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LA PEDAGOGÍA DE GUILLERMO

LA PEDAGOGÍA DE GUILLERMO

Apuntes sobre un magisterio que trascendió las aulas.

MSc. ROGER RICARLO LUIS,

Director de Investigaciones del Instituto Internacional de Periodismo José Martí, y Profesor Titular de la Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana.

La puerta de la oficina de Guillermo no conoció de cerrojos pasados. Solo había que tocar y su "¡Adelante!", dicho con voz enérgica y serena, se convertía en el salvoconducto para una conversación que podía trascender los parámetros del tiempo e inventarios de temas.

Aquel despacho que un buen amigo bautizó, sorprendido por sus dimensiones, como "el closet", se convirtió en el aula más importante del Instituto Internacional de Periodismo José Martí y, desde su pequeñez física, se erigió la Dirección en un aula sin fronteras.

Y es  que Guillermo  fue un pedagogo nato y excepcional, aunque no lo atestiguara un título universitario. Su paso fecundo por  la vida definitivamente  se lo otorgó.

Admirador de Kapuscinki, siempre repetía del polaco que la primera condición para ser periodista es ser buena persona.

Mientras escribo estas líneas no puedo dejar de pensar en su don de gente, en su sencillez y sinceridad, en su capacidad excepcional para persuadir y convencer con su talento natural y fecundo, unas veces con ternura, otras con  vehemencia, en ocasiones con voz queda, pero si hacía falta sabía alzarse como un huracán o taladrar la vida con su mirada azul y restallante.

Lo recuerdo como el hombre de cultura basta y de raíces profundas que cultivaba sin estridencias,  sin quemar como un sol, prodigada siempre a manos llenas con humildad y cariño.

Su magisterio lo ejerció desde su obra periodística amplia y diversa, como reportero de filas haciendo la cobertura del ciclón Flora o de una  Asamblea General de Naciones Unidas, en Nueva York; también fue un agudo articulista y editorialista excepcional. Nos enseñó desde sus libros y la pasión por la investigación histórica; desde el amor a los animales, como cuando fue capaz de compartir a la mitad, cada día, su almuerzo con un perro callejero que llegó a alcanzar entre nosotros el rango cariñoso de "subdirector primero".

Guillermo fue profesor de los primeros corresponsales voluntarios en el país y llegó a impartir clases en la carrera de Periodismo en la Universidad de La Habana. Fue también consultor y tutor de tesis en las áreas de pregrado y postgrado, al punto de convertirse en un referente ineludible a la hora de indagar sobre el quehacer periodístico cubano.

Su  labor como formador de las nuevas generaciones de periodistas la hizo también desde la redacción de Juventud Rebelde durante las prácticas docente; cuando creó la revista Somos Jóvenes, un proyecto editorial que marcó una época por su frescura renovadora,  sentido de la indagación y  la polémica, fraguada  por una mayoría de recién graduados, hecha con mentalidad joven y para los jóvenes.

Lo hizo también desde su despacho como subdirector del periódico Granma, en el mismo taller de caja y linotipo en las largas madrugadas en espera del cierre, a la caza de una errata, o sentado sobre una mesa de trabajo de la redacción señalando con tino y delicadeza un error, proponiendo un título sugerente, sugiriendo la palabra precisa, buscando entre todos un tema novedoso o viendo, tal vez, desde su sensibilidad de escultor postergado, el ángulo de una foto o la  visión integradora del diseño de una plana.

Predicó con el ejemplo, pues para él no podía haber divorcio entre quien da clases de periodismo y la práctica cotidiana de la profesión. Solía decir que enseñar periodismo sin llegar al aula con olor a redacción era como cometer un fraude. Por eso exigía que todos los profesores del Instituto fueran  así y hasta él, desde su condición de director, no dejó un solo día sin redactar una cuartilla periodística. "¡Hay que escribir, flaco!", me decía cuando lo veía posesionado ante la computadora, cuando en silencio trataba de pasar inadvertido a tomar un poco de café o "robarle", ante su vista, un caramelo o un dulce infaltables en su oficina.

Guillermo sentó cátedra en el vínculo con los lectores a quienes consideró siempre una gran familia: sus problemas eran su problema. En busca de respuestas y soluciones empeñó su pluma certera y desafiante; con ella fustigó indolencias, castigó al burócrata insensible, denunció y se buscó también problemas desde Abrecartas, en Granma.

Cuando en 1995 le dieron la tarea de dirigir el Instituto Internacional de Periodismo José Martí, encontró un inmueble virtualmente en ruinas y una obra pedagógica por reanimar. Como Ave Fénix hizo resurgir un empeño que él potenció, como soñador insomne, con sus ideas ajenas al dogma, ligada, como de costumbre, al cambio y la transformación permanentes, al contagiante empeño colectivo que siempre cultivó bajo la pedagogía de los sueños compartidos.

Pero el Guille, como todos le decíamos con familiaridad, no se quedó enclaustrado entre cuatro paredes y se proyectó con su genio (Fidel lo llamó El Genio) en una obra que lo trasciende y multiplica con su Tecla ocurrente, en Juventud Rebelde.

Desde ahí ejerció su magisterio periodístico mayor. Un periodismo participativo que logró aglutinar  más allá del papel a miles de cubanos, jóvenes y no tan jóvenes, por todo el país bajo la premisa esencial de escucharlos, atenderlos y ponerlos a dialogar, razonar, llorar, reír y compartir desde las sesenta líneas de cada jueves.

Lo hizo con sutileza y elegancia, con mucho amor trashumante, como reparador y hacedor de sueños.  Y es que así pasó Guillermo Cabrera Álvarez por esta vida.

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