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DEL ACONTECER AL ACONTECIMIENTO

DEL ACONTECER AL ACONTECIMIENTO

MsC. HUGO RIUS BLEIN,
Premio Nacional de Periodismo,
periodista de la Agencia Prensa Latina,
profesor de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Probablemente el acontecimiento represente la prenda más preciada del proceso de comunicación masiva.  Por lo menos parece ser una obsesión común para los dos fundamentales protagonistas de ese fenómeno.

Para el periodista que se detiene selectivamente ante el hecho real y lo construye como mensaje mediático destinado a públicos identificables.

Para el receptor del mensaje que rastrea los medios en procura de la singularidad relevante capaz de proporcionar un vuelco a su consumo rutinario de realidades construidas mediáticamente.   

Uno y otro convergen  de continuo en el interés de difundir y recibir respectivamente. Aunque no siempre, y a veces precariamente, ambos actores coincidan en catalogar un hecho de acontecimiento si como ocurre en ese proceso de dimensionamiento, median necesidades, intereses, expectativas, circunstancias, ámbitos e interpretaciones culturales.

En este sentido considero preciso, en mi criterio, establecer una diferenciación entre esas dos categorías mencionadas. De lo que llamaría el hecho a secas, es decir lo que ocurre, lo que sucede en cualquier momento y lugar, el devenir fluido y cotidiano en el que intervienen seres vivos, en pocas palabras, el acontecer dialéctico,  a lo que se suele identificar como acontecimiento se interpone  un holgado trecho de intervenciones valorativas y de construcciones de sentidos.   

Por lo tanto el acontecimiento, tal como lo concebimos,  puede resultar ambiguo o ambivalente, en dependencia de un conjunto de factores tales como los deontológicos, las necesidades, los intereses y en grado intenso el de las mediaciones,  las rutinas productivas y su concomitante repertorio de valores y en importante medida  los hábitos de las audiencias.

Habrá que empezar subrayando que sin la intervención mediática intencionada el hecho primario recogido en el acopio informativo no llegará a convertirse en acontecimiento público y masivo, que trascienda restringidos círculos de poseedores de la información.

Si nos atenemos a la definición de Miquel Rodrigo Alsina en lo mucho que aporta en “La construcción de la Noticia”, esta última constituye una representación de la realidad que “se produce institucionalmente”.  Luego la noticia existe sólo a condición de que sea objeto de transmisión mediante cualquier sistema comunicativo humano propagador, desde el elemental boca a boca rumoroso de persona a persona hasta los medios tecnológicamente instituidos.  En consecuencia el hecho y la noticia devienen acontecimiento cuando se le dimensiona, se le otorga connotada significación, trascendencia, relieve y previsible repercusión, se le visualiza con reiteración y hasta se le sesga en la selección enfática subjetiva de sus componentes factuales.

Visto así, los medios consiguen imprimir una inevitable dosis de manipulación, mayor o menor, hasta el punto de generar potenciales dudas en lo que se presenta como acontecimiento, y que a mi juicio consiste en un suceso noticiable que va más allá de lo que rompe la normalidad porque es capaz de conmocionar y desatar reacciones perdurables  por su evidente impacto y consecuencias sociales de cierta reconocible envergadura.

Catapultar un suceso a la altura del acontecimiento impone ante todo una actitud ética respecto a la veracidad de los hechos registrados y la responsabilidad social, como para evitar pasarle al auditorio gato por liebre.

Pero aún así, y en el mejor de los casos, ningún medio puede sustraerse de toda un gama de mediaciones en la puja de la portería por ingresar hechos noticiables y elevarlos al rango de acontecimientos.

Si bien es cierto que los valores-noticias que impregnan las ideologías profesionales, tienen un fuerte peso casi automático en los procesos selectivos, todos ellos terminan supeditándose a emanaciones de las líneas editoriales trazadas por los centros rectores de las instituciones mediáticas, a su vez mediadas por ideologías  e intereses clasistas, y en última instancia por los núcleos de hegemonía política y sistemas y escenarios sociales y culturales puntuales.

Al detenerme en eso último llamo la atención sobre la diversidad de lo que los medios signan y el público acoge como acontecimiento en específicos entornos nacionales.

Que en algunos espacios lo sean por ejemplo el parto en una familia real europea, anhelante de heredero,  o la infidelidad conyugal  de un famoso jugador de golf estadounidense, u otros cotilleos relativos a figuras de la farándula a las que se le otorgan fama, así como denigrantes concursos de belleza femenina carecen en realidad de importancia en Cuba y en otros muchos países del llamado tercer mundo, sumidos en otras prioridades informativas.

Por el contrario el fin de la libreta de abastecimiento en nuestro país, que emite señales de importantes cambios económicos,  probablemente no clasifique para las grandes ligas de los cintillos espectaculares de los diarios del mundo rico que prefiere vernos aletargados en carencias dependientes, del mismo modo que tienden a minimizar las escandalosas hambrunas.

Sin embargo medios poderosos dominantes consiguen imponer sus propias agendas de acontecimientos en entornos nacionales y sociales ajenos, mediante la puesta espectacular de episodios frívolos y banales, y llegan a fomentar enajenados públicos consumidores, a la caza ansiosa de semejantes  productos mediáticos que desvían la atención que merecen los asuntos sustanciales para la vida.     

Con estas comparaciones y contraste pretendo señalar la relatividad y las aberraciones de lo que llamamos acontecimientos mediatizados.

Cuando con toda justeza colocamos en la picota denunciadora lo que merece llamarse tiranía mediática mega corporativa dedicada a imponer visiones y pensamientos únicos al público receptor, incluyo todo un repertorio de acciones dirigidas al silenciamiento de lo que podrían constituir legítimos acontecimientos, como la fabricación de otros, insertados en estrategias propagandísticas hegemonistas. 

La historia contemporánea muestra un amplísimo recetario para “cocinar” acontecimientos aplicados cada vez que algún entorno o proceso nacional, político o social desafía el designio hegemónico. Tantos son los ejemplos, que requieren a estas alturas un voluminoso prontuario de canalladas mediáticas, sostenidas por variados instrumentales que van desde burdas falsificaciones hasta sutiles distorsiones de la realidad factual, entre otros procedimientos manipuladores como el ocultamiento de la historia y la satanización reiterativa de todo lo que huela a contra hegemonía. Por lo pronto, y por suerte, el escritor uruguayo Mario Benedetti aportó hace escasas décadas algunas eficaces herramientas de análisis desmontadoras y en los últimos años el español Pascual Serrano, ha continuado adelantando significativo tramos en esa necesaria ruta.

Uno no puede dejar de evocar entre los “clásicos” contemporáneos aquel del  estudiante de Checoeslovaquia asesinado por la policía que nunca existió, y que  la poderosa maquinaria mediática, sin ningún respeto a la verdad, lanzó a los cuatro vientos, en vísperas del desmantelamiento del socialismo en ese país, a finales de los 80. O las inexistentes fosas comunes de opositores políticos en Rumania, con idéntica finalidad. Y en fecha posterior, en el 2003, las armas nucleares, químicas y bacteriológicas en poder del régimen de Sadam Hussein en Iraq, que nunca nadie encontró allí, pero ofertadas a la opinión pública como un libreto-acontecimiento que merecía el desencadenamiento una guerra de ocupación de ese país árabe.

Sin ir tan lejos, el ayuno de un prisionero cubano por delitos comunes, en reclamo de preferibles condiciones de reclusión, lo que ocurre con mucha frecuencia en penitenciarias en Estados Unidos y Europa pero sin beneficios de cintillos ni estelares televisuales, fue colocado intencionalmente en la pasarela de los acontecimientos, exponiendo así un doble discurso respecto a donde se debe silenciar un hecho o donde debe convertirse en escándalo otro similar.       

Creo, o por lo menos echo en falta, una mayor aproximación al tema, que apenas intento abrir hacia una reflexión cuidadosa en torno a la relación entre la categoría acontecimiento y los hábitos de consumo de la información masiva, que sospecho asignatura pendiente.

El público existe porque los seres humanos que lo constituyen  experimentan una imperiosa necesidad de saber en cual contexto social se encuentran y que les depara, y para satisfacerlo requieren la información cuyo suministro pasó a formar parte de las funciones legitimadas de los medios masivos, y en particular los periodísticos.

Creo identificar un grupo de fundamentales franjas de necesidades e intereses de hombres y mujeres comunes sobre los cuales se han estado erigiendo las tramas informativas y con un alto grado de predictibilidad, los acontecimientos.  Sin tomarlos en cuenta parece difícil, por no decir imposible, el establecimiento de las agendas mediáticas, cualesquiera que sean sus signos.  Son, a mi juicio:

1.- La supervivencia humana, que cubre una amplia gama de sucesos vitales  como  los eventos y calamidades naturales, el estado del medio ambiente,  el hambre, las enfermedades y epidemias, los accidentes, y las guerras.

2.- La seguridad social que debería expresarse en garantías de empleo estable adecuadamente retribuido, protección contra la vejez y violencia criminal y la existencia de instituciones reguladoras garantes del orden y de representatividad legítima, que una vez alteradas provocan incertidumbres e intensifica la conflictividad.

3.- La expectativa de bienestar, que penetra en las áreas de la economía,  por cuanto potencian desarrollo y consumos accesibles,  la ciencia y la tecnología con sus consejos,  descubrimientos y hallazgos, y la conquista y disfrute de tiempo libre  en diversos campos de actividad para la reproducción de la fuerza de trabajo.

4.- La adquisición de nuevos conocimientos que contribuyan a una más certera orientación sobre la vida cotidiana, las relaciones sociales y los entornos nacional e internacional.

5.- El reforzamiento del protector sentido de identidad y pertenencia grupales que se puede encontrar en relatos e interpretaciones históricas, tradiciones, leyendas y mitos, en el arte y la literatura, en discursos políticos, disertaciones académicas y ceremonias, en la competitividad deportiva.

6.- El enriquecimiento de la vida espiritual y estética que se busca en las llamadas secciones culturales, si bien torpedeado por las aberraciones faranduleras sensacionalistas introducidas editorialmente con intenciones comerciales y enajenadoras.

7.- Disponer de modelos éticos de conductas, que se espera encontrar en relatos sobre actitudes sobresalientes, semblanzas  y  entrevistas a personalidades destacadas que se erijan en patrones.

8.- Incorporar la noción del éxito personal, que varía según los sistemas de valores de cada sociedad, desde el honor enaltecido hasta el enriquecimiento rapaz.

9.- La compulsiva identificación con las más sentidas necesidades, exigencias y desgracias de otros seres humanos, que en unas sociedades se encauza en la solidaridad y en otras en la morbosidad.

10.- La predictibilidad del futuro con sus apremiantes interrogantes, para lo que se apela a lo científico y racional, al juicio probablemente orientador del periodismo investigativo y de opinión.  Pero también a lo etéreo difuso como presunta tabla de salvación cuanto más incierto se presenta el entorno, que muchos medios bajo las égidas del enajenamiento y la “venta” de emociones fuertes, ofrecen sin escrúpulos en sus espacios.

Pasar mediáticamente del acontecer al acontecimiento entraña un posicionamiento conceptual, un sagrado apego a la veracidad, una misión esclarecedora, y en fin de cuenta una batalla de ideas. 

 

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