos profesionales discurren que la nota interpretativa y en ella el análisis de los hechos a partir de disímiles fuentes, es otra manera de respetar al receptor al ponerlo a pensar, a repensar con sentido común los acontecimientos por encima de sus registros fríos.

“La interpretación es básicamente un análisis; es decir, el despiece de un acontecimiento estructurado de modo que produzca una inevitable y determinada interpretación”, apunta el periodista y profesor cubano Luis Sexto al validar su presencia en la nota (2010). También cubano, el periodista y profesor Joel García León reconoce que es posible el análisis en la nota interpretativa, aunque sea en menor escala que en el reportaje: “De hecho, al presentar el periodista antecedentes y la documentación adecuada, el lector podrá formar su propia opinión o componer las predicciones que correspondan. Eso sí, siempre deberá estar fundado en fuentes u observaciones citadas correctamente. Las notas interpretativas sirven también para resaltar informaciones de calidad escritas por expertos o por alguien relevante en el tema al que se refieran, y en ellas habrá siempre análisis” (2011).

El análisis proporciona a la nota interpretativa su sostén, el equilibrio informativo que la hace inteligentemente trascender y no morir con la siguiente edición de un diario. En esas notas y en esos análisis habrá una vocación interna del periodista por aprender a pensar –él y sus receptores- desde el conocimiento, y a evitar rutinas instrumentales consagradas por el uso. Si la información es poder, entonces hoy –muy en especial en la prensa impresa y sin desestimar lo puramente noticioso que siempre tendrá espacio en los diarios- es forzoso estimarla en su verdadera dimensión, con todos sus datos, con todas sus fuentes, con todos los soportes de hechos, antecedentes, contextos, fuentes, que la hagan ser el registro de una realidad que se propone explicar y proyectar.

“De hecho, el análisis en sus más diversas densidades está presente a lo largo de la construcción de todo mensaje periodístico, y el interpretativo, por ser un estadio superior, adquiere una sustanciación mayor dada las formas y procederes  que la dan idea y vida. En la nota interpretativa el análisis es ineludible, lo que en este caso el periodista queda en una segunda dimensión, implícito, respetando las propias leyes de la nota informativa. Serán las fuentes las encargadas de desarrollarlo, de aportar los datos y las validaciones que lleven después al lector a sacar sus propias deducciones. Hay una visible diferencia en el empleo del análisis en la nota, en el reportaje, en la entrevista, cada género le imprime sus propias características, sus signos vitales. Pero negarlo sería continuar condenando a la información a su vertiente factual”, sostiene Roger Ricardo Luis, periodista, profesor y director de Investigaciones del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Si en la producción de mensajes interpretativos –y recalco, en la nota- se conjuga el relacionar, confrontar, cotejar, concertar, asimilar y dilucidar en un proceso que se completa en el acto de interpretar la información ofrecida por los medios, estamos asistiendo a una genuina construcción de conocimientos que incluye desde la aportación de datos hasta la comparación de estos que harán los receptores a partir de sus experiencias. No podemos creer, a estas alturas del siglo XXI y sus alucinaciones de era de la información y las comunicaciones, que podemos contribuir al crecimiento de una sociedad más equilibrada, más íntegra, más plena, si no entendemos desde nuestra pequeña posición ciertamente influyente y no determinante, que debemos a los públicos el respeto ante su capacidad de análisis y de producir conocimiento autóctono. La teoría hipodérmica de públicos pasivos es hora ya de desterrarla de las redacciones. Ellos nos toman o nos dejan, nos consideran o no, en la misma medida en que sientan que están en una doble vía de reconocimiento.  

Y he ahí una cuestión redundante en cualquier espacio de debate profesional: más de lo deseado hoy se entregan a los públicos mensajes unidireccionales: o duramente informativos, o latosamente editorializantes. Es infrecuente esa media salvadora que proporcionan el análisis y la interpretación con su carga explicativa y valorativa, las dos en equilibrio, las dos consustanciadas, las dos portadoras de conocimientos, significados, alternativas.

Nos referimos a un análisis y una interpretación que propicien tres momentos básicos al receptor: su antes, durante y después del mensaje, de forma tal que asimile éste como un continuo reflexivo que se asienta en lo que esperó, en lo que encontró y en lo que valoró y expandió en otros estadios sociales con los que se relaciona. Estamos hablando de procesos que, provocando el pensamiento, contribuyan a repensar el espacio y el tiempo de la sociedad en que vivimos y en cómo insertarse a ella de manera fructífera e innovadora.     

Al dictado de los ángeles hay que ayudarlo

La interpretación -y la nota interpretativa en particular por la contención que requiere en tanto sigue los cauces de la información en el lenguaje, tono y espacio disponible aún cuando sea más amplio-, es una manera de enfrentar el periodismo desde una dimensión que demanda entrega, estudio, investigación, por parte del reportero. No son fáciles los caminos que llevan a esclarecer conflictos que están conviviendo en la sociedad y toca a la prensa explicarlos y proyectarlos hacia el futuro.

Pero para esa tarea no solo se requiere de un “querer hacer”, de una inspiración, de una voluntad empirista. El periodismo interpretativo precisa de técnicas, de metodologías, de capacidad para soportar los rigores de la investigación con sus altas y bajas proporcionadas por las fuentes y sus amparos o abandonos; de una disposición para saber persistir y contenerse en aras de que las lógicas emerjan en los textos, que nada quede en la ensambladura de lo impuesto por una u otra voz, y muchos menos que cabos sueltos en la indagación hagan sentir a los lectores que faltó información oportuna.

A ello se suma un requisito indispensable del buen periodismo: que cualquier trabajo no solo exponga fehacientemente los hechos, sino que también sean portadores de un lenguaje y una estética de largo alcance. Es decir, tiene que haber una disciplina, un orden, unas pautas conductuales en las que la ética también esté presente como brújula consejera.

Pese a lo que muchos decisores piensan, para formar a un periodista competente no basta solo con la voluntad o la necesidad de integrarlos de inmediato a una redacción. Se requiere de una acertada capacitación técnica y profesional que desde finales del siglo XX y ya en el XXI, no surge del empirismo de los diarios urgidos de pirámides invertidas, de las horas nocturnas en cafetines bohemios debatiendo el presente y el porvenir de la sociedad, o de lógicas instrumentalistas del cómo hacer. El periodista de hoy precisa de una sólida preparación cultural, de una cosmovisión holística del  mundo en que vive si aspira entenderlo y colaborar en su mejoramiento. 

El hecho periodístico, afirma el brasileño Adelmo Genro, no es una objetividad tomada aisladamente, fuera de sus relaciones históricas y sociales, sino que, por el contrario, es la interiorización de esas relaciones en la reconstitución objetiva del fenómeno descrito. Este teórico plantea que no se trata de reducir la noticia a mercancía y el periodismo a manipulación. Tampoco apuesta por la visión técnico-empirista que considera el periodismo como una actividad neutra, imparcial y capaz de revelar la auténtica “objetividad de los hechos” (2010: 131-146).

Sobre esa base, el análisis, entonces, aparece como expresión del conjunto de conocimientos que se han ido adquiriendo de una manera, la mayor de las veces ordenada, pues la interpretación se constituye en un estilo periodístico que por más contraproducente y compleja que sea la información a diseccionar, debe ofrecerse de manera que contribuya a la reflexión del problema que plantea. Y un conflicto requiere preguntarse acerca de cuál es el tema en cuestión que se quiere abordar, su propósito o problema, viabilidad, objetivos primarios y colaterales, las fuentes que pueden tributar al esclarecimiento del mismo, los juicios lógicos y de valor que se buscan o suponen puedan aparecer en el transcurso de la investigación. Si estas cuestiones no están claras en el intervalo de la búsqueda -de manera que sea la arquitectura pensada del trabajo-, difícilmente se llegará a entregar el mensaje en su entera madurez. 

La interpretación a partir del análisis –ya sea este último exhaustivo como puede darse en el reportaje, o más sucinto en el caso de la nota interpretativa-, es trabajar en función de lo que seriamente se debe demostrar y no quedarse en las medias tintas de lo que se pudo lograr. Este aspecto requiere de muchas condicionantes, entre ellas y rememorando a Eduardo Ulibarri, preguntarse el periodista si realmente es un tema que pueda interesar a los demás, cuál es la intención esencial del relato, cuál es puntualmente el problema, hasta dónde puede influir en la vida de sus públicos, qué efectos en el razonamiento y en la emotividad desea recabar, qué presencia en el texto exigen las fuentes en cualquiera de sus niveles –ellas son determinantes toda vez que otorgan credibilidad o no a lo que se expone-, cómo se ha abordado el asunto en ocasiones precedentes y lo nuevo que se puede aportar; si la historia es suficientemente veraz como para que los receptores se impliquen en ella o involucren en la misma a personas conocidas que atraviesan semejantes circunstancias, si es una historia que termina o continúa con otras aristas contextuales. 

Como puede observarse, para analizar e interpretar en el periodismo no basta  con desear hacer un buen trabajo. Realmente hay que apoderarse de técnicas y estilos propios que permitan desarrollar la investigación de manera oportuna, segura, conveniente y eficaz, hasta evaluar la profundidad de los asuntos que necesitan ser develados y expuestos a la mirada de los públicos. Pero en esta línea, es doloroso reconocerlo, también andan los déficits de la interpretación y con ella del análisis, más agravado aún en la nota interpretativa, apenas conocida y cuando más asumida como “nota ampliada”, “nota comentada”, “nota cronicada”, “nota de datos adicionales”, entre otras denominaciones que intentan acercarse al fundamento del asunto, pero que no lo contienen en su esplendor.  A lo que más se llega de manera recurrente es a aproximaciones parciales en el abordaje del género.   

Entonces, una vez más, hay que insistir en la necesidad de un periodista provisto con técnicas adecuadas y cultura, no un repetidor de declaraciones. Se requieren hoy profesionales que indaguen y contrasten hasta la saciedad, pues el mejor proyecto de nota interpretativa perdería validez si sus basamentos no son sólidos, no se saben comunicar, no hay exactitudes y precisiones, en fin, si la sustentabilidad de la información carece de juicios, fuentes, antecedentes, contexto, hechos colaterales.

Y este aspecto se articula con la credibilidad de los públicos hacia el trabajo de la prensa, eje capital para la permanencia de los medios como mediadores de la sociedad y portadores de los valores establecidos en ella. Cabe destacar en este orden, que cada vez más los índices de apreciación acerca de lo que se comunica son más altos en los destinatarios, pues ellos ya no dependen de uno u otro medio, sino que la combinación de vías con que retroalimentar el conocimiento informativo sobre un suceso alcanza posibilidades ilimitadas y complejas.

Vivimos en un espacio y tiempo donde no basta informar sobre lo que aconteció. Ahora el receptor necesita el análisis del fenómeno dado por un profesional de la información que cuenta con las técnicas, teorías y métodos necesarios para ello. Darle todas las miradas posibles, hacerlo sentir que forma parte del entramado en cuestión,  que se ha contado con él porque se identifica con las voces que emiten juicios, es otra manera de ir arrimándonos a la deseable doble vía a la que siempre aspiran los periodistas con sus públicos; es decir, que su mensaje no solo interese y llame la atención, sino que sea capaz de fomentar el diálogo si no de manera personal, al menos el diálogo de los otros a partir de una determinada propuesta periodística. Así, el mensaje se vuelve efectivo en su dimensión de crear matrices de opinión acerca de determinados temas de la agenda pública.

Esa es también la responsabilidad interna del periodista y los medios al difundir mensajes, y la responsabilidad externa que pone en manos del ciudadano, ahora convocado a repensar sobre lo que se le dice, a tomar partido, a motivarlo hacia una responsabilidad social porque él es también parte de un entorno, de un tiempo, de una época histórica. Y esto no puede hacerse solo desde la descripción factual del reportero o desde la opinión personal marcadamente subjetiva del editorialista. Ambos modos siempre van a subsistir en un medio porque son necesarios y porque ningún estilo en el periodismo barre a otro, sino que se juntan para hacer más rica y diversa la comunicación. Pero más se logra cuando, respetando las inteligencias, se provoca un impacto a partir de análisis e interpretaciones concienzudas, plurales y complejas, que preparan a los públicos para comprender su entorno, y les ayudan a ampliar su capacidad de discernimiento.

La pregunta de David Livingstone cuando en 1871 fue encontrado en el lago Tanganica, en la ciudad de Ujiji, por el periodista Henry Stanley, del New York Herald: ¿Qué pasa en el mundo?, ahora parece variar la tónica en los millones de receptores agobiados de tanta información descontextualizada, disgregada, por momentos banal. Ellos, ante ese universo disperso y contradictorio, hoy parecen exigirnos: ¿Cómo entender el mundo?

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