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LA OBJETIVIDAD PERIODÍSTICA: ENTRE EL MITO Y LA UTOPÍA

LA OBJETIVIDAD PERIODÍSTICA: ENTRE EL MITO Y LA UTOPÍA

Dr. FRANK GONZÁLEZ GARCÍA,
Decano de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

En 1921, el entonces editor del diario británico The Manchester Guardian, Charles Prestwich Scott, escribió: “El comentario es libre, pero los hechos son sagrados”1. Casi un siglo después, The Guardian destaca la vigencia de tal afirmación al señalar que “ha perdurado como la máxima expresión  de valores para una prensa libre y continúa sustentando las tradiciones del periódico Guardian hoy”2.

La frase de Scott reflejó -como ninguna otra en su tiempo- la creencia en la objetividad periodística proclamada por  la prensa liberal burguesa a partir de finales del siglo XIX  como mecanismo de autolegitimación, hasta convertirlo posteriormente en paradigma y principio ético del periodismo.

En 1960, el fundador y primer director de Prensa Latina, Jorge Ricardo Masetti, se refirió a la objetividad periodística desde un ángulo  diferente al de Scott y The Guardian cuando afirmó: “Nosotros somos objetivos pero no imparciales. Consideramos que es una cobardía ser imparcial, porque no se puede ser imparcial entre el bien y el mal. Nos llaman agitadores, pero eso no nos asusta…” (MASETTI: 2006, 238).

Tanto Scott como Masetti creían en la objetividad, pero desde posiciones muy distintas; y no podía ser de otra manera si se considera la actuación de los medios como un proceso de construcción social de la realidad, enmarcado en una pugna permanente por el poder. Mientras para el primero la objetividad significaba reflejar los hechos desde una óptica de aparente neutralidad, para el segundo el ejercicio del periodismo implicaba una toma de posición.

Esta negación de la imparcialidad no significa –como señala Víctor Ego Ducrot- la aceptación de una parte en detrimento del todo, sino la  “asunción de una posición propia del periodista y/o del medio ante el complejo y multifacético entramado de hechos sobre los que trabaja la práctica periodística”. (DUCROT: 2004b)

El paradigma de la objetividad periodística está asociado a los procesos que contribuyeron a la consolidación de la burguesía como clase hegemónica a partir de mediados del siglo XIX; entre ellos el auge de la prensa de masas, el establecimiento de la empresa periodística moderna, con la noticia como mercancía, y el progresivo ascenso del periodismo informativo en contraposición al ideológico o de opinión, prevaleciente hasta entonces.

La objetividad periodística se convirtió en un mito que caló profundamente en la comunicación de masas y sirvió de fundamento a la supuesta imparcialidad y universalidad del discurso mediático.

 La objetividad periodística ha sido abordada desde dos ángulos: el epistemológico, según el cual el periodista debe y puede limitarse a reflejar fielmente los hechos sin interferencias subjetivas; y el ético, interpretada como un ideal imposible o muy difícil de alcanzar, pero por el cual vale la pena luchar dada su función reguladora de la actividad periodística.

El debate en torno al enfoque epistemológico llegó al punto de saturación hace varias décadas, debido a la inconsistencia demostrada por el concepto original de objetividad periodística, tanto en el ámbito académico como en el profesional. Sin embargo, muchos periodistas y medios siguen creyendo en ella y en su correlato la imparcialidad como fundamentos de la profesión, ya sea por convicción o por conveniencia.

La inconsistencia conceptual y práctica de la objetividad periodística, basada en la presunta independencia entre el sujeto y el objeto, ha sido demostrada desde las ciencias sociales, “pues cada observador aprehende la realidad desde determinadas estructuras cognitivas y desde una determinada visión del mundo que fraguada individual y socialmente le acompañan[…] De forma más clara: un sujeto sólo puede observar el mundo subjetivamente y es inútil pedirle que se comporte objetivamente, tal si fuera un objeto…” (RODRIGUEZ: 1998).

En el plano ético, la objetividad  no demanda del periodista seguir siendo un espejo al borde del camino, sino honestidad y responsabilidad social en la búsqueda de la verdad como ideal supremo.

La influencia del positivismo

La objetividad periodística es deudora del positivismo decimonónico y su obsesión por someter el estudio de los fenómenos sociales a métodos de verificación científica como única validación posible. Desconocía la bipolaridad sujeto-objeto en el acto de conocimiento y sólo reconocía la validez de éste si provenía de la observación imparcial de los hechos, a fin de evitar la contaminación de los juicios fácticos, reales y objetivos, con los de valor, espirituales y subjetivos en “una derivación reduccionista del concepto de verdad, que acaba por deformarlo” (MUÑOZ-TORRES: 2002).

A la participación activa del sujeto en la aprehensión de la realidad se refirió Marx en 1845 cuando escribió que “el defecto fundamental de todo el materialismo anterior -incluido el de Feuerbach- es que sólo concibe las cosas, la realidad, la sensoriedad, bajo la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, no como práctica, no de un modo subjetivo…” (MARX: 1973). Es decir, el individuo es un ser social que no sólo capta, sino también construye la realidad en su actividad práctica mediante relaciones dialécticas permanentes tanto objetuales como intersubjetivas, y no puede ser de otra forma pues “…la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su realidad, el conjunto de las relaciones sociales” (MARX: 1973).

La concepción marxista sobre la relación sujeto-objeto se enlaza con su interpretación materialista de la historia –en la cual la producción ocupa un lugar central- y con su aplicación de la categoría de totalidad al estudio de  la sociedad. La sociedad, para Marx, es un todo estructurado y dialéctico a partir del cual pueden y deben ser comprendidos y explicados los fenómenos sociales, no como hechos aislados, fragmentados y estáticos, sino como partes estructurales del todo.

Al referirse a la presencia de una producción predominante en todas las formaciones sociales, que le asigna a las demás su rango e importancia,  Marx recurre a su concepción de totalidad para señalar que en ese proceso se obtiene “una iluminación general que baña todos los colores y modifica su totalidad particular; dicho de otro modo: un éter especial determina el peso específico de cada una de las formas de existencia” (MARX: 1970, 48).

El conflicto planteado por el positivismo entre la objetividad y la subjetividad tenía como aspecto central el antagonismo entre lo verdadero y lo falso, entre lo útil y lo inservible.

Orden y progreso fueron los fundamentos del conocimiento enarbolados por el positivismo para recomponer la sociedad posrevolucionaria y asegurar el desarrollo ilimitado y sin tropiezos del capitalismo, asentado en el predominio de la ciencia y en el auge de la industria (MATTELART: 2000, 127).

El control sobre las Ciencias Sociales se convirtió en una prioridad para la burguesía con vistas a consolidar su hegemonía sobre toda la sociedad, después del dominio alcanzado sobre las Ciencias Naturales.

El positivismo surgió en el siglo XIX en Francia, desde donde se expandió al resto de Europa hasta convertirse en paradigma epistemológico de la sociedad industrial moderna. Su máximo exponente, y a quien debe su nombre, fue Augusto Comte (1798-1857).

La pretendida independencia entre la realidad y la percepción humana como recurso metodológico, ganó rápidamente adeptos en todos los campos del saber, dado el prestigio alcanzado por la aplicación del método científico experimental en las ciencias naturales, cuyo vertiginoso desarrollo había sido un factor determinante en el descrédito y repliegue definitivo del pensamiento metafísico del Ancien Régime. “Conocer científicamente se convierte en el paradigma del verdadero conocimiento y, por consiguiente, los principios filosóficos verificacionistas del positivismo se van aceptando socialmente, sin que sean sometidos a discusión crítica, como si se trataran de evidencias incontestables” (MUÑOZ-TORRES: 2002).

Atrás quedaba la interpretación de la realidad a través de  la religión y la tradición “en la que primaba un orden que intentaba legitimarse pretendiendo un carácter de objetividad, previa al propio individuo. El liberalismo tenía que provocar un giro en la representación ideal de lo social, que consistía en llegar a pensar todo el problema de la existencia social a partir del individuo. Lo colocó como un a priori respecto a la sociedad, sujeto de la representación y del orden, productor del saber y del sistema político-jurídico que regirá su vida en sociedad” (ACANDA: 2000, 101-102).

El proyecto político-social del liberalismo buscó su legitimación en nuevos presupuestos epistemológicos, el primero de los cuales fue “la comprensión del objeto no como expresión o coagulación de un sistema de relaciones sociales, sino como cosa, algo independiente con respecto al sujeto y contrapuesta a éste” (ACANDA: 2002, 103).

Al decir de Alain Touraine, “cuanto más entramos en la modernidad, más se separan el sujeto y los objetos, que en las visiones premodernas estaban confundidos” (TOURAINE: 2006, 204-205).

La despersonalización del poder

Al considerar al individuo como principio y fin de todas las cosas el liberalismo logró la despersonalización del poder, premisa indispensable para su legitimación, mediante la cual se logró establecer “una visión del Estado y el poder que los presenta como desvinculados de todo nexo concreto, con intereses o grupos específicos, como máquina cuyo solo propósito es la conservación del orden…” (ACANDA: 2002, 102).

Partiendo de la concepción  del poder despersonalizado y de las reglas de la objetividad periodística, los medios construyeron su imagen de independencia  y neutralidad respecto a grupos y tendencias de diversa índole. Sobre esa imagen bondadosa y de servicio público se erigieron otros mitos de la prensa liberal burguesa, entre ellos el de simple ente mediador y regulador de la sociedad.

Con Víctor Ego Ducrot, considero que tras la pretendida universalidad del discurso mediático liberal se oculta su intencionalidad como disciplinador social y herramienta de construcción y conservación del poder (DUCROT: 2004a).

Por su parte, Manuel Vázquez Montalbán es categórico al afirmar que “en el momento en que la prensa se convierte en un fenómeno de masas se establece ya su carácter de aparato ideológico al servicio de las clases dominantes” (VAZQUEZ: 2005, 88).

El largo siglo XIX

Hasta bien entrado el largo siglo XIX, el de la modernidad triunfante (TOURAINE: 2006, 102), la prensa conservaba el discurso doctrinario, moralizador y proselitista propio del periodismo de opinión de aquella época.

Sucesivos acontecimientos relacionados con la política, la economía y la tecnología crearon las condiciones para el progresivo desarrollo de los medios y su transformación en organizaciones industriales complejas y dinámicas movidas por el afán de lucro, con inusitada influencia en la sociedad. Esta evolución, acelerada en la segunda mitad del siglo XIX, fue resultado de la conjunción de tres factores: la consolidación del proyecto político-social liberal, la vigorosa expansión del capitalismo y la revolución científico-técnica.

Una vez liquidado el régimen feudal, el liberalismo perdió el fulgor de la etapa revolucionaria y se convirtió en una fuerza conservadora, cuya preocupación fundamental era garantizar la producción y reproducción del capitalismo como sistema y la consolidación de la hegemonía de la burguesía. El desarrollo, la profesionalización y la institucionalización de los medios, y el periodismo, fueron aspectos centrales de la estrategia liberal.

La publicidad y la creciente demanda de información por parte de un público urbano ávido de noticias para satisfacer necesidades relacionadas con la política, los negocios y el entretenimiento, devinieron las principales fuentes de ingresos de publicaciones periódicas enfrascadas en una feroz competencia. Fue así como los medios lograron una relativa autonomía respecto a sus mentores del pasado y se integraron, por derecho propio, a las clases y grupos dominantes de la sociedad.

A partir de la década de 1880 se produce “un salto a la ‘fase superior’ del capitalismo informativo” (ALVAREZ: 2005, 31) con la irrupción en el mercado de medios cuantitativa y cualitativamente superiores a los anteriores. Aumentan las tiradas, disminuyen los costos de producción y se introducen innovaciones de forma y contenido que hacen más atractivo el producto. La nueva forma de hacer periodismo, le permitió a los medios, y a los periodistas ganar en credibilidad al presentarse ante sus audiencias como independientes y objetivos. A esas ansias de respetabilidad, y  de ser la voz de la opinión pública, atribuye Rodrigo Fidel Rodríguez Borges (1998) un papel catalizador en la cimentación del mito de la objetividad periodística.

“Los periodistas ascienden a honrados cronistas que cuentan lo que pasa. Son testigos objetivos de una realidad que trasladan a sus lectores, son –nada más, pero tampoco nada menos – espejos al borde del camino” (RODRIGUEZ: 1998).

Un aspecto importante en esta etapa es la transformación de la comunicación de masas en un sistema organizado según las normas de cada estado nacional, limitado entonces a la letra impresa, aunque sometido a constantes modificaciones y momentos posteriores de ruptura, ante el empuje de nuevos medios.

Se trata de un sistema heterogéneo en el cual la tecnología determina la forma de producción, circulación y consumo de información en cada medio, aunque al mismo tiempo es “un sistema bastante homogéneo que viene a cumplir las mismas funciones sociales” (RODRIGO: 2005, 61-62).

Aunque el sistema se adecuó a las peculiaridades de cada país, su diseño general siguió los postulados del modelo liberal sustentado en la libertad de expresión individual y colectiva; el respeto a la gestión empresarial y a la libre circulación de información, según las reglas de la oferta y la demanda; y la posibilidad de la intervención estatal, “de modo que siguiendo caminos indirectos, sin afectar la letra de las leyes ni el espíritu liberal, los gobernantes fueron capaces, con esa fórmula, de mantener un intervencionismo y un control a veces férreo sobre la información y los periódicos” (ALVAREZ: 2005, 32).

El nuevo escenario propició el florecimiento del periodismo informativo a ambos lados del Atlántico, con mucha más fuerza en Estados Unidos que en Europa. Sucesivos avances tecnológicos relacionados con las comunicaciones en general y con la prensa en particular, como el telégrafo, el teléfono, la fotografía, la radio, el gramófono, el cinematógrafo, el linotipo, la rotativa y la aparición de nuevos medios como las agencias de noticias, propiciaron el afianzamiento del periodismo informativo y su paradigma: la objetividad.

Las agencias de noticias

Uno de los momentos más importantes en el desarrollo y consolidación del periodismo objetivista fue el surgimiento de las agencias de noticias en Europa y Estados Unidos, a mediados del siglo XIX.

La francesa Havas (1835), la estadunidense Associated Press (1848), la alemana Wolff (1849) y la británica Reuter (1851) fueron las pioneras de un sistema informativo internacional incorporado al proceso de globalización de las relaciones capitalistas de producción y su visión del mundo, sin descuidar la defensa de los intereses específicos de sus países de origen.

Las agencias de noticias fueron las primeras organizaciones mediáticas de alcance mundial y estuvieron, además, entre las primeras organizaciones globales productoras y distribuidoras de “conciencia”, mediante la mercantilización de la información, con implicaciones significativas para nuestra comprensión y reconocimiento del tiempo y el espacio. (BOYD-BARRET: 1998).

Los relatos generalmente breves, sin opiniones ni adjetivos, redactados de forma impersonal, con lenguaje llano, directo y preciso, formaron parte del estilo asumido por las agencias para que sus productos y servicios informativos pudieran ser utilizados por medios y otros abonados de los más variados formatos, tendencias y líneas editoriales. Ese modelo discursivo, que en líneas generales aún perdura, ha sido, en gran medida, el principal argumento de las agencias de noticias a favor de la pretendida objetividad e imparcialidad de sus relatos.

La búsqueda de la verdad

Tanto en el plano epistemológico como en el ético, la objetividad periodística ha estado asociada a la búsqueda de la verdad, en un intento por saciar “el anhelo de certeza que caracteriza al ser humano”, al extremo de que hemos llegado a entender por objetivo lo verdadero, lo incuestionable, lo que puede ser conocido al margen del sujeto (MUÑOZ-TORRES: 2002).

En su afán por convencer a los receptores de la autenticidad de los relatos, los periodistas recurren a  marcas de veracidad. La referencia entrecomillada a declaraciones de testigos y protagonistas de los hechos, a fechas, horas, fuentes, cifras y detalles sobre su presencia en el lugar forma parte del arsenal persuasivo del periodista, acompañado por un lenguaje preciso, sin adjetivos ni adverbios innecesarios.

Gay Tuchman, por su parte, denomina ritual estratégico la manera en que los periodistas se apoyan en el concepto de objetividad para protegerse de presiones, críticas o reclamaciones, al tiempo que identifica “tres factores que ayudan a un periodista a definir un ‘hecho objetivo’: forma, contenido y relaciones interorganizativas” (TUCHMAN: 1972).

La moral, la ética y la deontología

El establecimiento de mecanismos de regulación y autorregulación sobre la actividad periodística es una práctica cada vez más extendida en todo el mundo, ya sea mediante disposiciones jurídico-legales o a través de códigos deontológicos, generalmente aceptados como el compendio de  principios que deben caracterizar el ejercicio de la profesión. Estas normas responden a contextos sociales y culturales específicos, en los cuales juegan un papel fundamental el sistema social imperante en cada país.

La moral es un constructo histórico concreto, sobre la cual surgen y evolucionan los principios y normas que reflejan las necesidades, intereses y valores de los seres humanos en su devenir social. La ética es la rama de la filosofía dedicada al estudio “del origen, estructura, esencia y regularidades del desarrollo histórico de la moral” (LOPEZ BOMBINO: 2004, 88) en tanto la deontología o código de ética profesional es “el conjunto de principios, normas y exigencias morales adoptado en un medio profesional determinado” (LOPEZ BOMBINO: 2004, 94).

Para entender la capacidad reguladora y autorreguladora de la moral es necesario tener en cuenta sus tres componentes: el cognoscitivo, el afectivo y el conductual (GARCIA LUIS: 2005, 51). En el plano cognoscitivo, la moral le aporta al individuo una visión del mundo; en el afectivo está presente en sus sentimientos y emociones, y en el conductual le sirve de orientación y pauta en su comportamiento.

En un plano más general, la moral individual se integra a sistemas de valores adoptados de manera voluntaria y consciente por grupos sociales de diferente naturaleza, desde el nivel familiar hasta el universal, lo cual no anula la responsabilidad individual en el acto moral.

Algunos de esos sistemas de valores sobreviven, de alguna manera, al momento histórico en que surgieron, en una relación dialéctica con la época actual, lo cual explica la existencia de valores morales universales pues el hombre es  “una especie única que ha vivido una historia única” (GARCIA LUIS: 2005, 55).

Al periodismo le ha tocado vivir también su historia hasta convertirse en la fuente principal de información a partir de la cual los seres humanos construyen sus representaciones de la realidad, en medio de tensiones y conflictos de creciente complejidad.

En esas circunstancias, la responsabilidad individual sobre el acto moral adquiere una importancia mucho mayor en la búsqueda de la verdad como  valor supremo en nuestra profesión.

Ahora bien, si después de tanta polémica ha sido necesario considerar la “objetividad periodística” como un desiderátum ético para preservar de alguna manera su vigencia, algo similar parece suceder con la noción de verdad. Tal vez por eso cada día es más frecuente el uso de su correlato, veracidad, aunque en los códigos deontológicos de diferentes países se empleen indistintamente los términos “objetividad”, “verdad”, “verdad objetiva” y “veracidad”, con cierto grado de sinonimia.

La veracidad se presenta como un requisito para caminar en dirección hacia la verdad, lo cual entraña un compromiso moral de los periodistas y por extensión de los medios. En ese sentido, José Guillermo Ánjel subraya que “la certidumbre es muy difícil de establecer, pero no así la veracidad”, pues el contrario de la verdad es el error y el de la veracidad la mentira (ÁNJEL: 2004). Para el profesor colombiano, la veracidad implica honestidad, sentido crítico, sensibilidad humana y aprendizaje constante  para interpretar el acontecimiento.

De cualquier forma y al margen de la referencia abstracta a la verdad para sustentar el discurso de pretendido valor universal de la prensa liberal burguesa, su búsqueda es parte del repertorio ético del periodismo, como aspiración principal. García Luis (2004, 58) señala que esto es así porque el significado del concepto varía en dependencia del sentido en que se utilice, ya sea filosófico, político o en la comunicación pública, donde puede ser interpretado como acuciosidad u objetividad.

El problema fundamental radica, entonces, en quién traza el sendero hacia la verdad y en manos de quién se encuentran los medios para socializarla. Es decir, cuál es la intencionalidad del acto comunicativo, desde la producción hasta el consumo. Vista de esta manera, y sin caer en el relativismo posmoderno de considerarla una quimera de la razón, la verdad se convierte en una utopía, entendida como una visión de futuro para satisfacer necesidades humanas presentes y, por lo tanto, realizable.

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