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CONSTRUCCIÓN DE LA NOTA INTERPRETATIVA: DE LO FACTUAL A LOS SIGNIFICADOS

CONSTRUCCIÓN DE LA NOTA INTERPRETATIVA: DE LO FACTUAL A LOS SIGNIFICADOS

Conferencia impartida  en el IX Festival de la Prensa Escrita, Ciego de Ávila, octubre de 2009.

MSc. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,
Profesora de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana, y del Instituto
Internacional de Periodismo José Martí.
http://islalsur.blogia.com

Para iniciar esta intervención, me parece oportuno traer varias perspectivas de análisis desde diferentes áreas intelectuales, pero que a mi juicio poseen vasos comunicantes en el tema que nos convoca que es el de la construcción de una nota informativa que trascienda los límites referenciales de lo factual y produzca en los destinatarios tanto la recepción de la información como la comprensión de los significados de los hechos. Es decir, hablo de la nota interpretativa, tan desconocida, poco estudiada y menos aplicada en nuestros medios de prensa.

Una de las referencias es de Fidel Álvarez Causil, artista colombiano de la plástica: “Todo individuo es testigo deficiente de la realidad, en tanto da fe de la porción de universo que le pertenece. (…) Nuestras representaciones son derivaciones de lo real, de cómo las cosas deben concordar con la imagen que nos hemos construido de ellas. Así, las representaciones mismas construyen el objeto. Por tanto, construir un objeto es representarlo, negarlo es representarlo, conocerlo es representarlo, teniendo en cuenta la realidad a partir de la construcción del conocimiento, donde las cosas que contienen ese conocimiento tienen tantas realidades como intérpretes que la representan. Estamos expuestos entonces al más ‘inofensivo’ de los simulacros: el de la conciencia creadora”.

Las restantes, proceden de textos de Natividad Abril Vargas,  Gaye Tuchman,  Enrique Aguinaga y Concha Fagoaga, quienes plantean, en esencia:

-Todo acto periodístico es un acto de interpretación y, por tanto, un acto subjetivo.

-Los medios informativos (…) no son meros transmisores de la realidad, sino que mediante diferentes mecanismos y operaciones profesionales, participan activamente en la construcción de distintas ‘versiones’ de la realidad”.

-El acto de producir la noticia es el acto de construir la realidad misma, más que una imagen de la realidad. Las prácticas y rutinas profesionales certifican tal manera de hacer.

-La información, como producto de la selección y la valoración, ya es inicialmente un producto interpretativo. No hay información inocente.

Simplificando el universo al que nos estamos refiriendo -al del periodismo, la realidad en el que se produce y su construcción-, el discurso periodístico no es un discurso cualquiera, sino uno que responde a una clasificación, ordenamiento, selección y jerarquización de los hechos y datos susceptibles a formar parte de la actualidad mediática.

Y toda esta introducción aclaratoria es para, una vez más, dinamitar los conceptos de objetividad e imparcialidad que nos imponen los modelos liberales ya trascendidos, para como públicos hacernos creer que sus productos comunicativos son portadores de toda la verdad. No hay nada fuera de la subjetividad. Sin embargo, esta vieja escuela sigue siendo acuñada en los medios de prensa cubanos como paradigma inamovible.

Entonces, y porque el tiempo es corto para derivar en una y otra cita teórica, pregunto: ¿a partir del análisis de los productos periodísticos que entregamos, qué construcción de la realidad estamos realizando? Más específicamente: si la información es el género base del periodismo, ¿qué tipos de noticias damos, toda vez que los hechos no se producen aislados, sino que forman parte de una realidad más vasta y se incluyen en ella?

Hoy, cuando estamos hostigados de tanta información que llega a través de disímiles soportes, ¿qué función desempeña la prensa en el propósito de trascender el mensaje factual, el hecho en sí descontextualizado de la realidad que lo circunda? ¿Por qué no replantearnos una nueva dimensión de la noticia y poner de realce lo que ella significa?   

Una noticia que privilegie el cómo y el por qué del suceso. Quizás esa sea la vía para entender que es importante un determinado cumplimiento del plan de producción, una actitud, la entrega de una distinción, entre los cientos de hechos-ejemplos que cubrimos los periodistas y solo lo socializamos a nivel de caricatura entendible en el entorno referencial en los que se produjeron y, aún así –no olvidar este aspecto del asunto-, cuestionados, dado que los conocedores -los protagonistas y testigos de sus verdaderas dimensiones-, son los críticos más agudos de nuestra entrega informativa.

En consecuencia, estamos hablando de por qué no dar un tratamiento interpretativo a la información, de manera que esta no solo sea portadora del quién, qué, cuándo y dónde ocurrieron los sucesos, sino también, que proporcione una estimación de ellos a partir de las múltiples voces y miradas que se propicien desde las fuentes y donde el periodista actúe como conductor de un mensaje intencional e ideológico que se adentre en el cómo, el por qué y para qué.

Esta revisitación de los hechos tiene una mejor cobertura desde el reportaje interpretativo, o en profundidad, o investigativo; sin embargo, en nuestro país apenas se concede importancia desde la información, al no ser contadas excepciones como es el caso de la Agencia Prensa Latina.

La prensa impresa, me atrevería a afirmar, prácticamente la desconoce en sus presupuestos teóricos y los acercamientos a esta manera de hacer se dan empíricamente más de lo deseado… o no se dan. En el caso de la radio y la televisión, se clasifica en otros géneros y se aduce falta de tiempo para acometerla, olvidando que cada soporte mediático tiene sus especificidades y, respetándolas, todo es factible de ser adaptado.

¿Qué puede estar sucediendo hacia el interior de los medios, de los periodistas y los decisores?

-Que la interpretación es el derrotero más joven del periodismo, y antecedido por los estilos informativos y opináticos, éstos cuentan con un arraigo muy sólido.

-A pesar de contar con más de medio siglo de nacido, el estilo interpretativo continúa siendo el gran desconocido en Cuba. Tan es así, que lo que se hace hoy bajo ese espíritu, recibe tantas denominaciones como creativos sean los colectivos donde se producen.

-La balanza tiende a inclinarse hacia la idea de concebir la información solo desde la obsoleta posición de objetividad e imparcialidad, ya suficientemente desmontada por los teóricos, pero que en la práctica continúa prevaleciendo en los modos simbólicos de pensar.

-Y lo peor: la desestimación desde las prácticas profesionales a quienes, conocedores de las actualizaciones teóricas a partir de estudios académicos, tratan de introducirlo como necesaria rutina productiva.

En este aspecto, aclaro que en lo particular no temo a las subjetividades porque ella está presente en todo acto creativo y que a lo más que se puede aspirar es a la honestidad y ética profesional, y voto por dar a los públicos la realidad en toda su dimensión, en sus diversas aristas, con las muchas miradas de los actores de un fenómeno y, solo entonces, poner al lector en disposición de llegar a sus personales conclusiones y reflexiones.

Castejón señala que, en su esencia, la labor interpretativa se basa en los principios generales de la noticia como concepto periodístico básico. Incluso, el trabajo resultante es, estrictamente hablando, información, aún cuando sea más amplia, más densa y con un nivel mayor de participación del intelecto del reportero. Y termina abogando por considerar la interpretación como objetivo de los medios de comunicación y relacionarla estrechamente con la información.

¿Qué grande es el mundo y cómo lo interpretamos desde nuestras propias percepciones y experiencias, ideologías y compromisos? ¿Qué es ese público al que muchas veces queremos obligar a leer notas que nada le dice y las más de las veces parecen extraídas de informes administrativos?

Es áspero decirlo, pero los periodistas en no pocas ocasiones olvidamos que somos contadores de historias. En consecuencia, el rumbo lo torcemos a contar declaraciones que es la forma más fácil de desentenderse del compromiso de explicar el acontecer de la realidad a los públicos necesitados de esa mediación para la cual nos valida como profesionales. Pero contarles las historias desde sus particularidades, contextos, antecedentes y proyecciones, es decir, desde miradas holísticas, es posición poco asumida.

En ese amplio universo que está ante nosotros, nos corresponde informar sobre los aconteceres desde las perspectivas de considerar al público como una masa heterogénea e inteligente que evaluará el producto final desde la criticidad, pues desafortunadamente, a veces se piensa en el receptor como una masa homogénea que no juzga, al que impunemente le ofrecemos mensajes mal cosidos como si estuviera obligado a consumirlos.
 
Eduardo Ulibarri deja claro que ante cualquier hecho nos preguntemos:

-¿Es actual o, al menos, trata aspectos que tienen vigencia?

-¿Es interesante? ¿En qué sentido?

-¿Es relevante o importante?

-¿Posee detalles irónicos o curiosos?

-¿Es novedosa, o tiene posibilidades de serlo?

-¿Es útil? ¿Para quién?

-¿Es original en las posibles orientaciones que pueden dársele?

-¿Es de interés físico o psicológico para el público?

-¿Es llamativa, debido al potencial de denuncia que contiene?

-¿Es sólida en sus elementos?

Y ante estas inquietantes, ¿cómo, entonces, la prolijidad que hoy encontramos de espacios informativos con noticias sin otro valor que el relato directo y hermético de los acontecimientos?  

Si hacemos un examen de conciencia y profesionalidad, tendremos que confesarnos que en no pocas ocasiones nos despreocupamos de cuestiones consustanciales al ejercicio de informar a los públicos como pueden ser el ámbito, los propósitos, el proceso de razonamiento, la utilización de las fuentes y el tener sentido de la actualidad u oportunidad que debe acompañar todo acto creativo.

En ese entramado, cabe cuestionarse que si bien los hechos ocurren en un tiempo y espacio determinados, también es oportuno inscribir los aconteceres que alrededor de ellos se producen y merecen ser divulgados para dar una mayor comprensión y complejidad y eleve el acontecimiento de un nivel factual y temporal, a una dimensión de mayor alcance, el del conocimiento que de la posibilidad al receptor de recodificar el mensaje a partir de la información que estamos aportando.  

Explicar, interpretar, relacionar y valorar los fenómenos se vuelve un imperativo en tiempos en que el fárrago de informaciones es un bumerang que lejos de proporcionar conocimientos, deja a los receptores sin asideros de a qué brasa sumarse.

Esa mirada coordinadora y amplia, le corresponde a la prensa: encauzar, orientar, desde la información profunda que propicien protagonistas, expertos, testigos, en una multiplicidad de fuentes y visiones que confluyan en el propósito de que el receptor pueda arribar por sí mismo a conclusiones.

Es importante adentrarse en los juicios que ofrezcamos. A continuación les expongo definiciones que pueden encontrarse en cualquier manual: Juicios analíticos, resultan de la percepción de un problema y con ellos se llama la atención sobre determinados asuntos e implican al lector en esa preocupación. Ellos no tienen por qué manifestarse explícitamente, sino que se dan en la propia construcción del relato.

Los sintéticos, conocidos en las redacciones como pronósticos, están basados en la experiencia y, por tanto, permiten predecir determinadas realidades. En tanto los juicios hipotéticos quedan abiertos a una o varias hipótesis que se formulan como resultado del análisis realizado.

Otros juicios que también pueden integrar la nota interpretativa son los disyuntivos cuando plantean una alternativa con sus dos opciones opuestas de o esto o lo otro. Y, por último, los juicios de valor, a partir de criterios de fuentes responsables, sólidas, no necesariamente especializadas, pero sí, desde su posición, totalmente creíbles.

Como se puede apreciar, en la nota interpretativa la fuente deja de ser una –con su consiguiente absoluta parcialización del acontecimiento, siempre arrimando las futuras conclusiones del lector a su punto de vista, lo cual hace absolutamente subjetivo el mensaje-, para convertirse en múltiple, y esa diversidad confiere una mayor credibilidad a la entrega, más cuando le otorga la emoción y el color del periodismo latinoamericano.

Y acá me permito un paréntesis: si el periodismo es un reflejo de cada sociedad en particular, ¿quién puede imponernos que escribamos desde un pensamiento  con etiqueta  de flema británica o pragmatismo norteamericano o aspereza española? Respondemos a una cultura, una identidad, una praxis, una pertenencia latinoamericana y caribeña; entonces, nuestro periodismo ha de reconocer ese latir en el que inevitablemente lo sesgará el color y la emoción. Asumirlos se vuelve también un acto liberador y una reafirmación de autenticidad. 

Estamos ante un nuevo escenario para la información: el de la interpretación, sin que con ello estemos abogando por la muerte de lo puramente informativo, honestamente “impersonal y objetivo” en la medida que se reconstruye la realidad a partir de símbolos. De manera sincera pienso que ningún estilo suplanta a otro, sino que pueden ambos crecer y convivir de forma armónica en tanto se empleen en su justa dimensión.
 
Retomando el contorno de lo interpretativo en la nota, ahora con ella es necesario poder generalizar, predecir, adelantar los fenómenos a partir de una fundamentación cuyas raíces sean pruebas identificables.
 
Esta manera de construir la realidad desde la información interpretativa, Fagoaga y Ulibarri concuerdan en que no puede desestimar tampoco los efectos de los sucesos sobre el receptor, el valor que él le confiere, la relación con el debate público que acerca del acontecimiento se esté produciendo y la vinculación con otros hechos que enriquezcan la comprensión del mismo. 

Es por ello que, una y otra vez, habrá que retomar lo que llamo Fórmula Ulibarri, de tanta recurrencia para lograr textos más acabados.

El teórico plantea sobre el abordaje de un tema:

-Del presente: ¿qué significa?, ¿surge aislado o forma parte de otros?, ¿cómo se vincula con ellos?, ¿introduce algún cambio significativo?, ¿a quiénes afecta en lo inmediato?, ¿contiene elementos polémicos?, ¿cuáles fueros los factores más cercanos que precipitaron su aparición?

-Del pasado: ¿por qué ocurrió?, ¿cuáles son sus antecedentes?, ¿con qué otros acontecimientos se relaciona?, ¿se pueden identificar causas relevantes?, ¿qué ha ocurrido con situaciones similares en otras épocas y lugares?, ¿existen analogías relevantes?, ¿puedo documentar su desarrollo?

-Del futuro: ¿qué posibilidades de desarrollo tiene?, ¿es posible proyectarlo?, ¿con qué otros factores podrán relacionarse?, ¿en qué o quiénes repercutirá?

Javier Ibarrola propone:

-La interpretación significa brindar al lector todos los antecedentes posibles del suceso.

-No dejar nada sin resolver. No dejar cabos sueltos.

-Debe complementarse con valoración avalada por antecedentes y contextos.

Gonzalo Martín Vivaldi argumenta:

-La interpretación es una valoración objetiva basada en antecedentes, análisis, consecuencias y exposición comprensiva de los acontecimientos.

Santamaría y Casals apuntan:

-Está admitido que la interpretación forma parte vital de las noticias porque es un juicio objetivo apoyado en los antecedentes, el conocimiento de la situación y el análisis de un acontecimiento.

La mayoría de los autores:

-Consideran a la interpretación como procedimiento privativo del trabajo periodístico; pero no todos la colocan como segundo nivel del estilo informativo.

José Antonio Zarzalejos, director de El Correo Español-El Pueblo Vasco, señala que cada vez se camina hacia un periodismo más interpretativo de las noticias, que los lectores ya no se conforman con la información efímera, y que cada vez se hace más patente la necesidad por parte de los periódicos de recuperar el protagonismo de géneros como la entrevista, la crónica o el reportaje, además de incorporar profesionales de calidad que permitan a la prensa cumplir con sus funciones adecuadamente.

Y Sebastián Bernall Chillón acota: “El abandono efectivo de su primigenia función informativa en manos de los mass-media audiovisuales y de los futuros medios basados en el desarrollo de la telemática conducirá irremediablemente a la prensa hacia la adopción de funciones de profundización, contextualización y argumentación de las noticias “duras” servidas a través de aquellos canales”.

Esto conlleva a replantearnos las maneras de hacer desde el punto de vista de un razonamiento apreciativo que indague en los hechos, antecedentes, contextos y proyecciones, de manera que se sume a la información cuantitativa lo cualitativamente y aportador del mensaje. Es decir, en no pocas ocasiones cuando ofrecemos a los destinatarios hechos sin pasado, sin circunstancias que los acompañen y sin atisbos de futuro, le estamos dando paso a la posibilidad de incertidumbres en su credibilidad.

Especialmente importante en la nota interpretativa es el empleo de las múltiples fuentes, con el propósito de que expresen juicios que profundicen en el hecho noticioso, ofrezcan varias miradas al receptor y se adentren en la percepción del problema.

En resumen, en la nota interpretativa hay una implicación del hecho con su historia, alcance, causas, impacto, contracorrientes y futuro, de manera que sean respondidas las preguntas vinculadas al significado de los acontecimientos, cómo entenderlo en su integralidad, qué representa, por qué ocurrió y para qué sirve conocer su significación, cómo nos involucrará, su repercusión en la vida cotidiana, y posibles consecuencias.

En nuestros medio un criterio muy difundido es que la nota interpretativa es, en suma, un reportaje informativo, razonamiento que no comparto en tanto: 

-La nota interpretativa continúa manteniendo el estilo redaccional informativo: directo, conciso, preciso, sin adjetivación, sin intromisiones del “yo” del periodista.

-La objetividad como aspiración suprema la preside. La remisión a fuentes para lograrla es una constante, es imprescindible.

-Su estructura continúa siendo la de las notas: es decir, mantiene el lead y el cuerpo, aunque ya no en la clásica pirámide invertida, sino en las diferentes variantes que posibilitan tanto los leads y cuerpos clásicos, como los leads y cuerpos no convencionales.

-No hay entrada, cuerpo o conclusión al estilo de los reportajes, más creativos, más flexibles. La nota interpretativa presenta desde el lead el tema a abordar en su problemática.

-El lector siente todo el tiempo un estilo en el que se le “informa”, no que se le “cuenta una historia”.

En este punto, válido es que abordemos en el estilo informativo e interpretativo sus semejanzas y diferencias; es decir:

-En ambos estilos los modos expresivos de los periodistas ofrecen una visión lo más cercana a la realidad.

-Sin embargo, en la nota interpretativa se plasma la noticia en toda su pluralidad, asociada a otros hechos del pasado, el presente y se atisban consecuencias probables.

-El estilo informativo se distingue por la descripción del hecho; en tanto, el interpretativo propone aristas heterogéneas para entender y alcanzar el conocimiento integral de la noticia.

-Mientras los textos informativos narran un acontecimiento de forma “objetiva” e “imparcial” y se asientan en contenidos factuales, los interpretativos proponen valoraciones y análisis que el receptor toma o excluye, es decir, hay en ellos una voluntad de trascender.

En contraposición a lo que se discurre en muchas redacciones, particularmente pienso que la nota interpretativa no es una noticia ampliada ni “hinchada” y sin efectividad, sino sustanciada de elementos que la contextualicen, que den sus antecedentes e, incluso, se arriesgue en proyecciones, que es lo más semejante a la información integral preconizada por el periodista y profesor cubano José Antonio Benítez.

En este nuevo entablado que se nos propone, volvamos la vista ante ese cada vez más agotador bombardeo de espacios noticiosos en los que prevalece o bien la nota escueta, desprovista de contexto, notas que parecen salir de la nada y nada decir, ni aportar, ni informar ni orientar; o la opinión que más que persuasiva es impositiva, y con ello se convierte en puente roto en el camino hacia el entendimiento. Opinión que se rechaza por su verborrea expositiva y apocalíptica, sin que medie balanza alguna ni ofrezca oportunidad al público para disentir.

En ambos casos, cuando desvestimos las circunstancias de explicación y equilibrio, estamos construyendo mensajes incompletos y privamos al receptor de mensajes construidos con sentidos venidos desde distintas voces para que él, con su inteligencia y cosmovisión del mundo y desde su heterogeneidad, pueda llegar a conclusiones lógicas y no impositivas.

Sostengo, por tanto, que en los medios impresos, en especial los diarios y semanarios, el paso de la nota informativa tradicional -que solo da cuenta del hecho factual y descontextalizado, sin asimientos a la realidad más amplia en la que se inserta-, a la nota interpretativa -en su complejidad y multiplicidad de voces para entender los fenómenos-, resulta estratégico para el inevitable reacomodo informativo y de conocimientos. Y digo más: es impostergable para la supervivencia de estos soportes enfrentados a una competencia indiscutible con la radio, la televisión, la hipermedia, en un mundo globalizado donde predomina el tiempo real.

Para cerrar esta ponencia, una afirmación de Juan Cantavella: “La abundancia de noticias, afirma el español, es tan sobrecogedora que el lector buscará en los medios impresos una valoración y una complementariedad de lo que se le ofrece. No basta con situarle frente a la complejidad de un problema los primeros días en que estalla un determinado conflicto, sino que es necesario volver una y otra vez cuando se trata de una situación que se prolonga en el tiempo, con el fin de aportar elementos de utilidad para los lectores que se incorporan o para los olvidadizos, que son los más.”

Bibliografía

Abril Vargas, Natividad. Periodismo de opinión. Claves de la retórica periodística. Editorial Síntesis. Madrid. s/f.

Araujo, Blanco. Manipulación informativa: crisis del periodismo contemporáneo. Trabajo referativo. Universidad Bolivariana de Venezuela. Caracas, 2008.

Benito, Ángel. Teoría general de la información. Guadarrama. Madrid. 1973.

Cantavella, Juan. Manual de la entrevista periodística. En PDF.

Fontcuberta, Mar. Estructura de la noticia periodística. ATE. Barcelona, 1980.

Martínez Albertos, José Luis. Redacción Periodística. ATE. Barcelona. 1974.

Río Reynaga, Julio del. Periodismo interpretativo. El reportaje. PDF.

Sánchez-Bravo, Antonio. Tratado de estructura de la información. Latina Universitaria. Madrid. 1981.

Tuchman, Gaye. La producción de la noticia. Pili y Gaya. Barcelona. 1983.
 
Ulibarri, Eduardo. Idea y vida del reportaje. PDF.

 

UNA APROXIMACIÓN A LA ENTREVISTA DE SERVICIO A LA POBLACIÓN

UNA APROXIMACIÓN A LA ENTREVISTA DE SERVICIO A LA POBLACIÓN

Dra. MIRIAM RODRÍGUEZ BETANCOURT,

Profesora Titular de la Facultad de Comunicación

de la Universidad de La Habana.

La entrevista, como término, y en su acepción más conocida,  puede ser definida en lo esencial por cualquier persona: una conversación entre dos.  Pero no es tan sencillo, porque una somera inmersión en este ámbito, desde el intercambio que caracteriza a la del  Periodismo hasta la  que se practica en la Comunicación Institucional, nos revela su importancia, su complejidad y las razones de su extensa y variada  utilización en diversas actividades y disciplinas

Examinemos,  brevemente, algunas de las definiciones clásicas:

Puesta en relación de dos personas; conversación con el propósito de obtener información  válida y apropiada; momento en el cual se produce el encuentro de dos individuos dentro del contexto de la intersubjetividad  de persona a persona; campo en el cual los fenómenos que acontecen adquieren su significado en virtud de las relaciones que guardan entre sí.

Todas apuntan a una característica esencial: que se trata de una forma de comunicación interpersonal.  También a que es una situación de conversación con diversos grados de estructura.

Partiendo de la entrevista periodística se observa que ella ha experimentado una serie de cambios creativos.  Se ha ido  modificando paulatinamente pasando a ser, de una simple información de lo escuchado, a una pesquisación de la manera de pensar, a una indagación que va a descubrir el interior de la gente, sus opiniones, sus convicciones.  Y por ello se convierte en un importante método de investigación.

Como obtención de  información, que es por antonomasia su función principal, sigue siendo un método válido, realmente irrenunciable, pero también como testimonio, como expresión cultural que tiene incidencia en la comunidad.

Esa transformación  es el resultado de las apropiaciones de este género, de cómo se ha interrelacionado con otros tipos de entrevista, la sicológica, la dedicada a obtener empleo, la judicial, la policíaca...

Sin embargo,  en el sector profesional y en la propia reflexión teórica  son insuficientes todavía tanto el conocimiento como el tratamiento sistemático y científico de las técnicas y principios de la entrevista desde el punto de vista  técnico-profesional y psicológico.  No son pocos los que creen que se trata sólo de una técnica que puede ser mejorada y perfeccionada mediante la práctica continua.   Pero, entre otros muchos, Ana María Robles apunta:

"La entrevista es un hecho complejo, una situación de interacción donde están presentes aspectos de la psicología individual, de la comunicación interpersonal y aspectos de tipo técnico" (1).

Por su parte, Daphne M. Keats recuerda el vasto  entramado de procesos cognoscitivos que esta forma de comunicación personal pone en juego, por ejemplo, observación, memoria, inferencia lógica, adquisición de conceptos, categorización y reciprocidad  (2) 

Variada es la tipología de las entrevistas, y según  cada clase difieren también en cuanto a especificidad y formalidad,  entre ellas las que se emplean para la contratación de personal (llamadas de selección);   las de evaluación del personal,  las de investigación y las que pertenecen  al amplio campo de  los medios de comunicación masiva.  A su vez,  se registran subdivisiones en cada una de ellas, como en las de selección, que se bifurcan en paneles de selección y en grupo, y las periodísticas, que pueden ser informativas, de opinión, de personalidad o biográficas, individuales, de grupo.  Como señala Alejandro Acevedo,  "dado el carácter dinámico y desarrollante de las entrevistas, cualquier intento de clasificación (...) resulta demasiado restringido" (3)

A la entrevista hay que acudir en cualquier entidad. "De una u otra manera, en las organizaciones hay momentos en los que es imprescindible impartir información, y momentos en los que es indispensable recoger información.  De la precisión con que estos diferentes momentos se lleven a cabo, depende en gran medida el desarrollo y el crecimiento de las empresas y/o instituciones". (4)

Una de las entrevistas más singulares  es la que denominamos "Entrevista de servicio a la población" (E.S.P.) y que, con distintas variantes según la actividad concreta,  se realiza cotidianamente en las instituciones, de modo muy especial en aquellas que brindan servicios, o en las entidades dedicadas a atender quejas y problemas en cualquier esfera de la realidad social como son, por ejemplo, las oficinas o departamentos de Atención a la Población del Poder Popular.

Resulta curioso que a este tipo de entrevista, que se practica tan frecuentemente,  no se hayan dedicado estudios particulares, tal vez porque rompe patrones en cuanto a una de las regularidades del género al invertirse la gestión de solicitud.  Con excepción de la entrevista clínica, "el tipo más flexible de entrevista, puesto que permite muchas variaciones en estilo y acercamiento" (5) no se asemeja a ninguna otra.

Su singularidad radica en la diferencia de roles que los interlocutores asumen en ella,  los objetivos de cada uno y las  exigencias que deben cumplirse para su realización,  lo que la distinguen de casi todos los demás tipos de entrevista

Se le puede definir, básicamente, como el intercambio de información que se produce entre dos interlocutores, con lo cual se parecería mucho a la periodística si nos detenemos en que también se cumple en esta el traspaso de información.  Pero tampoco es tan sencillo, pues de entrada cambian los roles: uno  de los dos dialogantes no es el que brinda información al otro, más o menos espontáneamente, sino que, por el contrario, es quien solicita el diálogo, ya que requiere plantear un problema, el que puede consistir en una queja, una crítica o una inquietud casi siempre relacionadas con sus intereses individuales. Es a este a quien se denomina, por lo menos en la experiencia cubana, "el reclamante" y, en otros casos, el cliente.

Es importante destacar que aunque esta entrevista sea pedida por el usuario, cliente o reclamante, no es él quien conducirá el diálogo, ni observará técnicas ni recursos especiales durante la conversación.

A su vez, el  que  accede a la solicitud,  un funcionario designado generalmente para cumplir  esta actividad,  no es el que interroga como método básico de obtener información- aunque formulará preguntas también con ese fin en el desarrollo de la conversación--pues su tarea fundamental es  responder y orientar a su interlocutor con el objetivo final de solucionar el asunto en cuestión.

La solución a la que nos referimos no significa, por cierto, que el reclamante obtenga siempre del  funcionario respuesta conducente a resolver su problema, pero una E.S.P. puede considerarse exitosa si  el reclamante queda complacido con  la atención, las explicaciones y las orientaciones recibidas. 

Debido a estas características, la E.S.P. requiere de condiciones especiales para su desarrollo, tanto desde el punto de vista técnico -habilidades, capacidad comunicativa, observancia de principios sicológicos- como de aquellas, a  veces subestimadas, que se relacionan con el entorno, locales, presencia personal, etc.

En resumen,  podemos conceptualizar  a la entrevista de servicio a la población   como una modalidad especial de entrevista problémica, solicitada a una entidad  para exigir soluciones a un problema determinado.

Entre los procedimientos  rectores de este tipo de entrevista, destacaremos algunos en particular,  aunque ellos no agotan el repertorio de procedimientos, recursos y habilidades a los que se puede acudir  para intentar garantizar su   éxito.

Refiriéndonos a las técnicas, habría que referirse en lugar preferente al par preguntar-escuchar,  binomio inseparable. Hablar y escuchar  constituyen el corazón del repertorio de habilidades del entrevistador (6).  Sin saber preguntar bien, sin saber escuchar bien, no es posible que la entrevista -ninguna, por cierto-cumpla su cometido.  Y mucho menos en esta a la que nos referimos.

En muchas entrevistas, uno tiene la oportunidad de prepararse, de conocer el tema y sus antecedentes. En la E.S.P. generalmente no es así;  los conocemos cuando tenemos al reclamante frente a frente. Esto quiere decir que el funcionario está obligado a un conocimiento vasto de los problemas de la entidad o entidades que representa, de modo que sea capaz de sintonizar rápidamente con el asunto que se le plantea y formular, consecuentemente, las preguntas necesarias.

Una regla de oro en las entrevistas de servicio a la población es evitar hacer preguntas capciosas,  o que pongan en tela de juicio las opiniones, informaciones o quejas de los reclamantes.  Hay que preguntar de modo directo, específico y breve, pues ello da al interlocutor la sensación de que su planteamiento interesa.  Tampoco se deben hacer varias preguntas a la vez o una sola donde se aborden  varios puntos al mismo tiempo; el otro puede optar por responder solamente a una de las cuestiones, perdiéndose información.

También en la E.S.P. hay que evitar formular preguntas que puedan responderse con sí o no, salvo que ese sea un propósito o una necesidad del funcionario, porque en ocasiones se consideran  agresivas o irónicas.  Las respuestas tajantes derivadas usualmente  rompen la posibilidad de continuar determinada  estrategia. Así, en vez de decirle al reclamante o cliente ¿Usted  no sabía  que esa ley existía?, es  preferible preguntar ¿Por qué no denunció antes este problema?, lo que lleva  a que la persona reflexione, busque causas, razones.

No se considera adecuado tampoco la pregunta hipotética, digamos: ¿Qué cree usted que pudiera pasar si plantea su caso en Fiscalía?  El funcionario o representante está para orientar, no para plantear dudas.

Según avance la entrevista, es correcto apoyarse en las respuestas para ir logrando encauzar la conversación,  confirmando, de paso, las informaciones al tiempo de involucrar al interlocutor en el problema.

Igualmente es recomendable concentrar toda la atención en la persona a quien atendemos, hay que evitar por todos los medios cualquier tipo de distracción o interrupción.  La escucha tiene que ser activa, nunca abandonar demasiado el contacto visual con el interlocutor cuando estemos anotando asuntos que llamen la atención o que sean necesarios para gestiones posteriores.  Es mucho más difícil escuchar como se debe, que hablar, porque escuchar requiere una cierta dosis de sacrificio.

El punto de vista del entrevistado -un entrevistado muy peculiar que ha pedido serlo-tiene que ser escuchado, respetado.  No se puede partir de la premisa, tan recurrente, de que hay puntos de vista incorrectos, sino de que son diferentes   Y si una respuesta no parece clara, es preferible pedir que nos la expliquen pues ello contribuye a elevar la responsabilidad del otro en la información que se le está solicitando.

Al  tradicional entendimiento de  que "la mejora en la calidad del servicio de atención al ciudadano se debe fundamentar (...) en tres aspectos prioritarios: la organización del trabajo, las herramientas de gestión y las instalaciones"(7 ) bien pudiera añadirse esta modalidad de entrevista  porque, desarrollada con acierto, contribuye sin duda a mejorar, consolidar y ratificar la imagen de la entidad.

Notas:

1-Robles, Ana Virginia, La entrevista como una forma de comunicación interpersonal y su utilización en el periodismo. Cuadernos de Periodismo No. 5. agosto, l980, Caracas, pág. 20.

2-Keats, Daphne M ,  La entrevista  perfecta, Editorial Pax, México, l992, pág.13

3-Acevedo L, Alejandro, El proceso de la entrevista, conceptos y modelos, Editorial  Limusa, México, 2OOO, p. 25

4-Acevedo, L. A. ibidem

5-Keats, D  op.cit. p.28

6-ibidem , pp. 66-67

7-García de Sola, Pablo  "La atención al ciudadano" en periódico El País, Madrid,  febrero 8, 1998, p.29

   

LA CRÓNICA DE VIAJE. INDAGACIÓN Y DESLINDE

LA CRÓNICA DE VIAJE. INDAGACIÓN Y DESLINDE

Lic. LUIS SEXTO,

Profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

Habrá que regresar al pasado, al más remoto pasado, para deducir que las crónicas de viaje pudieron tener su origen en el andar consciente del hombre que no huye ni camina al azar. Nuestra especie ha experimentado desde sus estadios más humanizados las urgencias de vivir y contar lo vivido. De ahí, podríamos suponer, dimana la vocación literaria y periodística de los seres humanos. Vivir para contar lo vivido. Y esa frase nos hace recordar el último libro de un narrador ejemplar, García Márquez. Por lo cual uno ha de aceptar que de ese afán de fijar la experiencia y de compartirla, parten los orígenes de la civilización, la plenitud del Hombre que, impuesto de sus necesidades colectivas, las comunica en un servicio implícitamente solidario.

Los más célebres viajeros de la Historia tributan, por lo común, a los bancos de conocimientos sobre la antigüedad o siglos posteriores; sirvieron en su momento, incluso, para ahuyentar las dudas, los miedos, para tentar las ambiciones que globalizaron el mundo. Pocos, si algunos son tan temerarios, negarán la influencia de los textos de Pausanias, finales del siglo II después de Cristo; de Marco Polo (1254-1324); del italiano Antonio de Pigafetta 1491-1534), con su Relación del primer viaje alrededor del mundo; del ruso Nicolai Mijáilovich Karamzin(1766-1826); de los cronistas de Indias, que componen fuentes de primera mano más o menos fiables de la conquista y la colonización del llamado Nuevo Mundo al que trasplantaron el Viejo: entre ellos Bernal Díaz del Castillo, autor fundamental, a quien en un libro titulado Periodismo y literatura: el arte de las alianzas, le adjudico el crédito de ser un antecedente del periodismo literario, como también he sabido más tarde que lo hizo el ensayista venezolano Mariano Picón Salas. Más próximo a la actualidad podemos enumerar al francés Pierre Loti,  fallecido en 1923, autor de varios libros de "andar y ver", según la terminología usada por Ortega y Gasset,  que leídos hoy nos dan antecedentes y detalles cotidianos que facilitan enjuiciar diferendos y conflictos étnicos, geográficos y políticos.

El primer problema que se nos presenta en este estudio, es de precisar el concepto de crónica. Hoy es excesivamente polisémico. Incluso se ha convertido en un comodín para clasificar todo texto cuyo género se desconoce o se resiste a ser precisado. Pero afortunadamente la teoría periodística intenta dilucidar los principios esenciales de la crónica. El primer aspecto se concentra en su etimología que proviene del griego cronos: tiempo. De modo que cronista viene siendo aquel que lleva el tiempo. ¿Eran cronistas desde ese punto de vista los españoles de los siglos XV y XVII que recorrieron América y contaron cuanto vieron y oyeron?  Quizás algunos sumamente prolijos y minuciosos, como exigían las cartas de relación. Cronistas, como redactores de anales -leí a veces coronistas- eran tal vez aquellos escribanos que anotaban las incidencias de la corte. El Diario de Navegación de Colón puede incluirse en esa intención de "llevar el tiempo" y sus incidencias en la travesía. Pero lo distingue una detalle que lo convierte en algo más: en un documento literario, en una crónica de viaje: el papel central que cobran las impresiones y juicios del marino que lo ha apostado todo a regresar a bordo del ridículo o en la nave almiranta de la gloria.

Hemos de convenir en que crónica, hoy, es el enunciado periodístico literario donde predomina la subjetividad. Es un género híbrido; se mezcla con el reportaje, la remembranza, el lirismo de la poesía. Pero impresiones y emociones integran la sustancia de la crónica: sigue perdurando la exaltación romántica del yo. Puede el autor incluso escribir en tercera persona, pero siempre estará presente la primera del autor como eco doliente o jubiloso del texto, voz que conduce el relato y lo teje con el vellón de las impresiones y la emotividad. De la crónica ha de salir un cuadro eminentemente personal, mediante el protagonismo de los sentimientos. Habitualmente la realidad no aparecerá solo como es, sino, además, cómo se refleja en la sensibilidad del cronista.

El libro de Marco Polo, que fue leído y subrayado por Colón y por tantos aventureros más,  no compone  una crónica de viaje. Marco Polo es un adelantado de la naciente burguesía; está imbuido del espíritu de la época: expandir el mercado. Vive en una ciudad marítima,  uno de cuyos lemas es: vivir no es necesario; viajar es necesario. Su intención fue describir las riquezas del gran Khan e informar sobre rutas y caminos para habilitar el comercio. Podría ser el precursor de la actual inteligencia empresarial. O anticipador de los turoperadores. No es, pues, estrictamente, un cronista de viaje. Y si nos puede parecer así, es por los elementos de fantasía que añadió Rustichello, el escribano oriundo de Pisa, a quien el viajero veneciano le contó en la cárcel los pormenores de su recorrido por el Oriente.  Y esto último lo ha señalado la doctora Claudia E. Méndez, de la Universidad de Pennsylvania, cuyo texto: Alfonsina Storni: escritora y periodista. Análisis de dos crónicas de viaje publicadas en La Nación, he consultado para esta conferencia.

Es decir, en los relatos de Pausanias, Marco Polo y otros viajadores que veían, preguntaban, como más modernamente hizo Humboltd, la intención superaba un prurito de expresión personal; más bien sus textos propiciaban recoger información y conocimientos. Dictaba en ellos un afán de historiadores, demógrafos, geógrafos, comerciantes, políticos, memorialistas. Y así sus documentos son libros o documentos de viajes; no crónicas de viajes. Detengámonos en Pausanias: su relato titulado Descripción de Grecia sirve hoy por su exactitud como guía de turistas y arqueólogos. O veamos el libro de un autor alemán del siglo XVIII, que Ortega y Gasset  estudia en Viajes y países, aunque reproduzco un fragmento de las memorias de Juan Everardo Zetzner  sólo para ilustrar las diferencias estilísticas con respecto de las crónicas de viaje, pues, en cuanto al contenido,  su juicio más bien parece un prejuicio:

Las mujeres  de España no se pintan sólo el semblante, sino también los hombros... Jamás un español exigirá el menor trabajo de su esposa, porque todas, ricas y pobres, le responderían: "no hemos venido al mundo para trabajar, sino para agradar a los hombres y hacerles placer". Por lo demás suelen ser las españolas de muy buen talle, aun cuando sus teces sean de ordinarios cetrinas y su temperamento muy ardiente. Un extranjero que se preocupe algo de su salud hará bien manteniéndose  en guardia, así frente a las pasiones del bello sexo como frente a los vinos de este país.

En la contemporaneidad,  el poeta norteamericano Langston Hughes narra sus viajes como marinero de un mercante; también sus vivencias como corresponsal en España durante la guerra civil, pero su intención en Inmenso mar, publicado en 1940, persigue más lo autobiográfico que la impresión de la crónica de viajes. Esa es la separación axiológica de unos y otros textos: los divide la intención y, por supuesto, el resultado que se deriva del propósito de autor. Ahora bien, en el ya mencionado Pierre Loti, uno de los cultores de la "poética de viajes" (introduzco el término "poética" para diferenciarla de la literatura de viajes, que puede no ser artística, porque sea "aplicada", de acuerdo con la nomenclatura de Alfonso Reyes en Apolo o De la Literatura). Loti matiza sus libros con ciertos colores impresionistas, a pesar de su intención de anotar objetivamente cuando ve y oye.

Este es uno de los párrafos en  su libro Galilea:

Es una impresión singular lo que se experimenta penetrando aquí, bajo el pesado sol de la tarde, convertido insensiblemente en más caluroso que sobre las vaporosas alturas de Hattin, en sus calles, en sus suburbios, al borde mismo de las aguas centelleantes.

Hoy precisamente es el día del gran sábado, el día de la Pascua, y esto le da un aire de melancolía dominguera, de fiesta triste, en medio de sus barrios muertos.

Desde el prefacio, Loti muestra la  tensión emocional de su relato:

Yo he recorrido la triste Galilea durante la primavera y la he hallado muda bajo un inmenso manto de flores. Los aguaceros de abril caían aún sobre ella, y aquello no era más que un desierto de hierbas, un mundo de ligeras gramíneas que adquirían nueva vida arrulladas por el cántico de innumerables pájaros. Los grandes recuerdos, los despojos, las osamentas, parecían dormitar allí más profundamente bajo el silencio de renovación de las plantas, y en mi relato he querido removerlas apenas. En las proximidades de Nazareth y del mar de Tiberíades, la inefable visión de Cristo mostróseme dos o tres veces, errante, casi inasequible, sobre el tapiz infinito de los linos rosados y de las pálidas margaritas de oro, y la he dejado huir entre la balumba de mis palabras demasiado groseras...

El concepto de crónica  generalmente vigente en América Latina, Cuba incluida,  proviene de los escritores modernistas de finales del siglo XIX y el primer cuarto del XX. Los modernistas -Rubén Darío, Gutiérrez Nájera, Amado Nervo, Enrique Gómez Carrillo- tomaron de los franceses el enunciado leve, lírico, espolvoreado por las artificios de la estética, que reconocemos como crónica. Muchos de ellos escribieron crónicas de corresponsal, también de viajes, y todos las matizaron con el predominio de las impresiones personales. Incluso José Martí, ligado por  la conciencia renovadora de la lengua a los modernistas, pero distanciado de ellos  en espíritu y acción, dotó a sus crónicas de calidez artística, sobre todo a las que podríamos llamar de viajes,  a pesar de las síntesis políticas y éticas que distinguen sus textos. ¿Cómo calificar su Diario de Cabo Haitiano a Dos Ríos si no de una extensas crónica de viaje desde su salida de La Española hasta el sitio de su muerte?

La mañana en el campamento. -Mataron ayer una res y al salir el sol ya están los grupos de calderos. Domitila, ágil y buena, con su pañuelo egipcio, salta al monte y trae un acopio de tomates, culantro y orégano. Uno me da un chopo de malanga. Otro, en taza caliente, guarapos y hojas. -Muelen un mazo de cañas. Al fondo de la casa, la vertiente con sus sitieríos cargados de cocos y plátanos, de algodón y tabaco silvestre. Al fondo, por el río, el cuajo de potreros; y por los claros, naranjos, alrededor los montes, redondos, apacibles: y el infinito azul arriba con esas nubes blancas, y surcan perdidas, detrás la noche. -Libertad en lo azul.-

Coincidentemente,  Alfonsina Storni escribe una crónica de viaje en La Nación, y notamos una resonancia del estilo cortante, rápido, pictórico, a base de oraciones breves, nominales, incluso unimenbres, que Martí emplea en el Diario citado. La poetisa argentina, en 1930, describe su entrada en Río de Janeiro:

Azul ceñidor de mar. Pardo de montañas. Blanco de espumas. Verde de enredaderas. Laderas sembradas de viviendas. Rosa. Edificios grises. Rejas negras. Trajes amarillos. Palabras musicales. Vehículos afiebrados. Cuerpos bellos semidesnudos. Negros estupendos. Mujeres embriagadoras. Playas de oro anchas, largas, infinitas. Arrollados de olas esmeraldas destorciéndose en las orillas. Sol. Sol. Más sol. Arcos de dientes salpicando de nieve el torbellino azul, el torbellino verde, el torbellino dorado.

Hamaca el cuerpo, hamaca los sueños, hamaca las ideas.

No está fija, no. Se balancea con su mar, sus montañas, sus casas, sus árboles y sus hombres.

Continúa:

Junto al portal, en la vereda, un joven irreprochablemente vestido de blanco. La piel aceitunada. Los ojos negros. La boca muelle. Bello. Quieto. Miraba y no veía. La curva fina de su figura espejaba la voluptuosidad de la sombreada calle que se extendía ante él, e iba a morir al mar. Una palabra rezumaba todo su ser:

-Amo.

Durante los años que discurren entre l960 y l970 y algunos más adelante, Carlos E. Mesa, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua, publicaba crónicas de viajes en la revista mexicana Ábside, dirigida por el polígrafo Alfonso Junco, de quien también leí un largo texto acerca de unos meses pasados en Madrid. Carlos E. Mesa, artífice de un estilo castizo -¿ha de extrañar si proviene de un colombiano?-, pintaba en sus crónicas nuevos y antiguos viajes por España, en una prosa fina, trabajada sabiamente hasta rondar con los linderos del amaneramiento, sin conspirar contra la naturalidad. Sensible, culto, Mesa nos hacía ver el detalle con una lucidez que, sin deslumbrar, encantaba.

A las tres de esta esplendorosa tarde de mayo ha entrado en Becerril de Campos el peregrino de Colombia. Uno, adrede, sobre caso pensado, se llama peregrino. Porque la tierra que pisa es sagrada y aquí debe llegarse con la unción del peregrino y no con la superficial novelería del turista.

Uno ha entrado en un pequeño, limpio restaurante. En la estantería hay botellas de licores de varias marcas antiguas; hay vinos oscuros, amarillentos, rosados. Debajo del mostrador, en ancha nevera, hay cervezas, naranjadas, limonadas. Tres tertulios añosos alternan la conversación y lo  sorbos de un vinillo fresco. Uno de ellos, alto, enjuto, canoso, con algo de figura del Greco, está contando anécdotas de Alfonso XIII. Los dos restantes oyen, mueven la cabeza, se miran. No se han dado cuenta, al parecer,  de los dos forasteros que en este momento rehúyen el resistero de la calle y añoran la perdida siesta.

Más recientemente, la mexicana Alma Guillermoprieto ha dado una versión original de la crónica de viaje. En  Al pie de un volcán te escribo (Plaza & Janes, 2000) la autora habla de sus impresiones y hallazgos informativos sobre diversas capitales de América Latina. Elige lo más vigente,  que es  a veces lo más sórdido; informa, interpreta. Pero, aunque los textos fueron escritos en inglés para publicaciones norteamericanas, incluso con los resortes ágiles y objetivistas del periodismo de los Estados Unidos,  uno nota el temblor de lo más humano de la crónica: la sensibilidad angustiada del que, queriendo ser solo testigo, no puede rehuir la conciencia de la compasión o de la solidaridad. 

En una noche así es posible creer que Medellín está a punto de ahogarse en su propia sangre. Desde la década pasada, el nivel de violencia ha rebasado de tal forma lo racionalmente concebible -incluso en un país tan violento como Colombia- que las estadísticas no tienen sentido: ¿Qué significa, por ejemplo, el hecho de que el año pasado, el más violento de la historia de Medellín, fueran asesinados más de 300 policías, junto con unos tres mil jóvenes entre los 14 y los 25 años? (...) Hubo el caso del representante de la izquierda radical en el Concejo municipal -un hombre cortés y trajinador al que también entrevisté alguna vez- que fue asesinado en su despacho por un joven que traspasó sin problemas los controles de seguridad de la entrada. Hablé con un hombre que había sufrido seis atentados  y que estaba esperando el séptimo refundido en un chaleco antibalas, no muy seguro de sobrevivir.

En Cuba, según mi breve registro, no se han clasificado muchos cronistas de viajes. En el siglo XIX, Cirilo Villaverde compuso Excursión a Vuelta Abajo. En la década de 1920, también un poco antes, Víctor Muñoz publicaba una columna titulada Junto al Capitolio y la firmaba con el seudónimo de Attaché. Escribía desde Cuba sobre gente y cosas norteamericanas como un corresponsal o un viajero en los Estados Unidos. Y el resultado me pareció tan correcto e interesante como el resto del periodismo de Muñoz. A él también le gustaron y las encuadernó en un libro llamado como su espacio: Junto al Capitolio, con prólogo de Manuel Sanguily. Muy a principios del siglo XX, el cardenense Emilio Bobadilla, Fray Candil, escribía sobre sus viajes en el estilo ácido y bullente que distinguió a su genio y a... su mal genio.  Jorge Mañach  publicó en 1926 algunas crónicas de viajes por el interior de Cuba, en su columna Glosario, de los periódicos El País y Diario de la Marina; igualmente, otro ensayista, Francisco Ichaso. Además, el narrador Enrique Serpa, la poetisa Ofelia Rodríguez Acosta y el historiador Gerardo Castellanos.

Verano en Tenerife (1958), de Dulce María Loynaz, puede conceptuarse en principio como  una crónica de viaje que le ha dado nombradía a la renombrada poetisa. Y es más: trasciende la superficialidad  de la primera capa de escritura descriptiva, trabajada durante casi seis años, para descubrir sucesivas capas de significación poética, como lo ha hecho notar Ramón de la Portilla

Cuba se destaca, en particular, por haber inspirado, entre 1493 y 1943 unos 630 libros, según la bibliografía del doctor Rodolfo Tro compilada en 1950. Varios han sido publicados en las últimas décadas de modo que hemos podido enterarnos de cuánto interés suscitó nuestra Isla en extranjeros de diversa procedencia. Sobresalen el titulado Cartas, del pastor norteamericano Abiel Abbot (1828), y Notas sobre Cuba, de  Jonh G. Wurdemann (1844), médico de la misma nacionalidad. En el mismo siglo XIX, el español Jacinto Salas y Quiroga nos dejó un volumen con notables apuntes y observaciones. Estos, y posiblemente la mayoría de los títulos, no pueden ser clasificados como crónicas de viaje; predominan los empeños científicos, historiográficos, periodísticos y autobiográficos. Me parece que Viaje a La Habana, de la francesa de origen cubano, Condesa de Merlin (1789-1852), y el libro de la sueca Frédika Bremer (1801-1865)  y La Tierra del Mambí, publicado en inglés en 1874), del irlandés James O'Kelly, destacan por sus calidades literarias, rasgos que los incluyen entre las crónicas o la poética de viajes. O'Kelly, en lo particular, es un antecedente preclaro del periodismo literario.

Lo último con valores memorables que recuerdo escrito por cubano, desde el punto de vista periodístico literario, se publico con el epígrafe de Cro-nicas: el novelista Manuel Pereira, las remitió desde Nicaragua al diario Granma, en la década de 1980.

En estos días he leído textos en sitios de Internet, bajo el título genérico de "crónicas de viajes". Y cuanto he visto ha sido la enumeración fría, deslucida de un recorrido por ciudades o países. Uno luego de la lectura queda vacío, indiferente, entre una multitud de frivolidades. Echamos de menos, al menor contacto, el trabajo de estilo, la emotividad, la impresión, la humanización, propios de la voluntad consciente de "andar y ver".

 

DESDE UN MARTÍ PRECURSOR, LA CRÓNICA: ESE HÍBRIDO

DESDE UN MARTÍ PRECURSOR, LA CRÓNICA: ESE HÍBRIDO

Lic. MERCEDES RODRÍGUEZ GARCÍA,

Profesora Titular Adjunta de la Facultad de Humanidades,

Universidad Central Marta Abreu, de Las Villas.

Quiero comenzar esta conferencia tomando como punto de referencia una sola definición -de las decenas que existen- sobre la crónica,  género al que algunos autores como Vivaldi, García Luis, Martínez Albertos, Gargurevich, por citar a algunos, le reconocen afinidades con otras naturalezas periodísticos; es decir, admiten su carácter híbrido, y la asocian especialmente con la información, el reportaje y el comentario.

Hasta dónde es y no es así, lo veremos más adelante, aunque, desde mi particular experiencia profesional tal ambivalencia constituye una característica del periodismo contemporáneo, del que no escapan la generalidad de los textos que publican nuestros medios de prensa.

Lo que sí debo dejar sentado desde el inicio es que la crónica, no importan subclasificaciones, se articula en torno a un eje narrativo y relata en la misma medida que comenta.

Veamos como la definió José Martí, a quien ciertos editores y lectores detractores le objetaban a su prosa el «fastuoso vuelo retórico» y cierta «lengua parlera», amén de la prolongada extensión de los escritos, algo que puede ser cierto pero discutible durante sus primeras incursiones en el verdadero ambiente de la prensa, cuando se muestra demasiado esteticista, cuestión muy frecuente entre los literatos de la época, que se refugiaron en el periodismo.

Para Martí «La crónica es la novela de la historia».

Novela -pienso- en cuanto a la búsqueda de novedades y a esa cierta dosis de ficción que exige la recreación de ambientes y de hechos sin apartarse de la realidad, ni de la posible verdad, pero matizado el relato por las muchas ideas y sensaciones que, desde el «yo» de quien escribe, afloran narradas, descritas y juzgadas de manera elegante y amena.

Historia en cuanto a que, en la crónica -más que en cualquier otro género periodístico-, han de latir el tiempo y sus acontecimientos. De ahí que al ser la historia referencia a todo, la crónica también lo sea al mostrar lo pasado, pero vivo y activo en lo presente; y lo presente, juzgado, valorado, por quien lo protagoniza, directa  o indirectamente, pero siempre de manera intensa.

Y ¿saben ustedes cómo trabajaba nuestro Apóstol?

Martí adquiría los principales periódicos y revista de Nueva York y de otros estados, y se entregaba a su concentrada lectura. Con sumo cuidado seleccionaba los temas de mayor trascendencia, los hechos de mayor actualidad.

Así escribió las crónicas para La Nación, de Buenos Aires. Pensemos solo en una, en aquella sobre la inundación en Johnstown, Pensylvania, ocurrida el 31 de mayo de 1889, pero reflejada por él nueve días después.

La cobertura que dio la prensa a la tragedia que costó la vida a 2 mil 200 personas y pérdidas materiales por más de 10 millones de dólares, fue copiosa. Así que a Martí no le faltaron, desde su mesa en Nueva York, detalles noticiosos que le permitieron enmarcar el texto dentro de un pensamiento filosófico trascendente, y, a diferencia de otras Escenas Norteamericanas en las que agrupaba y sintetizaba numerosas y variadas noticias bajo un denominador común, en la antes referida crónica el proceso ocurrió a la inversa, es decir, el hecho de la inundación se expandió por todo el texto, tal como correspondía a la magnitud de la catástrofe.

Veamos ahora, según cuenta a su amigo Manuel Mercado vez, cómo era su método de escritura:

«Peso cada palabra y le doy vueltas y no la dejo por acuñada hasta que creo que no lleva nada de perniciosa o indiscreta [...] Entre un mundo de papeles le pongo estas líneas. Se reiría de mí si me viera. De un lado a otro, un rimero de libros políticos, para que ni una de las afirmaciones de la Historia de la Campaña vaya sin sentimiento sólido. Del otro, Historias italianas, para refrescar recuerdos de Garibaldi, sobre quien tuve que hablar ayer. Al codo Darwines y Antropologías, porque ahora hay aquí un Congreso Antropológico. Y Cuba en el corazón, pidiéndome mis mejores pensamientos...»

Ya en este punto, pudiéramos adentrarnos en algunas valoraciones sobre la crónica, sobre todo para que aprecien como el término alcanza un grado de ensanchamiento al punto de sobrepasar los límites de su más estricto significado dentro del periodismo, hasta considerar, bajo la generalización del término, los más diversos escritos, ya sean informaciones cablegráficas de corresponsales, narraciones de sucesos políticos, sociales, noticias literarias, reseñas de espectáculos, secciones financieras, tribunales, relatos, anécdotas, etc., etc.

Sin hacer la historia de su evolución en el tiempo, lo cierto es que el término crónica llegó a calzarse con tanta fuerza en los sistemas de comunicación, que no resulta nada extraño que existan infinidad de novelas, poemas, reportajes cinematográficos titulados: Crónicas de aquello...  Crónicas sobre esto... Crónicas para lo otro..., etc.

El diccionario de la Enciclopedia Encarta define el término crónica como: Historia en que se observa el orden de los tiempos. Artículo periodístico o información radiofónica o televisiva sobre temas de actualidad.

Como ven, vuelven a reiterarse los términos historia y actualidad. Por lo tanto no podría llamarse crónica a ninguna obra que no cuente una historia actual.

Pero no basta esta sencilla definición. Para una ideal más cabal y conceptualizadora del género en nuestros tiempos, cuando el vertiginoso flujo de las telecomunicaciones vía satélite y la utilización de las llamadas Nuevas Tecnologías de la Información y de la Comunicación (NTIC) obligan a repensar todo el periodismo, resulta muy difícil esclarecer si lo que se escribe y se lee pertenece a uno u a otro género.

Se trata de una mezcolanza tremenda. Más, en tales circunstancias, la crónica puede salir ganando gracias a la ductibilidad, interés humano y estilo personal que la distinguen. No importa si el cronista trata un asunto pasado o actual; si su lenguaje es de alto vuelo poético o de rasante dimensión informativa. Lo que describa y comente, lo que traslade y cómo lo traslade al lector, será siempre su visión íntima. Al decir de Juan Gargurevich, salido «del pincel del pintor que interpreta la naturaleza, prestándole un acusado matiz subjetivo».

Yo pienso que como nunca antes la crónica afianza su carácter híbrido entre la nota informativa (que dada su actualidad pasará a la historia); el reportaje (que es una historia contada con sentido de actualidad); y el comentario, que no carece de ninguno de los atributos señalados.

Entonces, ¿qué rasgos básicos distinguen a la crónica del resto de los géneros?

Según Hugo Rius Blein, «la crónica es un relato informativo de actualidad que de preferencia se ciñe al orden cronológico del tiempo, escrito con vuelo literario en el que el autor describe con vivos colores, emplea imágenes, puede desatar con cierta libertad su imaginación y se propone transmitir impresiones y puntos de vista personales con la intención de provocar emociones y reflexiones».

Si la comparamos con la nota informativa, cuya estructura se basa estrictamente en los hechos objetivos más significativos, el primer elemento distintivo sería todo lo contrario, es decir, el carácter subjetivo de la crónica, en tanto que recoge únicamente los elementos que más impresionaron e interesaron al autor para sus propósitos, por supuesto, también informativos.

Con respecto al reportaje, donde el hecho es una constante, en la crónica el hecho constituye el punto de partida. En el reportaje el material se halla en el terreno de los hechos, e invariablemente hasta ese lugar se traslada el periodista, cuestión que en la crónica no es absolutamente necesario, -ya lo veíamos en Martí- pues el escritor partirá indefectiblemente de sus impresiones y el material yacerá en su propio pensamiento.

En el reportaje el hecho es la causa misma, en la crónica, la motivación. El reportaje implica una circunstancia de actualidad con referencia a un propósito de originalidad para ofrecer las seis caras de ese  dado que es la noticia; la crónica, un propósito artístico, una obra de creación estética con referencia a una circunstancia de actualidad donde las caras las escoge el cronista. El reportaje explica, interpreta, analiza. La crónica, fundamentalmente, propone, imagina.

Si graficáramos el asunto un tanto a lo Gargurevich, diríamos que el reportaje sería una fotografía fidedigna, y la crónica, una personalísima pintura impresionista.

¿Y con respecto al comentario? Bien, según Julio García Luis, el comentario puede apelar eventualmente y para su bien, a la imaginación del su autor, a cierto desenfado y toques coloridos, pero para triunfar en su empeño tendrá que recurrir a una gruesa y certera batería de argumentos persuasivos.

¿Y la  entrevista? ¿Podríamos prescindir de ella, ya no como género, sino como un recurso más para redactar una buena crónica?

A mi juicio la entrevista constituye un ingrediente previo -a veces imprescindible- para la elaboración de una crónica, concebida esta última a partir del protagonismo visible de personajes que se mueven en torno a la acción, a la historia de que se trata.

Ya no el editorial, que si bien trata de abarcar un problema dado con la mayor amplitud y universalidad posible, no admite alejamientos de la idea central, se escribe desde la primera personal del plural, su estructura es más estable que la del artículo, amén de su contenido político inobjetable.

Nos quedaría la comparación con el artículo de fondo o artículo general. Pues también son marcadas las diferencias respecto a la crónica, cuya estructura es flexible en extremo, y su transcurrir no tan lógico, lento, y reflexivo como en el artículo.

Concretemos, a partir del criterio de varios autores, los rasgos distintivos de la crónica:

La crónica constituye «un puente directo entre el lector y el periodista a través de historias, evocaciones, recuerdos, personajes, lugares, hechos o situaciones, trabajados con la acentuación del relato, ese fluir narrativo que desplaza imperceptiblemente las acciones frente a los ojos y la imaginación del ciudadano consciente», dice Hugo Rius.

En la crónica el periodista hace uso de las técnicas propias de la literatura, y fundamentalmente, de una prosa exquisita que es, a la larga, «lo que permitirá la adicción del lector a aquellos detalles que desfilan como una sucesión de escenas que despiertan los más disímiles sentimientos», según A. Benítez.

De ahí que la crónica plantee un mayor grado de exigencia, pues su materialización requiere varios pasos de envergadura, entre ellos, el trabajo de reportería.

La crónica es sinónimo de autosuficiencia, en el sentido que debe sostenerse por sí misma, mantener cautivo al lector y permitir su «liberación» solo al final del relato, cuando la historia ya ha sido degustada y asimilada a través de la multiplicidad de sus detalles.

Para la crónica, a diferencia de la noticia, solo es válido una de las seis interrogantes básicas: ¿Por qué?, pero no en el sentido propio de la noticia pura, sino visto en la perspectiva del cúmulo de preguntas que se plantea el cronista en su etapa previa de escritura.

Digamos que es la disyuntiva del cronista: un ¿Por qué?, de gran tamaño, un tema rigurosamente delimitado que nos acerca al tipo ideal de crónica, algo así como un primer plano o aproximación de la cámara hasta los blancos buscados u objetivos perseguidos.

La crónica es como una obra de teatro donde los personajes cobran vida y se mueven con entera libertad en medio de un eje que permitiría constituir el corazón de la historia. De ahí su carácter de intemporalidad, ya que, el placer gratificante lo otorga su lectura hoy o la que se haga dentro de diez años.

¿No es acaso esto último lo que sucede con las crónicas de José Martí?

La crónica se perpetúa a través de los años, prevalece y logra salir indemne frente a los estragos del tiempo.

No hay temas malos y temas buenos, sino buenos o malos cronistas. Aún aquellos temas considerados intrascendentes o agotados, pueden cobrar vida si existe vida dentro del cronista, si se imponen la fuerza de su narrativa y la manera peculiar de abordar el tema, el hecho, la circunstancia, el lugar.

Solo se escribe lo que se siente bien. Por eso las crónicas no se deben forzar. Si las ideas no acuden es porque el asunto no está lo suficientemente maduro o porque nos encontramos desmotivados. Si no le salen, abandone la idea y pásesela a otro colega.

Dice Martín Alonso:

«La crónica es semejante a esas copas de cristal de Bohemia, delicadísimas, de fina transparencia y leve como las plumas. Antes de lograr una perfecta, se quiebran y rompen muchas entre las manos del más hábil obrero.»

En la crónica hay una frontera que no se puede traspasar, so pena de caer en una fosa pestilente, y es el límite que separa lo sublime de lo ridículo, al decir de Rolando Pérez Betancourt.

¿Fórmulas para hacer una buena crónica?

No las tengo. Y es que posiblemente no haya un género tan subjetivo en términos absolutos como la crónica, de ahí su variedad e infructuosos intentos de clasificación. En mi caso, cuando decido escribirla ya antes la he sentido. Cuando tecleo, lo hago poseída por todos los demonios, santos y espíritus existentes en el cielo y en la tierra.

Sin  embargo aconsejo estudiar y leer mucho el género. La excesiva confianza en lo intuitivo, daña y nos atrasa. No olvidemos el sabio consejo que Nicolás Guillén dio a un a impetuoso joven,  poeta genial en ciernes:

«Joven, comprendo

Su desesperación y prisa.

Pero creo

Que para deshacer un soneto

Lo anterior es hacerlo.»

Valgan entonces estas recomendaciones, que en realidad constituyen cualidades del buen periodista:

Sea buen observador. El periodista, cada vez que se encuentra con un personaje tiene que saber meterse dentro de él, darle un poco la vuelta y mostrar lo más recóndito. Tiene que captar detalles que para otros pasan inadvertidos.

Si utiliza el diálogo, la primera condición es que sea significativo, que diga algo. No reproducir sino lo que sea psicológicamente revelador.

El contexto tiene gran interés para la narración porque sitúa a los hechos en su escenario propio para que el lector los perciba con más facilidad.

Tenga en cuenta siempre estos tres elementos: acción, tipos y ambientes, que no siempre tienen que ir o estar equilibrados en el corpus del relato, sino que predominará siempre uno de ellos, según la narración y el narrador, porque no hay nada más cierto que el «estilo es el hombre».

Una última recomendación sería permanecer informado acerca de todo lo que acontece; leer mucho y bueno; escuchar radio; ver mucho cine y televisión de calidas; viajar; compartir con nuestros semejantes.

Mucho ayudan el dominio de las técnicas narrativas y de algunos recursos propios de la dramaturgia. Y, por supuesto, el conocimiento de las herramientas del oficio, que, en cierto sentido, pueden suplir al talento.

Sin duda, lo que más falta hace para escribir una buena crónica  -inspiración aparte-, es cultura,  conocimiento, autenticidad, sinceridad, sensibilidad, y una cuestión más difícil sobre la cual escribí hace unos días. Y me autocito:  «algo que no se puede explicar, pero que debe ser lo mismo que aguza el ojo al águila, excita el olfato al tigre y activa el oído a la gacela».

Eso mismo, una especie de sexto, séptimo y octavo sentidos, para que el resultado final no resulte forzado, ni absurdo, ni improvisado, ni enclenque, ni cursi, ni sensiblero.

Raras veces se pueden escribir crónicas todos los días como podría hacerse con las notas informativas. Hay pues que pensar y repensar el tema y solo cuando estemos en estado de ebullición, sentarnos a escribir. Luego es cuando llega el verbo, la palabra exacta, el adjetivo preciso para contar y describir, para sacar de la cabeza lo que se ha empollado en el pecho.

El caso de nuestro Martí es único. El poseía dotes poco comunes para habérselas con asuntos difíciles. Sus crónicas no podían ser superficiales porque él no lo era. (Jamás escribió una crónica de sociedad.) Su preparación asombrosa en muchas ramas del saber, su poderoso impulso de divulgar el conocimiento, lo empujaban a escribir incesantemente.

Martí conocía de pintura, de teatro, de literatura, de arte, de política, de religión, de jurisprudencia, de historia, de geografía... Pero sobre todo tenía la costumbre del color, y la fuerza del dolor; el ansia de libertad, el vuelo artístico del espíritu, y creo que todo junto  guiaba su poderosa y fabulosa pluma.

¿Era Martí demasiado bueno, demasiado noble, demasiado honesto; demasiado escritor, demasiado periodista, demasiado revolucionario; demasiado hombre, demasiado amigo, demasiado hijo, demasiado padre, demasiado hermano?

¿Fue demasiado radical en la forma y ello no se avenía con el espíritu de esas publicaciones? No lo juzguemos, leámoslo y aprendamos de él.

No por gusto se enfrentó a directores, editores y redactores de algunos de los periódicos donde publicó. Cruzó con ellos espadas del más temible acero epistolar. Unas veces ganó, otras, salió deprimido.

Más de 400 crónicas salieron de su pluma. Solo las llamadas españolas revelan que el autor se movió en algunos entornos referidos; en el resto, nunca estuvo presente en los hechos que explicaba, lo que prueba su capacidad descriptiva y narrativa.

Los procedimientos literarios empleados por Martí en las crónicas norteamericanas «constituyen la clave de su permanencia en nuestros días, cuando ya los sucesos referidos han perdido su valor periodístico.

Leámoslas, estudiémoslas y aprendamos de ellas.

Bibliografía:

Acerca de la crónica, Miriam Rodríguez Betancourt, pp. 7/30.

Géneros periodísticos, Julio García Luis, pp. 119/147.

Géneros periodísticos, Juan Gargurevich, pp.59/75.

La crónica, ese jíbaro, de Rolando Pérez Betancourt, pp. 24/24.

El periodismo como misión, compilación y prólogo de Pedro Pablo Rodríguez, editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 2002, pp. 322/336.

El periodista, un cronista de su tiempo, de Alejo Carpentier, editorial Letras Cubanas, colección Mínima, octubre 2004, pp.1/22.

PERFIL EDITORIAL: SER LO QUE QUEREMOS Y PODEMOS SER

PERFIL EDITORIAL: SER LO QUE QUEREMOS Y PODEMOS SER

Dr. JULIO GARCÍA LUIS, 

Decano de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana.

En mi registro Guinness personal del ridículo tengo archivado lo que se publicó en un órgano de nuestra prensa, no hace tanto tiempo, si mal no recuerdo en un mes de diciembre.  El país, en su expansión de la industria sin humo, había logrado alcanzar en ese momento, antes de fin de año, la cifra de dos millones de turistas.  Era una muy buena noticia.

Pero ese día el periódico trajo... ¿se recuerdan ustedes?  Trajo nada más y nada menos que una nota oficial del Ministerio del Turismo, en la consabida prosa, anunciando en primera plana que a Cuba había llegado el turista número 2 millones.  Un turista sin nombre.  Un turista sin país ni nacionalidad ni sexo ni edad ni rostro.  Un turista sin un ramo de flores y un trago de bienvenida.  Un turista sin una sonrisa que nos saludara desde la prensa, y que llegara con esa alegría al mundo, vía Internet, para decirle que acababa de arribar a una tierra a la cual era una felicidad viajar.  Esa oportunidad se perdió.  Su lugar la ocupó la nota de un organismo.

Comienzo por esta anécdota, y por la moraleja que ella encierra, para recordarnos a todos que no podemos esperar por que los factores externos a la prensa contribuyan a que haya periodismo y a que éste realice el perfil editorial que corresponde a cada órgano.

Si alguno lo hace, perfecto.  Si podemos ayudar a que otros lo entiendan, o a que avancen en su comprensión, claro está que debemos hacerlo.   Pero siendo hermanos de una misma causa, hemos de reconocer que nuestras percepciones e ideales sobre lo que debe hacerse en la prensa son a menudo diferentes.  Eso, a fin de cuentas, es típico de toda prensa y no solo de la socialista.

Yo sé lo que ustedes están pensando ahora mismo.  Están pensando que, en esa disparidad, el poder y la capacidad de decisión la mayoría de las veces están del otro lado y no del lado nuestro.  ¿Correcto?

Bien, ese es un hecho.  Pero si nosotros queremos que este tema, que hemos debatido tantas veces y que vuelve por sus fueros al Festival, tenga alguna utilidad y no se disuelva en una catarsis estéril, debiéramos proponernos un ejercicio mental que separe, aunque sea un poco artificialmente, lo que nos corresponde internamente a periodistas y directivos para realizar un perfil que nos identifique, que tenga personalidad, que cumpla objetivos propios, que ofrezca variedad y que dé respuesta a los intereses diversos de públicos distintos.

Las claves de lo que se pudiera hacer, o continuar haciendo, o fortalecer en el plano interno son a mi juicio las siguientes:

1.  Ser proactivos y no abandonarnos a la espontaneidad.

Como ya vimos, y conocemos por experiencia, la presión que viene de nuestras fuentes, del entorno institucional, tiende muchas veces hacia la homogenización y la instrumentalización de la prensa.  Nosotros no debiéramos limitarnos a reaccionar frente a ese discurso, con el que a veces no podemos hacer nada.  Es preciso actuar y salir ante la opinión pública, en todos los espacios donde esto sea posible, como órganos de la sociedad y del Partido que saben lo que hacen, que tienen sus propios planes, sus propios objetivos y un discurso mucho más efectivo que aquél burocrático.  Esto es estratégico.  Es nuestra mejor arma para persuadir y educar a los organismos y a la sociedad sobre cómo encaminar las relaciones con la prensa.  Aquí es fundamental el papel de los cuadros y de los colectivos.  Hay que desarrollar nuestras fortalezas, ante todo la autoridad que surge de un trabajo serio, de calidad, sin equivocaciones.  Hay que tener un sistema de trabajo interno, en particular de planificación, que potencie esos elementos.  Hay que elaborar y utilizar herramientas como los perfiles editoriales y las cartas de estilo.  Si nos dejamos llevar por la espontaneidad, o la confundimos con la disciplina, está claro que nuestras aspiraciones en cuanto a perfil se las llevará la corriente.

2.  Abrir espacio a una mayor participación de los periodistas.

Esto es política establecida, como todos conocemos.  Está incluso reconocido en nuestro Código deontológico.  Los periodistas, individual y colectivamente, representados por la UPEC, tenemos derecho a participar en la elaboración, la ejecución y el control de las políticas editoriales.  Estimular esa fuerza de contrapartida interna, sumar todo ese talento y capacidad crítica en función de la realización del perfil que nos corresponde, puede ser una fuente de eficacia y de búsqueda de ideas de trabajo muy útiles. 

3.  Estimular al grupo de periodistas que puede marcar la diferencia con trabajos de sello más personal.

En todo periódico o revista existe, como sabemos, un cierto número de periodistas que, por su nivel de desarrollo profesional, por los temas que habitualmente tratan y por su reconocimiento público son los que deciden que ese órgano de prensa logre, en su conjunto, los contenidos, el estilo, el tono, la imagen visual y el balance que componen el perfil editorial.  No importa que uno esté en la información nacional, otro en el deporte u otro en la cultura: hay que buscar un mecanismo que potencie el efecto de ese grupo.   El resto de los periodistas son desde luego importantes y se debe trabajar con todos ellos, aunque no marcan la diferencia.  Estos, sí.  Se les debiera alentar a que desplieguen un sello más personal y a que fortalezcan sus espacios.  Hay muy sólidos ejemplos en algunos periódicos y revistas que se pudiera citar.  Una buena firma a veces cambia por completo la imagen de una edición.

4. Mover con más frecuencia el arsenal de recursos que posee la prensa, entre ellos el humor y la ironía.

La impresión de que "todos los periódicos dicen lo mismo" o de que "este periódico parece escrito por una sola persona", en muchas ocasiones no responde a ninguna presión externa ni a nada semejante.  Es resultado de la inercia, de la rutina, del arraigo de un estilo periodístico que busca imitar el discurso político y asimilarse a él.  Esto último requiere que le dediquemos al menos dos frases.  Nosotros, como revolucionarios y militantes, compartimos la política y luchamos por ella.  Pero nuestra forma de hacerlo y nuestro discurso debieran ser distintos.  Es un vicio burocrático que nos invade.  Todos somos por eso demasiado serios y demasiado editorialistas. Se nos olvida que existe el humor, la burla, el sarcasmo, y que la prensa en sí misma dispone de muchos recursos para tratar de modo variado los temas de la realidad.

5. Jerarquizar en su justo medio el valor amenidad.

Hace ya casi un siglo que los primeros teóricos de la comunicación definieron las 4 ó 5 funciones principales de la prensa, y ellos incluyeron entre ellas, casi siempre al final, la de entretener.  Me atrevería a afirmar que no hay realización de un perfil editorial ni autorreconocimiento de un público en un periódico o revista, si estos no están mediados por la capacidad de éste para brindad amenidad a quienes lo leen.  No es un ingrediente menor ni se resuelve tampoco poniendo un crucigrama o un acertijo en una esquinita de la última página.  Tiene que estar sustanciada en la masa de la publicación.  En sus materiales fundamentales.  El ser humano, en definitiva, no es solo el "animal político" de que habló Aristóteles, es también un ser psicológico que posee sentimientos, curiosidad y motivaciones.  Cada lector, en fin, necesita a un Luis Hernández Serrano, y no digo más.

6. Darles voz y presencia a los que nos leen.

Si presumimos un público, al cual nos dirigimos, ¿por qué no dejarlo que él se vea y se reconozca en la palabra de sus integrantes?  El logro del perfil editorial no es un fenómeno unilateral, que se cumpla con la acción y la intención de los que emiten los mensajes.  Esa sería una visión esquemática o voluntarista.  El perfil tiene que surgir de la comunicación y del intercambio activo entre la publicación y sus lectores.  Los lectores, la gente, tienen que construir junto con nosotros el perfil editorial, en un vínculo que se debiera reproducir día a día.  Existen múltiples formas de lograr esto, como todos conocemos, pero yo diría que el uso que hacemos de ellas en la prensa impresa es todavía bastante limitado.  Hay ocasiones en que los lectores pueden decir las cosas incluso de un modo mejor, más oportuno y más convincente que nosotros mismos.  Este es otro aspecto en el que tenemos que insistir desde la labor de dirección si queremos arraigar los distintos perfiles editoriales.

7. Arriesgarnos a trabajar sobre el borde y empujarlo con actuaciones limpias y contundentes.

Este punto, el último que quería proponerles, en cierto modo resume todos los demás.  Recordemos la vieja historia del caballo del general.  En las sociedades institucionalizadas, jerárquicas -y la nuestra es una de ellas- es habitual que cada escalón se reserve una distancia de protección respecto al peldaño superior.  Esto encierra el peligro del conservadurismo y se puede dar en cualquier esfera de la sociedad.  La prensa, sin embargo, tiene una posición muy peculiar.  Ella funciona "hacia arriba", como parte que es del sistema político, al cual responde, pero a diferencia de otros aparatos y organismos, funciona sobre todo "hacia abajo", hacia la calle y el pueblo.  No debiera haber contradicción entre una cosa y la otra.  Pero lo determinante ha de ser siempre el servicio público.   Es inadmisible que una actitud conservadora nos haga quedarnos por debajo de las expectativas y necesidades de la gente.  Ahí es donde se deciden los límites del perfil que hemos asumido.  Y por eso hablamos de trabajar sobre el borde de ese perfil, no tres pasos atrás, lo que no es aventurerismo ni exige en nuestra sociedad ningún valor personal exagerado, sino solo responsabilidad, profesionalidad y propósitos limpios y constructivos.

GÉNEROS PERIODÍSTICOS: PARA ARROPAR SU HIBRIDEZ

GÉNEROS PERIODÍSTICOS: PARA ARROPAR SU HIBRIDEZ

El presente artículo aparece publicado también en: Rodríguez Betancourt, Miriam. 2004, Estudios sobre el mensaje periodístico, vol. 10, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid, pp. 319-328.

Dra. MIRIAM RODRÍGUEZ BETANCOURT,

Profesora Consultante de la Facultad de Comunicación, Universidad de La Habana

A despecho de lo que el título de estas reflexiones pudiera dar a entender, ellas no se encaminan a expresar desacuerdo alguno en relación con la legitimidad y utilidad de la enseñanza de los géneros periodísticos.

Los géneros existen y son necesarios, más que necesarios imprescindibles; si no existieran habría que inventarlos. Como bien dice Mijail Batjin en relación con los géneros de habla, "si  tuviéramos que crearlos durante el proceso de habla y construir cada realización lingüística a voluntad, por primera vez, la comunicación sería casi imposible" (Sánchez 1998, p. 17).

Los géneros son útiles porque, en efecto, devienen normas para elaborar textos diferenciados; facilitar el entendimiento en las redacciones para organizar coherentemente el trabajo; hacer posible que el medio pueda cumplir lo que se denomina el juego limpio o pacto de lectura con los receptores: "los géneros forman parte de ese segundo lenguaje, no verbal, que envuelve a las palabras y trasmite al lector datos relevantes sobre lo que está leyendo" (Echeverría 1998, p. 10).

Tampoco se pretende impugnar  la validez de las taxonomías, corolario en definitiva de cualquier reflexión teórica, ni proponer, en cambio,  una sustitución de las existentes. De lo que se trata es, sencillamente, de adherirnos a quienes proponen no sólo un sistema de géneros más abierto sino una posición académica que abogue por mantener una constructiva crítica de ellos, lo que además de abrir cauce de legitimidad a las transgresiones creativas, significa, de hecho, asumirlos como categorías en desarrollo constante.

Los géneros tienen una naturaleza cultural, se crean, y como tal construcción, cambian, evolucionan. "Ningún género tiene garantizada la eternidad",  afirma el profesor José Francisco Sánchez (1998, p. 17).

Las vertiginosas transformaciones en la producción y circulación de productos comunicativos, derivadas de las tecnologías de la información y la comunicación, ponen una vez más al "rojo vivo" la polémica en torno a la continuidad, ruptura, obsolescencia o vigencia de los géneros periodísticos tal como los identificamos hoy.

La fusión y hasta confusión de métodos, estructuras y estilos procedentes de diversos ámbitos creadores que se manifiestan en las expresiones periodísticas contemporáneas, realidad "agravada" por la irrupción acelerada de las TIC -que las potencian y transforman- constituye la esperanza más rotunda de la pervivencia de los géneros; sólo habría que reparar brevemente en la influencia  que sobre ellos han ejercido antes la fotografía, los recursos sonoros y visuales y otros procedimientos y técnicas.

Es la mezcla, el entrecruzamiento, la aparición de las formas que llegan para imbricarse con otras y abrir nuevos caminos, con la consecuente declinación o desaparición súbita de las intrascendentes que se olvidan tan fácilmente como las tramas de los culebrones, rasgo característico de la escrituración periodística; "como si estuviéramos buscando permanentemente -acota Juan Cantavella- formas nuevas, originales y más productivas para comunicarnos con los lectores" (1999, p. 64)

Aún en los géneros clásicos, es decir, aquellos que se han mantenido de modo más o menos permanente entre las formas empíricas, se advierten cambios tanto en sus estructuras como en su devenir histórico.

La nota informativa o información, por ejemplo, al inicio se redactaba en primera persona y no era firmada por el reportero y la crónica acusó etapas de subestimación u olvido en muchos espacios periodísticos hasta que volvió por sus fueros en la década de los cuarenta.

La entrevista, escenario tradicionalmente reservado para el realce del entrevistado, cede espacios importantes de protagonismo al periodista en la denominada entrevista creativa, no sólo como conductor del diálogo sino como sujeto activo del discurso.

Incluso, uno de los géneros más reconocidos históricamente en las clasificaciones ortodoxas, el reportaje, es justamente ejemplo máximo de mixtura: "tiene (el reportaje) algo de noticia cuando produce revelaciones, de crónica cuando emprende   el relato de un fenómeno, de entrevista  cuando trasmite con amplitud opiniones de las fuentes  o fragmentos de diálogo con ellas" (Ulibarri 1994, p. 82)

Refiriéndose a una de las ediciones del Premio Latinoamericano de Periodismo "José Martí", al que concurren cada año en La Habana cientos de obras, el destacado periodista uruguayo Carlos Fazio ha hecho notar cómo "cada vez más periodistas manejan distintos géneros en forma simultánea para elaborar un trabajo" (1998) lo que en su opinión constituye un notable enriquecimiento. ¿De qué otra forma, sino acudiendo a la fragmentación, han podido los autores de reportajes narrativos trasladar "la complejidad fragmentada e integrante que tienen ante sí"? (Bottiglieri 2002, p. 9).

A tenor de lo anterior, cabe dudar que los géneros sean otra de las especies en extinción, y lo que parece más verdadero es que la crisis se opera en la teoría periodística de los géneros a causa de su "tozudo carácter prescriptivo" (Chillon 2002, p. 17) más que por el embate tecnológico, los "inventos" ilícitos o la incapacidad de los realizadores.

En cualquier caso, la teoría de los géneros debía pasar por la revisión y actualización de la Teoría del Periodismo, especialmente en lo que concierne a uno de sus contenidos medulares, esto es, a partir de considerar el Periodismo no como mero reflejo de la realidad, sino como método de interpretación y construcción simbólica de ella.

¿Periodismo o Literatura?

La homogeneización del lenguaje periodístico, el negarle registros más amplios en virtud de supuestos límites de comprensión y determinarle esquemáticamente los auditorios -ignorando de paso el papel activo del receptor- son aspectos que han influido considerablemente en las debilidades conceptuales de la teoría de los géneros periodísticos, una de cuyas expresiones más recurrentes se concentra en el famoso dictamen de rechazo emitido por profesores y editores recalcitrantes: "Eso no es Periodismo, es Literatura".

Tuvieron que transcurrir seis décadas del pasado siglo -y defino como momento clave el resurgimiento del Nuevo Periodismo- para que el reportaje y la novela fueran aceptados por tirios y troyanos como categorías intercambiables; para que se comprendiese que la conexión ficcional no obligaba a abjurar de la fidelidad a la base testimonial y documental verídicas; para que se les considerara, en fin, caras de la misma moneda que comparten similar rango. El mero hecho de dirigirse a lectores aparentemente distintos cuando no opuestos, acrecentó los criterios excluyentes, hasta que llegó a verse con claridad que tanto en sus estilos como en sus técnicas y lenguajes, ambos se servían de similares recursos para cumplir su fin último y definitorio: la comunicación, y que, sin dejar de informar, era posible que "en cada nota, en cada crónica, en cada reportaje, pudiera alentar una vibración estética" (Pereira 1987, p. 3).

En el área latinoamericana no era frecuente encontrar en manuales de redacción, definiciones de los géneros que aceptaran  su relación con la Literatura, excepción hecha del libro "Géneros Periodísticos", de Juan Gargurevich, en el que se les reconocía atributo creativo al llamárseles claramente, "formas periodístico-literarias" (Gargurevich 1989, p. XVII)

Añádase a la situación antes descrita el hecho de que durante muchos años la mayoría de los textos de Periodismo con los que se trabajó en América Latina, o eran traducciones de obras de autores norteamericanos o, si propios,  seguían con bastante fidelidad sus huellas. Sólo en los años setenta comenzó a cambiar el panorama; aparecieron Reyes Matta, Hernán Uribe, el ya citado Gargurevich y otros que intentaron, y en varios casos lograron, una aproximación más auténtica, culturalmente hablando, superando aquellos textos que en la doctrina de la objetividad y el respeto sacrosanto a la división entre hechos y comentarios descartaban la subjetividad del periodista, ignoraban la más mínima contaminación literaria y reducían el lenguaje periodístico a una función meramente especular y a una dimensión tan unívoca como imposible.

Durante largo tiempo, además, escudándose en supuestos canónicos inamovibles, muchos ignoraron las modificaciones operadas en la capacidad receptora de los destinatarios.

Hoy en día, una de las tendencias del periodismo es la práctica del denominado periodismo ciudadano o cívico desde dos vertientes: la primera relacionada con el tratamiento de temas cercanos al ciudadano con los cuales éste se pueda identificar, y la segunda con la participación de la comunidad a  través de espacios otorgados por los medios que permitan escuchar la voz del público cerrándose así el ciclo comunicativo.

Encuestas, cartas del lector, correo electrónico, entre otras vías, convierten al receptor en elemento dinámico del proceso y le permiten ejercer influencia decisiva en la creación de mensajes.

Todavía hoy es precario -y no sólo en esta región- el panorama crítico respecto al Periodismo,  sobre todo en la temática de lenguajes y géneros, lo que  parece deberse, según algunos autores, a la separación tajante entre saberes teóricos y saberes aplicados. (Los saberes aplicados, huelga decirlo, los de la enseñanza del hacer periodístico, es decir, de los géneros periodísticos, llevan la peor parte).

Los géneros: qué estudiar

Resulta indispensable abandonar el abordaje tradicional de los textos periodísticos y  asumir también la perspectiva de la teoría del discurso cuyas investigaciones revelan características estructurales de la sociedad y no sólo pertinencias lingüísticas.

El análisis del discurso ha enriquecido el saber sobre los procesos empíricos de la comprensión y la interpretación, apunta Van Dyck, y esos hallazgos donde más pueden observarse es, precisamente, "en los procesos de producción, en las estructuras y en la recepción de los mensajes de los medios masivos" (Van Dyck 1997, p. 173).

En definitiva, como se ha dicho, estudiar los géneros, su origen y evolución, sus procedimientos, su tipología y sus perspectivas significa estudiar el Periodismo que se hace en los medios.

No es una cuestión formal que se resuelve en seguir la disciplina de unas normas determinadas; como dice Luisa Santamaría, estudiar los géneros "es comprender  la función de un texto, de un medio de información" (Santamaría 1994, p. 45).

Y aún debía añadirse una ventaja más; aprender bien los géneros, conocer sus funciones y elaborarlos en consecuencia, viabiliza el camino mejor  para "romperlos" y encontrar la voz propia, porque siendo estos la gramática del lenguaje periodístico deviene, por tanto, la base del estilo propio.

Hay que enseñar los géneros, de acuerdo totalmente; son ellos "las aptitudes más vigorosas e impactantes del elaborador de contenidos" (Calvimontes 1983, p. 10).  Pero si admitimos pertinente la parcelación de géneros por razones de orden metodológico, igualmente adecuado nos parece la sistemática conceptualización al interior de ellos para revelar y revelarnos en una dimensión más profunda su potencialidad,  que no puede reducirse a una relación  de reglas acabadas, deterministas, surgidas de un recetario que certifica el producto como válido aun en situaciones y contextos diferentes.

La clasificación de los géneros periodísticos es hoy día muy amplia, tanto por géneros como por sub-géneros, pero, en general, en cualquier tipología al uso, más allá de las diferencias clasificatorias, se parte del esquema hechos-opinión según lo cual en el  área factual no cabría la interpretación, la opinión del periodista, como si fuera posible reducir la información a un mero acto de trasmisión neutra carente de intencionalidad.

Si bien es deseable mantener niveles de gradación opinática en las áreas de la transmisión noticiosa, la delimitación per se entraña un esquema tan peligroso como el que, al parecer, se pretendiera evitar.

Recordaba en ese sentido la Dra. Pastora Moreno al intervenir en ICOM 2002, que "la puesta en práctica  del axioma ‘los hechos son sagrados y las opiniones libres', rara vez se materializa en una práctica profesional más o menos continuada"  (Moreno 2002).

A la llevada y traída doctrina de la objetividad se adecuó la tesis de que al Periodismo le corresponde un lenguaje estandar, justificándose tal supuesto, sobre todo, en condicionamientos económicos de la industria mediática dados de una vez y para siempre.

Así las cosas, se ha pretendido que la denominación de lenguaje periodístico abarque todo el entramado de modos expresivos, de géneros e incluso de medios, cuando en verdad, y con reservas ciertamente, pudiera admitirse un lenguaje más estandarizado u homogéneo sólo para la información noticiosa y sólo para algunos tipos de ella.

Atribuir a la información de actualidad, sin otros deslindes,  la "cualidad" de objetividad intrínseca resulta cuando menos, caprichoso. Al respecto, escribe Rosario  León,  de la Universidad de Sevilla: "La información de actualidad por sí sola aporta muchas veces un conocimiento superficial de la información contextualizada  que, según los cánones, no es información en sentido puro, estricto, pero sirve sin duda para esa función interpretativa" (León 1995, p. 82). Por su parte, Gomis sentencia que los géneros son "fórmulas para la interpretación" (Sánchez y López 1998, p. 26).

De igual modo, bajo el frágil ropaje de lenguaje periodístico, se pretende abarcar también, sin distingos, los lenguajes del periodismo radiofónico, audiovisual y de la prensa escrita.  Como anota el venezolano Luis Angulo Ruiz, el paisaje lingüístico del Periodismo es variado y complejo por lo que "no es posible encasillar un fenómeno de esta índole en una expresión singular" (Angulo 1989, p. 46).

Muchas veces, desde las aulas, caemos en la tentación de conducir a los estudiantes a  que,  pertrechados de dictámenes normativos, salgan en busca de la realidad para, en ellos y con ellos, comprimirla, ajustarla a tales nociones. El camino puede ser  y debe ser radicalmente distinto: que la realidad imponga los géneros y que el lenguaje, para captarla en toda su grandeza y complejidad, sea un auténtico reto: sólo así sería posible ratificar si las prescripciones fueron válidas o no.

Teoría, práctica, renovación

Desde el ámbito de la enseñanza,  me permito algunas proposiciones, ya que no parece prudente aventurar respuestas rotundas en materia tan polémica y, paradójicamente, poco estudiada de modo científico.

Creo que la enseñanza de los géneros debe reforzar, en primer lugar, la capacidad crítica y autocrítica del estudiante. Es importante que los estudiantes reconozcan la presencia e influencia de las rutinas productivas y las ideologías profesionales en la construcción de los relatos periodísticos y, en la medida de lo posible, reflexionen sobre las posibilidades de cambio con  el adecuado empleo y dominio de ellos.

Más que aprender a hacer, los estudiantes de Periodismo tienen que aprender a ser, permítaseme el involuntario juego de palabras. Lo que quiero decir se remite a sustituir el aprendizaje mimético por el aprendizaje verdadero, a privilegiar que los estudiantes escuchen su propia voz, descubran sus propias capacidades de lectura y aprehensión de la realidad, busquen los porqués, aprendan más que acierten.

Propiciar y estimular los cuestionamientos inteligentes de todo tipo de concepto prehecho, predeterminado, en relación con los géneros, el lenguaje y el estilo periodístico, para así contribuir, sin duda, a su constante y enriquecedora renovación. Porque, no lo podemos olvidar, son las innovaciones, las rupturas creativas, las que han elevado la categoría del  lenguaje periodístico, las que marcan hitos, a pesar del silencio o del descontento de la crítica y de la propia academia.

De obligado estudio en cualquier curso de  Redacción y  Lenguaje   son -debían ser- las obras periodísticas de Eduardo Galeano, García Márquez, Muñoz Molina, Horacio Verbitsky, Maruja Torres, Miguel Bonaso, Kapuscinsky, Alberto Moravia y Oriana Fallaci entre tantos y tantos otros que,  con el legado de sus producciones, han aliviado la orfandad crítica que padece la enseñanza con calidad de los haceres profesionales.

La enseñanza rigurosa de los géneros, junto con el espacio abierto a la investigación, la experimentación, la invención y la creatividad. Como recomienda Angulo Ruiz: "al lado de un aprendizaje de unas técnicas para elaborar textos de acuerdo con los géneros, debería haber la discusión de los géneros mismos" (Angulo 1989, p. 55).

Re-evaluar  la teoría de los géneros periodísticos que parte de  las funciones asignadas a los tres grandes macrogéneros: informativo, interpretativo y de opinión, y preguntarse si esa clasificación no dicta compartimientos estancos y refuerzan la creencia en la utópica objetividad periodística.

Articular la enseñanza de los géneros con el resto de las materias relacionadas con la Comunicación y con la formación general humanística, desde una perspectiva multidisciplinaria que privilegie y halle su concreción en el ejercicio periodístico, en el hacer,  porque es en ese terreno donde conceptualizaciones , teorías y metodologías se validan, cobran utilidad y vida.

Re-pensar, asimismo, el sistema de habilidades que sería más aconsejable diseñar para entrenar a los estudiantes, preferentemente en talleres dedicados a la exposición de ideas y discusión de proyectos creativos más que en el ejercicio, generalmente lento y aburrido, de elaborar trabajos, bajo techo docente, con el fin de desarrollar destrezas redaccionales.

Pero saber escribir, dominar técnicas y habilidades para trasmitir y analizar acontecimientos de la Historia  que se gesta todos los días, con toda la importancia profesional que ello reviste, no constituye el quid del problema.

La enseñanza del hacer tiene que colocar en su justo lugar la profesión periodística como una actividad intelectual, elemento conceptual clave tanto para la Teoría del Periodismo como para la Teoría de los Géneros.

De modo excelente lo ha expresado Albert Chillon: "La comunicación periodística en cualesquiera medios, soportes, géneros o estilos (...) debe ser considerada como una mediación cultural de elevada complejidad conceptual, expresiva y técnica" (Chillon 1999, p.  431).

Desde la academia, en resumen,   estar siempre dispuestos a admitir  la hibridez cuando ella logre articular aportes recíprocos, modos y técnicas que sirvan a los géneros para testimoniar e interpretar la realidad -o fragmentos de ella- con el mayor grado de autenticidad y belleza.

Conclusiones:

1. Los géneros periodísticos son útiles para los medios, los periodistas, los receptores, los profesores y los estudiantes de Periodismo porque operan como modelos, contribuyen a la organización de los materiales y responden a las expectativas del público.

2. No existen géneros químicamente puros: el entrecruzamiento de formas y estilos, necesarios para testimoniar e interpretar el mundo que nos rodea, fomenta su hibridez.

3. Las modernas transformaciones tecnológicas en la producción y transmisión periodística aceleran la evolución de los géneros tradicionales y posibilitan la aparición de otros que corresponden al nuevo ámbito comunicacional.

4. El lenguaje periodístico tiene amplios registros. Públicos, medios, temáticas, perfiles editoriales y realizadores determinan diferentes estilos y lenguajes.

5. La clasificación tradicional de géneros que aún prevalece, contribuye a reforzar el mito de la objetividad periodística.

6. El Periodismo y la Literatura intercambian recursos expresivos en sus respectivos modos de aproximarse a la realidad.

7. La enseñanza de los géneros debe estimular la creatividad basada en el rigor y la experimentación.

Bibliografía.

Angulo Ruiz, Luis. 1989, "¿Existe un lenguaje periodístico?" en Lenguaje, Ética y Comunicación, Editorial Pablo, La Habana.

Bottiglieri, Nicola. 2002, "El viaje en la época de su reproducción narrativa", La Gaceta de Cuba, julio-agosto, La Habana.

Calvimontes, Jorge. 1983, Géneros Periodísticos, Cuadernos del Centro de Estudios de Comunicación, UNAM, México.

Cantavella, Juan. 1995, "Textos dinámicos y atractivos para un periodismo cambiante", Estudios sobre el mensaje periodístico, Servicios de Publicaciones de la  Universidad Complutense, no. 5, Madrid.

Chillon, Albert. 1999, Literatura y Periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas, Universidad Autónoma de Barcelona, Barcelona.

Echeverría, Begoña. 1998, "Por qué hablar hoy de géneros periodísticos", Revista de Ciencias de la Información, no. 8, CEU San Pablo, Valencia.

Fazio, Carlos. 1998, Periodismo Urgente, Ediciones Prensa Latina, La Habana.

Gargurevich, Juan. 1989, Géneros Periodísticos, Editorial Pablo de la Torriente, La Habana.

León, Rosario. 1995, "La nota de prensa: un género periodístico", Pliegos de Información, no. 2, Universidad de Sevilla, Sevilla.

Martínez Albertos, José L. 1998, Curso General de Redacción Periodística, 4ta Ed, Editorial Paraninfo, Madrid.

Moreno, Pastora. 2002, Intervención en la mesa redonda sobre Géneros de Opinión, Encuentro de Investigadores de la Comunicación (ICOM). Diciembre de 2002, La Habana.

Pereira, Manuel. 1987, La prisa sobre el papel, Editorial de Ciencias Sociales, La Habana.

Sánchez, José Francisco y López Pan, Fernando. 1998, "Tipologías de géneros periodísticos en España. Hacia un nuevo paradigma", Revista de Ciencias de la Información, no. 8, CEU San Pablo, Valencia.

Santamarina, Luisa. 1994, "Estado actual de la investigación sobre la teoría de los géneros periodísticos", Estudios sobre el mensaje periodístico, no. 1, Servicio de Publicaciones de la Universidad Complutense, Madrid.

Ulibarri, Eduardo. 1994, Idea y vida del reportaje, Editorial Trillas, México.

Van Dijk, Teun. 1997, Estructura y funciones del discurso, Ed. Siglo XXI, México.

INTERPRETAR LOS SABORES Y OLORES DE LA VIDA MISMA

INTERPRETAR LOS SABORES Y OLORES DE LA VIDA MISMA

Conferencia sobre Periodismo Interpretativo. IV Festival Imagen de la Naturaleza "Rosa Elena Simeón In Memoriam", evento anual auspiciado por el Museo Nacional de Historia Natural de Cuba, la Productora Mundo Latino y la Asociación Cubana de la Imagen y la Naturaleza.

MSc. IRAIDA CALZADILLA RODRÍGUEZ,

Editora de mesadetrabajo y Profesora Auxiliar de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana y del Instituto Internacional de Periodismo José Martí.

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No es este, precisamente, un espacio donde venga a disertar como me lo han pedido los anfitriones. No es posible tal altisonancia entre colegas de valía que ejercen la profesión de manera consecuente e inspiradora. Yo prefiero venir a conversar sobre temas que nos preocupan... y ocupan, porque estamos convencidos y urgidos de la necesidad de un salto cualitativo en los modos de hacer de nuestro periodismo.

El tema en cuestión es la validez o no del periodismo interpretativo ante la avalancha de informaciones que recibe el receptor de cualquiera de los soportes mediáticos. La necesidad de reconstruir y recodificar nuestra propia actitud ante la construcción de los mensajes porque, inevitablemente, debemos aceptar que recibir información no es equivalente en todos los casos a poseer conocimientos, a tener elementos que nos permitan la contextualización de los acontecimientos. En no pocas ocasiones esa sobreabundante y masiva información de que se dispone se vuelve anodina al no saber cómo interpretarla.

El hombre del siglo XXI tiene acceso a la información casi en tiempo real, casi al momento de producirse los hechos: ahí están los noticieros de la radio y la televisión haciendo perenne gala de inmediatez; y, si algo podría faltar, la irrupción de Internet ha puesto al mundo al alcance del mundo a una velocidad de vértigo y con una apoyatura que trasciende a los profesionales del sector para dar paso también, cada vez más, a los dominios del paisano común que puede transmitir, desde su particular perspectiva, lo que ve y oye.

Este es el eje central que motiva la charla. Lo sabemos: la prensa escrita ha perdido los dominios del qué, quién, cuándo y dónde que la hacían imprescindible a la sociedad informada. El receptor ya no está interesado en que le "anunciemos" mañana lo que conoció hoy. La prensa escrita, entonces, está abocada a sustentar el por qué, para qué y cómo de los acontecimientos, y definitivamente aceptar que ya no es la primigenia de los titulares voceados al amanecer o el atardecer.

Sin embargo, lejos de considerar perdido lo que ha sido el sentido de vida de la profesión -dar primero la noticia-, la prensa impresa debiera arrimarse más a la perspectiva de consolidar la explicación de los hechos, a proporcionar a su público-meta los elementos necesarios para que conforme su propia opinión acerca del acontecer en el que se inserta.

Ya en 1992, el periodista Manuel Leguineche advertía en el diario español El País: "Los de la galaxia Gutenberg debemos aprender en estos tiempos a ajustar el tiro, porque la televisión en directo lo ha trastocado todo. ¿Para qué repetir lo que se ha dicho en la CNN? Cada vez pasan más siglos entre la transmisión de la CNN y tu artículo en el periódico y no digamos en la revista. Hay que decir adiós a la narración escenográfica de los hechos y escudriñar allí donde los objetivos de la televisión no llegan, descubrir antecedentes y consecuentes, atmósferas, ambientes, secretos".

Pero, un paréntesis. También el resto de los soportes mediáticos debían detenerse en este análisis, pues va resultando cada vez más agotador ser "bombardeados" por noticieros en los que prevalece o bien la nota escueta, desprovista de contexto, notas que parecen salir de la nada y nada decir, ni aportar, ni informar ni orientar; o la opinión que más que persuasiva es impositiva, y con ello se convierte en puente roto en el camino hacia el entendimiento. Opinión que más de las veces se rechaza por su verborrea expositiva y apocalíptica, sin que medie balanza alguna ni ofrezca oportunidad al público para disentir. En ambos casos, cuando desvestimos las circunstancias de explicación y equilibrio, estamos construyendo mensajes incompletos.

Hoy, trabajos periodísticos que den cuenta no solo de lo que sucede, sino también que expliquen por qué ocurren los hechos, que sean profundos en sus contenidos, contextualicen, indaguen en las causas y pronostiquen su futuro desenvolvimiento, es una necesidad sentida tanto por los hacedores de la información -los periodistas-, como por los receptores. Y este es, justamente, la trama donde se desenvuelve el periodismo interpretativo.

El catedrático Abraham Santibáñez ha manifestado: "Interpretar, desde el punto de vista periodístico, consiste en buscar el sentido de los hechos noticiosos que llegan de forma aislada. Situarlos en su contexto, darles un sentido y entregárselo al lector no especializado. Por exigencia profesional, además, esta interpretación debe tratar de prescindir de opiniones personales, debe basarse en hechos concretos y opiniones responsables y que sean pertinentes y debe ser presentada en forma amena y atractiva".

Y generalmente en nuestros medios, salvo excepciones, hay que admitir que existe reticencia a cambiar los modos de contar las historias y prevalece el apego, diría casi enfermizo, a la escuela norteamericana del periodismo informativo y sus rígidas leyes que asientan la información "objetiva" -aún cuando el término de la objetividad periodística ha sido ampliamente superado y desde hace mucho se habla de honestidad profesional-, y la estructura de contar los hechos en orden descendente de importancia para el periodista o el medio -es decir, la pirámide invertida como estructura meta de cualquier género-. Se une también el predominio del relato de los hechos y los trabajos de opinión.

Se desestima así la posibilidad del híbrido, del periodismo interpretativo que permite establecer el puente entre el relato del hecho como tal -la noticia-, y la visión que se tiene acerca de ella -el comentario-. Periodismo interpretativo que posibilita abordar la actualidad informativa no solo en sus contenidos más complejos, sino también, en su diversidad de aristas, muchas de las cuales suelen permanecer ocultas y requieren del reportero un finísimo olfato para descubrirlas y sacarlas a la luz pública.

Este es un periodismo que requiere de vasta información, de antecedentes, contexto, bakgraound, valoraciones y pronósticos. Un rastreo verdadero de los conflictos, un desentenderse de nada, una posición inquisidora. Es decir, una fórmula "explosiva" en la que el periodista proporciona, a partir de la puesta en escena de todo cuanto ha investigado, argumentos suficientes que emergen desde fuentes decisorias, implicadas, expertas, testigos, documentales..., cual calidoscopio que permita evaluar el significado de los hechos presentados de manera tal que, sin explicitar su opinión, solo dejándola implícita en los juicios aportados, el periodista deje al lector el protagonismo de llegar a su particular conclusión.   

El profesor norteamericano Walter Lippman hace más de medio siglo acotó: "...por ser el mundo moderno tan complicado y difícil de comprender, se ha vuelto necesario no solo informar acerca de las noticias, sino explicarlas e interpretarlas".

Más reciente, María Jesús Casals Carro, profesora titular de la Universidad Complutense de Madrid, señala: "...Un relato explicativo (reportajes y crónicas) busca la orientación del lector por medio del análisis y síntesis de hechos, aporta datos y antecedentes, contextualiza y explica conceptos. La base es narrativa con un tono distanciado pero preciso. Busca la eficacia de la explicación clara y no se detiene en posibilidades retóricas. Las fuentes suelen ser numerosas y no contiene juicios de valor aunque puede plantear hipótesis o mostrar una realidad disyuntiva. Las fuentes consultadas le sirven para justificar todo este contenido explicativo".

Ahora bien, ¿qué nos está faltando para el abrazo definitivo con el periodismo interpretativo? Creo que los escollos externos están dados, fundamentalmente, por la premura con que trabajamos, las decisiones de los editores que apuestan generalmente por lo expedito, por el ya y el ahora, y también la precariedad del espacio. Esos son los vórtices del triángulo maléfico de la profesión.

Sin embargo, justo es que también interioricemos en nuestras propias faltas, aquellas que arrastramos a veces hasta sin darnos cuenta de nuestra ineficacia. En más ocasiones que las deseadas entregamos los trabajos carentes de fuentes, de contrastación, contrapunteo, verificación exhaustiva. Padecemos de insuficiente búsqueda, contacto sistemático con las fuentes para apoyar los enfoques, observación directa, análisis de estadísticas y encuestas e investigación permanente que nos permitan recolectar datos copiosos y principales. Y lo que aún es peor: no siempre poseemos una cabal preparación acerca del tema que abordamos; otras, en cambio, desaprovechamos el caudal cognitivo.

A ello se suma que en ocasiones desestimamos los valores noticiables al abordar un tema que elevamos a la categoría no de noticia, sino de información, porque interesa a la fuente o al medio donde laboramos, pero no porque tenga realmente connotación para ser socializado. Realmente, ¿cuántas veces en nuestro trabajo de fuego cerrado nos preguntamos para qué sirve o a quién va dirigida esta o aquella información? ¿Qué valores-noticias la respaldan?

Repasemos un momento estos valores que permiten que un suceso pueda tener relevancia para la sociedad, importancia para los públicos: actualidad, inmediatez, oportunidad; interés colectivo, humano, emoción; repercusión o consecuencia; prominencia de los protagonistas; originalidad, rareza, curiosidad, novedad o singularidad; proximidad o cercanía; humorismo; dramatismo; impacto; suspenso; conflicto; progreso..., en una extensa lista que puede estar presente de manera íntegra o parcial al recolectar, seleccionar y presentar datos y hechos y determinar si un acontecimiento merece ser publicado o no.  

Quizás, entonces, la cosecha de la papa no tendría expresión solo en cifras de caballerías que importan a los organismos responsabilizados con su producción, pero nada dicen en concreto al público medio. Y no es que no interese, no es que no sea relevante. Se trata de que al ofrecer la información también tengamos presentes que la tierra no se siembra para complacencia administrativa, sino para que su producto final tenga una expresión concreta en la sociedad. Así, términos como "esfuerzo y sacrificio de los trabajadores" quedan vacíos de contenido si no se explica cuál ha sido, objetivamente, el esfuerzo y el sacrificio. La cifra de caballerías nada dice si no se le compara con lo que su producción significa en la mesa de la población, y se le contrasta con antecedentes o con lo que realmente pudo o no haberse recolectado. La información requiere tanto de importancia macrosocial como personal. Es decir, construirla de manera que el receptor la asimile desde su importancia general hasta la particular y se sienta hasta cierto punto comprometido con ella. Se trata, entonces, de privilegiar el por qué, para qué y cómo del hecho noticioso y situarlo en su auténtica perspectiva.

¿Cuál es el quid del asunto? Tras una experiencia de 30 años como reportera de filas, sé cuán difícil es armonizar un entramado que incluye ir al acontecimiento principal y no desviarnos con superficialidades, buscar antecedentes, circunstancias y actores, emplear fuentes documentales y no documentales y sus interpretaciones acerca de lo acontecido y ofrecer análisis valorativos que integren proyecciones. Bien sé de este complejo asunto, sobre todo, cuando las fuentes no están dadas a colaborar, o cuando el trabajo se nos encomienda en brevísimas líneas.

Pero aún con estas realidades, todo pasa por lo que llamo Fórmula Ulibarri y que este teórico asentó en su libro Idea y vida del reportaje. Es decir, indagar en el presente sobre: qué significan los hechos, si surgen aislados o forman parte de otros y cómo se vinculan a ellos, si introducen cambios significativos, a quiénes afectan de inmediato, si contienen elementos polémicos, y cuáles fueron los factores más cercanos que precipitaron su aparición.

En ese mismo orden, Ulibarri nos llama a no dejar preguntas sin hacer, a indagar hasta la saciedad. Por tanto, el catedrático insiste, en el pasado, en sostener el por qué ocurrió el hecho, sus antecedentes, con qué acontecimientos anteriores está vinculado, si pueden identificarse causas relevantes, qué ha ocurrido con causas similares en otras épocas o lugares, y si existen analogías relevantes.

Y en un tercer bloque de preguntas, Ulibarri propone que, en el futuro, hay que aventurarse en las posibilidades de desarrollo del acontecimiento, con qué otros factores puede relacionarse y en qué o quiénes repercutirá.

Por tanto, hablamos de no obviar los planos temáticos en un trabajo periodístico: presente, pasado y futuro. Un presente que parte del elemento motivador del trabajo y en el que está reflejada su actualidad e importancia, sus implicaciones inmediatas, conexión con la actualidad y los significados; un pasado en el que habrá que retomar antecedentes y causas; y un futuro en el que se situarán proyecciones y repercusiones. Estos planos generalmente los teóricos los ubican más en la concepción del reportaje interpretativo, pero soy de la opinión que cualquiera sea el estilo seleccionado para presentar nuestro trabajo, será más sólido en la medida en que tratemos de darlo en todas sus facetas.

Visto así, cabría suponer que respondiendo a estas interrogantes todo queda resuelto para entregar mejores productos comunicativos, mensajes que acerquen al lector a la comprensión de los fenómenos que se suceden en la sociedad que vive. Mas no es así. Hoy uno de los problemas fundamentales que enfrentamos los periodistas es que estamos perdiendo terreno como contadores de historias, nuestra misión primera, y nos estamos convirtiendo en contadores de declaraciones. O sea, los teóricos coinciden en afirmar que como fenómeno general, ahora los dichos sobre los hechos parecen ser más importantes. Es decir, interesa más quien ha manifestado algo que lo que ha sucedido.

Otra importante cuestión está relacionada con el aprendizaje continuo de las herramientas y la evolución de la profesión, pues un periodista no es un mero transmisor de información, sino una persona que al escribir, o comunicar en general, muestra su cultura y cosmovisión del mundo.

La catedrática española Concha Fagoaga lo ha descrito estupendamente: "Los periodistas no solo reproducen lo que ven y oyen, ejercen también una investigación sobre lo acontecido porque los hechos no se producen descontextualizados de una situación económica, social y política concreta. Los hechos no surgen aislados de una realidad más amplia, se insertan en ella...". Comprender esa realidad en toda su dimensión requiere, entonces, de una vasta preparación que no se resume en el criterio reduccionista de atender un sector y especializarse a tal punto que parezcamos divulgadores institucionales. Hay que pensar en un receptor que merece le proporcionemos las herramientas necesarias para que piense y reflexione a partir de las historias contadas.

Y, en ese camino, admitámoslo, aún debemos encontrar pistas equivalentes a un periodismo que por su misma condición de propio se revele universal, que redima la génesis del periodismo interpretativo en los años 20 del pasado siglo, de manera que en los albores del XXI retome su poder de explicación y su deber de orientación. Un periodismo interpretativo que reproduzca de manera exacta el contexto de los hechos, realice una rigurosa investigación en cada tema a tratar y asuma plena responsabilidad ante lo escrito. Un periodismo interpretativo que proporcione todos los elementos de manera que el receptor pueda juzgar y encontrar el valor relativo de la información por sí mismo. En suma, un periodismo interpretativo que permita ahondar en el contexto, en los antecedentes, el significado y la explicación de los hechos.

Un periodismo interpretativo que muestre la realidad desde una perspectiva amplia, contada, además, no solo con el preciosismo de las técnicas de la profesión, de la redacción y la gramática, sino también, con los sabores y olores de la vida misma.

 

PERIODISMO HISTÓRICO: LA CRIATURA QUE QUIERE VESTIRSE

PERIODISMO HISTÓRICO: LA CRIATURA QUE QUIERE VESTIRSE

Lic. LUIS RAÚL VÁZQUEZ MUÑOZ, 

Periodista del diario Juventud Rebelde

luisraul@enet.cu

A primera instancia, puede que no existan dos palabras que en su esencia se antepongan tanto y, sin embargo, hoy las vemos juntas, tratando de acuñar un género o una modalidad dentro del oficio de los reporteros. Periodismo Histórico. Léase el nombre con detenimiento y de seguro que enseguida se encontrará esa condición de antónimos, en la que Historia, por definición y naturaleza asociativa, es pasado, calma, lo viejo, lo que ya fue; mientras que Periodismo se refiere a todo lo contrario: a actualidad, inmediatez, a preocupación por lo que ocurre ahora, en este minuto, en este momento, en esta época; al punto que lo-que-sucedió-hace-un-tiempo en ocasiones puede ser mirado con cierto rechazo por el editor que escucha la propuesta de su reportero.

No obstante, pese a las diferencias, ambos oficios poseen varios puntos en común, si es que son observados desde ángulos más amplios. En el ejercicio de su profesión, al historiador y al periodista muchas veces los impulsa el esclarecimiento de un misterio o, al menos, responder la pregunta de qué sucedió en hechos que, en ocasiones, son sensibles para las estructuras de poder, por lo que este los oculta o intenta hacerlo. En la práctica, los dos ejercen una vocación de cronista, después de perseguir la comprensión de los hechos antes de someterlos a juicio; ambos se mueven bajo reglas éticas y, a la hora de actuar, tanto el uno como el otro se preocupan de manera enfermiza por la veracidad del dato. Por último, en su bregar diario, historiadores y reporteros comparten un mismo objeto: al hombre y a los grupos y comunidades en los que este se mueve.

Es, en medio de toda esa amalgama, que el término pugna por estar presente. De hecho, en antecedentes gloriosos del oficio, como las investigaciones que realizó Daniel Defoe y que culminaron en 1722 con el Diario del año de la peste , podríamos encontrar esa inquietud en la que reporteros a sueldo o cazadores de noticias por su cuenta miran hacia el pasado y hurgan en él anécdotas, sucesos y datos que puedan despertar el interés del público actual. En el caso de Cuba, esa preocupación ha originado un Concurso Nacional de Periodismo Histórico; aunque, a pesar de ello, si de pronto se le preguntara a un periodista por una corriente nombrada Periodismo Histórico, es muy probable que este arrugue la nariz en un gesto de extrañeza, algo muy difícil que ocurra si lo interrogan por otra modalidad que llaman Periodismo de Investigación.

EL HUECO NEGRO

Jean Lacouture reconoce la convergencia que puede existir entre el oficio del periodista y el del historiador . En su calidad de estudioso del pasado y de reportero que cubrió la guerra de Indochina, Lacouture apunta a esa comunidad que se da en ambas profesiones en su afán por analizar y develar los entretelones de lo ocurrido. Para ello cita a André Malraux, cuando el escritor llamó a los periodistas: "Historiadores del instante".

No obstante, ambas disciplinas tienen delimitadas sus particularidades. La Historia, de inicio, parte de una doble acepción como conocimiento de una materia (el conjunto de hechos ocurridos en el pasado de un grupo humano) y, al mismo tiempo, como materia de ese conocimiento (el cuerpo teórico y la producción bibliográfica sobre lo ocurrido). Como ciencia de lo pretérito, y desde una posición más amplia, ella no solo se encarga de una cronología lo más exacta posible de los hechos, sino también de comprenderlos y analizar los mecanismos que los mueven. El Periodismo, por su parte, hijo de la paulatina configuración de las sociedades de masas y de la consolidación de las relaciones económicas que condujeron al desbanque del feudalismo, cumple, en primera instancia, la función de informar hechos de interés público, teniendo a la actualidad, a la verdad y al ejercicio de la ética como bases principales. Desde estas distinciones, ambas profesiones convergen.

Sin embargo, reflexionar el tema que nos ocupa es acercarse a un problema de identidad. Mientras que el Periodismo de Investigación o el Periodismo Literario gozan de una definición, resulta infructuoso encontrar un concepto que explique ese quehacer de los reporteros cuando se acercan a los materiales de la Historia, además de aportar elementos para entender sus dinámicas, como mismo se hace en las modalidades antes referidas.

El vacío que mencionamos es palpable en Sala de Prensa. Org, uno de los sitios de la web más sobresalientes en el estudio de la comunicación y el periodismo. Una búsqueda en sus números no aportan definición alguna. Similar ocurre con una examen más amplio en Internet. Al introducirle los términos Periodismo Histórico o Periodismo Histórico +definiciones, el metabuscador Kartoom.Com detectó 48 sitios en la red;  pero al revisarlos lo único que se encontraron fueron textos en los que estas palabras aparecían separadas o unidas, a veces sin interconexión, y en otras formando parte de exposiciones con intereses, que, por lo general, no ameritaban ninguna atención para el campo periodístico. Lo más cercano a nuestros propósitos apareció en la web www.periodismohistorico.cjb.net, desarrollada por el catedrático Manuel Leal Cruz. Vista esta situación, parece que nos encontramos ante un escenario semejante al de los Huecos Negros, esas zonas existentes en el espacio; que según los astrónomos son palpables, pero que al adentrarse en ellos se corre el peligro de introducirse en un túnel sin salida y para siempre.

¿Y EXISTE LA CORRIENTE?

Esta es una de las interrogantes que salta ante la ausencia de una definición.  Por ello, lo que desarrollamos aquí es, ante todo, una propuesta. Proposición que surge a partir de observaciones, de intentos por explicar guiños que nos hace la realidad en la cual se mueve la profesión de periodista. Por lo que así debe mirarse: como una proposición y no como criterios definitivos. Es en medio de esa búsqueda que nos asaltaban las preguntas: ¿Existe el Periodismo Histórico? Y si es así, ¿cuáles son sus preocupaciones?, ¿en qué consiste  o cuáles son sus conceptos y límites? Por último, ¿puede llegar el Periodismo Histórico - si es que realmente vive - interrelacionarse con otras tendencias o modos de hacer dentro del oficio reporteril, como el Periodismo de Investigación y el Periodismo Literario? Adelantamos que aquí nos referimos fundamentalmente a la producción periodística reflejada en periódicos, revistas y suplementos, por ser este el medio en que nos desenvolvemos y que más facilidades nos ofrecía para una indagación sobre el tema.

Hechas estas aclaraciones, creemos que, ante la invitación a responder si la corriente existe, cabe hacerse primero la siguiente pregunta: ¿por qué ese interés por mirar la Historia a través del Periodismo?

Ya adelantábamos algo en la introducción: porque en el pasado pueden encontrarse sucesos con la suficiente relevancia y una buena dosis de carga humana, con sus respectivos conflictos, capaces de movilizar por sí solos el interés de las audiencias. Pero ello, en nuestra opinión, no basta y de hacerlo así, sería entender la Historia como un closet en el que se guardan los folclorismos de nuestras familias. La problemática es más compleja.

Al finalizar una conferencia en París, sobre los orígenes del pueblo y la nación cubana, al profesor Eduardo Torres Cuevas, director de la Casa de Altos Estudios Fernando Ortiz de la Universidad de La Habana, le preguntaron por qué parecía una obsesión entre los historiadores de la Isla el tema de la nación y cuál era la razón por la que se reflexionaba tanto sobre el concepto de cubanidad, cuando franceses y alemanes ni siquiera tenían un término semejante. El doctor Torres Cuevas adelantó una respuesta, que luego fue ampliada en un ensayo sobre la necesidad del pueblo de Cuba de autodefinirse ante las problemáticas y desafíos que ha enfrentado a lo largo de su Historia . Entonces señaló que "existen necesidades que se convierten en priorizadas en cada historiografía nacional [y que] en el caso de Cuba, siempre colocada al borde del desarreglo, existe una necesidad vital de autodefinición y autocomprensión".

He ahí, en el subrayado nuestro, lo que consideramos que constituye una de las motivaciones principales a la hora de acercarse a los hechos del pasado con las herramientas del periodismo: si no la urgencia de autodefinirse, al menos la necesidad de los integrantes de las sociedades por conocer y comprender lo que sucedió, como una forma para tener los elementos necesarios y entender un presente, que en ocasiones puede provocar más incertidumbres que serenidades.

Un examen a la prensa cubana durante el 2005 arrojó la publicación de 147 trabajos publicados en distintos medios de prensa. Algunos de ellos, como el caso del periódico Juventud Rebelde, con secciones dedicadas al tratamiento del pasado .

Fuera de Cuba, el año pasado fue interesante para el tema que nos ocupa. Durante ese período se conmemoró el 60 aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial y, al parecer, el número cerrado del onomástico fue una invitación para que los periodistas se lanzaran a la caza de aquellos sucesos que, dentro del pasado, contenían factores de interés para el público y que podían convertirse en noticia.

Así tenemos la publicación, por parte del MI 5, de las confesiones del general de las SS Gottlieb Berger, quien conversó con Hitler en el búnker y le sugirió el suicidio con un tiro en la cabeza. O el perfil que elaboró el siquiatra Henry Murray sobre la personalidad del Führer, en el que diagnóstica que este era "era rencoroso, con baja tolerancia a la crítica, [y con] tendencia a menospreciar a las personas y de buscar venganza".

Por último, el periódico inglés The Guardian le dedicó una cobertura especial al conflicto. Y dentro de las historias contadas en la misma se encuentra la  entrevista que le hizo el corresponsal Luke Harding a Erna Fliegel, la enfermera que durante seis décadas le calló al mundo, incluso a su familia, de que ella había sido la enfermera de la familia Goebbels y de Hitler dentro del búnker de la Cancillería en las últimas semanas de la guerra. Las declaraciones de Fliegel, hecha a los 93 años,  permite conocer el ambiente del refugio y una parte de las interioridades del matrimonio Goebbels, sin las mediaciones que pueden establecer el analista o el oficial de Inteligencia que le dicta su informe al mecanógrafo. Así, cuando se refiere a Hitler en sus últimos días, reconoce que su autoridad aún era extraordinaria ( "his authority was extraordinary. There was really nothing to object to".), que la esposa del ministro de Propaganda Joseph Goebbels, Magda Goebbels, era, desde su punto de vista, una mujer brillante, que soportaba con boca cerrada las numerosas infidelidades de su marido y que, por el contrario, Eva Braun, la mujer del Führer, era una mujercilla sin ningún encanto y que la muerte de Blondi, el pastor alemán de Hitler, afectó más a los que permanecieron dentro del refugio que el suicidio de la señora Braun (the death of Hitler's wolfhound Blondi affected us more than Braun's suicide).

Este es el ejemplo de Europa. En América Latina, imaginamos que para un chileno o un argentino le resulta vital responder a la pregunta qué sucedió durante un pasado ceñido por dictaduras y desapariciones, y con interrogantes que durante mucho tiempo pugnaron para que no fueran respondidas. O aclarar situaciones en puntos críticos de sus historias nacionales, como las negociaciones en secreto que realizó el general Juan Domingo Perón por establecer una alianza económica entre Argentina, Chile y Brasil  ; o los planes del general argentino Leopoldo Galtieri, jefe de la Junta Militar, para obtener una bomba atómica, unos meses antes de que se iniciara la Guerra de las Malvinas. 

En algunos casos, el acto de acercarse al pasado histórico desde el periodismo tiene urgencias más dramáticas. En marzo de 1993, el periodista Samuel Blixen publicó una serie de reportajes sobre la presencia de la Operación Cóndor en Paraguay. Se fue a los archivos, hurgó, entrevistó, viajó hasta las fosas comunes que se encontraban escondidos los torturados convertidos en despojos y armó con esas vivencias una serie de trabajos que fueron publicadas en el semanario Brecha, de Uruguay. En ellos se develan las misivas de los jefes de Inteligencia de Chile, Argentina, Paraguay, Bolivia y Perú en su trabajo coordinado de la Operación Cóndor. Se hace el recuento, convirtiéndose en el hilo conductor de la serie, de cómo fue la desaparición de Nelson Santana y Gustavo Inzurralde, dos uruguayos pertenecientes al Partido por la Victoria del Pueblo (PVP). Se explica la participación de los oficiales cercanos al dictador Stroessner en las torturas. Y finalmente, entre otras revelaciones, levanta el velo definitivo de la unión entre la policía secreta argentina y la paraguaya en la eliminación de los líderes del Movimiento Popular Colorado.

La mención de textos en los que se aborda el pasado, aparecidos en los medios de comunicación, en este caso, los de la prensa escrita, pudiera ser larga. Y ellos nos indican que, además de seguirle el rastro a informaciones que pueden ser noticia y de participar en el ejercicio de autocomprensión y autodefinición de las naciones, el Periodismo también impulsa la "demanda por conocer algo que forma parte del patrimonio" [de las sociedades]  y que es vital para el conocimiento y la toma de decisiones dentro de las mismas. Por su capacidad de informar y su tradición en revelar hechos que permanecieron ocultos, el oficio de los reporteros es una de las vías más expeditas para acercarse a la Historia con los fines antes mencionados.

Por lo que, a la pregunta de si existe la corriente o la modalidad de Periodismo Histórico, decimos que sí, a juzgar por una práctica en la que se aprecia una manera de acercarse y tratar la Historia mediante el ejercicio periodístico y que se ve plasmado en una producción sistemática, de acuerdo con los intereses de las instituciones informativas, e, inclusive, con secciones fijas o, a veces, con espacios jerarquizados dentro de las publicaciones.

Planteada esta tesis, hacemos la proposición de entender al Periodismo Histórico como la aproximación, bajo los principios, formas y normas del periodismo, de aquellos hechos o realidades, que ya constituyen o puedan constituir preocupación de los historiadores y que contienen los valores de la noticia.

ADVERTENCIAS ANTE LAS TRAMPAS

A la vez que formulamos esta definición, consideramos necesario proponer tres premisas básicas, sobre las que se puede reconocer el campo donde opera y adquiere su identidad el Periodismo Histórico. Estas premisas son:

1.- No todo lo que aparece en los medios o canales de comunicación de masas es Periodismo Histórico.

Partimos del supuesto de que el periodismo constituye un cuerpo definido y posesionado en la práctica de las sociedades. Por ello cabe hacer la diferenciación entre una publicación de carácter académico, en este caso una revista, aun cuando se renueve periódicamente, y la de un medio informativo.

El desarrollo de Internet ha venido a convertir en obsoletos o estremecer conceptos y realidades que antes se encontraban clarificados y eran asumidos con entera serenidad. Según Oscar Jaramillo, una de las particularidades de la red es el grado de accesibilidad que otorga a sus usuarios, al punto que "por primera vez las personas puedan ejercer los derechos de recibir, investigar y difundir mensajes, directamente (al menos en teoría) sin ningún tipo de intermediación". Jaramillo apunta que ese cambio ha venido a desdibujar diferenciaciones, claras y tajantes, que estaban establecidas en los medios tradicionales.

De acuerdo con esa lógica, ese nivel de accesibilidad hace que medios que, antes poseían un carácter restringido, puesto que su información está destinada a satisfacer la demanda de un público o un segmento especializado, ahora se encuentren al alcance del click de cualquier usuario. Por esa razón, y ante el cúmulo grande de informaciones de carácter histórico, creemos necesario precisar que no todo lo que se publica, específicamente en Internet, es Periodismo Histórico, ni  todo texto sobre la Historia llega a clasificar en la dimensión del Periodismo.

Siguiendo uno de los dos elementos básicos establecidos por Umberto Eco para la definición de medios de comunicación de masas, se debe señalar que el oficio de los reporteros obedece a la intención de llegar "no a grupos determinados, sino a un círculo indefinido de receptores en situaciones sociológicas distintas" , lo que obliga a que el periodista configure sus mensajes, de modo que esa accesibilidad sea posible.

A diferencia de lo anterior, lo académico, incluso lo institucional, como pueden ser los boletines o revistas del Archivo de Seguridad Nacional de los Estados Unidos, se preocupan por satisfacer las demandas de información de un grupo específico. Mientras tanto, la intención de lo periodístico por llegar a esa audiencia  indeterminada, ha producido un tipo de discurso y una técnica para su elaboración y presentación, lo que vendría a diferenciarlo no solo de lo emitido por centros especializados, sino también de lo disponible en otros sitios, como los promovidos por veteranos de la Segunda Guerra Mundial, cuyas preocupaciones quizás sean similares a las de un periodista, en cuanto a llegar a los grandes números de lectores.  Por otra parte, la función básica y primordial del Periodismo es informar hechos que contienen los valores de la noticia, por lo que ostentan un interés para los integrantes de la sociedad, quienes los necesitan para su conocimiento y la toma de decisiones dentro de la comunidad en que actúan. Por último, para que un trabajo de corte histórico alcance la dimensión periodística, debe atravesar por un proceso industrial , que en los medios informativos tiene situaciones muy particulares.

Estas precisiones pueden parecer obvias; pero entendemos que, en primera instancia, ellas pueden ayudar a no perder el derrotero frente a análisis posteriores. Uno de ellos aparece al momento de examinar la conceptualización de Periodismo Cultural, y que abordaremos en las consideraciones finales.

2.- El Periodismo Histórico se preocupa por hechos ocurridos en el pasado, aún cuando este sea reciente.

Por esa razón, sería una falacia clasificar, dentro del Periodismo Histórico, a los reportajes sobre el caso Watergate o el golpe de estado dirigido por Augusto Pinochet contra el gobierno socialista de Salvador Allende. Las coberturas de ambos hechos noticiosos, cuando se realizaron, estuvieron marcadas por la urgencia, ocurrieron en el presente, eran noticias de último momento. Mirados desde la distancia, el tiempo podría invitar a mirarlos como Periodismo Histórico cuando lo que sucede, en realidad, es que el producto de esas coberturas (notas informativas, reportajes, comentarios, entrevistas, crónicas) han adquirido el valor de documentos históricos.

La serie sobre las desapariciones de prisioneros políticos en Paraguay, que le otorgaron a Samuel Blixen el Premio Internacional de Periodismo José Martí,  la consideramos dentro del tipo de Periodismo que analizamos, porque ella se encarga de examinar hechos ocurridos trece años atrás de la fecha en que se realizaron las investigaciones; aunque debemos señalar que la técnica narrativa utilizada por Blixen -incorporar planos temporales, en forma de entrevistas y reportajes y que dan la medida del impacto que tienen los descubrimientos en el presente- les otorga un sólido sabor a actualidad. Por su parte, el tiempo transcurrido sobre los episodios que trata Erna Flieguel en su conversación con Luke Harding hacen evidente el porqué incluimos esa entrevista dentro del Periodismo Histórico.

Reconocemos, eso sí, que el periodista no actúa con la misma variable de espera con la que debe trabajar el historiador. Mientras que este se recomienda esperar a que el impacto de los sucesos se sedimenten y así realizar un análisis en frío, el reportero no demora y tampoco puede aguardar por esa dilación temporal, y se acerca a momentos del pasado que todavía son demasiado recientes para que los historiadores otorguen sus veredictos finales. 

Ello nos conduce a una inquietud: ¿hasta qué punto considerar, dentro del Periodismo Histórico, a un material que se interesa por hechos que no se encuentran tan alejados de la fecha en la que el reportero se preocupa por ellos? Por ejemplo: ¿en qué medida considerar como Periodismo Histórico a un reportaje producido en 1998 y que se aproxima a un acontecimiento que ocurrió tan solo tres años atrás, como la crisis de los balseros en Cuba, en agosto de 1995? 

Es una de las trampas que traen consigo las clasificaciones. Consideramos que la respuesta se puede encontrar en el análisis del tiempo informativo que rige el suceso, es decir: en la medida en que el evento afecte a la comunidad en que se desarrolla y esa afectación desate una urgencia noticiosa. Al momento en que se supere esa premura, más se acercará a la definición que proponemos.

3.- El Periodismo Histórico se entrecruza con otras corrientes o modalidades del Periodismo.

La simbiosis aquí puede ser vasta, en la medida en que la preocupación del periodista, al momento de realizar su trabajo, sea examinar el pasado de la sociedad. Nos ceñiremos a tres puntos, fundamentalmente, a modo de ejemplo:

1.- Se mueve dentro del Periodismo de Opinión, en tanto el asunto histórico es abordado por la familia de géneros que integran esa modalidad, en la que el periodista, en vez de "trasladar información, se dedica a analizar y comentar determinado hecho o problema" . Por sus características, el artículo es un género que le es muy afín , junto con la crónica. El profesor Julio García Luis anexa un texto en su libro El Artículo General, que ilustra ese entrecruzamiento. Nos referimos a Manuel de Angola, del historiador cubano Manuel Moreno Fraginals, en el que analiza la trata negrera procedente de esa región de África y su impacto en la Cuba del siglo XIX.

2.- Forma parte del Periodismo Literario en la medida en que la información recogida sea contada a través del manejo de las técnicas narrativas, propias del cuento y la novela. Un ejemplo lo son los reportajes del escritor y periodista cubano Leonardo Padura, publicados en el periódico Juventud Rebelde en los años ochenta del siglo pasado y agrupados más tarde en el libro El Viaje más largo. Dentro de esos materiales, se aprecia el manejo de distintos narradores, el diseño de personajes y procedimientos propios de la literatura, junto al manejo del dato exacto y verificado, como métodos afines del periodismo.

Pero, además, del criterio para entender esa relación desde el punto de vista técnico, se unen, en este caso, otros elementos a tener muy en cuenta. El Periodismo Histórico se entrecruza con el Periodismo Literario por el anecdotario que guarda la Historia, con un potencial de conflictos, relatos y personajes, capaces que tentarían a cualquier periodista a contarlos como si estos ocurrieran de nuevo en la vida real y le transmitieran al lector la sensación de que vive una película.

3.- Por último, se acerca y puede entrecruzarse con el Periodismo de Investigación. Las diferentes definiciones de esta modalidad coinciden en que I) para obtener las informaciones es necesario invertir un tiempo, por encima del empleado normalmente en un trabajo convencional; II) que deben manejarse distintos procedimientos indagatorios y con un nivel de fuentes, superiores a  las que de manera usual se emplean en la rutina común del medio, para obtener los resultados y verificarlos, y III) el carácter oculto que tienen o que se le quiere otorgar a los datos que se buscan.

Una indagación histórica, cuyos resultados después serán publicados en un medio informativo, muchas veces cubre casi o todos los elementos expuestos en el párrafo anterior. Según las características, la trascendencia del hecho y la intencionalidad del periodista en buscar las nuevas aristas, hacen que este se involucre en un nivel de investigación, que muchas veces le consume un tiempo mayor que el ordinario, además de hacerlo sudar con mayor frecuencia en su intento por juntar todos los detalles del pasado y tener a mano el cuadro final. Una lectura más reposada de los reportajes de Leonardo Padura sugeriría de inmediato la amplitud de fuentes de información que debieron consultarse para reconstruir un episodio, algunas veces en sus detalles más ínfimos, lo que pudo implicar, en su momento, un tiempo superior de investigaciones al que normalmente se hubiera empleado para contar esas historias en el modo convencional.

Lo que para muchos constituye la piedra fundamental en la definición del Periodismo de Investigación, el carácter oculto de las informaciones que se procuran, estaría dado en el Periodismo Histórico por los intentos, por ejemplo, de romper con una Historia Oficial, dígase: indagaciones en Chile y Argentina por conocer las conexiones con la Operación Cóndor y que, en ocasiones, han terminado en tragedias para el propio reportero. Al mismo tiempo, periodistas e historiadores pueden dar fe de las nebulosas que se han entretejido alrededor de un objeto de estudio. La periodista Stella Calloni lo vivió cuando, al poco tiempo de la caída del dictador Alfredo Stroessner, se acercó a los papeles secretos de la policía de Paraguay. Entonces escribió: "...debido a que los archivos plantean una amenaza a los hombres que organizaron y llevaron a cabo la represión hemisférica, se están realizando esfuerzos para eliminarlos o depositarlos en manos 'seguras'. Algunos de los documentos ya han desaparecido y existen sutiles maniobras para sustraer a los restantes del control legal y periodístico".

LAS OTRAS PIEZAS DEL TRAJE (O CONSIDERACIONES FINALES)

Pierre Vilar le criticaba a Raymond Aron y a la escuela positivista la posición de encerrar a la Historia y al oficio del historiador en lo exacto de lo acontecido, al punto de conformarse con una relatoría puntual de los acontecimientos más comprobables. Para Vilar, la Historia desborda esa puntualidad y se dirige a comprender un pasado, antes que revivirlo; en escudriñar en los mecanismos de las sociedades y no quedarse solamente en la dimensión de las decisiones políticas; en examinar el estudio del juego recíproco de relaciones entre hechos diferentes y hasta, algunas veces, sin una relación aparente.

Al periodismo y al oficio del reportero también le sería dable ese contrapunteo de posiciones; y, por momentos, podría pensarse que los postulados de Raymond Aron son los más cercanos a nuestra profesión en el sentido de que el periodista se debe atener meramente a los hechos comprobables en busca de una veracidad, que es esencial en la confrontación de la opinión pública. Solo que el devenir de nuestro trabajo ha venido a comprobar que a los reporteros les son más cercanas, más factible y que pueden encontrar mayor provecho en las posturas de Vilar que en las de Aron. Si esto no fuera así, ¿cómo entender entonces a modalidades del oficio muy preocupadas por comprender el cómo y los porqué de la noticia, como es el caso del Periodismo Interpretativo y el de Investigación?

El entrecruzamiento entre Historia y Periodismo puede ser más sutil y fuerte de lo que imaginamos. Las reflexiones sobre las formas en que los medios han tratado el pasado, motivadas muchas veces por inquietudes contestatarias, ha sido uno de los puntos más tratados a la hora de establecer la relación entre prensa, historia y poder. Un ejemplo de ello lo constituye Noam Chomsky, aunque los ejemplos pudieran ser más, a partir de las aproximaciones que se han realizado desde las ciencias históricas y políticas. Esa frecuencia nos hace preguntarnos hasta qué punto resulta novedoso hablar de Periodismo Histórico en el sentido en que lo hemos abordado en el presente texto.

De todos modos, el vacío conceptual es evidente y sobre todo la falta de una sistematización teórica que permita comprender las particularidades del objeto que analizamos, sus posibles leyes, el comportamiento del fenómeno y su interacción con los demás elementos que componen una estructura social.

Una de esas interacciones, que podría conducir a una línea de investigación, podría estar en las construcciones que, desde la prensa, se realizan del pasado por distintos sectores o grupos de acción dentro de la sociedad; junto con el dibujo que con el uso de los medios se quiere hacer de lo sucedido por parte del poder. Es decir, tratar en qué medida se realiza o no lo que Chomsky llamó el asesinato de la Historia, además de revisar cómo se ejecuta el rescate de lo que no estaba incluido en el conocimiento histórico.

Planteado el asunto de esta manera, podría caerse en una reiteración y decirse que se llueve sobre mojado; pero nuestra intención apunta a examinar cómo se ejecuta la construcción de lo Histórico desde los medios y qué origina que las redacciones sientan un interés mayor o menor, según los casos, por abordar lo ocurrido en la memoria de las comunidades. Porque observamos un hecho: en aquellas sociedades, sometidas a tensiones y con una postura de revisar sus modelos de desarrollo o de ajuste de los eslabones sueltos de su pasado, lo histórico es más tratado por el periodismo que en otras naciones, donde ese tratamiento se limita, en ocasiones, al momento de la efeméride y la conmemoración. Una mirada a dos geografías indicarían enseguida ese comportamiento. El periódico español El Mundo, en su edición digital, le dedicó espacio al aniversario de la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, llama la atención que, cumplida la efeméride, el acontecimiento histórico más tratado fue el aniversario de la llegada al trono del rey Juan Carlos. Mientras, en Venezuela, resulta significativa la abundancia con que lo histórico es abordado por los medios, sobre todo por aquellos que se proclaman parte del proceso. Ese comportamiento valdría la pena demostrarlo y ser analizado de manera empírica.

Un tercer y último punto, que deseamos abordar en estas consideraciones finales, se encuentra en la naturaleza propia del Periodismo Histórico, de las cuales surgen variadas interrogantes, y más al momento de acercarnos al  Periodismo Cultural. 

En su planteamiento de definiciones, Lucía Villa examina las problemáticas a la hora de conceptuar al Periodismo Cultural y apunta a que el concepto "se aplica a un campo extenso y heterogéneo. (....) y que nos marca la imposibilidad de ser abordado desde una sola perspectiva. Involucra y excluye a los géneros y productos del campo periodístico produciéndose una constante pendulación entre los términos 'periodismo' y 'cultura" . Nos preguntamos entonces: ¿esa pendulación es dable también en el Periodismo Histórico? La respuesta amerita un examen desde la práctica, en el que se diagnostique si el tratamiento de la Historia a través del Periodismo participa de esa complejidad registrada dentro del Periodismo Cultural, en cuanto a la diversidad de modos de tratar los temas y los campos sobre los cuales centra su atención. En otras palabras: ¿hasta qué punto lo académico participa en el Periodismo al momento de abordar la Historia en cuanto a la aportación de géneros, como ocurre con el ensayo, un género de la reflexión cultural por excelencia, pero también presente en el Periodismo Cultural? ¿O es que en esa relación es más dual, al punto de que se pueda construir, como ocurre en la práctica periodística dentro de la cultura, una zona donde coexista lo informativo con el puro análisis histórico?

En sus análisis, Villa nos aporta otra pista para adentrarnos en las dinámicas que puedan mover al Periodismo Histórico. Al referirse a los orígenes y, en cierto modo, al comportamiento, que en la práctica subyace en la legitimización del Periodismo Cultural, expresa:

Sin embargo, en un sentido más restrictivo los productos que se dicen a sí mismos culturales o que por su modo de producción, circulación y recepción fueron reconocidos históricamente en esa franja, responden más a una concepción de cultura ilustrada, letrada y elitista, restringida al campo de las "bellas letras" y "las bellas artes".

De ese criterio se desprende: no todo el mundo se ocupa de la cultura y se interesa por leer los suplementos y secciones culturales. ¿Ocurrirá lo mismo con el Periodismo Histórico? ¿O es que estamos ante un fenómeno escurridizo y móvil, que no se comporta únicamente en una franja reducida; sino que tiene una mayor capacidad de convocatoria en el momento que aborda tópicos que pueden involucrar a numerosas personas por la forma en que pueden ser tratados y por las cuestiones que someten a debate? Parece que esta última pregunta es la que más se acerca a la realidad. Y eso lo pudo constatar Samuel Blixen cuando, en medio de las investigaciones en los archivos de Stroessner, fueron apareciendo los sitios donde ocurrieron los enterramientos de las personas que estuvieron desaparecidas durante casi 20 años. Luego se observar una de esas fosas comunes y ver los cuerpos en descomposición de los torturados, Blixen escribió: "En Paraguay se está rescribiendo la historia de la década trágica de América Latina". Es una oración movida por el sentimiento. Pero es, al mismo tiempo, una prueba más de cómo el Periodismo se entrecruza con los caminos del historiador.

Bibliografía consultada:

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21. Lacouture, Jean: La Historia inmediata. En: Torres Cuevas, Eduardo (compilador): La Historia y el oficio del historiador. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, pp 225 -247. 

22. Marín, Carlos y Leñero, Vicente: Manual de Periodismo. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1990.

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25. Santoro, Daniel: El plan de Galtieri para hacer la bomba atómica. Disponible en: http://www.clarin.com/suplementos/zona/2006/01/08/z-03415.htm, consultado el 9 de enero de 2006.

26. Timoteo Álvarez, Jesús: Historia y Modelos de la Comunicación en el siglo XX. Ariel, Barcelona, España, 1992.

27. Torres Cuevas, Eduardo: Pensar el tiempo en busca de la cubanidad. En: Debates americanos, revista semestral de estudios históricos y socioculturales. La Habana, no.1, enero-junio 1995, p 2.

28. Vázquez Montalbán, Manuel: Historia y Comunicación Social. Bruguera, S. A., España, 1980.

29. Vilar, Pierre: Historia. En: Torres Cuevas, Eduardo: La Historia y el oficio del historiador. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, p 1- 21. 

30. Wolf, Mauro: La Investigación de la Comunicación de Masas. Piadós, Barcelona, España, 1987, p 109-147.

NOTAS

Para una definición del concepto de Historia y las preocupaciones del historiador, ver: Vilar, Pierre: Historia. En: Torres Cuevas, Eduardo: La Historia y el oficio del historiador. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1996, p 1.  También se puede revisar: Bloch, Marc: Apología de la historia. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1971. Una revisión de estos materiales y de cualquier texto o estudio sobre las funciones del periodismo, permitiría distinguir rápidamente las similitudes que existen entre ambos oficios.

Vale recordar que Daniel Defoe tenía cinco años cuando la epidemia de la peste azotó la ciudad de Londres en 1665. Es decir, el acontecimiento se encontraba enraizado en el pasado, su momento de actualidad había sido trascendido y puede que hasta sepultado por hechos más apremiantes del momento, como las consecuencias del triunfo de Rusia sobre Suecia, en 1721, con lo que Inglaterra se agenciaba un rival más poderoso dentro del comercio y la política del mar Báltico.

Para un mayor conocimiento de las propuestas y observaciones, algunas veces polémicas, de Lacouture, Ver: Lacouture, Jean: La Historia inmediata. En: Torres Cuevas, Eduardo (compilador): La Historia y el oficio del historiador. Editorial de Ciencias Sociales, La Habana, 1996, pp 225 -247. 

Ver Torres Cuevas, Eduardo: Pensar el tiempo en busca de la cubanidad. En: Debates americanos, revista semestral de estudios históricos y socioculturales. La Habana, no.1, enero-junio 1995, p 2.

Ibídem, al final del primer párrafo.

La búsqueda se realizó en los periódicos Granma, Granma Internacional, Trabajadores, Juventud Rebelde, El Habanero y Tribuna de La Habana. Realizada el 30 de enero de 2006, por la especialista de sala Ileana Reyes.

Ver, Agencia EFE: Una universidad de Estados Unidos publica el perfil psicológico de Adolf Hitler que predijo su suicidio. Constata una homosexualidad reprimida. En: http://www.elmundo.es/elmundo/2005/03/31/sociedad/1112300808.html, consultado el 7 de enero de 2006.

Ver, Conde, Carlos: Perón-Vargas: la alianza inconclusa. En: http://ww.clarin.com/suplementos/cultura/ 2005/11/19/u-01092040.htm, consultado el 8 de enero de 2006.

Ver, Santoro, Daniel: El plan de Galtieri para hacer la bomba atómica. En: http://www.clarin.com/suplementos/zona/2006/01/08/z-03415.html, consultado el 10 de enero de 2006.

Fernández Bogado, Benajamín. El acceso a la información pública y el rol del periodismo. En: Sala de Prensa.Org, no. 78, abril 2005.

Por Principios nos referimos al ejercicio de la ética y los valores que entraña la misma; bajo la categoría de Formas englobamos a los géneros periodísticos y el manejo del discurso; mientras que por Normas entendemos, en este caso, a las pautas editoriales que rigen las dinámicas productivas de los medios.

Jaramillo, Oscar: La Web y el derecho a la información, una revisión conceptual. Universidad Complutense de Madrid, Programa doctoral Derecho a la Información en España y América Latina, p 27. En: Sala de Prensa.Org, 

Eco, Umberto: La estructura ausente: introducción a la semiótica. Editorial Lumen, Quinta Ed., España, 1994, p. 20. Citado por: Jaramillo, Oscar, p. 5, ibídem.

Pensamos en esas realidades y dinámicas que se viven en las redacciones informativas y que originaron estudios como los del Newsmaking y la Agenda Setting.

García Luis, Julio: El Artículo General. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, 1987, p 5.

Julio García Luis señala que el artículo, en específico el artículo general, se caracteriza  por el valor permanente de los asuntos que aborda, a diferencia del editorial, el comentario, la reseña o la crónica, que juegan con la variable de actualidad. Ver: García Luis, Ob. Cit,, p 7.

Ver Calloni, Stella: Los Archivos del Horror del Operativo Cóndor. Disponible en: http://www.derechos.org/nizkor/doc/condor/calloni.html,

Ver el concepto de Periodismo Cultural, dado por el periodista e investigador argentino Jorge Rivera y citado por: Villa, María J: Periodismo cultural, reflexiones y aproximaciones. En: Revista Latina de Comunicación Social, La Laguna (Tenerife), junio de 1998, número 6. Disponible en: http:// , consultado el 25 de enero de 2006. Para una mayor información sobre las complejidades del Periodismo Cultural, ver: Navarro Rodríguez, Fidela: La cultura y su periodismo. En: Sala de prensa.Org, febrero de 2004, número 64. Disponible en: www.saladeprensa.org/índicedeartículos/febrero2004/no.64/laculturaysuperiodismo, consultado el 25 de enero de 2006.

Villa, Lucía: Ob. Cit.