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LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA COMUNICACIÓN

LA DIMENSIÓN ÉTICA DE LA COMUNICACIÓN

Palabras pronunciadas por la Doctora Miriam Rodríguez Betancourt, Premio Nacional de Periodismo José Martí y Profesora Titular de la Facultad de Comunicación, en la graduación del curso 2009-2010, en el Aula Magna de la Universidad de La Habana.

Compañeros de la presidencia:

Queridos graduandos:

Una vez más, en este año pródigo en honores, se me otorga otro que me desborda: dirigirme a esta nueva hornada de comunicadores, y hacerlo, además, en este recinto emblemático, poblado de símbolos y voces que forman parte ineludible de la cultura cubana.

Permítanme, pues, cumplir este encargo compartiendo algunas ideas en torno a las nuevas tareas que, como profesionales, deberán encarar de ahora en adelante cuando las aulas, los maestros, los condiscípulos que, hasta hoy, integraron sus vidas, comienzan a dibujarse como recuerdos, pero de esos que no naufragan en las oscuras aguas del olvido.

Quiero referirme a un aspecto de ese futuro inmediato que, creo, crucial: la dimensión ética de la comunicación, cuyos problemas no sólo se nos presentan desde la acción individual, aun reconociendo la extraordinaria  importancia de la conciencia privada. 

La dimensión ética de la comunicación involucra a la sociedad en su conjunto, a los procesos y a los entes decisores, a los emisores y a los receptores, y si en el Periodismo se nos revela con gran nitidez especialmente en el establecimiento de las políticas editoriales, también  en la Comunicación Organizacional e Institucional,  en la Publicidad, en las Relaciones Públicas, la responsabilidad de trabajar con valores ocupa un espacio esencial.

El hecho de que nuestra sociedad se defina en una política comprometida con las aspiraciones más nobles y justas del ser humano, no nos exime del destino común que a nuestra especie puede depararle los gravísimos problemas del mundo de hoy donde no se perciben ni siquiera a mediano plazo soluciones globales.   Los comunicadores cubanos estamos obligados a asumir conscientemente los riesgos que corremos en un contexto de globalización casi total, a reconocer cómo nos afectan la unipolaridad de fuerzas del mundo actual y el control, también unipolar, de la información, y a encontrar las vías idóneas para enfrentarlo con eficacia, es decir, con capacidad de respuesta inteligente.

No finalizan nuestras responsabilidades en el sentido ético porque en nuestra sociedad la información no se valore como mercancía, objeto de consumo, sino como valor cultural, ni porque nuestras empresas e instituciones se fundamenten en el objetivo de servir con eficiencia y honestidad al público. 

Las contradicciones no desaparecen, porque el hacer profesional se inscribe en el día a día, en el ancho y complejo campo de la praxis. Y he ahí donde la responsabilidad individual entra en juego. Por ejemplo, cuando seleccionamos, ordenamos, contextualizamos, interpretamos y redactamos  una noticia, cuando la construimos, nuestra acción decisiva pasa, en primer lugar, por la enciclopedia ética que hasta ese minuto de gloriosa soledad, hayamos atesorado. Cuando elaboramos una información publicitaria para un producto comercial y ponderamos sus cualidades, con creatividad, pero sin añadirle atributos falsos en busca de ventas más fáciles, lo determinante resulta de los valores que hayamos incorporado al trabajo.  Y da lo mismo, como decía el ensayista Salvador Alsius, si a la observación de estas normas deontológicas sin proponérselo uno, le llamemos ética o calidad profesional, “porque posiblemente una cosa y otra son en el fondo una misma”. (1) Catorce dudas sobre el Periodismo en TV, pag. 16. 

Los conflictos en este terreno no sólo pasan por los enfrentamientos más o menos serios, universales y, al parecer,  eternos entre las políticas editoriales o empresariales y nuestros criterios profesionales, sino por las acechanzas que otros actores tienden sobre los comunicadores en forma de sobornos, sutiles o desembozados, para preservar sus intereses, o en el ocultamiento, o falseamiento, incluso, de datos que las fuentes pueden hacer, por las mismas razones.

Cabe al comunicador plantearse el dilema ético en sus múltiples manifestaciones, tanto las que corresponden al ámbito nacional como al internacional, entre ellas las que se expresan en la significación que para los países subdesarrollados tiene la desigualdad en el acceso a las nuevas tecnologías y la monopolización de la información en entidades ajenas, cuando no totalmente contrarias a las realidades, expectativas y necesidades de los pueblos.

El debate en lo que respecta a la ética de la comunicación no puede soslayar el análisis a fondo de los peligros que representa para nuestra cultura la pretendida uniformación de las mentalidades y el monopolio lingüístico contrario al desarrollo de las peculiaridades culturales de cada país, que en la publicidad comercial alcanza sus cotas más altas,  esa suerte de “catecismo del mercado” como lo ha bautizado Ignacio Ramonet.

Pero tampoco el debate puede excluir el desconocimiento y falta de interpretación crítica acerca del sistema de valores, las preferencias, los consumos, y la opinión sobre la comunicación que hacemos, de nuestro propio receptor. Esa discusión debería ser objeto de análisis en todas partes, y muy especialmente, en los medios de comunicación, las empresas e instituciones, gremios profesionales y en las universidades donde se forman nuestros comunicadores.  Re-pensar sistemáticamente la ética de la Comunicación y la Comunicación misma. Como recordaba Paulo Freire, refiriéndose a la Educación: “En el verdadero proceso de educación, nadie educa a nadie, nadie se educa solo tampoco, los hombres se educan entre sí, mediatizados por el mundo”.

La del Comunicador es una de las profesiones que exhiben una articulación tan orgánica con la Ética que se pueden fusionar con ella las propias funciones y modos de hacer comunicativos. Esta es una fortaleza indudable; otra, la fuerte tradición del pensamiento ético cubano que en José Martí tiene punto de culminación y arranque de continuidad hasta nuestros días. El profesor Julio García Luis, titular de la asignatura de Ética Periodística, destaca, como sustento de nuestra eticidad,  el apotegma martiano: Yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre.

Añade en este sentido, el Doctor Armando Hart: “Contamos, en el pensamiento de José Martí, con un paradigma de humanismo raigal e integrador, portador de una identidad definida, una vocación universal y una propuesta civilizadora”. (Identidad, universalidad y civilización.  El vórtice del ciclón.  Juventud Rebelde, 21-.8-94, pág. 13)

Queridos graduandos, cuasi colegas:

Arriban ustedes al escenario comunicativo nacional en momentos de los más complejos vividos en el ya largo camino de la Revolución Cubana que, por experiencia y convicción, continuará perfeccionando su proyecto de nación independiente, socialista, culta, “con todos y para el bien de todos”.

A ese objetivo irrenunciable han de sumarse ustedes con el bagaje de sus conocimientos, su actitud ética, su espíritu crítico y transformador en consonancia con la profesión elegida: la de comunicadores revolucionarios.

Les deseamos muchos éxitos en tan difícil y noble empeño.  Muchas gracias.

 

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