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A PROPOSITO DE LA CRONICA

A PROPOSITO DE LA CRONICA

Lic. SANTIAGO CARDOSA ARIAS,
Periodista del diario Granma, jubilado. Autor de libros sobre Periodismo.

Por ahí anda en mi papelería, archivada en letras de molde, una aleccionadora anécdota que,  con los años, y  para más de un propósito, he hecho una de mis favoritas.

En aquellos días la revista CASA cumplía un aniversario de su fundación y su director, el ensayista y poeta Roberto Fernández Retamar, solicitó a prestigiosas figuras de la literatura cubana y latinoamericana,  la redacción de un trabajo para ser incluido en un número especial conmemorativo de esa publicación.

Entre los que recibieron la invitación-ruego estaba el cuentero mayor, el inefable Onelio Jorge Cardoso, quien no pudo acompañar a su respuesta el gesto que seguramente hizo ante aquella petición de escribir un cuento para “dentro de unos días”, considerando, le recordaba o le señalaba Retamar, que “la revista tiene un cronograma para su edición e impresión”.

El autor de “Caballo de Coral” y otras pequeñas joyas de la cuentística hispanoamericana, le respondió algo así como lo que sigue y que no hay  poner entrecomillado:

Estimado Roberto:  Agradezco tu distinción de invitarme a figurar en esa edición especial de CASA, pero no sé si podré complacerte. Tú sabes que un cuento uno no lo escribe cuando quiere. Tiene que nacer…

En otro ámbito, con tiempo y marea de por medio, recuerdo siempre aquella especie de incidental, ¿de propuesta amable?, de la experimentada periodista Marta Rojas, devenida Jefe de Información del diario “Granma”, cuando planificaba el trabajo de los reporteros y corresponsales que “cubrirían” determinados actos:

-Si te inspira —solía ella decirnos a cada uno--. Si algo te motiva o impresiona, tratas de escribir una crónica…

Debió pasar el tiempo para que algunos, en especial los más jóvenes, entendieran el  porqué de  aquella manera de solicitar un trabajo, el hacer una crónica, cuando en otros casos se daba simplemente una orden.

Es que Marta Rojas –ella misma, cronista-, como Onelio Jorge Cardoso, había ya comprendido y experimentado que hay cosas de las palabras y de la mente que no fluyen por antojo.

¿Estoy planteando o insinuando que la crónica es un cuento? De ninguna manera.

Tomo ambos géneros de ejemplo para apoyar mi criterio de que la crónica, por sus características, no es aquella que se divorcia de la realidad ni se limita a enumerar hechos, detalles y manifestaciones, como se haría en la nota informativa o el propio reportaje, ese hermano mayor de la crónica.

Para mí, este género es, en cierto sentido, una obra de creación—como el cuento-- por la gracia, lo artístico, la originalidad en lo que queremos decir, donde la narración tiene una fuerte y particular carga de elementos subjetivos, no obstante lo objetivo del hecho tratado.

En el caso que analizo es necesario subrayar que me estoy refiriendo a un tipo de crónica, en este caso al que cultivé durante años y que Alfredo Guevara, el conocido cineasta, un día calificó de  impresionista, basándose en lo que llamó “fugaz impresión” de lo que reflejé sobre un filme cubano y en otros trabajos que él había leído con mi firma en las páginas de “Granma”.

La observación que queda hecha me libera de aclarar con detalles que ese tipo de crónica se distancia de las crónicas deportivas, las históricas y otras más, cuyos patrones y esquemas, y sus propósitos, son otros.

Creo que deberá entrarse a analizar el calificativo que se da de crónicas a ciertos trabajos hechos en la casa o la redacción; a otros que el autor elabora con citas escogidas de antemano, antes de entrar en contacto con el hecho y, por tal razón, carecen de esa “fugaz impresión” y tienen, a veces, el sabor de un editorial, de un artículo o un comentario.

Fue en el escenario de los hechos donde siempre encontré la motivación para  escribir una crónica. El “chispazo” me lo dio la vida, la gente…Jamás, en los tiempos en que tímidamente me acerqué a este género, planifiqué  qué iba a hacer ni cómo.

Hay quienes, al forzar la realidad, al excederse en la imaginación, han caído en el  ridículo, y, por tanto, en el descrédito, al menos, no se les ha tomado en serio totalmente.

No fue poco el estímulo que recibí el día que oí decir a la novelista, cuentista y periodista Dora Alonso, que en mis crónicas había observado que quedaban atrapados en breve espacio de tiempo, el propio tiempo y el sentir y fisonomía de las personas.

Al leer y releer crónicas de autores de renombre –García Márquez, Benedetti, Cortázar, por citar algunos internacionales—y de algunos del patio de las distintas épocas, se hace marcadamente evidente en su prosa ese lenguaje literario que tanto cautiva y hace de su etilo algo fascinante.

Aquí, al hablar de estilo, no me refiero al uso que hacemos de la sintaxis y de las demás exigencias gramaticales, sino, además, al  empleo de un lenguaje cercano al lirismo, a la prosa liberada de la rigidez que demandan otros géneros y que en la crónica de la que hablo o escribo resultan elementos extraños.

En mi época de estudiante, un día leí algo que prefiero copiar para no abusar de  la mente.  En un manual se expresaba: “La crónica -al decir de muchos estudiosos— es la “aristocracia del periodismo” porque es el género que puede hacer guiños a la erudición y coquetear animosa con la lírica.  Aquí valen todos los recursos estilísticos: la comparación, la metáfora, la ironía, la paradoja incluso, pero siempre dentro de una forma fundamental de claridad comunicativa...”.

Más de una vez se me ha preguntado en qué situaciones o cuándo se debe  utilizar este atractivo género. Mi respuesta la he dado reformulando la interrogante: ¿Por qué se utiliza tan poco hoy día la crónica?  ¿Por qué ceñir su empleo a lo que ha sido tradicional: un acto en la Plaza, inauguración de obras, ceremonias militares y otras pocas ocasiones?

Un género de esta dimensión debía emplearse más a menudo; debía usarse, incluso, en actos funerarios —por ir al extremo.  En la redacción de una crónica valen el estilo, la brevedad, la poesía y, por  supuesto, el talento del periodista.  No menos valiosos son —o deben ser— los ojos, los oídos, la sensibilidad del cronista, de ese artesano de las letras  que es capaz, en la vida, de encontrar y tallar un material que a otros parece intrascendente.

 

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