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¿Periodismo versus literatura?

¿Periodismo versus literatura?

Lic. Eduardo Montes de Oca,

periodista de la Revista Bohemia. 

La determinación del sexo de los ángeles –sin que ni uno de ellos bajara de su nube a mostrar sus partes pudendas- y la épica batalla mental por adivinar cuántos de esos seres alados alcanzan a copar la cabeza de un alfiler eran objetos privilegiados en las torrentosas discusiones de Bizancio; de ahí que, hoy, discusión bizantina sea aquella que no conduce a puerto seguro, la baldía, la que huelga. 

Y Bizancio se proyectó en el tiempo. Y un día su espíritu dialógico llegó a una liza donde lánguidos diletantes acusaban, acusan, al periodismo casi de palafrenero ante la literatura. Volatinero, frío, somero, de sentimiento descafeinado…

He ahí los términos con que “eximias” plumas lo han condenado a la hecatombe del descrédito. En arrebatada contrapartida, algún que otro portaestandarte del periodismo ha llamado “literatura” a la mera palabrería –se subraya con gesto adusto y ademán desdeñoso: “eso es literatura”-, airado porque ciertos pontífices de las letras se apartan con remilgos de damita encopetada del hecho noticioso y noticiable, concreto y objetivo que constituye el alimento del periodismo. 

Periodismo y literatura; periodismo o literatura. El cubano Luis Sexto se atreve a meter baza en un dilema harto espinoso, por la prolijidad de comentarios y comentaristas, y sale incólume y victorioso en el empeño. Ha puesto su pica en Flandes. Nos emociona y convierte en cómplices no sólo con sus conclusiones, sino con el modo como desgrana la argumentación en su libro Periodismo y Literatura: El arte de las alianzas, refundición del recién publicado Estrictamente personal: Notas de clases sobre el periodismo literario, enriquecida con un capítulo sobre el estilo y una selección de reportajes paradigmáticos, que califica de casi ejemplares. 

Las líneas que corren ante nuestra vista, debidas a la editorial Pablo de la Torriente Brau, llevan la impronta de la elección, el vocablo justo, la frase rítmica y una proverbial hondura de pensamiento. Excelente ensayo este que, con lenguaje pulcro, señorial, nos convence, y, con hechura vigorosa, nos persuade de la cercanía vital del periodismo y la literatura, y de que el periodismo literario viene a resultar síntesis de ese par dialéctico, literatura-tesis, periodismo-antítesis, o periodismo-tesis, literatura-antítesis, que algunos juran apreciar y hacen notar en encendidas polémicas. 

Sí, ante nosotros discurren pruebas fehacientes, conceptuosas, de que el periodismo suele pedir préstamos a la literatura, para devenir literatura otra, que bien podría llamarse periodismo literario.

Y aquí llega lo bueno, o lo mejor. Mientras algunos -¿muchos?- no osan trascender manuales útiles en su tiempo, tiempo ya ido, Sexto truena contra el exceso de sometimiento a las normas convencionales, el fanático culto a la despersonalización, apropiada siempre que no se pretenda absoluta, algo común para escribanos obcecados en camuflar la sequedad, la frialdad, la superficialidad de sus prosas bajo el manto cómodo de una frase de resonancia tartufesca mil veces reproducida: “Escribe lo más sencillo que se pueda, para que el pueblo te entienda”. Frase que juzga al pueblo ignaro por los siglos de los siglos. 

El autor rompe lanzas contra quienes ejercen el oficio como empleo, que no como vocación. Aquellos que se arrullan con una magra cultura, dos o tres reglas rumiadas y la consabida carencia de creatividad. Quien apure este estudio seguramente se reafirmará en que el periodismo literario no nació con Tom Wolfe y otros, eso sí, egregios representantes -¿acaso algo nuevo respira bajo el Sol?-.

El Norte suele considerarse ombligo y hontanar de lo humano y lo divino, diría el célebre filósofo Inmanuel von Perogrullo si asistiera a este convite.

En Martí, cerebro y miocardio incomparables, estaba ya el periodismo literario -como estuvo en Víctor Hugo y similares titanes de la literatura-, que quizás algún día podamos considerar periodismo otro. 

En tanto esperamos la novela, el libro de relatos, los de crónicas, que aguardan en las gavetas del escritorio de Luis, bien valdría una misa abrir las páginas de este ensayo, que nos dispensa el don inapreciable de la duda, porque, con esta obra de innúmeros quilates, el colega y académico ha buscado desencadenar la duda. Pero una duda cartesiana, asaz útil, que impele a los periodistas a reconsiderar lo hecho hasta ahora, y que unge a los lectores con el bálsamo benéfico de la esperanza. 

La esperanza de que el periodismo se siente sin complejos a la mesa del banquete platónico en la ancha, multiforme república de las letras. 

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