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LA PALABRA EN EL AIRE

LA PALABRA EN EL AIRE

…Yo dejo mi palabra en el aire, para que todos la vean,
la palpen, la estrujen o la expriman.
Nada hay en ella que no sea yo misma;
pero en ceñirla como cilicio y no como manto
 pudiera estar toda mi ciencia.
Dulce María Loynaz
 

MSc. RANDY SABORIT MORA,
Periodista de Prensa Latina, y
Lic. JESÚS ARENCIA LORENZO,
Periodista de Juventud Rebelde,
profesores de la Facultad de Comunicación,
Universidad de La Habana.

Hubiéramos deseado que estas líneas sobre oralidad y oratoria se esparcieran  oralmente, pero  hemos optado por la letra impresa a falta de discos compactos suficientes. Por tanto, cuando los del otro lado de la cuartilla consulten este artículo, nosotros no podremos aclarar las dudas ni con la voz ni con el gesto. Ojalá estas palabras alcanzaran la altura de la imagen para que pudiera visualizarse mejor lo que pretendemos comunicar.

La oralidad es un «sistema simbólico de expresión o acto de significado dirigido de un ser humano a otro u otros» que  ha marcado la convivencia social. «La vida en sociedad ha requerido de un sistema eficiente de comunicación y ha sido precisamente el lenguaje lo que ha promovido la socialización». (1)

En el principio fue el grito. Esa es la entrada de todo humano en el reino de este mundo. El alarido en los orígenes de la existencia nos recuerda la conexión genética con los primates que se devoraban o se enamoraban con sus aullidos. La historia de la oralidad se parece a la historia de un sólo hombre. El grito original va evolucionando en lenguaje articulado con el transcurso del tiempo. A cada uno se le asigna una cuota de buenas, y otra de malas lenguas.

Según se guarda en los archivos históricos, los inicios de la oralidad se remontan a unos dos millones de años atrás cuando los homínidos decidieron, después de haber chillado hasta el cansancio, sacar al sol los vocablos que los quemaban por dentro. Así comenzaron a llamar las cosas por su nombre, para que lo relacionado con el excedente quedara como cuentas claras, y se conservaran las amistades.

El suceso de sacar las voces interiores como lenguaje articulado llegó después de que el hombre caminara erguido y confeccionara sus instrumentos. Esto produjo en la historia de la humanidad un cambio significativo. Ya el hombre podía decir si la cena primitiva sabía a gloria o a poco. Podía hablar, incluso,  con los pies en la Tierra o en el Cielo. Así hablaba de sus cosas mientras construía sus casas.

La primera cultura del hombre fue la oral. La invención de la escritura se remonta a los sumerios asentados en Mesopotamia a mediados del cuarto milenio a.n.e. La revolución quirográfica o manuscrita fue la primera gran revolución de la escritura o palabra silenciosa, y la revolución gutembergniana o tipográfica hizo circular a partir del siglo XV, profusamente, los discursos estampados en letra de molde y convertidos en objeto de muy apetecido y solicitado consumo.

En la actualidad aún existen comunidades humanas que transmiten su acervo cultural por vía oral exclusivamente. Se sabe que en los páramos andinos en Venezuela, o en las culturas indígenas del país es de esa manera. Otro dato interesante es que los habitantes de la ciudad transfieran el saber culinario oralmente a pesar de haber innumerables libros dedicados a la enseñanza de la cocina.

Poseer el código de la escritura, en las sociedades donde subsiste el analfabetismo, es signo de poder sobre los que no lo tienen porque, entre otras cosas, no poseen acceso a la información que se transmite por vía escrita. «Según Kress, este uso “activo” de la lengua escrita —escribirla antes que leerla— solamente lo tienen los miembros de los grupos socioeconómicos más altos. Es posible también que esos grupos lean apreciablemente más que los grupos más bajos, y aún que lean más de lo que escriben». (2)

La oralidad pudiera asociarse con la audición solamente. El profesor universitario cubano José Rojas Bez se pregunta si siempre fue más bien oralidad-gestualidad, oralidad-escenificación, oralidad-visualidad, en síntesis: audiovisualidad rudimentaria o no. ¿Acaso pervive la oralidad, de algún modo, en muchas manifestaciones tenidas como ejemplos de audiovisualidad? (3)

La oralidad es secuencialidad sonora, una línea en el tiempo que se transmite entre hablante y oyente, una línea de sonidos que se desvanecen al desaparecer la emisión. Al igual que la música, su vida es efímera, a menos que se traduzca al medio escrito o se conserve por medio de los métodos de grabación.

LOS VOCABLOS NOS RETRATAN

“Dime con quién andas y te diré quién eres”, hemos escuchado por aquí. Por allá. Acullá. A la savia popular de este refrán, aún a la moda, debiera añadírsele “dime de qué y cómo hablas para saber quién eres”. Las palabras, y el modo en que se dicen, van construyendo el retrato hablado de cada cual a su la imagen y semejanza.

Los que escuchan pueden aplaudir o rechazar según el contenido y la forma en que se digan las cosas. Ser escuchado es un derecho, pero no gratuito. Hay que saber domesticar lo que se expone y el cómo se expresa porque las costuras de la improvisación saltan a la vista del auditorio. Mientras más vanas sean las palabras más lejos se las lleva el viento.

Según ha señalado el estudioso Abel Cortese: «Hablar con orden, con claridad, con entusiasmo, con persuasión, en resumidas cuentas, con eficacia, no es un lujo sino una necesidad. El 90 por ciento de nuestra vida de relación consiste en escuchar o hablar; sólo el 10 por ciento en leer y escribir». (4)
 
Tan cotidiano es el  ejercicio de hablar que pudiera pensarse que es algo muy sencillo, sin embargo, discursar coherentemente es un arte bien complejo. Hablar mucho no significa convencer ni persuadir. Hay quienes son muy locuaces (los que hablan en exceso), pero no son elocuentes (los que emplean el tiempo justo y las frases precisas).

El hablante transmite un mensaje que debe modularse con una melodía, estar acompañado de un cierto ritmo y seccionarse con espacios libres, también al igual que la música. La lengua hablada acompaña su mensaje musical con la entonación, el ritmo y la pausa, de forma muy semejante que la voz que canta. (5)

DEL LENGUAJE

El lingüista Saussure, para hablar del lenguaje, distingue entre lengua y habla: la primera, social en su esencia e independiente del individuo; y la segunda, individual. La primera, un producto que el individuo interioriza pasivamente, y la segunda, un acto de voluntad y de inteligencia, de creación. (6)

Noam Chomsky, por su parte, define el uso de la lengua como inacabado con respecto a su conocimiento, debido al cúmulo de hesitaciones y errores que cometemos. Distingue así entre la competencia, el conocimiento que el hablante-oyente tiene de su lengua y la performancia, el verdadero uso del lenguaje en situaciones concretas. Solamente en casos ideales, sería la performancia reflejo ideal de la competencia. (7)
 
La escritura, por estar despojada de una serie de características que provienen del sonido, como son por ejemplo la entonación, el ritmo, las pausas y otros que forman parte del sistema de la lengua, se interpreta como lo perfecto, y la oralidad en lo imperfecto, problemático y difícil de estudiar. (8)

MEMORIAS DE LA POLIS Y EL  ÁGORA

Según se ha definido existen tres artes esenciales en la vida. Uno relacionado con la naturaleza de las cosas: para los griegos físicas y para los latinos, naturales; las referidas a la corrección de las costumbres, éticas para los griegos y morales para los latinos;  y las que estudian el discurso y reglas del decir, nombradas por los griegos lógicas y por los latinos, racionales.

Desde la antigüedad era conocido el arte oratorio: en el Antiguo Egipto, Asiria, Babilonia, India y China. La Retórica antigua surgió como la «artesana de la persuasión», en la Grecia del siglo V a.n.e.  A partir del terreno que había ido abonando la oralidad, se funda una retórica política, que se ejercitaba en la polis o ciudad-estado, y una Retórica de Ágora, al aire libre.

José Martí, orador cubano de excelencia, afirmaba que «cuando se asciende a la tribuna (...) truécase el hombre en numen y anonada, convence, reivindica, destruye, reconstruye, exalta, quema» (9). La oratoria refiere el profesor cubano Salomón Sussi Safarti, es el arte de hablar con elocuencia, es decir, la facultad de poder expresar las ideas con eficacia para deleitar, conmover y persuadir. (10)

Después  que el alfabeto y la lengua escrita quedaron establecidos, la retórica se convirtió en objeto de estudio. «Por tanto, el acto de hablar, se transformó en audible, visible, analizable y programable. La retórica, reflexión sobre el hablar, tiene estrechos lazos con la lengua escrita, aunque Ramírez advierte que la lengua hablada es el uso directo de una facultad humana  (…) mientras que la escritura alfabética inventada 700 años antes de Cristo es una tecnología». (11)

Las ciudades helénicas como Atenas, Esparta o Tebas  fueron escenario del arte de la retórica traducido en debates políticos y filosóficos liderados por Gorgias, Lisias, Isócrates, Platón, Demóstenes y Aristóteles, entre los más importantes.

Los estudios literarios comenzaron por ser sobre oratoria. De Grecia pasaron a Roma. En ambos países alcanzaron un gran nivel, que difícilmente ha podido ser superado en los siglos posteriores. Se habla de retórica porque orador en griego antiguo se escribía «réthor». De manera que esta es la ciencia que estudia el discurso, y la oratoria es el propio proceso de dirigirse a un público acerca de un tema determinado. (12)

Según ha expresado el profesor Luis Álvarez, «el nacimiento de la oratoria, como instrumento político, es un aporte de la democracia ateniense y luego de la romana. Su alcance social fue (…) relativamente limitado, pero aún así constituyó un verdadero legado sociocultural que ha llegado, con pocas variaciones, hasta nuestros días». (13)

«La oratoria es una acción comunicativa sociocolectiva oral, dice Álvarez, de un hablante individual a un oyente colectivo, destinada, en lo esencial, a convencer de una manera intensa para que el auditorio asuma una actitud determinada frente a una cuestión específica». (14) 

APUNTES SOBRE ORADORES ILUSTRES

Se dice que Demóstenes, (384–322 a.n.e) tenía graves problemas de dicción y poca fuerza en su hablar. Para vencer esa dificultad se ejercitaba constantemente con piedrecillas en la boca a la orilla del mar. Allí trataba de imponer su voz a la fuerte sonoridad  de las olas. Llegó a convertirse en modelo de valor por la fuerza de su oratoria.

El profesor Salomón señala como dotes características de su oratoria: «la convicción profunda, el ansia de comunicarla, el arte de obtenerla, la solidez de su argumentación, el lenguaje enérgico y rápido, pero poco fluido». (15) Varios autores coinciden en que fue el más grande orador político de la Antigua Grecia. Llevó la técnica oratoria hasta la perfección. Sus discursos se sustentaban en el análisis profundo de  los métodos oratorios y la psicología de sus oyentes.

Pericles fue uno de los oradores más ilustres de la historia de Atenas. Describió de manera especial la democracia en aquella ciudad estado en un discurso a los atenienses que recordaba los caídos en una de las guerras más cruentas. En aquella lucha participaba el verdadero «demos» y «cratos», gobierno del pueblo. Lo más profundo en aquel discurso era que la persona era lo más importante. «Atenas era grande por su gente, por el respeto entre los individuos, por el orgullo que cada uno de sus ciudadanos sentía (…) por ser individuos completos y activos». (16)
 
Para Platón a la retórica y la verdad las unía la misma esencia. Verdad proviene de la raíz latina «veritas», que significa «conformidad de lo que se dice con lo que se siente o se piensa. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. Tenía conciencia que el uso de la retórica, si no estaba enmarcado en valores positivos, era peligroso para todos». (17)
 
Aristóteles (384 — 322 a.n.e) enseñó filosofía y retórica en el Liceo de Atenas. Acostumbraba a caminar mientras enseñaba. A partir del nivel analítico de sus obras se ha podido sentar las bases de otras materias como Lógica, Metafísica, Física, Historia Natural, Moral, Economía, Retórica y Poética. Fue el primero en dar una fundamentación científica del arte oratorio.

Con la publicación de «La Retórica de Aristóteles» en el siglo IV a.n.e esta disciplina entra en el círculo intelectual de la antigüedad clásica. Tomando en consideración las características del público, sus creencias y sus sentimientos es que puede definir la retórica. Además, establece las siguientes categorías: el concepto de discurso; los géneros de oratoria; las acciones del orador y las funciones de los oyentes.

Marco Tulio Cicerón (106 – 43 a.n.e) fue el más destacado orador en los tiempos de la Roma republicana. Político, estadista, filósofo y literato. Según han precisado  estudiosos de sus discursos, su oratoria se caracterizaba por la viva imaginación y la ardiente sensibilidad, de estilo  preciso y abundante vocabulario. Sus cuatro Catilinarias, contra Catilina, son consideradas como modelos de discursos.

HACER CAMINO AL ORAR

Durante el feudalismo primaba la ideología que unía la concepción teológica de la Iglesia Cristiana con la inmutabilidad del orden existente y la predeterminación divina de la desigualdad feudal. Las tradiciones de Demóstenes, Aristóteles y Cicerón, que concebían el arte oratorio como medio de convicción política, resultan discordantes con los dogmas cristianos de resignación y de fe absoluta.

El orador medieval se enfocaba en relatar las creencias de la fe e interpretar los pasajes bíblicos. El predicador religioso, no se veía obligado a componer sus propios discursos. «En primer plano aparecía la forma, la grandilocuencia y la belleza ficticia, reforzadas por la música, los colores y las fragancias». (18)

A partir del surgimiento y desarrollo de las relaciones capitalistas al interior de la sociedad feudal se renovaban los pilares económicos; así como todo el sistema de criterios ideológicos y culturales de la Edad Media. Con el Renacimiento se concluyeron célebres piezas artísticas del humanismo. Así, según destacan varios autores, el orador tuvo la posibilidad de referirse a los problemas terrestres de actualidad y contra la moral estética del Medioevo.

Los humanistas del Renacimiento  italiano colocan  a la cultura antigua como centro de sus obras. La oratoria laica de los siglos XIV y XV en Italia y en otros países se encuentra bajo la influencia de la retórica antigua. Sobre el desarrollo de la teoría del arte oratorio influyen las ideas de grandes artistas de la época: Campanela y Tomás Moro, Petrarca y Dante, Rabelais y Shakespeare, Cervantes y Lope de Vega.  La oratoria comienza a ser, en todos los países europeos, un elemento inseparable de la cultura de los nuevos tiempos y expresa los intereses de clase de la burguesía en ascenso. (19)

En la época de la Gran Revolución Industrial  de 1770 a 1780 la elocuencia sirve de medio para convencer al pueblo de las bondades de la ideología democrático–burguesa en países como Francia, Inglaterra y los Estados Unidos. «En este período se desarrolla activamente en los países de Europa la elocuencia forense y la parlamentaria» (20).

La retórica, en tanto disciplina científica, se ha ocupado, a lo largo de los siglos, precisamente de cómo se construyen mensajes con signos lingüísticos; pero los que ocupan su atención son (…) los mensajes de carácter literario y oratorio. «Hay menos oradores buenos que poetas», decía Marco Tulio Cicerón.

LAS PALABRAS EN LA CIVILIZACIÓN DE LA IMAGEN

Hay quienes siguen el criterio de que una imagen vale más que mil palabras, en cambio,  otros son defensores de que una palabra puede superar el valor de mil imágenes. Desde ambos puntos de vista se tiene parte de la razón, pero todo depende de cómo se enfoque el asunto. Lo cierto es que por mucho que hablen las imágenes, jamás se podrá convalidar el poder de las palabras. 

Un vocablo es elemento propiamente humano y la Retórica, también. Parafraseando a Horacio se pudiera decir que así como los árboles mudan las hojas viejas cada año; de esa misma manera  acaba la vida de las palabras gastadas, mientras florecen las recién nacidas. El uso -árbitro, juez y dueño en cuestiones de la lengua- es quien determina. (21)

La cultura de la comunicación eléctrica y electrónica es hija del telégrafo inventado por Samuel Morse. Desde entonces los mensajes superaron en velocidad al mensajero. Así se revolucionó el vínculo que existía entre las vías comunicativas. Con el mencionado aparato se entró en el mundo moderno donde los conceptos de espacio y tiempo se desdibujan hasta convertirse en la «aldea global» de hoy.

«Con la cultura electrónica la Tierra se ha convertido en una “aldea planetaria”, por decirlo con McLuhan, y el ojo ya es demasiado lento para la moderna información en la que se entremezclan el espacio visual y el acústico. En esta cultura, el ojo y el oído actúan al unísono, la oralidad y la escritura están al mismo nivel, la comunicación se confunde con la información». (22)

La televisión ha entremezclado el mundo textual  y el de las imágenes. Los rasgos de la palabra escrita apuntan a la lógica, las inferencias, la objetividad o a las relaciones de sucesión histórica. En la comunicación televisiva existen particularidades de la oralidad reforzados «por las imágenes visuales que acompañan al texto y por la naturaleza misma del medio, como la desbordante fantasía, la minuciosa y atractiva narración, la contemporaneidad, la simultaneidad, la intimidad, la gratificación inmediata y la rápida respuesta emotiva». (23)
 
Según ha afirmado McLuhan «el medio es el mensaje». Para él ni la tribu ni la nación son ya conceptos lo suficientemente amplios para articular en este nuevo tipo de comunicación. « (…) Para la nueva Retórica el discurso sobre soporte electrónico admite lo verbal y lo no verbal, lo oral y lo escrito, y se difunde a través de diferentes medios de comunicación». (24)
 
El discurso que se impone actualmente se transmite por poderosas máquinas de comunicación que desafían el espacio y el tiempo para difundir con inmediatez  signos lingüísticos -orales y escritos- y signos no lingüísticos de diferentes códigos que van conformando el nuevo discurso multimediático. La comunicación retórica es al mismo tiempo interactiva y socio-política que supone una adaptación total a los medios y circunstancias socio-políticas del momento histórico.

En las sociedades actuales, altamente complejas  por la especialización y el aislamiento que propician las tecnologías modernas, se resiente el equilibrio emocional del individuo por la disminución de la comunicación oral que precisa la persona en su condición de tal. (26)

La necesidad de estudiar el fenómeno de lo oral por sí en el individuo, la sociedad, la historia y la cultura sólo se hace patente en la década del 80 del pasado siglo XX. Este nuevo acercamiento  a la expresión oral, a su transmisión y a la memoria histórica conservada de viva voz, que incluye características, radio de acción, procesos de transmisión y alcance social, ha puesto sobre la mesa la estructuración de una naciente disciplina dentro de las ciencias sociales: la oralidad. ((26)

ORALIDAD Y  PLANIFICACIÓN DISCURSIVA

Según Ong la escritura  y la oralidad son dos formas de producción del lenguaje que se distinguen profundamente la una de la otra. La primera es un sistema secundario de la segunda porque la expresión oral existe sin la escritura, pero la segunda no lo es sin la primera. Ong señala la diferencia que se deriva entre la formulareidad que posee una y la otra no. (27)
 
Por lo general el lector no espera encontrar fragmentos repetidos, salvo en algunos estilos de poesía escrita o quizás en cierto tipo de documentos, como en las cartas, en los escritos jurídicos. (28)
 
Por otra parte Brown y Yule refieren que la reiteración influye en la memoria. Tanto en radio como en televisión se leen textos escritos que implican una intromisión de la oralidad en la escritura porque se inicia con los titulares, después se desarrolla la noticia,  y antes de concluir reiteran los titulares más importantes. También, a través de la escritura,  como en artículos científicos, el resumen inicial y las conclusiones cumplen en gran medida la función de recapitular. (29)
 
El hablante puede controlar lo que acaba de decir y determinar si concuerda con sus intenciones, al mismo tiempo que enuncia la expresión en curso, la controla y plantea simultáneamente su siguiente enunciado para ajustarlo al patrón general de lo que quiere decir, mientras vigila, además, no sólo su propia actuación, sino su recepción por parte del oyente. No posee un registro permanente de lo que ha dicho antes, y sólo en circunstancias especiales puede tener notas que le recuerden lo que va a decir a continuación. (30)
 
La escritura nace sobre todo por la dificultad que significa para la memoria la retención de grandes segmentos, para su retención exacta. La cita textual es un invento tardío en la historia de la humanidad, antes mucho más generosa en compartir su propiedad intelectual que ahora. (31)

De manera general suele asociarse lo escrito con lo planificado, por ejemplo, un artículo sometido a varias revisiones tanto de contenido como de estilo. Por otra parte en el extremo de la oralidad y lo no planificado está la conversación informal. No obstante, asimismo como en lo escrito está lo menos planificado como una nota personal o un mensaje  electrónico, lo oral puede planificarse hasta el punto de preverse la entonación: desde un discurso político hasta una oración fúnebre.

La oración parece ser la unidad básica del lenguaje escrito, no del lenguaje hablado. Según Halliday, citado por Kress, las unidades apropiadas de información están dadas por la entonación, o sea los movimientos de tono significativos de la voz humana. La unidad estructural pertinente para la oralidad es la unidad de información que a menudo coincide con una cláusula, rara vez con una oración. (32)
 
Según Ángel Pulido los oyentes de Castelar se alzaban “con tempestades de aplausos y orgasmos frenéticos que solamente viéndolos se podían concebir”. Artiga lo resumió así: «Y es tanta la simpatía/ Que entre los hombres tenemos/ Que si vemos reír, reímos/ Lloramos, si llorar vemos». (33)
 
El orador debe saber manejar los afectos, los sentimientos de manera despejada, variada, clara y cuidadosa, pero sobre todo vigorosa. De los afectos dice Artiga: «Mas han de ser tan ardientes/ Que en tu voz estén ardiendo/ Porque un carbón apagado/ Nunca da a los otros fuegos». (34)

Existen dos maneras  para establecer la expresión oral: el discurso y la conversación. Tanto en el primero como el segundo acuden a dos modalidades o estilos: informal y formal.

Se afirma que la expresión oral propicia en casi todos los casos la comunicación por excelencia. La de tipo conversacional esencialmente ofrece el ámbito más democrático para el intercambio de ideas de toda índole por su interrelación más circular. No ocurre así en la expresión del tipo discursivo que tiene un sentido más direccional -de expositor a receptor- en diferentes niveles de interrelación. (35)
 
ESENCIAS MARTIANAS SOBRE ORATORIA

-(El discurso patriótico) «Era una conversación fogosa entre todos aquellos corazones» (36)

-«Lo mejor del actor, como lo mejor del orador, está en el público». (37)

-«La palabra hablada, además funde a los hombres mejor que la palabra escrita» (38)

-«Orador sin instrucción es palmera sin aire. ¿De qué le sirven las hojas de la palma si benévolo alisio no las mueve? ¿De qué le sirve el cauce al río si no tiene nutrición en el intelecto que corresponda a la facilidades de los labios? (...) Cuando no se piensa claro, no se habla claro. Ni basta conocer una materia sola. Cuando se asciende a la tribuna, -que la tribuna es una iluminada majestad- no se miden los rayos de este sol, no se cuentan las ondas de este mar; tiende el alma de su vuelo poderoso, lo único que pesa se hace ave que vuela; calienta la lengua en una especie de fuego sibilítico: truécase el hombre en numen, y anonada, convence, reivindica, destruye, reconstruye, exalta, quema». (39)

-«Cada hombre debe ser un orador, así serán los hombres menos esclavos de los oradores» (40)

-«La Tierra tiene sus cráteres, la especie humana, sus oradores. Nacen de un gran dolor, de un gran peligro o de una gran infamia…» (41)

-«Y desde la tribuna vi a un extraño que sufría con el éxito de mis palabras, me afligí de manera, y me conturbó su pena de tal modo, que estuve a punto de acabar balbuceando mi discurso. Ya –interrumpido por esta nota discordante, y para mi alma muy hiriente, el concierto de amor que necesito- sentí que mis ideas, apenadas por aquella pesadumbre, no podían volar a sus mansiones altas». (42)

ESTRUCTURA DEL DISCURSO

Cuatro partes esenciales tiene todo discurso. El exordio o introducción  es el momento inicial del discurso donde el orador intenta captar la simpatía del público. Si desde el comienzo no se logra interesar a los oyentes con lo que se va a exponer, entonces será muy difícil persuadirlos con la argumentación posterior.

Después sigue la exposición o narración, en la que el orador anuncia  un resumen de las ideas principales que se desarrollarán durante el discurso, es la presentación de los puntos de vistas fundamentales que  serán argumentados seguidamente.

La argumentación, la parte siguiente,  es el núcleo de la pieza oratoria porque en ella el orador sustenta sus opiniones a partir de lo expuesto anteriormente. La argumentación, varía según el orador o el discurso. Lo principal es el sentido lógico, es decir la orgánica construcción de las ideas: nada debe sobrar ni faltar, pues se trata de la fundamentación del criterio del hablante.

Y finalmente en la peroración o cierre del discurso se sintetizan el tema y el punto de vista del orador con toda la intensidad posible: «tiene dos finalidades. Refrescar la memoria e influir en los afectos». (43)

EXORDIO Y APARTE

Según  Álvarez un orador debe reflexionar acerca de si necesita realmente un exordio o no, pues «ante un auditorio especializado, poco numeroso, y donde todos conocen al disertante -según el caso- no es necesario. Sin embargo, donde el auditorio sea más amplio, y no todos los presentes cuenten con un conocimiento profundo o especializado del tema que se va a tratar, suele ser preferible utilizar un exordio, sobre todo porque significa, ante todo un acto de cortesía con el auditorio». (44)

Como señalara Alfonso Reyes: «...No siempre será indispensable, pero es falta de tacto entrar en materia sin precauciones, y en las ocasiones solemnes, el suprimirlo o abreviarlo parece desairado. Un error en materia de exordio es fatal». (45)

En el exordio debe tener en cuenta la índole y circunstancias del tema, las características del auditorio, y la relación que existe entre el público y el propio orador. Esto hace que haya variantes importantes en cuanto al modo de construirlos.


Ejemplos de exordio:

«”Atenienses:

Desde que la República, después de haber decretado estos funerales en honor de los que han sido en la guerra víctimas de su denuedo, me eligió para pronunciar el panegírico que la ley ordena, no he cesado de discurrir el elogio mas paraban altos merecimientos. Pero mis inútiles esfuerzos me han hecho comprender que un lenguaje digno de los que descansan en esta tumba es imposible. Haber despreciado la vida, cuyo amor es innato en todos los corazones; haber preferido morir noblemente, más bien que conservar la existencia para ser testigos de las calamidades de la patria, ¿no es acreditar una virtud superior a todo género de alabanzas? Espero, sin embargo, poder expresarme siguiendo el ejemplo de los oradores que otras veces desempeñaron el encargo que se me confía”». (46)

«“Señoras y señores:

Como en andas de flores se levanta, colgada de granadillas e hipotemas, la tierra de esmeralda y plumas, donde, al espejo de sus lagos y al incensario de sus volcanes, crecen en el combate y en la fatigas según lo manda la naturaleza, las cinco repúblicas de Centroamérica como un solo hogar.

Por aquellos ríos han apagado la sed, en la cuenca de una hoja, muchos viadores de la libertad: de aquellos arriates ha tomado mucha flor para el pasajero doloroso la niña de la casa, para la vida y la poesía ha sacado fuerzas mucho peregrino de aquel aire purificado por el fuego; de debajo de un apagavelas salen, desperezándose y tundiéndose, cinco países cuyo parentesco será más poderosos que la pócima de ira de aquellos con los que les alborotó las venas el conquistador...”». (47) 

El Che Guevara en la Universidad de Oriente, Santiago de Cuba: «“Tengo que pedir disculpas al calificado público asistente por la demora en la iniciación de este acto, que es culpa mía y del tiempo que ha estado muy mal en todo este camino, y hemos tenido que parar en Bayamo. Es muy interesante para mí venir a hablar de de uno de los problemas que ha tocado más de cerca de las juventudes estudiosas de todo el mundo; venir a hablar aquí en la Universidad revolucionaria, y precisamente en una de las más revolucionarias ciudades de Cuba.”» (48)

CONSEJOS AL AIRE (49)

-El lenguaje constituye la principal herramienta de trabajo para toda persona que emplee la palabra oral ante un auditorio.

-Una buena intervención requiere, ante todo, de algo que decir y decirlo bien. Con la correcta entonación y el gesto preciso en el momento oportuno.  Estos elementos le confieren unidad al discurso.

-Aunque cada orador posee un estilo vivamente individualizado que denota determinados rasgos de su personalidad, debe utilizar un lenguaje coloquial.

-La sencillez, la brevedad y la claridad en su exposición son requisitos indispensables para hacerse asequible ante quienes le escuchan.

-El trasmitir el mensaje de esta forma le asegura que llegue correctamente a la conciencia de los oyentes, hace que influyan los sentimientos sobre ellos y los mueva a adoptar una correcta actitud ante la vida.

-El orador revela su maestría pedagógica al establecer una comunicación diáfana, profunda y lógica con su auditorio, al ser capaz de explicar cualquier tema por complejo y difícil que sea. 

-La utilización de barbarismos –escribir, acentuar o pronunciar mal las palabras- y de solecismos -ordenar mal los elementos de la oración y quebrantar sus leyes intrínsecas- provoca rechazo, desconfianza y pérdida de prestigio hacia el hablante.


II

A estas alturas o bajíos de nuestra conversación escrita, les proponemos una travesía sui generis. Un viaje al centro de la voz. Pero para llegar allí debemos atravesar varias «aduanas»; la primera: el miedo. Sí, no ponga usted cara de valiente, que su primer obstáculo como orador es el pánico que produce hablar en público. Se supone que si nos toca es porque tenemos la capacidad y disposición para hacerlo, sin embargo, casi nadie puede evitar el nerviosismo.

Sudoraciones. Intranquilidad. Angustia. La sensación amarga de que nos trabaremos, de que todo se nos olvidará… Los síntomas son muchos, pero apuntan a lo mismo: somos humanos y por eso tememos el juicio de los otros. (50) Si los escritores sufren el horror ante la página vacía, a todo orador le sobreviene el pánico por el auditorio lleno.

Allí está la fuente posible de un ridículo mayúsculo. «La burla presentida, la mofa supuesta, la mueca de desprecio que creemos adivinar, la risa que hace pedazos la propia estima» (51)

¿Cómo vencer esta circunstancia? 

No existen fórmulas infalibles. En lo que más coinciden quienes han abordado el espinoso asunto es en la importancia de la preparación.       

«Preparar el tema del discurso —explica el profesor Luis Álvarez— significa algo muy distinto de aprender de memoria lo que se va a decir, una práctica que, suele conducir al desastre. Preparar el tema del discurso significa, ante todo, comprenderlo de manera esencial, tener una interpretación propia acerca de él —sin la cual no puede construirse la argumentación—». (52)

En su criterio, resulta muy útil responderse «una serie estereotipada de preguntas» casi tan antiguas como la curiosidad humana misma: «por qué, para qué, dónde, cuándo, con qué instrumentos, con qué colaboración, con qué condicionantes…» (53)
      
Y una vez con el tema en el bolsillo (de la mente) decidirse con firmeza a realizar el mejor discurso del mundo.

Claro, también resultan muy útiles acciones de distensión como las siguientes:

-…Unos momentos antes de pronunciar el discurso, si hay condiciones para ello, (…) sentarse normalmente en una silla, con los brazos a lo largo del cuerpo, en posición colgante; (…) tratar de poner su mente en blanco, y respirar de manera acompasada, ni muy rápido ni muy lento, mientras procura que todos los músculos de su cuerpo, desde los pies hasta el cuello, se relajen. (54)

-«…Serenarse mediante un esfuerzo de la voluntad. En este caso, el mismo orador podría plantearse: “Estoy preparado, me leí el discurso, conozco las tesis y cómo las voy a argumentar, debo mirar al auditorio…” (55)

-«…Mover la caja de fósforo, el bolígrafo o cualquier objeto que esté sobre la mesa (un libro, los apuntes, fichas).  Esto, por supuesto, en forma moderada, antes de realizar la intervención».

En la medida que avance el discurso, se irá logrando confianza. Y mientras más intervenciones se hagan, menor será la inhibición. Como apunta el maestro López Vigil:  «La segunda vez (…) saldrá mejor que la primera. Y la tercera, mejor que la segunda. Todo es cuestión de práctica». «En poco tiempo, le habrás “perdido el respeto” al micrófono. Ya no lo verás como una pistola que te encañona... sino como un apetitoso helado de chocolate.» (56)

DESDE EL OTRO LADO. EL AUDITORIO 
 
Sin duda una de las premisas imprescindibles para el orador es el conocimiento de su público. Del otro lado de la tribuna laten expectativas, dudas, añoranzas, que debe observar quien pretende impulsar y conmover. 
 
No es lo mismo hablar ante científicos que ante obreros, ante campesinos que ante universitarios. Con un público mayoritariamente joven se emplearán términos que tal vez resultarían escandalosos a un grupo de veteranos. De igual forma con religiosos se harán referencias que no tienen por qué estar presentes cuando nos dirigimos a ateos.
 
Hay tantos matices como tipos de auditorio. El estilo de la intervención debe partir, paradójicamente, de quienes la recibirán. Quien toma la palabra ha de documentarse previamente de: 

-«la estructura social-demográfica de su auditorio, es decir, la pertenencia clasista, el tipo de trabajo que realiza, el partidismo, la provincia en que pronuncia la intervención, la edad, el nivel de instrucción y otros factores que considere necesarios.

-«la estructura social-psicológica de los oyentes, (…) el sistema de estimulación o motivos de la conducta y de la actividad, las necesidades sociales, los intereses, las orientaciones, los sentimientos, las convicciones…» (57) 
 
Igualmente, no debe perderse de vista el hecho de que en el grupo receptor: «de una forma u otra las personas mantienen un contacto directo entre sí, (…) rápidamente se comunican tocándose los codos, mediante una seña o por cualquier otra vía.» «…Todos están unidos aunque medie cierta distancia entre ellos: los aplausos, la risa y otros medios son el vínculo ideal en este sentido.» (58)
 
Aparece, según explica el profesor Salomón, «la emoción conjunta», en virtud de la cual «uno ríe, el del lado también, el resto los imita; uno aplaude, el del lado lo secunda, el resto aplaude, es decir, hay contacto psíquico.» (59)
 
Conocidos los otros, hay un buen tramo recorrido en el camino para conquistarlos. 
 
¿LECTURA O IMPROVISACIÓN?

¿Qué resulta más adecuado o efectivo en un discurso, leer, improvisar o combinar ambas? Aquí los criterios se dividen. Algunos apuestan por la fluida improvisación, otros por la certera lectura, y unos terceros creen mejor combinar indistintamente ambas, en dependencia de las circunstancias.  

El español Félix Martí Ibáñez, Premio Vasconcelos (1970), defiende el brote natural de las ideas: «“La conferencia literaria, lírica o histórica (…) no debe ser leída, pues la cortina de papel aísla al conferenciante del público, ni tampoco debe ser recitada de memoria, porque entonces pierde su calor y espontaneidad. Debe estar minuciosamente preparada en cuanto al contenido y a la forma, pero no en cuanto a las palabras que se van a emplear. (…) Este es el único modo de convertir la conferencia en auténtico acto creador…”» (60)

Claro, el propio Ibáñez señala que «“…solo el orador sabe las interminables semanas de lectura, escritura, meditación y desvelo que exige cada improvisación”». (61) A tal punto que la organización previa puede llegar a ser tan metodológica que se convierta en una verdadera grafía en las neuronas. Recuérdese si no a «los poetas somalíes, creadores orales, que primero componen in mente y solo dan a conocer su obra cuando la consideran acabada». (62)

Y hablando de poetas, el cubano Alexis Díaz Pimienta, desde su experiencia de repentista e investigador del verso oral aporta criterios interesantes a los fines oratorios: «…La improvisación es el único arte en el que los errores tienen una connotación estética positiva: equivocarse demuestra lo difícil que es no equivocarse. El improvisador, a diferencia del novelista, publica sus manuscritos, los enseña y comparte. El novelista, generalmente, los esconde, los desaparece, y enseña el libro acabado, limpio. A mí ser repentista me ha ayudado mucho a escribir novelas. Primero, porque el ejercicio de la improvisación me enseñó a crear, a fabular «sin nada», sin más herramientas que las palabras, sin más fuente de documentación que mi memoria, y sin más referencias que las circunstancias». (63)

Ah, pero improvisar un discurso también tiene sus horrores. ¿Cuántas veces sucede que por no guiarse por un texto los oradores se extienden innecesariamente, redundando sobre el mismo tema? ¿Qué pasa cuando se ofrecen datos inconexos o equivocados? ¿O cuando se emplean palabras poco conocidas de manera incorrecta?...

Por otra parte, «escribir un discurso y entonces tratar de aprenderlo de memoria para luego decirlo, es una práctica peligrosa, pues la memoria puede fallar y producirse entonces el desconcierto…» (64)

Parece ser un consenso la recomendación de que el orador-improvisador tenga siempre a mano una guía con los tópicos que abordará a fin de no perderse por vericuetos baldíos. De esta manera se salva el color y el calor de la palabra hablada, pero no se dispersan objetivos ni quedan flojos los puntos de la argumentación planificada. 

En determinados casos, sin embargo, las características del público, las condiciones de la intervención o incluso las cualidades del orador demandan que todo el discurso sea escrito (65). Esta modalidad garantiza en primera instancia una mejor organización de las ideas, el seguimiento consecuente de un hilo argumentativo y el mayor aprovechamiento del tiempo. Además permite utilizar más concienzudamente el vocabulario. ¿Cómo afrontar el discurso redactado y sacar buenos dividendos?

Primeramente «debe mantenerse un estilo «oral», hacer que las palabras (…), leídas con voz y dicción puras y claras, resuenen como parte del diálogo espiritual sostenido en la sala entre el conferenciante y cada individuo del público.» (66)

 De la misma manera habría que seguir una serie de principios elementales (67):

-Utilizar un lenguaje coloquial (…).  No es necesario “buscar palabras difíciles” para “impresionar”.

-Las frases deben ser cortas, pues son más fáciles de leer y más fáciles de entender.  No abuse de ellas.

-La puntuación debe ayudar al orador y no ser su enemigo.  Una o dos comas cambian por completo el significado de una frase.

-Una oración subordinada o algo entre paréntesis pudiera confundir a los oyentes.  ¿No habrá otra forma más fácil y natural para decir lo mismo?

-El discurso deberá escribirse a máquina, a doble o triple espacio para que sea de fácil lectura, lo cual facilita el insertar correcciones y adiciones sin borrar la parte que debe quedar como está.

-Todas las páginas deben ser escritas con párrafos claramente separados, para indicar distintas ideas.

-No debe empezar una frase al final de una hoja para terminarla en la siguiente.  Es preferible terminar cada hoja con un punto.

-El orador debe comprender lo que está leyendo.  Si no ha captado completamente su sentido, no se puede esperar que logre una comunicación eficaz.

En cualquier caso, guiándose totalmente por un papel o escribiendo el discurso en el viento, el orador debe conversar con su público. De la intensidad de ese diálogo suelen venir los mejores frutos.

LA POSTURA

Como los amores de leyenda, el vínculo del orador con los receptores comienza «a primera vista». La sabiduría popular, nos recuerda el profesor Luis Álvarez, aconseja desconfiar de quienes no te miran cuando hablan. «Por eso mismo es necesario que el orador domine una técnica sencilla que sugiera, por la dirección de la mirada, que los tiene en cuenta a todos. (…) (68)

Debe dirigir entonces la atención visual, sucesivamente, a «zonas distintas de su auditorio. Si solo mira el micrófono, o dirige su vista a un sector (…), los demás, de manera consciente o inconsciente, disminuyen el umbral de su atención.» (69)

El profesor Álvarez recomienda entonces un movimiento en espiral que vaya paneando la zona a la que se dirige quien emplea la palabra.

En cuanto a la relación orador-micrófono, hay varios aspectos dignos de señalar. Como apunta el profesor Susi Safarti, estamos hablando del «elemento auxiliar más importante» en una intervención pública. (70) Precisamente, es el que logra en gran medida que sea pública la intervención.

«Muchas personas se enfrentan por primera vez a él sin siquiera haber realizado algún tipo de ejercicio que les brinde determinada habilidad o usándolo en más de una ocasión, desconocen ciertas particularidades y recomendaciones provechosas.

«Al situarse en la tribuna, el orador no comenzará de inmediato, sino que realizará una pausa inicial con una duración de 10 a 15 segundos.  En ese tiempo, tratando de no hacer ruido y de una manera natural, deberá:

-colocar los micrófonos a una altura tal que se sienta cómodo para hablar;

-situar los apuntes adecuadamente (quitar presillas, abrir el file, etc.);

-buscar los ojos de los presentes, con lo que tendrá el primer contacto con el auditorio -visual en este caso- para adaptarse uno al otro en forma recíproca;

-establecer puntos de referencia (a la izquierda, al centro y a la derecha), para determinar las distintas reacciones durante su intervención. (71)

También, añade el profesor Safarti, resulta innecesario, y contraproducente golpear la tribuna, abrazarse a ella o alejarse tanto que parezca se le teme. «Aunque no es una norma rígida, lo mejor será mantener una distancia aproximada de 35 a 50 centímetros, para tener cierta libertad de movimientos y aplicar debidamente el recurso de los gestos y la mímica.» (72)

Ahora bien, dirigirse al público requiere desde un inicio de una estrategia para economizar energías. Por tanto, la postura ha de garantizar la mayor comodidad y soltura.

«La cabeza y el cuello deben estar ligeramente inclinados hacia delante, la espalda recta, las manos extendidas libremente a lo largo del cuerpo, con la finalidad de que puedan ser utilizadas convenientemente cuando lo considere oportuno y las rodillas deben estar sin tensión.

«Un papel importante corresponde a los pies, los cuales de acuerdo con la estatura del orador deben estar separados de 15 a 20 centímetros, uno ligeramente delante del otro, repartido el peso del cuerpo.

«Al colocar un pie delante del otro, el orador puede realizar los movimientos requeridos:

-cambiar varias veces la posición, si el discurso es largo;

-girar a la izquierda, a la derecha, colocarse de lado para mirar a la presidencia, etc.;

-en los pasajes más expresivos de la intervención podría elevarse apoyándose en la punta de los pies (y no sobre los talones, porque podría caerse);

-dar un paso hacia delante o hacia atrás, de acuerdo con el pasaje del discurso:

-hacia adelante corresponde a un momento significativo, ya que concentra la atención del auditorio, se acerca al micrófono, se puede quedar en esa posición unos instantes, con lo que logra cierto contacto o intimidad con los oyentes;

-hacia atrás corresponde a un momento distensivo, ya que traslada la atención hacia otra parte del discurso; el orador se aleja del micrófono, el auditorio trata de escuchar, los que aplaudían o hablaban son obligados a callarse por los demás, etc.

«Adoptar la postura descrita permite balancear correctamente el peso del cuerpo y presenta sus ventajas, aparte de las (…) enunciadas, ya que si el orador tuviera nerviosismo en los movimientos y las rodillas le temblaran, no se movería de esa posición y el auditorio no lo notaría.» (73)

¿Y qué sucede cuando no hay podio, y se trata solo de un micrófono de pie? Pues se aplican las mismas reglas, con la agravante de que entonces todo el cuerpo del orador está en el campo visual del público.   

«Si el discurso estuviera escrito, es preferible no utilizar apoyo, ya que un file u otro material pudiera ocasionar dificultades al pasar las hojas o al realizar la lectura del mismo.

«El texto debe estar presillado en la parte superior izquierda, las hojas se pasarán normalmente y no quedarán “en el aire”, flotando, sino que las leídas pasarán al final.

(…)

«Con relación al micrófono y para que no tropiecen con él y produzcan un sonido discordante, las hojas del texto deberán inclinarse ligeramente hacia la izquierda.» (74)

VOCES CRUZADAS
 
Y ahora sí llegamos a la voz. Al aire y vibración que integran esta maravilla. Soplo que parte de los pulmones, pasa por la laringe y mueve levemente las cuerdas vocales. Cualidad armonizada por el pensamiento con la que nos comunicamos los seres humanos. Sí, porque esta asombrosa sencillez «como sonido articulado es privativa del hombre». (75). Según el profesor de locución Frank Guevara: «muchos animales emiten sonidos», pero la pronunciación clara, distinta y racional de palabras, está reservada al Homo sapiens. (76)
 
Entre las características intrínsecas en cuanto a su sonoridad se encuentran el tono, el timbre, la intensidad y la duración. Pero en el caso humano, donde lo intelectivo es una condicionante permanente, es oportuno detenerse en otros aspectos complementarios como la fluidez, la naturalidad o el ritmo. 
 
En la medida en que el orador domine todas estas cualidades en función de sus objetivos de comunicación, alcanzará una mayor efectividad en las intervenciones. O sea, conquistará el oído, la inteligencia y la acción de quienes lo escuchan.
 
Pues bien ¿cómo se debe hablar? Bueno, hablar común y corrientemente todo el mundo sabe, o al menos, así lo cree. Sin embargo, hablar en público, «proyectar las palabras», como nos recuerdan los maestros de locución u oratoria, implica otros saberes.

«La emisión de la voz requiere una cavidad de resonancia que amplifique el sonido», explica Luis Álvarez. «Hay tres cavidades de resonancia: el estómago, el espacio en que se encuentran las cuerdas vocales y el cráneo. De ellas, la ideal para la emisión adecuada de la voz es el cráneo. Hay personas que por y malos hábitos, utilizan como resonador la cavidad donde se encuentran las cuerdas vocales: esto produce una voz que no se proyecta bien hacia los oyentes y, a la larga, ocasiona serios problemas de “callosidades” (nódulos)…». (77)

Ah, pero ¿cómo determinar si estamos usando el espacio de amplificación adecuado? «Basta que otra persona (con adiestramiento puede hacerlo uno mismo) coloque su mano sobre la parte superior de su cráneo mientras habla: una emisión de voz satisfactoria hace vibrar ligera pero perceptiblemente esa parte (...) mientras se habla; en caso contrario, la vibración es casi imperceptible: esto último indica que hay problemas y se requerirán ejercicios específicos para corregirlos.

«Uno de ellos es pronunciar una “p” (…), solo ese sonido, sin ninguna vocal de apoyo. (…) Es, por así decirlo, “explosivo” y su repetición sistemática (unas diez veces cada vez que se hace el ejercicio y al menos tres veces por día) contribuye a proyectar la voz, en su resonancia, “fuera” de las cuerdas vocales, y hacia arriba, hacia el cráneo. Otro ejercicio puede ser, con los labios cerrados por completo, la mandíbula inferior colgante, emitir un sonido que aproximadamente se parece a una “m”...». (78)

Se trata de que la voz, con su cuerpo etéreo llene todo el espacio del público al que nos dirigimos; se extienda, clara y precisa, hasta el último oído. Que venza la barrera espacial para convencer la del pensamiento.

LA RESPIRACIÓN
 
Aprender a hablar implica necesariamente aprender a respirar. Como los órganos que producen el sonido tienen la primera función de oxigenarnos, hemos de conjugar ambas «misiones». Porque cada discurso puede ser más intenso, armónico y diáfano si logra la sincronía con el ritmo respiratorio.
 
«Es importante conocer qué tipo de respiración emplea cada uno. Así, el orador pudiera empezar con un ejercicio simple: colocar sus manos sobre su estómago e inspirar profundamente. Si se respira como la mayoría de las personas sus manos, probablemente, no se moverán mucho, porque es un respirador torácico.
 
«Acto seguido puede inspirar como si estuviera hinchando la barriga de aire.  Si siente que la región del estómago aumenta de tamaño, después la parte superior de su abdomen y finalmente su tórax, deje relajar su abdomen.
 
«Con esta respiración abdominal el orador procura inspirar el aire y espirarlo por la boca. (…) Exige una energía comparativamente pequeña y conserva las fuerzas del orador, asegurando la sonoridad y la vigorización de la voz, incluso cuando se hace necesario hablar durante largo tiempo». (79)
 
Por supuesto, entrenar la respiración no se logra de la noche a la mañana. Es precisa una ejercitación sin prisa, pero sin pausa.
 
INTENSIDAD, TONO, TIMBRE  

El aire contenido en los pulmones «puede ser impulsado con mayor o menor energía hacia las cuerdas vocales». La presión sobre ellas determina la amplitud vibratoria, y por ende, la intensidad del sonido. En dependencia de que sea más o menos intenso, más o menos excitable y veloz, el aire alcanzará una determinada altura o tono. (80)

La onda sonora que se produce así cuando vibran las cuerdas vocales se denomina tono fundamental. Este es común a toda persona, pero tiene peculiaridades que dependen de condiciones fisiológicas individuales. (81)

Por cierto, si al discursar empleamos un tono desmesurado, el público rechazará la gritería; si por el contrario casi decimos un secreto «muy pronto se oirá en la sala el clásico  “¡no se oye!”.» (82)

«Lo óptimo será buscar un tono medio, ni muy alto, ni muy bajo, con lo que la voz resultará más agradable al auditorio y cuando el discurso lo requiera, podrá alzarse o bajarse, para lograr una mayor expresividad y mantener estable la atención.» (83)      
 
Cuando al tono fundamental se unen las distintas resonancias, o sea, los armónicos, se conforma el timbre del sonido. Casi pudiera decirse que estamos ante el color único de cada voz.

ENTONACIÓN

¿Con cuántos matices puede ser dicha una frase? ¿Qué variedad de sentimientos pueden acompañar a una misma palabra? Probemos por ejemplo con el monosílabo «SÍ». ¿Acaso de la forma en que lo digamos cada vez no se desprenden dudas, aburrimientos, nostalgias, odios….? La modulación de la voz en función del significado que intentemos transmitir, o sea, la entonación, orienta nuestros vocablos. Denota y connota (84). Proyecta y regula. Activa mecanismos de aceptación o rechazo en nuestros interlocutores.

Cada inflexión, cada variación en el tono o pausa en la lectura, cada acción para entonar implica nuevos sentidos de la cadena hablada. Comunica.                      

Según el profesor Frank Guevara, «el gusto, el arte y la personalidad del locutor, de acuerdo siempre con la tolerancia del registro vocal…» influyen significativamente en las variantes entonacionales, esto es, los «lapsos que se diferencian entre sí», marcados por las paradas, disminuciones o aumentos de la voz. (85)              

«Utilice frases cortas —recomienda el profesor Safarti—, sin abusar de ellas, ya que de esta forma se captan mejor las ideas y le sería más fácil modular… y valerse de los matices de la entonación para enfatizar en los aspectos esenciales.

«Trate de elevar o bajar el tono de la voz según el sentido de la frase y su acentuación lógica para fijar la atención de los oyentes, lo cual le permitirá evitar la monotonía de la intervención y, por supuesto, el tratamiento impersonal a situaciones emotivas o viceversa.» (86)

Ahora bien, ya que mencionamos las pausas, sería bueno detenernos un poco en este subvalorado elemento del discurso. Si todas las energías y conocimientos de un orador están en función de hablar, gran parte de su inteligencia se mide por lo que calla.

El investigador Abel Cortese llega a afirmar que «el elemento más difícil, de mayor utilidad y menos apreciado en el arte de la oratoria, es el silencio. La pausa correctamente medida, demuestra confianza y reflexión. A la inversa: los presentadores de cualquier medio que se despachan con demasiada velocidad, llegarán los últimos. Las pausas son un excelente recurso para enfatizar. Permiten también mantener y controlar la atención.» (87)

Existen dos tipos de pausas: las fisiológicas y las lingüísticas. Las primeras, como su nombre lo indica, permiten mantener el ritmo respiratorio, mientras que las segundas, marcadas por los signos de puntuación, están enfiladas hacia intenciones comunicativas. Se produce una pausa lingüísticas cuando se llega al fin de una expresión. «Pueden ser absolutas y transitorias, y están marcadas ortográficamente por los signos de puntuación» (88).

«El conjunto de signos lingüísticos o palabras entre dos pausas constituye lo que se denomina grupo fónico, que no puede romperse e interrumpirse ni con una pausa potencial sin afectar el sentido completo de la idea. Ejemplo: “No puedo decirte una mentira”.» (89).

Resulta casi una perogrullada recalcar lo imprescindible de un buen manejo entonacional para la comprensión del auditorio. Si a alguien le queda duda de ello, revise en su memoria cuántas veces ha sufrido escuchando a un orador caer en estos dos defectos que refiere el profesor Sarfati:       

-Monorritmia: Consiste en leer o pronunciar el discurso sin utilizar debidamente las pausas. El orador emplea un solo ritmo con pausas arbitrarias, lo que le impide entonar y enfatizar correctamente.

-Monotonía: Incurre en ella el orador mediante dos vías: lee o pronuncia el discurso en un mismo tono o por limitación del lenguaje su vocabulario es pobre y repite los mismos vocablos.

RITMO

Llegamos a un componente esencial en la compleja armazón oratoria. Al igual que las funciones fisiológicas de nuestro cuerpo o el movimiento de los astros tienen un ritmo, la oratoria necesita de él de manera imprescindible.

Decía Cicerón al respecto: «“No hay ninguna idea que sea provechosa al orador si no está expuesta de una forma armoniosa y acabada; y no aparece el brillo de las palabras, si no están cuidadosamente colocadas; y una y otra cosa es realzada por el ritmo..."». (90)

Pero, bueno, a fin de cuentas ¿cómo definimos al ritmo? Según la Real Academia Española es el «orden acompasado en la sucesión o acaecimiento de las cosas»; la «grata y armoniosa combinación y sucesión de voces y cláusulas y de pausas y cortes en el lenguaje poético y prosaico».

Por tanto, de esta cualidad depende el equilibrio discursivo de nuestra intervención, la rapidez —o el atropellamiento— con que intentemos hacernos entender y, en gran medida, el interés de quienes nos escuchan. 
 
Según apunta el profesor Sarfati el ritmo óptimo del discurso es aproximadamente de 120 palabras por minuto, no osbstante, esto puede variar en dependencia de las cualidades del orador, el contenido del discurso y el contexto en que se produce la intervención. (91)
 
Entonces ¿qué es más recomendable: acelerar o ir pausado? Probablemente ninguna de las dos cosas pueda recetarse a priori. Evaluar nuestras potencialidades, no perder de vista la necesidad de mover público, y recordar que este debe procesar la información que le «enviamos». Por ahí anda la ruta para mantener un ritmo ideal.          
 
También valdría la pena que educáramos musicalmente nuestro oído, pues, como asegura la investigadora Martha Esquenazi, el canto, que «nace junto a la palabra, marca su ritmo y su entonación». Y para ejemplificarlo explica la autora que «el desarrollo de algunas lenguas, como el chino y el kikongo, lleva aparejado el desarrollo del canto, de tal manera que en lugar de hablar de fonemas, debemos hablar de tonemas…». (92)
 
EL MINUTO PRECISO   
 
Conocidos y controlados los aspectos anteriores, nos enfrentamos al momento de la verdad. El minuto donde se materializa el arte y la técnica oratoria o se fracasa definitivamente: la pronunciación del discurso. 
 
Alto y claro: así debe escucharse. Y además debe resultar seguro, fluido, natural. Vamos a convencer con la palabra. Y sin estos atributos difícilmente lo logremos.
 
Comencemos por decir que hay que pronunciar todos los vocablos, articularlos completamente y dejar que fluyan bajo el dominio de la razón pero con el impulso casi autónomo del habla. 
 
Varios autores coinciden en que se debe prestar singular atención para evitar cambios de letras, como por ejemplo «l» por «r», u omisión de otras como las «s» finales. Además, la armonía, la musicalidad general de lo que digamos también ayudará a que entre suavemente por la puerta del entendimiento prójimo. 
 
¿Cómo ser seguros? Primero: conociendo al dedillo el tema y las posibles interpretaciones que de él se deriven. Y después, convenciéndose de que no hay nadie en el mundo más capacitado que uno mismo para llevar este conocimiento a los interlocutores. Se trata de una conversación. Planificada, estudiada, rigurosa, pero conversación al fin, en la cual hay que atraer, seducir, conquistar.
 
En aras de la naturalidad «no deben emplearse afectaciones, exageraciones, rebuscamientos…» (93). Por el contrario, debemos ser —sin llegar a extremos de vulgaridad— lo más parecidos posible a como somos fuera del escenario. Que la puesta en escena no lo parezca, que las costuras no se vean.                                  
 
¿Y qué hay con la fluidez? No es nada sencillo. «Se logra después de años de trabajo y constante práctica, que se materializa en la lectura cotidiana en voz alta. (…) Es necesario también acostumbrarse a leer con bastante celeridad sin que se atropellen los fonemas (…) Cuando se improvisa, es preciso seleccionar con rapidez, destreza y precisión, el vocablo que nos ayude a la enunciación del juicio o concepto, sin caer en titubeos o vacilaciones que deslucen por completo el trabajo…» (94)                   
 
El profesor Safarti resume algunos consejos para que este acto final de ejecución de la pieza oratoria sea todo un éxito. (95)
 
1) Si está leyendo el texto, trate de no equivocarse de manera frecuente, pero si le ocurre muestre el aplomo necesario, no se perturbe, no haga gestos que denoten su inconformidad.

2) Durante la improvisación no tema equivocarse, porque le hace perder fluidez y el ritmo necesario. Trate de no repetir palabras ni reiterar muletillas.

3) Lo anterior no quiere decir, por supuesto, que pueda cometer errores gramaticales imperdonables. De ocurrir esto podría perder la atención de los oyentes, provocar la risa, el desconcierto, el comentario y otras situaciones embarazosas.

4) Imprima su sello característico a la intervención.

5) No ofrezca la sensación de autosobrestimación, inmodestia, prepotencia ni sobreactuación. Realice todo con la mayor naturalidad posible, como si conversara con el auditorio.

6) No muestre nerviosismo, ni indecisión, ni indiferencia.  Todos deben pensar y ver en usted a la persona que les va a trasmitir una información importante y que ellos necesitan recibir.

7) Practique la lectura de la intervención. Trate de leer de forma enfática las ideas y palabras claves.
 
Hasta aquí nuestros palabras sobre esta inexacta ciencia. Que con rigor y paciencia, las puertas del aire abras. Si en la persuasión que labras en cada convocatoria, conquistas pasión, euforia, pensamiento decidido; entonces habrán valido estas notas de Oratoria.

Notas:

(1) Álvarez Muro, Alexandra: Análisis de la Oralidad: una poética del habla cotidiana. Universidad de Los Andes. Grupo de Lingüística Hispánica, Mérida, Venezuela. s.p.i. (En formato digital)         

(2) Álvarez Muro, Alexandra: Ídem. 

(3) Rojas Bez, José: «De la Telenovela a la Oralidad» (Ponencia presentada en el Taller Internacional de Comunicación y  Oralidad de la Universidad Central de Las Villas, Santa Clara, Cuba, julio 16-18 de 1992. En formato digital).       

(4) Álvarez Álvarez, Luis: Hablar es persuadir: el arte de la oratoria. Colección Biblioteca Familiar, La Habana, 2007, p.3.

(5) Álvarez Muro, Alexandra: Ídem.  
 
(6) Álvarez Muro, Alexandra: Ídem.  
 
(7) Citado por Álvarez Muro, Alexandra: Ídem.   
 
(8) Álvarez Muro, Alexandra: Ídem. (Ver anexos)   

(9)  Martí, José: «Notas sobre la Oratoria».  Obras completas, tomo XIX, La Habana. Editora Nacional de Cuba, 1964, p. 449.
 
(10) Sussi Safarti, Salomón: La Oratoria. s.p.i (En formato digital).    
 
(11) Hormazábal Sánchez, Ricardo: Manual de Retórica, Oratoria y Liderazgo democrático. Universidad de Chile, s/e, s/f, p.15. 

(12) Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.8.    
 
(13) Ibídem. p.9.    
 
(14) Ibídem. p.10.  

(15) Sussi Safarti, Salomón: La Oratoria. s.p.i (En formato digital).
 
(16) Hormazábal Sánchez, Ricardo: Ob.cit. p.76 
 
(17) Ibídem, p.33.

(18) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(19) Ibídem. 
 
(20) Ibídem.
 
(21) Hormazábal Sánchez, Ricardo: Ob. Cit. p.14  

(22) López Eire, Antonio: «Retórica y Oralidad», en: Logo. Revista de Retórica y Teoría de la Comunicación. Año I, nº 1, España,  2001,  p. 112 
 
(23) Ídem. 
 
(24) Ibídem, p.112 y 113.  
 
(25) Víctori Ramos, María del Carmen: «Lo oral en la encrucijada», en: Vera Estrada, Ana (comp.): La Oralidad. ¿Ciencia o sabiduría popular? Centro de Investigacion y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2004, p. 17            

(26) Víctori Ramos, María del Carmen: «Lo oral en la encrucijada», en: Vera Estrada, Ana (comp.): La Oralidad. ¿Ciencia o sabiduría popular? Centro de Investigacion y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2004, p. 17            

(27)  Ibídem, p.19
 
(28) Álvarez Muro, Alexandra: Ob. Cit.
 
(29) Ídem.
 
(30)  Ídem.
 
(31) Ibídem. 
 
(32) Ídem.

(33) Artiga, Francisco José: Epitome de la eloquencia española (Ed. Facsimilar). Frente de Afirmación Hispánica, México, D.F, 1992. p.X y XI
 
(34)  Ibídem, p. XI-XII
 
(35) Víctori Ramos, María del Carmen: «Lo oral en la encrucijada», en: Vera Estrada, Ana (comp.): Ob. Cit. p.16

(36)  Martí, José: Ob. Cit. tomo II, p.31
 
(37) Ibídem, tomo XII, p.6 
 
(38) Ibídem, tomo XI, p.263
 
(39) Ibídem, tomo XIX, p.449
 
(40) Ibídem, tomo XXII, p.280
 
(41) Ibídem, tomo XIII, p.57
 
(42) Ibídem, tomo XXI, p.147

(43) Lausberg citado por Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.53
 
(44) Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.35
 
(45) Ídem.

(46) Gómez citado por Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.37
 
(47) Martí, José, citado por Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.37.

(48)  Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.53 p.38.
 
(49) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(50)  «En una encuesta realizada en los Estados Unidos, investigando las diez cosas que más temor le producen a la gente, se obtuvo el siguiente resultado (en orden ascendente): los perros, la soledad, el avión, la muerte, la enfermedad, las aguas profundas, los problemas económicos, los insectos, las sabandijas, las alturas y, el primero de la lista, hablar en público» Abel Cortese, citado por Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.62
 
(51) López Vigil, José Ignacio: Manual urgente para radialistas apasionados. Editorial Pablo de la Torriente Brau, La Habana, s/p (copia digital).
 
(52) Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.63

(53) Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.64

(54) Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.62
 
(55) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.
 
(56) López Vigil, José Ignacio: Ob. Cit.

(57) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.
 
(58) Ídem.
 
(59) Ídem.

(60) Martí Ibáñez en el prólogo a: Artiga, Francisco José: Ob. Cit. p. XVIII

(61) (XVII)
 
(62) Lozada Guevara, Jesús: «Máscara, persona, personalidad», en: Vera Estrada, Ana (comp.): Ob. Cit. p.236
 
(63) Riverón, Rogelio: «Es un acto de rebeldía ser un poeta oral». Entrevista con Alexis Díaz-Pimienta, en: La Jiribilla (revista digital) no. 244, Año VI, La Habana, enero 2006. Disponible en URL: http://www.lajiribilla.cu/

2006/n244_01/244_06.html, consultada en enero de 2008.

(64)  Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p 72
 
(65)El Comandante en Jefe Fidel Castro considera que puede utilizarse en «... eventos internacionales, alguna intervención en Naciones Unidas, en el Movimiento de No Alineados, la simple necesidad de que las palabras deben ser traducidas a numerosos idiomas (...) en un evento histórico de mucha importancia que se realiza en el país u otras comparecencias en que haya que utilizar muchos datos...», citado por Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.
 
(66) «Sigmund Freud, (…) brillante orador, pronunciaba sus conferencias sin leerlas y después, en la soledad de su despacho, ornamentado como una salita romántica de principios del siglo XIX, las escribía, recordando exactamente cuanto había dicho. De ahí la claridad “oratoria” de sus escritos, su vocabulario “popular” y preciso y su estilo “verbal”, que hace que cuando leemos en realidad le estemos escuchando». Habría que lograr que las conferencias escritas tuvieran tanta oralidad como aquellas de Freud. Véase: Artiga, Francisco José: Ob. Cit. p. XIX.y XX
 
(67) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(68)  Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.66 

(69) Ídem. 
 
(70) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(71) Ídem.  
 
(72) Ídem.  

(73) Ídem.

(74)  Ídem
 
(75) Guevara, Frank: La locución: técnica y práctica. Editorial Oriente, Santiago de Cuba, 1984, p.49
 
(76) Agrega Guevara que este sonido humano es «...el resultado, la síntesis del trabajo de una serie de órganos fisiológicos, que tienen originariamente otros fines: respirar, triturar, deglutir, etcétera, pero además es producto, en última instancia del cerebro humano. Ob. Cit. p.50 

(77)  Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.65
 
(78) Ídem.

(79)  Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.
 
(80) Guevara, Frank: Ob. Cit. p.70, 71 y 72
 
(81) Ídem
 
(82) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(83) Ídem.

(84)  García Riverón, Raquel: «Entonación y oralidad», en: Vera Estrada, Ana (comp.): Ob. Cit. p.73
 
(85) Guevara, Frank: Ob. Cit. p.135 
 
(86) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(87)  Citado por: Álvarez Álvarez, Luis: Ob. Cit. p.71
 
(88) Guevara, Frank: Ob. Cit. p.136.
 
(89) Ídem.

(90) Citado por Álvarez Muro, Alexandra: Ob. Cit.
 
(91) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.

(92) Esquenazi Pérez, Marta: «Relaciones poético-musicales en la tradición oral», en: Vera Estrada, Ana (comp.): Ob. Cit. p. 108. 

(93) Guevara, Frank: Ob. Cit. p. 104.

(94)  Ibídem. p.106
 
(95) Sussi Safarti, Salomón: Ob. Cit.


 

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